relato por
José Antonio Morales (Vautrin)

 

U

sted sabe, querido lector, que él es un sujeto de muchas vidas, que sin ser crucificado anda ya en boca de todos. Sólo aspira vivir del asombro en la tiniebla celeste de sus vidas circulares. Su descendencia lo llevó a éste crimen impune. La calle estaba desierta; en el árbol de la plazuela, el prócer José Antonio amarró la mula mientras caminó por el lugar: fue una de las crónicas. La campana de la iglesia retumbó al momento que el presidente llegó a la comisaría del lugar. Es una mazmorra subterránea, pestilente a hedores empolvados en tiempos de Medina. El abuelo Venancio estaba sentado en el sillón de mimbre con las botas encaramadas a la mesa. Rememoraba: ¡Páez amarró la mula en esa esquina de la plaza y vino a sentarse en éste escritorio! —se decía el abuelo— evocando la crónica. Decidió fumar tabaco, quitarse el camisón, una guayabera dejando al aire su esplendida barriga ensopada de sudor. Sonaron de pronto unos pasos, lentos primero, afianzados y rudos después:

—¡Buenos días! —dijeron en tono hosco—. Alguacil Venancio. ¡Caramba! ¡Qué comodidad!

Se trataba de un hombre regordete, de calva pronunciada, trajeado de frac gris. Bastón en mano. Venancio ni siquiera lo miró puesto que estuvo distraído leyendo el diario de nueva circulación local. La reprimenda vendría.

El presidente se le acercó al escritorio propinándole leves golpecitos como para que el alguacil levantase al menos su rostro. Tuvo que molestarse.

—Mire, alguacil —prosiguió Medina—, ando por aquí buscando al comisario encargado, me han llegado rumores de que aquí en la provincia quemaron la imprenta de María, y de que, unas beatas sinvergüenzas, acusaron al vicario de violador. Me gustaría que fuese usted a buscarme al comisario Itriago, ahora mismo.

El alguacil Venancio, siguió metido de cabeza en el periodiquito, soltando guiños con lo que leía sin saber con quién hablaba de manera descortés al que repuso:

—No, qué va, bordón —comentó— el comisario Itriago debe andá quién sabe si montando las mulas del pueblo. ¡Vaya usted a ver adónde se habrá metío! ¡Estoy leyendo la prensa!

El presidente lo increpó:

—¡Le habla el presidente general Medina Angarita, carajo! —le gritó—. ¡Muévase y búsqueme al comisario! Es una orden.

Venancio se levantó de un respingo. Al divisarlo atisbó al señor de coto circunspecto meneando su bastón. Para el entonces ni la televisión ni los afiches habían llegado a la provincia mostrando el rostro del presidente Medina. Sólo una que otra ocasión por alocución radial. Medina venía a la provincia ya que había contraído nupcias con una mujer del lugar llamada Irma Felizola.

—¡Coño, quién me manda! ¡Dónde se habrá metido mi comisario, caraj…!

Mientras se volvía a calar la sudada guayabera el general lo veía con ojos fieros y Venancio se percató de que era cierta la cosa, unos caballeros trajeados de flux elegantes bajaron de súbito a la comandancia subterránea haciendo de pretorianos del presidente. Corrió y en menos de una hora encontró al comisario Itriago jugando en una gallera y lo trajo para rendir cuentas al general. Le contó la anécdota a toda la generación y el suceso fue registrado como un extraño logro de la comisaría.

 

Pasaron los años. Cien para ser exactos. Llegó el facebook, el reggaetón, el chavismo y los tríos carnales. No hay papel higiénico, no hay luz ni agua. En la misma plaza donde cien años atrás estuvo la comandancia subterránea, hoy existe una discoteca: Animalia lleva por nombre.

 

1:30 am. Pasillos estrechos/ Afiches de Shakira/ Piso lustroso/ Luces de colores/ Ron/ Cervezas/ Humo de Cigarrillo/ Marihuana/ Lsd/ Creping/ Barriguitas al aire/ Tetas/

Dos mujeres vestidas de forma insinuante estaban solas en la barra. Pareció como si buscasen fortuna pero hallarían el crimen sin querer. La gente se tropieza sin cesar y la bulla poco deja oír entre lo que se habla. Aquí poco importa la rectitud.

