artículo por
Axel Blanco Castillo
E
n el tapiz cinematográfico lleno de héroes acartonados, es muy fácil diseñar el bosquejo del héroe preferido de una muchachada extasiada en artificios idealizados. Caso distinto el de los héroes latinoamericanos, criaturas fatigadas en el sacrificio de sus intereses por el cometido de una causa más grande que ellos. En la jornada de su existencia, sus cuerpos van arruinándose a medida que ensayan la República, gestando la posibilidad de una soberanía longeva y sin ataduras. Al final, los paladines se enfrentan a un óbito cruento y precoz, porque solo son hombres, sin otro poder que un sueño de libertad.
Es Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, Bolívar y Ponte, Palacios y Blanco, el que descuella entre todos. Descendiente de una larga estirpe conquistadora que ha privilegiado a sus descendientes en la administración de sus rangos nobiliarios y mercedes, y con la peculiaridad de ser confirmados por la autoridad canónica de 1687 como garantes y guardas de la pacatería provincial la cual indios, negros y mestizos, no estaban aptos de cumplir.
Es Simón un patricio acaudalado que presenta desde su mocedad una voluntad firme y de difícil encause por parte de tutores y preceptores. Es que el sino trágico lo aborda prematuramente pocos años después de su nacimiento el 24 de julio de 1783. Siendo el segundo hijo varón y el cuarto de cinco vástagos: María Antonia, Juana Nepomucena, Juan Vicente, Simón José y la última, una hermanita menor, María del Carmen, que muere al poco tiempo de nacer. Cuando alcanza los dos años y medio su padre don Juan Vicente Bolívar, muere de una infección venérea, y como si el destino no estuviera ahíto de lo aciago, a los nueve años fallece su madre, la joven y preclara María Concepción Palacios por los estragos de una escrófula tuberculosa o la que denominaban «Mal del rey».
La historiografía concuerda en la precocidad del párvulo Bolívar, que lo movía en la indagación de las respuestas de un mundo que apenas comenzaba a comprender. Un dejo de rebeldía y hostilidad en sus maneras, dicen algunos biógrafos, quizás causado por su estado de orfandad, aún con la compañía de Hipólita, Matea y la cadena de legatarios intolerantes que le vienen. Su tío Carlos Palacios, es el primero que toma la responsabilidad del muchacho. Lo asume como una carga o frío deber, por eso no muestra cuidado, al principio, en la educación de Simón. Aunque no se queja del peculio del sobrino. Su tratamiento es riguroso, poco comunicativo y sin afecto pleno, que impide que Simón se sienta en la calidez de un verdadero hogar o cómodo con sus preceptores y las técnicas educativas que tratan de aplicarle. Así que con doce años logra escaparse a la casa de su hermana mayor María Antonia y pretende a través de un procedimiento legal librarse de la tutela del tío. Con un argumento considerado atrabiliario por las autoridades, persigue quedarse definitivamente con Antonia, pero se le niega y es devuelto a la custodia de Carlos.
Entre el abanico de maestros: Andújar, Carrasco, Pelgrón, Sojo, Negrete, Vides, Bello y Rodríguez, es Rodríguez el que dejará honda huella en su formación. Quizás por su enfoque liberal de ese mundo a punto de precipitarse. Su vocación por el conocimiento y su utilidad práctica para evitar los sufrimientos del hombre, como lo predica el Emilio de Rousseau, o su particular tendencia al denuesto y la rebeldía, resultados de la injusticia familiar a la que fue víctima, pudo manifestar una empatía por ese díscolo muchacho inclinado por saber los enigmas del mundo y el afán por experimentar los límites de la naturaleza.
La historiografía da luces claras de la amistad que Rodríguez y Bolívar consolidan con los años. Para ambos será un acicate en épocas aciagas. Por ejemplo, cuando las dos soledades se encuentran en Europa. Había pasado un tramo largo sin verse, desde que era solo un mozuelo en clases internas en la casa del primero y cuando comenzaron sus viajes para completar su formación. Bolívar buscaba acallar los recuerdos de su amada Teresita, vencida por los martirios de la fiebre y muerta a los pocos meses del casorio en 1802. Estaba sumido en la vida bohemia de los círculos afrancesados, entre amores fugaces y bailes distintos de minué, valses de vapor y tertulias extasiadas en vino y rapé.
