Misión Alfa
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Rocío de
Juan Romero
Zinnerman comprendió que había
fracasado cuando oyó el llanto del bebé.
Su misión le había sido
transmitida aquella misma mañana, a las 10:30. Al igual que otras
calificadas como de importancia alfa, el procedimiento elegido fue
la messaína inyectada directamente en la carótida. En cuestión
de segundos la sangre llegaba al cerebro, donde las neuronas recibían
su ración de oxígeno, glucosa y el mensaje secreto contenido en la
messaína. A Zinnerman no le gustó el contenido de la misión
cuando sus neuronas lo leyeron. Pero permaneció sereno e imperturbable,
delante del dentista que le había puesto la inyección. El lugar era
una buena tapadera y el dentista, que lo era de verdad, obtenía un
buen sobresueldo por su colaboración con el Centro de Operaciones
y su discreción.
A las 11:45 abandonaba
el transbordador Hispania, que le había conducido hasta los límites
de la Confederación Euroasiática, junto con otra veintena de turistas
euroasiáticos, para depositarles cerca del monasterio de San Millán
de la Cogolla, lugar que la tradición defendía como cuna del castellano.
A pesar de datar del siglo XI, las modernas técnicas desarrolladas
en el XXII habían sabido conservar buena parte del edificio y recrear
el resto mediante imágenes holográficas.
El castellano era lengua
en vías de extinción desde muchas décadas atrás. Primero habían desaparecido
los libros. Los últimos editados en papel databan del 2023, por consenso
mundial de frenar su uso debido a la deforestación. Se confiscaron
todos los ejemplares impresos existentes —por la fuerza o de grado—
y se informatizó todo. Sólo los antiguos papiros, manuscritos e incunables
permanecieron a salvo, fuertemente custodiados. Sin embargo, nadie
estaba preparado para la Batalla Virtual de los hackers Angloparlantes
contra los «piratas» Hispanoparlantes, desatada tras el debate por
la elección de un único idioma planetario. El resultado favoreció
a los primeros: los potentes virus creados por los hackers-warriors
detectaron todas las palabras castellanas y la consecuencia fue la
eliminación mundial de todos los ficheros en ese idioma. Sus efectos,
además, permanecieron en el tiempo. Nadie podía escribir en castellano
si no quería ver borrados sus escritos por algún «gusano» o «tenia»
informática, en el mejor de los supuestos.
A pesar de los años transcurridos,
casi un siglo, la añoranza del castellano persistía. El idioma aún
se hablaba, pero no se escribía, mucho menos en papel, material prohibido.
Sólo en San Millán de la Cogolla se conservaba todavía un libro, ése
que registraba en sus márgenes los primeros balbuceos del castellano
escrito. Aquel que Zinnerman debía destruir para acabar de una vez
por todas con la añoranza y la nostalgia, con ese deseo que sólo conduce
a la frustración, y tras la frustración, a la rebelión y a la guerra.
A las 12:30 Zinnerman
había logrado su objetivo. Veinte cadáveres de turistas yacían bajo
las ruinas de lo que había sido el monasterio de San Millán, y el
fuego de la explosión devoraría en breves minutos el frágil libro
objetivo. Esperó paciente mirando cómo se consumían los restos.
Entonces oyó el llanto
del bebé. Y recordó la imagen de uno de los turistas con un pequeño
bulto en los brazos. Maldita sea, pensó. Lloraba igual que Fanny, su hija
de siete meses. Y Zinnerman, imperturbable, hizo un balance mental
y tomó una decisión irrevocable en segundos. Se adentró entre los
restos del monasterio, localizó al bebé, rescató el libro a tiempo
y huyó para recomenzar su vida en otra parte, con otra hija, con otra
lengua.
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ROCÍO DE JUAN ROMERO (Bilbao,
1977), ha recibido varios premios y accésits con relatos breves y
micro-relatos, casi todos ellos con publicación incluida.
rociodejuan77(at)yahoo.es
ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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