artículo por
Axel Blanco Castillo

 

Resumen

Después de 122 años de la muerte de nuestro biografiado, sería inusitado toparse con alguien que no reconozca el nombre de Arturo Michelena. Sin duda sería un caso de la más apocada ignorancia. Es que el pintor dio luces y color a una época oscura en la Venezuela de finales del siglo XIX. Confirió al procerato iconográfico las escenas más distintivas de la gesta emancipista, además de documentar la memoria física de los héroes. Su brocha transfigurada en los géneros neoclásicos, romántico y realista social, desplegaba temas alimentados por el imaginario mitológico grecolatino, todavía muy respetado en la Francia decimonónica; la historia como la gran partera de una existencia sagrada o profana, y hasta escenas de la vida cotidiana, a veces de corte intrascendente, pero donde la descripción ecléctica del contexto social, realzaba las injusticias de una sociedad en decadencia. No obstante, el desarrollo de temas históricos le abrirá el telón del reconocimiento internacional como el primer venezolano laureado en artes plásticas. Es por eso que la generación del siglo XXI reconoce el nombre de Michelena. El propio estudiantado es testigo irrevocable de un legado eternizado en el tiempo, a través textos, biografías, revistas, enciclopedias y las reseñas eventuales que en diarios y medios de comunicación nacional e internacional, se publican en homenaje del genio. Es costumbre, en el transitar cotidiano por nuestro país, descubrir que el nombre del pintor sea, en ocasiones, el epígrafe inapelable de museos, puentes, parques, calles y avenidas, instituciones, academias y universidades. Es por lo que dio por su país y lo que significó para todos, que su legado permanece vivo en nuestra memoria, aun después de tan infausta partida.

Orígenes

Hacer un cateo sobre los orígenes de los Michelena, nos lleva inequívocamente a la provincia vasca de la península Ibera, en la localidad de Guipúzcoa del antiguo Imperio Español. El primero de ellos desembarca en la región de Aragua por compromisos contraídos como funcionario de la Compañía Guipuzcoana. La entidad se convertirá pronto en el asiento propicio para la rama familiar de los Michelena que, sin dilación, echará raíces largas y perpetuas.

Es precisamente el lugar donde germina el otro ascendiente insigne que deja su huella visible en las páginas de nuestra historia republicana: José de los Santos Michelena, dedicado a la carrera política y diplomática, aunque en lo sucesivo, luego del arraigo emancipista y republicano, el talento de la familia se inclinará hacia las artes. No es raro toparse con el anecdotario del abuelo materno de Arturo, don Pedro Castillo, célebre pintor y escultor en el periodo de José Antonio Páez; y es que en la casa del héroe llega a producir obras de gran importe para el dueño del domicilio. Su progenitor y primer preceptor, Juan Antonio Michelena, presenta también su trayectoria artística, pero por circunstancias de soslayada complejidad abandonó sus pinceles por la política. Los registros indican que también su madre, Socorro Castillo de Michelena, era también diestra con las manos y llegó a progresar tanto con sus bordados y textiles, que llegaron a ser la codicia de la ascendiente aristocracia valenciana y más adelante caraqueña.

Francisco Arturo Michelena Castillo, fue el segundo hijo del matrimonio. Nace en una modesta casa en los términos de la calle valenciana Díaz Moreno, el 16 de junio de 1863. Fue una época colmada de conflictos caudillistas entre los adeptos a la Federación y los conservadores. Las convulsiones de la guerra Federal iniciada en el 59, corroe la economía al punto de que justo el año cuando nace Arturo Michelena, en pleno mes de julio, y cuando Falcón hace su entrada a Caracas con los estandartes laureados de la Federación, se gestiona otro empréstito con el propósito de reactivar la economía doméstica y renovar las importaciones. Al contrario de lo que se aspiraba, la entronización preliminar de los federalistas en el poder la caracteriza su inestabilidad política, y se evidencia en los sucesivos gobiernos provisionales hasta que en 1870 Antonio de la Trinidad Guzmán Blanco gestiona un acercamiento amistoso con los caudillos regionales.