 

—¡Mira esas bichas —le dijo el Jackson a otro— ¡Vamos a caerles!

Jackson y el otro le acortaron distancia como lo recomienda Esteban Lara, el experto en el arte de la seducción. Ellas lo notaron sin importancia. Sonaba un reggaetón trancao: ¡Si necesita reggaetón dále, sigue bailando mami no páre, acércate a mi pantalón dále, vamo a peganos como animále…!

—Chica… ¿bailamos?

… sigue bailando mami no páre …

Una de ellas: pelirrojo/ tacones altos/ piel canela/ minifaldas/ Contemplan el sitio. Les pareció espantoso para lo que estaban habituadas en la ciudad y…

—No gracias —le respondió la hembra. El Jackson se lo tomó a mala gana pareciéndole una vocecilla de toque sifri en esa tipa engreída.

Otros, se le acercaron con tragos en la mano para ofrecer: ¿bailamos? ¿Un trago? ¿Cerveza? ¿Whisky? —No, chicos, gracias —replicaban ellas aunque sin ningún dejo de petulancia. Simplemente no querían.

… vamo a pegáno como animále …

Hasta que al fin aceptaron dialogar un poco para medir cómo eran aquellas gentes de miradas agresivas con propuestas indecentes. Los demás divagaban:

—¡Esas tipas qué mierda se creen! Seguro son prepagos aparentando que no lo son—dijo el Jackson—. ¡Putas!

—No, seguramente son médicos, veterinarios, odontólogas —comentó alguien entre un merengue que sonaba.

—¡Vaya usted a saber! Deben ser hijas de un viejo billetúo de allá arriba.

—O tal vez unas chulas de oficio buscando los ricos de aquí.

—Escuché algo—añadió uno de la pandilla—, algo como que se le quedó su iphone en la camioneta. Fue la pelirroja.

—¿Iphone? ¿Camioneta? —repitió el Jackson— ¡Coño! Si así es la vaina, entonces vamos a llevárnoslas pa’ pedir el rescate.

Los compinches soltaron carcajadas. Ya estaban cansados de insistirles y entonces todos decidieron caerles en conjunto como los perros.

La otra nena: largos cabellos negros/ mirada acuosa/ sonrisa fingida/ senos abultados ocultos en ceñido escote/ pantalón ajustado/ coqueta/ aire urbano/ blusa de rayas naranja/

—Mira, chama—soltó el Jackson—, de aquí podemos seguir la rumba en mi finca. ¿Sí?

Sonaba Olga Tañón: no te dejes engañar… por lo que parece hermoso… el amor no es solo sexo… el amor no es solo gooozoo…

—Guarda tu finca para otra —contestó la pelirrojo alzando la voz—, de aquí vamos al hotel, varoncito iluso. Tenemos nuestras aficiones.

—En vez de dormir, podemos ir a mi casa: piscina/ smirnoff/ soleras/ salón interno de baile/ marihuana/ crack/ porros/ orgías/ brujería/ swinger/  ¿Quieren?

—Ya tenemos nuestro compromiso —zanjó la cabellos negro—, música, smirnoff y marihuana ya cargamos. Muchachos traviesos. ¡Vayan a montar a las mulas! Ja, ja, ja…

—Bueno, chama, te  doy  diez  mil  bolos  por  ésta  noche—propuso el Jackson—. Háblame claro y más ná, tienen pinta de jíbaras ustedes, nenitas.

 

…es mentiroso ese hombre… es mentirooosoooo…

 

Ellas se levantaron y se dieron un largo y prolongado beso. Todos quedaron enmudecidos en el acto.

—Dinero ya tenemos, chicos traviesos —dijeron las pibas al unísono—. Así somos y nos gusta.

—No importa, hacemos un trío —comentó uno en tono de zumba—. ¡Perras malditas!

