Noviembre


Podríamos empezar por el principio, pero eso está ya muy visto. Empecemos por aquí: una habitación de hotel, una puerta del minibar abierta y batiendo contra el mueble del televisor, tres camas vacías, una de ellas con las sábanas hechas un revoltijo y la manta por el suelo. Una noche detrás de la ventana. El olor de la calefacción exagerada, el silencio del lujo, un palacio en medio de la oscuridad que brilla como una promesa. Quince plantas por debajo de mí, muda, una ciudad. Madrid.

Podríamos empezar hablando de la chica, que es la verdadera protagonista de esto y de todo, pero vamos a empezar por mí: no tengo edad ni dinero como para estar en esta habitación, pero estoy. Mi trabajo no es especialmente atractivo, incluso para lo que se estila en un veinteañero: vendo hoteles por teléfono. Hoteles como, por ejemplo, éste: cinco estrellas, un ascensor que provoca mareos, una recepción siempre sonriente y un salón–bar con piano en el que, por lo menos entre semana, se reúnen algunos de los periodistas y empresarios más importantes del país.

Espero una llamada que no llega. Y si no llega, que no llegará, me voy a suicidar porque me parece lo más interesante que puedo hacer en este momento y porque quiero que Marta se sienta culpable. Quiero pensar en toda la gente que va a decir «¡pero si hablé con él esa misma tarde!», quiero poder escribirle a mi madre, «ya te lo dije», quiero sentir, ahora que todavía puedo, todo el rencor y la satisfacción que tendría al ver sus caras.

Y, pese a este final, o principio, se trata de una historia de amor.

Una historia de fantasmas, también, y no lo digo precisamente por mí sino por Marta. Siempre he intentado comprender a todos esos pobres que decían ver espíritus, energías, extraterrestres... no por lo que pudiera haber de cierto en ello, eso me da un poco igual. Me preocupaba lo que sentían, lo que había detrás. Qué demonios se estaba cociendo allí arriba para que pudieran decir esas cosas. Por supuesto que los habrá que lo hagan por protagonismo, por engaño, por mil razones, pero yo ahora sé lo que es sentir que has visto un fantasma, y sé lo que es que los demás te digan que no lo has visto, que es imposible, que los fantasmas no existen. El amor de Marta es ahora mismo una especie de espíritu que todavía se pasea de vez en cuando por esta habitación... y todo el mundo me dice que nunca ha existido... Marta incluida.

¿Qué más parecidos hay? Bueno, el más obvio: sólo después de muerto puedes saber si hay otra vida y tengo la sensación de que sólo después de muerto podrá Marta reconocer, darse cuenta de que en realidad sí que me quiere, que no me lo estoy inventando yo todo, que no estoy tan loco ni tan solo como todos los demás dicen. Quiero morirme para que Marta me quiera de verdad.

Tengo dos botellas de cava encima de la repisa. No son muy grandes, estaban en la nevera. Me las voy a beber enteras. Me voy a tomar unos cuantos ansiolíticos, también, por si acaso. Quiero dormir poco a poco, caer en redondo, sentir el peso de la gravedad planta tras planta, caer ya muerto si es posible, o inconsciente. Dejar un cadáver bien feo.

Sí. Eso es lo que quiero.

Aunque, no voy a engañarlos, todavía de vez en cuando me acerco al teléfono para comprobar que tiene línea y entre sueños imagino que empieza a sonar de una vez y que todo esto se acaba...

...O empieza.

_____________________
TEXTO: GUILLERMO ORTIZ
sobrecito schnier26@hotmail.com
FOTOGRAFÍA: PEDRO M. MARTÍNEZ
© 2005


Los meses:

ENE   ·   FEB   ·   MAR   ·   ABR   ·   MAY   ·   JUN
JUL   ·   AGO   ·   SEP   ·   OCT   ·   NOV   ·   DIC

LITERATURA - FOTOGRAFÍA - PINTURA - MÚSICA - ARTÍCULOS - PÁG. PRINCIPAL
REVISTA ALMIAR - MARGEN CERO™ (2005) - Aviso legal