Perlita
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Vanessa
Álvarez Díez
Perlita miraba el mar.
Quería verse reflejada en la superficie, pero ese día había olas y
no lo conseguía. Parecía que el espejo estaba roto y su imagen se
rompía también con él. Las olas se llevaban los pedazos de su rostro
que ella no encontraba frente a ella.
—Otro día será —se
dijo. Y continuó caminando a lo largo de la playa y subió por el lado
menos agreste del pequeño acantilado. Quería divisar más allá de la
pequeña playa a la que casi todas las mañanas se acercaba para ver,
ahora que podía, de cerca el puerto.
Una vez sentada
y mirando a lo lejos, con sus pequeños brazos rodeó sus piernas flexionadas
y respiró profundamente la brisa que le rozaba su bonita silueta.
Sus dorados cabellos se mecían al compás y su pequeña naricilla curioseaba
los vestigios de otras brisas, de vientos más lejanos.
Su cara tenía ese
brillo característico del nácar que era tan elegante y sutil que parecía
imposible que fuese el brillo de un rostro. Y ella lo sabía. Cuando
se miraba en el agua veía su resplandeciente centelleo, y sus rasgos,
que no sabía muy bien definirlos, pero le resultaban familiares. Eran
suaves y delicados como toda ella, pero tenía ese no se qué que hacía
que no te olvidases nunca de ella. Era mejor no verla, porque entonces
estarías condenado de por vida a no olvidar nunca su belleza. Perlita
lo sabía y no quería, por ello, que nadie la viera.
Pero ella también
estaba condenada a su belleza. No lograba compartir sus ilusiones,
sus travesuras, sus risas con nadie.
Perlita estaba triste
a menudo y sólo olvidaba su tristeza entonando amargas melodías con
las que cualquiera que las escuchase no podría menos de conmoverse.
Cantaba cada vez que se iba el sol, porque con él se agotaban las
últimas esperanzas de su felicidad de ese día. Por otro lado pensaba
que durante la noche nadie podría verla y tal vez no tendría que esconderse.
Pasearía entre las rocas, contaría las estrellas, divisaría el pueblo
a lo lejos, su bullicio, su vida, esa que ella envidiaba.
El sol ya se había
ocultado. Perlita bajó de nuevo a la playa. Ahora el agua estaba más
calmada. Una luna nueva dejó que pudiese reflejarse en el espejo de
su playa.
Una nueva lágrima,
como cada noche de luna, se fundió con una suave ola. Perlita comenzó
de nuevo su viaje, su otra vida. Su misterio. A medida que se adentraba
en el mar su cuerpo se transformaba en el más bello cuerpo de sirena
que nadie pudiese imaginar. Toda su cola era plateada y su irisado
rostro brillaba aún más con el resplandor del mar.
Perlita se adentró
más y más en el mar. Su triste melodía se escuchaba en el puerto,
mientras los marineros aún piensan que se trata de cualquier radio
que estaba sonando a lo lejos.
Perlita canta y, mientras, llora.
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Vanessa Álvarez
Díez
es una autora nacida en León (España).
duermeluna[at]gmail.com
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez Corada ©
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