La piba cabellos negros se colocó en medio del grupo de buitres y les preguntó a boca de jarro sobre un caballero que tenía rato en la barra, solitario, caviloso, vestido de franela negra, pantalón negro, sin sacar a bailar a nadie. La ley de Murphy impera.

—¿Quién? Ah, tú dices el chamo que está al final de la barra —respondió el Jackson—, ése anda a pie, a veces le brindamos las cervezas, viste bien pero prestado, reloj feo, zapatos feos, vive con su abuela en una simple casucha de barro, ni tiene finca ni reses o novillas. Es medio loco, se la pasa recordando a todo el mundo que su bisabuelo, hace cien años atrás fue regañado por un tal presidente. ¿Qué te puede ofrecer ese carajo, chama?

—¿Cómo se llama? —preguntó de un brinco la pelirroja—. ¡Quiero conocerlo!

—Vautro. Se llama vautro, dicen que padece de locuras mentales, habla que vive muchas vidas, un heladero dijo que lo vio masturbándose en un solar —manifestó un lugareño con saña—, que se la pasa en la esquina de la escuela ofreciéndoles helados y chupetas a las carajitas. Dijeron que le gusta hombre por mujer igual y que viajó a Cuba junto con un militar para tirarse un chamito.

Con la pertinencia propia del género femenino las dos pibas aceptaron bailar con los buitres pandilleros desde el Jackson hasta sus compinches. Pero sólo era una treta mujerina que pronto buscaron tropezarse con Vautro, el sospechoso a ojos de todos aquí.  A las 4 de la madrugada las pibas habían logrado empatía con Vautro y se lo habían llevado en la camioneta. Pero la pandilla del Jackson los siguió llegándoles al estacionamiento del hotel donde pernoctaban las hembras:

—¡Quietos ahí! —les gritaron.

Eran puras 9 milímetros/ Beretas/ Kalavnikov/ Granadas/

—¡Nada! ¡Zorras! Si se mueven las quebramos. ¡Esto es un atraco!

 

Eran 13 tipos. 13 son los compañeros de la vida, 13 son los compañeros de la muerte —les dijo Vautro—, mientras ellas decían que estaban viendo una bestia con tres filas de dientes, piel color sanguinolento, cuerpo de león y cola de escorpión: ¡un mantícora! ¡La curva de gauss! —gritaban las mujeres con ojos desorbitados.

Se los llevaron por unos montes apartados y solariegos: —¡Nada, nada! ¡Las vamos a cogé aquí, putas! —les decían los pandilleros con hosca maldad.

Es una camioneta Ford Runner, color negro, 4×4, Toyota, en cuyo vidrio trasero había una estampa rubricada: «U.C.V, facultad de sociología». Manejaron por los alrededores del cementerio. Las tumbas se veían con sus cruces esparcidas, chispeadas de bruma y mastranto. Eran las 4 y algo de la madrugada. El Jackson iba al volante y ordenó requisar todo. Las dos tipas junto a Vautro iban amarradas en la parte trasera.

—Mira, mira, mira —dijo un hampón—, las pibas tienen yerba de la buena, son rudas. (Risas)

En efecto, se metían sus rayitas de vez en cuando y más nada. ¡A quien joden con eso!  De repente agarraron a la pelirroja: —¿Ves el cañón de la beretta? Ah, tipita.

Ella asintió con la cabeza.

—Pues, si se te ocurre denunciar algo, te voy a meté un pepazo por esa cuca —reveló el Jackson—. ¿Me entiendes? ¡Zorra drogadicta!

Volvió a asentir.

—Son profesoras —dijo otro pandillero— al percatarse de que en el espejo retrovisor pendían unos carnets distintivos: «Paola Arteaga, y Ángela Monzón». Profesoras U.C.V. ¿Qué hacen ustedes tan lejos de la capital? ¡Putiando!

En discoteca Animalia hubo una conjura contra las pibas que vieron irse con Vautro: las tipas decían que estaban viendo tigres con un solo ojo, perros con alas de loros, jirafas con cola de escorpión y cosas bien locas. Los hombres de Animalia, resentidos por los rechazos, dijeron a un policía que esas bichas cargaban varios paneles de cocaína, vendían y guelían de lo lindo.

