relato por
Angélica Labrada
Y
o solo iba por un jarabe; la tos no era tan fuerte, pero el jarabe sí y me mataba por horas, dormía tan profundo que olvidaba incluso la vida. Eran las siete de la noche, temprano para la delincuencia, tarde para mi reloj personal, un horario sin mucho sentido para la trifulca que me tocó presenciar en el mostrador de la farmacia.
Nadie sabe con certeza qué lleva y qué vive en cada persona que entra a este lugar; yo quería drogarme de alguna manera, hacerlo seguro, con la tranquilidad de que el medicamento en sí mismo solo me ayudaría a dormir mejor.
Él, iba con urgencia, con la necesidad a flor de piel de poder surtir la receta, la preocupación en su rostro no era la mía, y, ante eso, la vergüenza me hizo bajar los ojos.
La discusión era evidente, un medicamento controlado que no podían surtir porque la receta ya tenía dos semanas de haber sido expedida por el médico. Esa es la regulación según escuché antes, no se puede, no deben venderlo de esa manera, existe un supuesto control de esto que desconozco el porqué y para qué.
La desesperación de él ante la negativa del dependiente lo enojó, llamó a su médico desde ahí, el médico dijo que no había problema por la fecha de la receta y aun con eso, el dependiente le dijo tajante que era imposible venderle su medicina.
Arrebatado ya en su sentir, se hizo de palabras con él, una tras otra, más altisonante la que secundaba a la primera, fueron segundos en los que yo, con jarabe en mano, pedía con urgencia y en silencio que la mujer de la caja se apurara a cobrar.
No hubo mucho tiempo. El dependiente se sintió ofendido cuando le dijeron «pendejo» y saltó del mostrador contra el cliente al que le negaban su medicina.
Apenas pude hacerme de lado porque era imposible correr, tenía a espaldas los anaqueles de artículos de limpieza personal y justo en el pasillo por el que se podía salir se daban a golpes dos hombres enojados, respirando con dificultad sin dejar de soltar a los dos lados sus brazos y manos con la intención de dar en el otro.
Escuché que alguien dijo que habían llamado a la policía, no había pasado ni un minuto de la danza de golpes cuando se soltaron lentamente, dándose un respiro, una tregua, pensé que la trifulca había terminado. La histeria del resto de las personas detrás de ambos lados del mostrador no era la mía, yo solo estaba ahí por un jarabe que no era urgente, quizá por eso no pude reaccionar cuando el hombre que no obtuvo su medicina sacó de entre su ropa un arma.
Giré la cabeza buscando a la cajera, le recriminé con mi mirada su lentitud para cobrar y a las otras dos personas su lentitud para hacer algo. Seguía encerrada en el pequeño espacio enfrente de la caja y los anaqueles, el disparo lo escuché lejano y aunque sentí que me desvanecía no tuve miedo.
Caí de costado, no me dolió el golpe. Perdí la fuerza casi de inmediato porque el jarabe que estaba en mi mano rodó frente a mis ojos, a los pies de los que por fin habían dejado de pelear. Tampoco tuve fuerza para repetir que yo iba solo por un jarabe que ni siquiera era urgente.
Angélica Labrada. Es una autora mexicana. Recientemente ha publicado su primer libro de relatos: Bifurcados (gonvill.com.mx/libro/bifurcados_40440001)
@AngieTij
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Ilustración relato: Fotografía por squarefrog / Pixabay [dominio público]
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 107 · noviembre-diciembre de 2019
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