Textos y fotografías por Wilfredo Carrizales
El agua
O
ndulo en el interior del agua y no suelto lágrimas. Los destellos siguen el curso que les indico. Nazco en el agua aún no caída: mi acceso hacia la vertiente en mudanza. Una fuente se prescribe ante mí: la heredad que me atraviesa los sentidos, mi alimento en recolección. Salvo la inclusión de todos los elementos que emulsionan para hacer del agua una corriente de intermitencias, aperturas y descubrimientos y tiro hacia su estela con la fórmula donde me asocio.
Ella y yo nos destilamos de continuo y nos afanamos por no ser angélicos ni benditos para blanquearnos en la sed de los refrescantes, de los que son fieles a las porosidades de la arena.
Sumando zumos en la orilla, aceptando el fluido infuso en cocimiento de gases. Crudeza del blancor que se agita para tornarme azulenco, mientras mi cuaderno se humedece y prepara su sedante y un aroma de cerrazón. Arranco mis guijas y las arrojo a la cristalización que se anuncia desde el fondo. De lejanías, las lluvias asumen lo suyo en el caudal más abultado. Y la nieve buscará su azar.
Placer para evitar los estorbos encima del agua y fluir para ser aun más cavidad, sin napas pertenecientes a la acción herrada. Y la mansedumbre lleva y mece al agua en su entrada en los intervalos de limpidez y aplomo. Así resulta la condición de lo pluvial, en ausencia de vanos ruidos.
Junto a ella padecía de vidrio y visiones de esclusa. Empero le brotó un predio para mi creciente y dominé la horizontalidad que tendía a huir. Entonces mané con fuerza los resúmenes de algas entre vaivenes de oblicuidad. Se llenaron mis chanclos de equinoccios, del último al cuarto, y me supe exento de alumbrados calcáreos y empobrecidos y bajé una vez más a la sima menor.
Vivía viviendo en su novilunio con los pasos no conducentes de temblores. Abajo las oposiciones avisaban sus desboques y las causas quedaban grabadas con tintas de transparencias.
Me preservaba para no concluir flotando como antes solía. Antiguo era mi estado de moción y cómplice del peligro. Fui capaz de escribir sobre el agua las historias de encharcamientos y alguien deshacerlas quiso y lo aguachinó el enojo y sus dedos se diluyeron en sudor de moho.
Llevaba siempre el agua en la boca, corriera o no el tiempo y sus empeños. Requería el líquido en su zarandeo y, de ese modo, alcanzaba la imagen perdida del molino adjunto a las piedras y a las aguadas de golpes y de garrafas. De adelante bebía las aguas del regocijo, sumergido en mi inocencia, puesta temprano en remojo para evitar su elipsis.
Nadaba entre múltiples aguas y su flor me proveía de gotas que ocurrían sin rupturas. Me evidenciaba en juegos con jarras y niveles de leves trastornos. Había derrames y rocíos y un borbotear de grifos en menguante. Captaba, de inmediato, los hisopos escondidos en medio de cabrilleos y coces y los tomaba y boyaba con ellos hasta el límite del chaparrón. Una fiesta con anhelantes meteoros espurría en la ribera y una hidromancia se avenía a mi tajo y adivinaba de las norias los trasvases de mayor resurgencia. Y en el abrevadero con oleajes robadizos me acuclillaba para sorber formas de las esmeraldas y no espantarme los gustos.
La luz
D
e la claridad quise ser el agente, pero me hice demasiado invisible. Entonces una combustión de éter trajo luz y los cuerpos se elucidaron. El día se desvió hacia su centro e iluminó mis ojos interferidos. Percibí corpúsculos sobre el lienzo limítrofe de la atmósfera y me di a la reflexión.
Radiaciones se aproximaron a velocidad de absorción. En el vacío se difuminaron las ópticas sin principios. Unas ramas se sintieron válidas para deformarse y ondular en otra naturaleza más ignota. Entretanto me ocupaba de mi visión que se polarizaba dentro de la estructura de lo incoloro asaz ágil. Modifiqué luego mis fotones irresponsables y cayeron dispersando sus propiedades ya caducas.
Me preocupé, en vano, de unos simulacros de películas volando delante de mí. Resultaron anillos venidos de una edad sin fundación. Acepté esa fuga para no verme expuesto a una agresividad que me hubiese vuelto tenue, de una opacidad casi espectral. Elaboré de la nada unos prismas lanzadores de haces de manchas en percusión. En el acto, se mezclaron síntesis de fragilidades con polvos productores de rayos y chispas y el fenómeno me estancó por largo rato.
Desde un soporte de troncos me sentía imponderable, capaz de llenar mi espacio y todos los espacios anejos. Además pugné por no desacreditarme a mí mismo, aplicado ya a descartar mi sombra. Recibí el aporte de una desconocida sustancia disgregada en incoherencias de sustos eléctricos. Entonces vibré entre coloraturas exentas de rigideces y que lograron sostenerme.
Me alejé de los efectos enceguecedores de la ignición de los aires inmediatos. Tenía que procurarme una estrella a pleno mediodía para adecuarme a mi vector de visibilidad. Fui exageradamente sensible a las curvaturas del infrarrojo y quedé probando la dimensión de mis imágenes más crudas.
Luz en mi perímetro de secuencias en serie. Recibí el nombre de las luminarias amoldadas a su ritual. Verdes transformados en azules segregaron sus fusiones sobre mis párpados y hube de rallar con énfasis las gemas provocadas. La obra resplandecía con sus necesidades de eclipses diminutos. De mi inconsciencia saltaron provisionales ennegrecimientos que parirían velones mucho después.