Bordearon la parte trasera del cementerio: —¡Bájense! —ordenó el Jackson.

Desnudaron a las chicas. Los 13 carajos enloquecieron, lanzando gritos, guiñapos, tiros al aire: ¡Pop! ¡Pop! ¡Bang! ¡Ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta! ¡Pop! ¡Pop!

Ambas mujeres decían que veían escorpiones gigantes y el Jackson las increpaba: —No van a ver escorpiones, si se meten unos pases de gorilas. Bichas fumonas. Cargan poco pero mañana aparecerá más.

—Tú, profesor loco —le gritaron a Vautro—. La gente sabe y dicen que estas frito pal coño. El único que va a zingar aquí eres tú. ¿Entiendes? ¡Vamos! ¡Cógetelas! Y quedarás libre de toda culpa. Te dejaremos lejos en un paraje solitario. ¡Cógetelas, mono lascivo!

Primero, no quiso, aunque con una Beretta apuntándole a la cabeza empezó a ceder. Los caballeros de la noche le agarraron las manos a Vautro, se la ponían en los percutores y gatillos de los fusiles y beretas como para que quedara la evidencia culposa. Hicieron que Vautro disparase todos los fusiles, como se sabe, atrás del cementerio, casi amaneciendo: ¡Pop! ¡Pop! ¡Ra-ta-ta-ta-ta…!

Aquí el simple hecho de existir molesta y es sospechoso. En Animalia anverso y reverso poco importa. Son habitantes inspirados por la crueldad vista como forma de convivencia.

 

El suceso fue toda una novedad en diario últimas noticias: «Asesinadas dos mujeres en el cementerio de Animalia. Torturadas y violadas antes de ser ultimadas por el asesino. Así lo enfatizó el comandante de la policía Jackson Ramírez quien se apersonó al lugar del suceso para recolectar evidencias de interés criminalístico. Los indicios hallados en la escena del crimen están siendo analizados por los forenses».

 

Dos semanas después: se hizo llamar hijo del presidente y regresó en aires vengativos.

El comandante de la policía estaba sentado leyendo la prensa, botas encaramadas al escritorio. Fuera de la comandancia estaba aparcada la Ford Runner 4×4 color negra. Las llaves estaban en el escritorio del comandante Jackson:

—¡Buenos días! —dijo un sujeto trajeado de frac gris, barba rala, lentes oscuros y un vozarrón circunspecto. Grata sorpresa.

—¿Qué desea, caballero? —replicó el comandante Jackson Ramírez sin quitar sus ojos del periódico.

—¿Encontraron al fugitivo que mató a las pibas buenotas? Hace dos semanas —agregó el sujeto—. ¡Bang! ¡Pop! ¡Pop! ¡Ra-ta-ta-ta-ta-….! Cementerio/ Droga/ Amenazas/

El Jackson soltó un guiño:

—Jum, y ¿quién eres tú para darme ordenes a mí?

—¡Soy Vautro Angarita carajo! —gritó al tanto que desenvainó…

Jackson dio un brinco de asombro aunque fue tarde cuando la bala lo traspasó: ¡Pop!

 

Un solo disparo en la frente signó la fuga del profesor loco, Vautro Angarita, el justiciero de vidas dispersas morador de Animalia. El Jackson quedó para la foto: sentado en el sillón de cuero del abuelo con sus brazos inertes tocando el suelo.

 


 

José Antonio (Vautrin) Morales Álvarez. Autor venezolano. Tiene cuatro novelas, un libro de poesía y un libro de relatos, inéditos todos ellos. Ha publicado en la Revista digital Negro sobre Blanco (Venezuela) su relato La noche de Krausser.

🔗 Web del autor: El Laberinto de Zardomeda
ellaberintodezardomeda.blogspot.com.es/

🖼 Ilustración: Fotografía por efes / Pixabay [public domain]

 

biblioteca relato José A. Morales (Vautrin)

Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero) n.º 98 mayo-junio de 2018

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