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Una de cal
y otra de arena

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Germán Fernández Jambrina

Todo sonido quedó subyugado a la majestuosa presencia del rojo carmín en los labios. No existía rostro alguno, difuminándose el que era, en materia sombreada que acentuaba la existencia de la boca que se acercaba inefable. Cada latido furibundo casi arrancaba el corazón de su pecho, mas el tiempo compasivo no hizo esperar el contacto. Un choque estéril que prosiguió dulce y se torno fuego.

—No puedo creer lo que está pasando —dijo el joven aturdido por la pasión y el desatino.

—Olvida lo que creas y disfruta el momento —espetó la fémina resabiada en la concupiscencia.

Ya no todo era rojo. Ahora también castaño cabello y blanca tez de porcelana que contrastaba con rimel y ojos negros. Ya no eran ellos sino todos. Qué momento de felicidad canalla, encontrar una musa entre la molicie confusa que danzaba ebria con acordes desafinados. Hallar un rayo de luz entre efluvios de alcohol y neblina canábica.

Era necesario sumergirse otra vez en el océano de placer indescriptible, salir del infierno para entrar raudo en el empíreo. Renunciar a Dios si hiciese falta por disfrutar de los placeres carnales de la núbil criatura. Una mano vigorosa atenazó la nuca, otra se posó en las tersas nalgas al tiempo que la húmeda lengua penetró brutalmente la boca. Todo volvía a ser calma. Olor a pachulí que en aquel antro era sublime aroma. Fuego salvaje que adquiría movimiento desplazándose fugaz hacia la entrepierna. Dos cuerpos entrelazados con tan vesánica pasión que parecían fundirse.

Y así fue como uno lo vio todo negro.

—¡Levántate si tienes cojones hijo de puta!

Ahora el fuego era cáustico y sentíalo en el pómulo derecho, el olor áspero limaba los entresijos de su nasal tabique, el rojo no eran labios sino sangre que manaba de su boca, la pasión no aturdía sino que hacía lo propio el dolor de cabeza, y la risa despiadada tornó al ángel en puta babilónica.

Una temerosa mirada encontró a aquel fortachón con orejas de soplillo. Aquel cuyos ojos había evitado hacía unos momentos y su cara temía. Aquel que le gritaba por qué un mierda como él besaba a su chica. El muchacho lo entendió todo. No podía hacer nada. Era de los que creía que una retirada a tiempo era una victoria. Al menos marcharía a casa, por una vez en su vida, habiendo probado la dulce miel del éxito (alguna vez tenía que ser la primera). Había perdido la batalla pero ganado la guerra, tantas veces acostumbrado a recibir sólo una de cal y ese día le habían dado también una de arena.


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GERMÁN FERNÁNDEZ JAMBRINA es un autor de La Felguera (Asturias, España).
gfj20(at)hotmail.com

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©