«Quise mucho a mi mujer». «Yo la he perdido y con ella la vida de dulzura». «El dolor un sólo instante no me deja consuelo que buscar, deplorable y triste suerte a la que me hallo condenado». (Bolívar)
Rodríguez lo ayuda a canalizar su pesar en divertimentos más producentes. Los diálogos sobre los escollos que experimentan Europa y la propia España, frente al avance de las tropas de Napoleón y el hecho de presenciar su coronación como emperador de los franceses el 18 de mayo de 1804. Las reflexiones a las que seguramente llegan andando por las monumentalidades del viejo mundo. La adecuación de los principios de los enciclopedistas al peculiar caso de las colonias americanas, incluyendo, por supuesto, la provincia venezolana, lleva previsiblemente a Bolívar al juramento en el Monte Sacrale de 1805:
«¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!».
Los pasos de un héroe en formación no se gestan por el artificio de los escritores epopéyicos, menos cuando logra llegar a la cumbre de sus aspiraciones. Fraguar el propósito de las libertades es la consecuencia de un pensamiento agudo y un despertar profundo. En París entra en contacto con miembros de la logia Lautaro, donde llega al grado de Maestro. Para 1806 ha visitado también Bélgica, Alemania, Inglaterra y gran parte de las tierras europeas. Lamenta el fracaso de las expediciones mirandinas, pero, en lugar de hacerlo claudicar, su interés por las ideas republicanas se agudiza. Su respeto por la independencia de las colonias inglesas en el norte de América, lo lleva a evidenciar los resultados de la democracia. Los lugares que visita luego de tocar Charleston en enero de 1807: Carolina del Norte, Filadelfia, Washington, New York, Boston, aparecen ante sus ojos como la prueba irrefutable de que un pueblo puede elegir sus propios derroteros si se lo propone.
«El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política». (Bolívar)
Es notorio el ambiente enrarecido cuando llega a la Caracas de 1807. Las guerras europeas habían erosionado las arcas coloniales, debido a la complicación del comercio. Apenas cuenta con veinticuatro años cuando debe atender un problema de delimitación de tierras con Antonio Nicolás Briceño, producto de una bellaquería con el rodamiento de los linderos cuando estaba de viaje. Se ocupa en los negocios de la familia con su hermano Juan Vicente y en su peculio personal. Se inserta en la continuidad de una vida provincial cada vez más convulsa por las consecuencias económicas que experimentan debido a los sucesos de España y las medidas que éstas aplican sobre los países neutrales, además de la política del favorito Manuel Godoy, que respaldaba el negocio de harinas de su cuñado Branciforte en costas venezolanas. Lo que se está estilando en ese tiempo son las reuniones de los jóvenes patricios, primero en los recibidores de las amplias casas, haciendas y, en breve, en los ayuntamientos. Bolívar y su hermano Juan Vicente, se reúnen con sus amigos en la hacienda del Recreo, cerca de la quebrada del Guaire. Entre los muchos temas, se arroban por el acontecer del país, la necesidad de presentar una solución preclara para reactivar el comercio y eliminar los escollos de la política peninsular. La urgencia de adoptar los principios liberales que plantea el sistema de repúblicas.
Bolívar todavía no es un héroe, pero el velo de la historia comienza abrirse para darle paso. El escribano del tiempo cambia su pluma y se permite el uso de una tinta perpetua, ya que los acontecimientos que inician en abril de 1810, serán determinantes para la configuración de una nueva época. En el punto crítico de los acontecimientos de Bayona, la abdicación de los reyes es una noticia que viene en grandes titulares. En Caracas y las principales ciudades, dos tipos de patricios confluyen en una idea conveniente: la provincia de Venezuela ya no puede depender de las fluctuaciones de la política peninsular, que entorpecen los intereses de la economía doméstica, y menos si son los franceses los que gobiernan.