Formación

Arturo Michelena, es un bisoño pintor entre los seis y diez años, cuando persiste en retratar todo lo que enfocan sus ojos. Su inclinación por el arte no encuentra antagonismos dentro de su familia, también inclinada al dibujo y la plástica. Las imágenes van configurando dentro de su mente una forma de pensar, diríase, casi un culto. Transcurre una escolaridad sin presiones y avanza en diversos aprendizajes. Estudia en el colegio valenciano «Lisandro Alvarado», donde su tío Pedro Castillo le enseña las reglas de la Gramática. Aunque muestra interés por otras disciplinas que lo van perfilando como una persona culta, germina en él una pericia poco común para el dibujo en tan corta edad por la madurez de sus trabajos. A los once años su habilidad sorprende a los allegados de su familia; amigos como el escritor costumbrista Francisco de Sales Pérez, que le propone ilustrar su libro Costumbres Venezolanas, publicado en el año 1877; Melchor Monteverde lo contrata para hacer unos trabajos para su fábrica de cigarrillos. Es de pensar que estos primeros trabajos por encargos, van afirmando su vocación por el arte y definen en lo sucesivo el camino que toma.

Es Sales Pérez, uno de los que apuesta por el éxito de su carrera y le gestiona por varios años una beca para estudiar en Francia. Guzmán Blanco, quien lo había incluido en su circulo de amigos, la prescinde en vista de que prefiere que el muchacho se forme en Roma. Esa negativa no dilata el surgimiento de su sino providencial. En el centro valenciano abre una academia de arte junto al gran aliado de su vida, su padre, que termina de perfilarlo en los distintos oficios: retratos, murales, paisajes, y copias de cuadros antiguos. Es sin duda una época de incesante labor, donde el genio choca con el acicate para su primer reconocimiento en la exposición caraqueña del Salón Centenario en 1883, con el lienzo Entrega de la bandera al batallón sin nombre. Allí mide su talento con obras de Tovar y Tovar, Herrera Toro, Manuel Otero y Cristóbal Rojas, insignes del género.

El niño enfermo (A. Michelena)

La academia

Es en el período crespista que obtiene una beca de 60 pesos y viaja hasta Francia, específicamente a París, para inscribirse en la academia «Julián». Jean Paul Laurens, es un maestro diestro en los recursos técnicos de la academia donde Michelena afianza su rigor ecléctico. Cuando regresa al poder Guzmán Blanco, y se entera de que en el período anterior le fue aprobada la beca, se la elimina en su totalidad. Posiblemente fue una medida sancionatoria por la negativa del genio a estudiar en Roma. En la misma academia se encuentra con Cristóbal Rojas y afianza su amistad. Como consecuencia al fallo de la beca, comienza a realizar trabajos a particulares: retratos, murales, entre otros, que lo ayudan a sostenerse y vivir dignamente. Su prestigio va rindiendo frutos. Sus trabajos van configurando un estilo descriptivo con temas históricos y de la literatura mitológica de los griegos, elementos distintivos de la escuela de Laurens.

Comienza a ser visto en los salones oficiales de París presentando obras como: Una visita electoral (1886) y El niño enfermo (1887), donde lo distinguen primero con la Medalla de Segunda Clase y luego con el máximo galardón para los artistas extranjeros: Hors Concours.

En el año 1888, expone La caridad y un retrato ecuestre del Libertador que evidencia su afición por los equinos. Aunque de los anteriores, sobre todo el último, se genera una crítica negativa que algunos expertos lo atribuyen a un momento de crisis o de transición del pintor, desde el claroscuro a la línea sobre el volumen, perfilándose por tonos menos aciagos.

