Martes, jugo de
naranja
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Mirta Tagliatore
Cuando abrió los ojos,
la luz del nuevo día se filtraba entre las persianas del amplio ventanal
de la habitación. Martina aún dormía. Sin pensarlo giró su rostro
y la vio. ¿Dónde había quedado la muchacha delgada, coqueta? El cabello
lucía opaco, deteriorado por las tinturas, que a pesar de todo dejaban
entrever caprichosas canas. El cutis, sin luz, ya que era apasionada
al sol y éste había dejado vestigios de una vejez prematura. Era su
costumbre estar horas en la pileta con los nietos. Las arrugas ya
coronaban sus ojos. Quitó las sábanas, y vio las piernas con «piel
naranja». En cambio él, frente al espejo lucía esbelto, musculoso,
bronceado, sólo el pelo gris, que le daba un aire de madurez intelectual.
Pasaba mucho tiempo en el mini gimnasio que había hecho construir
en la planta baja. Sonrió. Se sentía feliz, aunque no había descansado
bien, era la quinta vez que había recurrido al Rivotril. La
ansiedad no lo dejaba conciliar el sueño.
Bajó lentamente. Tenía que hacer «aparatos»
antes de partir para la oficina. Cuando pisó el último escalón pensó
en pasar a buscar a Lucy ¡Total tenía dos horas!
Sí, Lucy. Era su sonrisa, su estrella…
Se habían conocido en la empresa. Era joven, alta, rubia.
La primera vez le había alcanzado una
carpeta, inclinándose sobre el escritorio de tal manera que sus senos
quedaron casi a la vista. Al otro día su mano retuvo la de ella y
como respuesta sólo un sonrisa provocativa, después la reunión con
los chinos. Al finalizar un café en una bar cálido, casi en penumbras,
con música melódica… después una noche de amor en un motel de la Panamericana
y el problema de justificarse en su casa. Por suerte estaba Javier,
el amigo incondicional, el que inventó una descompostura… el hospital…
los médicos de huelga… la falta de medicamentos… los trámites… en
fin todo salió bien. Por el momento no era conveniente el divorcio:
Martina era la principal accionista, también, sus hijos, Lucas y Juan
Manuel. Esto perjudicaría su carrera, pero por otro lado, Lucy merecía
otra vida. Ya había consultado con el de la inmobiliaria para comprarle
un departamento. Sería más cómodo. Vivía con su madre y la abuela,
éstas jamás iban a aceptar esa situación.
Se duchó. Buscó un pantalón azul y una
camisa celeste haciendo juego con sus ojos.
—Un café, Joaquín
—la voz de Martina lo volvió a la realidad.
—No… ya me voy… hoy
es día de reunión.
Tomó el maletín. Salió por la puerta
trasera para no ver a su mujer.
El BMW se deslizó raudamente por la
avenida… pasaría a buscarla.
Entró en el barrio humilde, de casas
de una sola planta, con jardines, mujeres que regaban, pequeños, en
las veredas… ¡Un mundo tan distinto al de él!
Paró en la esquina… por los vecinos.
Encendió un habano mientras una canción de Sergio Denis le hacía compañía:
«Sos mi vida… sos mi amor… sos la razón de mi existencia…».
Lucy apareció. Falda corta, saco azul,
camisa blanca, el cabello suelto como riendo al viento fresco de la
mañana… La miraba y no podía creer que él fuese «su hombre». Saludaba
a una señora, miraba el reloj… esperaba…
—Seguro que tiene que acompañar a su
madre al médico —pensó.
Pero no, apareció un joven, alto, atlético,
con equipo jean. La tomó de la cintura…
—¿Cómo no me dijo que regresó el hermano
de Canadá?
El muchacho la abrazó mientras sus labios
se encontraban. Así, juntos se dirigieron hacía él.
Joaquín sintió palpitar su corazón.
Las manos le temblaban, estaban frías. Se acurrucó en el asiento mientras
bajaba el vidrio del lado opuesto.
Reían, se besaban… La escuchó claramente:
—Ya te dije que mañana
me dará el dinero… Compramos la moto… y a Bariloche…
—No, amor, primero
a San Martín de los Andes.
Joaquín no quería oír más. Su mundo
de ilusiones, de colores, de vida estaba destruido. Casi sin fuerzas
puso en marcha el motor. Lentamente se deslizó por la avenida. Giró
a la izquierda y tomó el camino de regreso a casa.
Se quitó la corbata, desprendió la camisa
y se sentó frente al televisor.
—¿Un jugo de naranja?
—la voz de Martina le hizo levantar los ojos. Allí, estaba como siempre,
la mujer, la compañera, la madre, la abuela… La mirada era tan profunda
como si entrara en el secreto de su corazón…
—El diario… los anteojos…
—continuó.
Joaquín se quitó los
lentes de contacto celestes mientras sus ojos marrones se cubrían
de lágrimas.
—Un jugo… después
vamos de paseo… hoy es martes sin reunión… —dijo casi en un susurro.
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