«Siempre es noble conspirar contra la tiranía, contra la usurpación y contra una guerra desoladora e inocua». (Bolívar)
Los mantuanos desconfían de Vicente Emparan, en vista de creerlo partidario a la causa francesa, ya que desde la usurpación del trono español, José Bonaparte no ha confirmado una nueva autoridad para la provincia, sino que continúa la gestión del antiguo Capitán y gobernador. Dentro del grupo autonómico que nombra la «Junta Defensora de los Derechos del rey Fernando VII», se encuentra Bolívar, que es enviado junto a López Méndez y Andrés Bello a Londres, en misión diplomática para buscar el respaldo del gobierno inglés, presentando los hechos del 19 de abril como un avance del proyecto independentista. Conveniente para los futuros negocios de Inglaterra con Venezuela. Pero bien es sabido cuál es el tratamiento del gobierno anglosajón, muy convencional y disimulado. No es un respaldo oficial y la ayuda tampoco es la esperada. Los jóvenes entran en contacto con la aristocracia londinense y consiguen la dirección de Miranda en la calle Grafton Way, de Fitzrovia, número 58, que les servirá de refugio por esos meses y como salón de conspiraciones para subvertir la monarquía española. Era Inglaterra, junto a Estados Unidos, quizás los únicos países donde se podía hablar libremente de política. Bolívar encuentra al legendario precursor ya maduro, y entrado en carnes, pero esencialmente el mismo en ideales y formación. Tiene el tiempo suficiente de conocer de cerca el funcionamiento del sistema político inglés y de recibir su experiencia sobre las bondades del método parlamentario estadounidense, además de la noción prima de la unión americana y un repaso detallado sobre los entresijos de la política internacional. La ventaja de aprovechar la situación de España para buscar la ruta de la autonomía definitiva. El tema de la emancipación de los pueblos no era un tema nuevo para Bolívar y sus colegas diplomáticos, el punto neural sería convencer a los mantuanos más conservadores (aquellos que temían desligarse totalmente del cordón umbilical realista), de acceder a la formación del estado republicano como tal. Un objetivo que logran al regresar a Caracas con Francisco de Miranda y por supuesto al vencer en el juego las voluntades.
La instalación del congreso republicano el 2 de marzo de 1811 y la firma del acta de la Independencia de Venezuela el 5 de julio, no fue acto de bellaquería provincial hacia un «benévolo rey español», que por oscuras fuerzas del destino había sido secuestrado por un francés desquiciado, sino que era un acto de justicia natural.
«Esta mitad del globo pertenece a quien Dios hizo nacer en su suelo».
«Yo deseo más que otro alguno ver formar en América Latina la más grande Nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria». (Bolívar)
Cuando se desploma el ensayo republicano en 1812 y logra salir como otros mantuanos por el salvoconducto que Monteverde firma a petición de amigos de la causa realista, como Francisco Iturbe, Bolívar deja atrás la dulce tranquilidad provincial de otros tiempos, su vida plácida y adinerada llena de divertimentos al alcance de su opulenta riqueza. De la confiscación de sus bienes se entera cuando llega a la inhospitalaria Curazao, así que sus días se tornan oscuros y dolorosos, llenos de hambre y desazón. La idea seductora que quizás podría haber albergado su mente, de esperar mejores épocas o las condiciones más propicias en tierras de libertad, como en Estados Unidos o Inglaterra, se disipa por una realidad perentoria: la independencia de los pueblos americanos, el quebrantamiento de la perniciosa coyunda española.