Es el año 1889 el que se considera uno de los más valiosos en la carrera de Michelena, porque comienza a preocuparse por la luz. La madre joven, es el primer trabajo donde aborda la problemática. Pero es el famoso lienzo Carlota Corday camino al cadalso, donde gana la distinción suprema del arte parisino (Medalla de Oro de Primera Clase de la Gran Exposición Universal).

Carlota Corday (A. Michelena, 1889)

El laureado

Cuando regresa a Caracas a finales de ese mismo año, ya es una celebridad. La prensa de la época lo ovaciona con notables titulares y reseñas donde hacen gala los críticos más destacados. Embebido por el vino del éxito, recrea la imagen de su precioso ángel, su novia Lastenia Tello, con la cual se casa a los pocos meses en medio de una magna ceremonia donde asisten figuras representativas de la sociedad venezolana decimonónica, como el presidente Raimundo Andueza Palacio. Pero para un genio infatigable, la vida es la recreación del entorno. Las ideas lo turban condenándolo a su mayor placer, el dibujo, la indagación de la luz. Sale nuevamente del sosiego caraqueño a París. No acaban los encargos. Surge su épica Pentesilea de una bruma romántica y neoclásica: la batalla milenaria entre las amazonas y los griegos, expuesta en el mismo salón parisino, que logra el éxito rotundo.

Los rigores de la tuberculosis deprimen su salud, aunque el genio no cesa de mover el pincel, de perseguir la luz, de encontrar la forma de enfocar la idea y describirla con las imágenes. En 1892 compone La vara rota, donde describe la brutalidad y crueldad de la embestida del toro a un caballo en plena corrida, en medio de la estupefacción de los personajes. La vivacidad de los colores y la descripción del movimiento, son solo el abreboca de tan magna obra. Es aclamado por la élite parisina. Todos concurren en Michelena y por consecuencia los encargos lo sobrepasan en demasía. Es posible que por sus pensamientos transcurra la preocupación de no poder quizás concretarlos debido a su salud. Concluye una serie de ilustraciones para una edición del Hernani de Víctor Hugo y, por recomendación médica, decide regresar a Venezuela, en busca de un ambiente más terapéutico.

Para 1892 su barco va acercándose a la Patria que fue testigo de su luz. De lejos, como suelen decir los cronistas, la Guaira puede verse hundida en un banco de niebla. Posiblemente así se sienta Michelena, en medio de la incertidumbre de su enfermedad. Lastenia está a su lado, quizás sea ella el único aliento destinado a vigorizar sus últimos días.

El encargo de Crespo y la despedida

Dos vidas estacionadas en una tierra alta: Los Teques. Decían por esos tiempos que el frio era el clima acertado para lidiar con la enfermedad del siglo. La tuberculosis podía tornarse como un gran monstruo mitológico que atacaba por dentro. Es que por esa época su tratamiento preventivo si no ineficaz, era nulo. Apenas la pareja se ubica, comienzan los encargos. En el año 1895 se muda a Antímano donde hace trabajos experimentales para explorar con mayor intensidad la luz. Es aquí donde el presidente Joaquín Crespo le encomienda la realización de los murales del Palacio de Miraflores. Obras que serán atesoradas por la posteridad como un legado, no solo de índole artístico, sino histórico.

En los ochenta años de la muerte del precursor, se le asigna una obra relacionada y surge: Miranda en La Carraca, cuyo modelo es Eduardo Blanco, el autor de la novela Venezuela Heroica. Pero la puntillosa enfermedad lo consume día tras día. Las fuentes revelan que Michelena a pesar de acabar postrado a un camastro, sigue pintando con unas extensiones de madera donde en la parte superior ha logrado amarrar sus brochas. Es posible que los temores de la muerte influyeran en la selección de sus últimos trabajos: Los milagros de los cinco panes, La última cena y Las bodas de Canaán. A pesar de no haber acabado los dos últimos, es resaltado como el gran artista sacro del país.

