Textos y fotografías por
Wilfredo Carrizales
A
caso contingencia al debilitarse la luz; quizá un crepúsculo que arrastraría la caída del día. Un signo de cerramiento que perturbaría el ánimo. Variación que podría asirse y trepar hasta las nubes, hasta los reflejos indecisos del azul.
Sustancia que se toma por donde quema. En la parte periférica una densidad, de la cual se extrae un fundamento para impresionar. Un sonido leve enamora, aunque se desconfía de su impermanencia. En potencia, se extiende la sutileza que agita las pupilas.
Multiplicidad de un atardecer único, ungido por el numen del reposo absoluto. La verja no cancela espacio alguno: más bien hace entrar en vereda que se deduce de formas fugaces. Zarcillos con el espíritu de la vida, designados a priori. Frente a todo el acontecer, un comienzo que se impone y que no culmina sólo con su despeje lento, patente, mortal…
2
Ámbito de la ataraxia. Se afirma el sustento del lobreguecer. Vísperas de la atenuación de la luz y el atrevimiento para indagar lo que se encuentra tras la explanada divina. Se recogen virtuales adornos que pronto se rizan. No se manifiestan señales de duelo en el pasaje musical que se larva de silencios, de cremados sigilos.
Entrecruzamientos impulsados a la hora del ángelus. Un pedazo de universo reaparece dentro de su atavismo. Me diluyo en la acuarela de la acción momentánea: actor distinguible en la trama. Me concierne la alegoría si procede del espíritu que discurre.
La declinación no es desengaño; tampoco sospecha. Una cresta se retuerce al amparo de la anochecida. Ninguna cima se recorta aún sobre determinado cielo. Un ruido de texturas vegetales, oscureciéndose, rehúsa abrirse paso a través del laberinto donde se embrolla lo lábil.
3
El sol parece descender, bajar hacia donde se cuece la nada. Aquí arriba, la totalidad se quema sin llamas, en ausencia de ardor. El estupor más vinculante se corre un poco hasta alcanzar el limen. ¿Entonces las yerbas se sostienen con el solo asentimiento del sequío? Se aspira la negación.
Según los espejeos, la austeridad se va imponiendo. Cierta miscelánea de la vistosidad se transfunde por medio de sobrias bocanadas. La esperanza de un alarido sordo se desvanece.
Mientras tanto, yo estaría (¿estuve?), pero mi sombra no. Me hubiera humillado un agobio, de ignota procedencia. Unas imágenes embebidas de grises señalaban horas de clausura.
Brisas o vientos se encorvaban. Así no trascendía el ensueño. (Una tinta se deslizó, alargada, en la lejanía y fue un esbozo de lomos). ¿Hubo ventanucos piróforos, concubinos de la yesca? Resurgí, sin apelación, en el hervidero de líneas y me plegué, sin queja, condescendiente.
4
Nadie más oyó lo que vi; palpó lo que olí. ¿Zumbaría la gracia en los adentros de las siluetas? Una hojarasca sin curso supliría al ritmo del atardecer. Seguidamente, estallaría la eternidad o el ayer con retazos anteriores. ¿Qué saldría, en eso, desde atrás? ¿Una casa de paja, de insectos, de cercos? Tantos principios y de continuo, la espera, lo subsiguiente, ¿el vencimiento?
La consecuencia pertenecía al aire, ente rebotando en las estancias inestables. De la simultaneidad, supe la consistencia sagaz, aquel desplazarse entre tramos y tributos. Alguien que no fui yo, tramontó el atadijo para las gavillas y dejó nubosidades valladas como gallos ilusos.
¿Y si, al final, debió ser atarragado el crepúsculo y sólo recibimos una herradura ya debilitada? El ave sobre mi mano no se obliteró. Sus plumas se facultaron para volar, con el carácter que golpeó mi paladar. Mediante los rudimentos presentí que la luz entraría tranquila en su cobertizo.
WILFREDO CARRIZALES. Escritor y sinólogo venezolano nacido en la ciudad de Cagua, Aragua, Venezuela. Entre otras obras, ha publicado los poemarios Ideogramas (Maracay, Venezuela, 1992) y Mudanzas, el hábito (Pekín, China, 2003), el libro de cuentos Calma final (Maracay, 1995), los libros de prosa poética Textos de las estaciones (Editorial Letralia, 2003) y Postales (Corporación Cultural Beijing Xingsuo, Pekín, 2004).
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