«La felonía con que Bonaparte, dice Vd. prendió a Carlos IV y a Fernando VII, reyes de esta nación, que tres siglos ha aprisionó con traición a dos monarcas de la América Meridional, es un acto muy manifiesto de la retribución divina, y al mismo tiempo una prueba de que Dios sostiene la justa causa de los americanos, y les concederá su independencia». (Bolívar)
En su paso por Curazao recrudece su dura realidad económica en vista de una deuda que Miranda había contraído en su jefatura republicana para el aprovisionamiento de Puerto Cabello, que no había cancelado, y ya que Bolívar había sido el comandante de la guarnición se lo cobraron a él. La otra limitante fueron las confiscaciones de su peculio en Caracas como medida de Monteverde en contra de los sublevados. Pero las tierras de Cartagena refinan su temple guerrero. En los pantanos consigue voluntades que lo seguirán aún más allá de los linderos neogranadinos y hasta su propia tierra. El jefe del poder ejecutivo de la provincia de Cartagena don Manuel Rodríguez Torrices, reconoce su rango y también de aquellos que lo acompañan desde Venezuela. Rápido lo anexa a las tropas. Tras ayudar en la liberación de gran parte de Nueva Granada, consigue el apoyo de la oligarquía de Bogotá para recuperar la República en su tierra natal.
Es el paso de los Andes, la barrera natural que ve la iniciación del héroe. No es el héroe creado por el mito de apologistas enfebrecidos que adulteran con cápsulas de ficción la realidad. Se trata del héroe definido como un hombre común, lleno de temores e incertidumbres, que se aferra a un sueño mucho mayor que él y se entrega al cometido sin dejar resquicio de lo que fue.
Al culminar la Campaña Admirable, ya no es sólo un oficial republicano, es «El Libertador». Un título que sus enemigos temerán y hasta algunos de sus aliados envidiarán. Recupera la Republica cuando llega a Caracas en 1813 y además de Libertador, es nombrado Capitán General de los ejércitos de Venezuela y Nueva Granada. No había sido su intención la muerte en sí misma de los enemigos de la patria o de los adeptos del rey, más que la unidad de los americanos frente a un enemigo común, al dictar su Decreto de Guerra a Muerte en el Trujillo de 1813. Aunque si se relata la masacre de Monteverde de 1812, al caer el primer ensayo republicano, comprendemos el compromiso de Bolívar con los partidarios de la causa en responder de la misma forma y hasta quizás más ruda hacia los realistas usurpadores.
«Españoles y canarios contad con la muerte aun siendo indiferentes si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida aun cuando seáis culpables». (Bolívar)
En adelante el Libertador, como indica la historiografía, irá de reveses a victorias efímeras, porque, al principio, gran parte de la población venezolana apoyaba al rey y las tropas republicanas eran nutridas mayormente con elementos neogranadinos, insulares y extranjeros. Era por eso la pertinencia del Decreto que escribió en Trujillo el 15 de junio del año trece, y los otros documentos que vinieron después para ir explicando el propósito efectivo de la independencia. La doctrina liberal que pregonaba para beneficiar a todos los americanos y venezolanos sin distinción de clase. Quizás fue su tenacidad, pero mucho más la habilidad como comunicador y estratega para aglutinar a otros oficiales (que posiblemente disputaban su título), y ganar nuevas voluntades en el contexto venezolano, como la de Páez en los llanos, por ejemplo, o Urdaneta en Maracaibo, o Mariño y Piar en el Oriente. Entonces es impulsado por la fuerza de un ejército que ha logrado integrarse y fortalecerse con la toma de Guayana y ser reconocido como otra Nación en trance de guerra por el contrincante de la Corona Pablo Morillo. Hasta que todos concurren al magno desafío de Carabobo donde se decide la victoria de sus dos sueños: la independencia de Venezuela y la unión colombiana, aunque al final de la década de 1830, la segunda agoniza del mismo modo que él, aunque por enfermedades distintas.
La vida de un héroe es complicada y henchida de pesadumbres, que puede quizás compararse a la de un monje cuya vocación no le permite llevar la vida feliz de otros hombres, y los frutos de su carrera, en el mayor de los casos, no le son otorgados en vida. Hasta el amor resulta inconcluso y efímero, es por esto la hazaña de Manuelita en ser la que logró por más tiempo permanecer cerca del Libertador, convirtiéndose en su compañera, amante, confidente, broquel de su corazón y albacea de sus papeles oficiales.