Acá, en el fondeo de sombras, aparecieron destellos de piedras y se posicionaron de costado para movilizar sus mensajes. La pirotecnia se frustró y acabó en flashes cenicientos y tristes.
Calentaban unos relámpagos venidos del seno de un amanecer en recuperación. Por todas partes se exteriorizaban bajo la presión de órbitas solares. Mi vigor se robusteció entre luces reflejas y primarias y antes del verano comí decoración de primavera.
Al ocaso, los fuegos eran insectos parpadeantes y sus formas se unían para chamuscarme. Desde mi turbiedad luché por la transparencia y derroté a los abismos que quisieron cerrarme el paso.
Lo que dormía en mí, pronto despertó exaltado por la probable extinción de la oscuridad. Mas el estamento de la luz pesaba más y lo peculiar de su danza no permitía errores de apreciación. Testifico aquí, en este ahora, que la iniciación de la luminiscencia estuvo precedida por un misterio de rupturas mudas. Solo un candil fue capaz de superar la agonía de morar en un rincón.
Desde el cenit descendió un camino largo de luz blanca directamente oscilando. Lo recorrí en mi propio alborear y me dio la estampa tranquila para la velada del mañana.
Los recuerdos
L
os recuerdos son un puente que comunica con todos los pasados: evanescentes, soñados, ficticios, imaginados, indemnes, reconsiderados, traspuestos… Y el agua que cruza por debajo de él va lavando lo que se supone pretérito en los atardeceres y noches intemporales.
Dejo que los recuerdos transiten por donde quieran y se vayan enredando con evocaciones recurrentes o no. No intento retenerlos: sería un acto por demás inútil. La memoria que se atenga a sus circunstancias y sufra pena o disgusto o un atisbo de alegría momentánea.
Recuerdos que despiertan otros recuerdos y éstos a su vez unos más hasta formar una caravana moviéndose con lentitud a través de dunas espejeantes, donde hay figuras que se entremezclan.
Me provoco recuerdos al volver a mirar los senderos envueltos por la neblina. Las horas se hayan empapadas y avanzan incómodamente con el peso de la humedad. Estoy solo, pero muchos ojos me observan y anhelan halarme hacia sus recodos. Me rehúso sin hablar y provoco susurros.
Suscitación de recuerdos en las orillas de los estanques. Hay innumerables peces muertos por la contaminación de las aguas. Las moscas se pelean por el festín y sus zumbidos me embelesan.
Conservo los recuerdos que puedo ampliar de mil maneras. Reminiscencias que son ideales para incorporarlas a un libro, cuyas páginas se desprendan con facilidad y puedan ser reemplazadas por otras que posean la misma fragilidad y puedan ser rasgadas por el viento y la lluvia en acción conjunta y simultánea. No hago mención de huellas, porque de antemano se han retirado.
Recuerdos guardo ante mi presencia repasante. Los vestigios de hechos —acaso felices, acaso ingratos— acuerdan resonar en mis tímpanos para tratar de recuperar unos dejos antiguos que a mí ya no me sirven. Mejor sería levantar estelas entre las nubes y apuntar sobre ellas datos inconexos.
Mantengo recuerdos parecidos a ofrendas dadas por manos desvirtuadas y en proceso de alejamiento definitivo. Ninguna tentativa de alusión se me ocurriría para ajustar mis palabras a lo que ha cribado la omisión. Demando una lucha sin tregua contra la amnesia, aunque pueda salir derrotado, sin capacidad para retroceder y solo recurrir a estratagemas de la mente.
A veces, procuro fijar recuerdos valiéndome de referencias a monumentos o columnas. Empero este recurso es harto desdeñable. No olvido que los objetos también mutan delante de la vista y lo que creímos haber mirado nunca existió o estuvo en algún lugar que jamás visitamos. Entonces los no recuerdos corroboran las sandeces del cerebro que no termina de emerger de sus perplejidades.
Grabo recuerdos del lodo y los incrusto dentro de muros extintos. Podría llevar a cuestas los cipos más memorables, aquellos que me fueron aptos para señalar distancias ímprobas o para indicar caminos que se perdían con frecuencia bajo la lluvia o las nevadas.
Me refresco con los probables eventos de otros septiembres y me despinto para exhumarlos con desgano y negligencia. ¿Para qué perpetuar hechos cuyo destino es ser tragados por la bruma de la desmemoria? La mala cabeza hace estragos y enreda de continuo las fechas, los escenarios, los personajes, los diálogos, las promesas… Si arrastro las remembranzas, ya no son tales, sino un vademécum retorcido y sucio que irá a parar al foso de los desechos.
Wilfredo Carrizales. Escritor y sinólogo venezolano nacido en la ciudad de Cagua, Aragua, Venezuela. Entre otras obras, ha publicado los poemarios Ideogramas (Maracay, Venezuela, 1992) y Mudanzas, el hábito (Pekín, China, 2003), el libro de cuentos Calma final (Maracay, 1995), los libros de prosa poética Textos de las estaciones (Editorial Letralia, 2003), Postales (Corporación Cultural Beijing Xingsuo, Pekín, 2004). En 2021 publicó El ángel con espada y otras muertes (Cinosargo Ediciones).
zalesw [at] yahoo [dot] com
👁️ Enlace relacionado: Tanatología de un ángel con espada (reseña del libro).
Revista Almiar • n.º 125 • noviembre-diciembre de 2022 • 👨💻 PmmC • MARGEN CERO™
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