Retrato de Lastenia Tello, por Arturo Michelena

La Caracas de 1898 es la última sultana que lo despide. Había sido trasladado para procurarse un tratamiento efectivo que restaurara su salud. Pero curar un mal tan aterrador, en un siglo tan prematuro a los saberes de la ciencia, era inverosímil. La agonía es lenta en Michelena. El 29 de julio le viene a ratos la opresión en el pecho. La tuberculosis es extensiva en los alvéolos. Sus pulmones gradualmente endurecen templándose en una asfixia desesperante. Su esposa, el resto de sus familiares y allegados, viven la zozobra sin poder evitar lo que viene, hasta que después de mucha incertidumbre, todo pasa. La vida del más grande pintor de Venezuela, finalmente, se ha extinguido.

No obstante, después de su partida, podemos percibirlo en la luz de sus obras. Su alma irradia el mundo que una vez conoció y pintó. Como héroe al galope de sus bestias predilectas, sigue una cumbre infinita hacia la luminosidad redentora que en un momento de su vida pudo salvarle.

 

 

Referencias consultadas:

Bibliográficas

  • HERNÁNDEZ, Tulio. Rostros y Personajes de Venezuela. C.A. EDITORA EL NACIONAL. Caracas, 2002
  • PALMA, A. Douglas. 150 Biografías de Personajes Notables de Venezuela. PANAPO. Caracas, 1997.
  • GRILLET, Roldán Esteva. Desafío de la Historia. Carlota Corday, la asesina de Marat, pintada por Arturo Michelena. C.A. EDITORA EL NACIONAL. Caracas, 2008. Págs. 76-79.
  • SISO MARTÍNEZ, José Manuel. Historia de Venezuela. Editorial DISCOLAR. Caracas.1973. Págs. 227-230

Electrónicas

  • Arturo Michelena. Luis Rafael García Jiménez:

http://servicio.bc.uc.edu.ve/postgrado/manongo26/26-1.pdf

  • Arturo Michelena. Galería de Arte Nacional:

http://gan.fmn.gob.ve/sites/default/files/gan/multimedias/pdfs/genio-y-gloria-de-artro-michelena-3357.pdf

  • Academia Nacional de la Historia:

https://www.anhvenezuela.org.ve/http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-94962016000200006

 


 

Axel Blanco Castillo. Escritor venezolano (Caracas, 1973). Profesor egresado del Instituto Pedagógico de Caracas en las especialidades Geografía e Historia. Desarrolla maestría en Historia en la UCV. Ha trabajado en educación media en el área de Ciencias Sociales por más de diecisiete años. Algunos de sus cuentos y artículos han sido publicados en revistas virtuales y en la revista impresa Yelmo y Espada (salida de circulación). Ganador del Turpial de Oro en el concurso Cuentos de Amor 2015 por la Sociedad Venezolana de Arte Internacional. Es autor de los libros: Más de 48 Horas Secuestrada, Héroes y Degenerados (CreateSpace Independent Publishing Platform) y Al borde del caos (El Perro y la Rana). 

🔗 Web del autor: https://axelblanco1973.wordpress.com/

👁 Otras publicaciones de este autor (en Almiar): Bolívar: su tiempo y la trascendencia del héroe (artículo) y Juegos de cama (relato)

🖼 Ilustraciones artículo: (Inicio) Arturo Michelena in his studio…, Unknown author, Public domain, via Wikimedia Commons ▪ (En el texto, desde arriba) El niño enfermo. Paris 1886Carlota Corday 1889Lastenia Tello de Michelena. 1890 por Arturo Michelena, Public domain, via Wikimedia Commons.

 

Más artículos en Margen Cero

Revista Almiar • n.º 112 • septiembre-octubre de 2020 • MARGEN CERO™ PmmC

Lecturas de esta página: 530

Siguiente publicación
Detrás de aquellos ojos se guardaba un secreto Cuando los…