«El hielo de mis años reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da vida que está expirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú para no verte; apenas una inmensa distancia. Te veo aunque lejos de ti. Ven, ven, ven luego». (Bolívar)
Al revisar la vida de Bolívar, uno experimenta quizás la impresión de infinitud, por la vasta historiografía existente. Desde los clásicos de Augusto Mijares, Gerhard Masur, Rufino Blanco Fombona, Indalecio Liévano Aguirre, entre los más valorados, y sin mencionar la extensa colección de trabajos urdidos por los historiadores y biógrafos contemporáneos, que dan la sensación de que su existencia es demasiado larga para haberla vivido en solo cuarenta y siete años de vida. Pero esa misma apreciación explica la naturaleza de los héroes. Hombres que logran trascender su propia época por la magnitud de las obras que dejan a las futuras generaciones. Perpetuarlos dentro de un halo de divinidad y liturgia, es distorsionar la realidad histórica introduciéndolos dentro de un disfraz de ficción. Porque fue justamente su condición humana la que los realzó sobre sus contemporáneos. Aquellos que necesitaron de un héroe que acomodara su tiempo.
Simón Bolívar, por José Gil de Castro (1825)
Referencias
Bibliográficas
– BLANCO FOMBONA, Rufino. Mocedades de Bolívar. Monte Ávila Ediciones. Caracas, 2007.
– LIÈVANO AGUIRRE, Indalecio. Bolívar. GRIJALBO. Caracas, 2007.
– MASUR, Gerhard. Simón Bolívar. GRIJALBO. México, 1987.
– CASTELLANOS, Rafael Ramón. Simón Bolívar (El Hombre). MORALES I TORRRES EDITORES, SL. Caracas, 2006.
– MANUEL ARCAYA, Pedro. Personajes y Hechos de la Historia de Venezuela. BIBLIOTECA DE TEMAS Y AUTORES FALCONIANOS. EDITADO POR TALLERES CROMOTIP. Caracas, 1977.
– CATALÁ, José Agustín. Simón Bolívar (Ideario Político). CENTAURO. Caracas, 2005.
– ROMERO, Aníbal. Venezuela: Historia y Política (Tres estudios críticos). EDITORIAL TEXTO C.A. Caracas, 2002.
– PINO ITURRIETA, Elías. Simón Bolívar. BIBLIOTECA BIOGRÁFICA VENEZOLANA. Caracas, 2009.
– VARIOS AUTORES. La Independencia de Venezuela Historia Mínima. Editado por FUNTRAPET. Caracas, 2004.
Electrónicas
- Academia Nacional de la Historia:
https://www.anhvenezuela.org.ve/http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-94962016000200006
- Nuestra América contra el Imperio Español:
http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-37012010000100007
- Historiografía venezolana de la independencia:
https://www.redalyc.org/pdf/200/20013209005.pdf
Axel Blanco Castillo. Escritor venezolano (Caracas, 1973). Profesor egresado del Instituto Pedagógico de Caracas en las especialidades Geografía e Historia. Desarrolla maestría en Historia en la UCV. Ha trabajado en educación media en el área de Ciencias Sociales por más de diecisiete años. Algunos de sus cuentos y artículos han sido publicados en revistas virtuales y en la revista impresa Yelmo y Espada (salida de circulación). Ganador del Turpial de Oro en el concurso Cuentos de Amor 2015 por la Sociedad Venezolana de Arte Internacional. Es autor de los libros: Más de 48 Horas Secuestrada, Héroes y Degenerados (CreateSpace Independent Publishing Platform) y Al borde del caos (El Perro y la Rana).
🔗 Web del autor: https://axelblanco1973.wordpress.com/
Otras publicaciones de este autor (en Almiar): Tapices del delito y Juegos de cama (relatos)
🖼 Ilustraciones artículo: (Inicio) Simón Bolívar, el Libertador, Eugenio Hansen, OFS / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0) ▪ (En el texto, desde arriba) Matrimonio de Simón Bolívar, by Tito Salas, photography by Santy cardenas / Public domain ▪ Paso del ejército del Libertador por el Páramo de Pisba, Francisco Antonio Cano (1865-1935) / Public domain
Revista Almiar • n.º 111 • julio-agosto de 2020 • MARGEN CERO™ PmmC
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