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La amiga de mis pesadillas
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Rodrigo Pérez Cossío

Si quieren preguntar mi nombre absténganse de hacerlo, estarían perdiendo el tiempo. No voy a responderles. Ustedes no necesitan saber quien soy para comprender esta historia, o mejor aún, para comprenderme a mí. Estoy seguro de que estarán en desacuerdo conmigo. Y estoy seguro de que será porque las palabras que diré saldrán justamente de mi boca. Si lo que diré lo dijera, no sé, simplemente otra persona, sea un juez o un hombre de mucha fama la opinión que tendrían ustedes sería muy, muy distinta. Creo, después de todo, que no son más que etnocentristas, creyentes solamente de lo que acostumbran. Déjenme entonces comenzar con el relato.

Mi historia tiene inicio como todas las otras, con un «había una vez». Sin embargo, existe una inmensa diferencia: que esta historia es real. Y ésta no comienza hace poco, sino que se remonta en el lejano tiempo pasado. Pero como yo conozco la historia, como soy parte esencial de ella, puedo situarlos en el exacto momento en donde todo ocurrió. Me resulta difícil comunicarles qué fue lo que ocurrió, porque realmente me avergüenzo de ello, pero les diré que desde ese momento mi vida cambió, desde el momento en el que lo usé.

El momento del que hablo ocurrió en mi niñez… Sí, lo sé, sé que dije que iba a ser exacto pero ahora me doy cuenta que es irrelevante que lo sea y que en realidad prefiero mil veces contarles solamente lo indispensable. Mientras menos sepan de mí, mejor. Recuerden que todavía son extraños para mí, desconocidos, personas a las que no les debo confianza alguna.

Déjenme decirles que luego de ese hecho, de ese terrible hecho, mi vida pareció ser cada día, cada hora, minuto y segundo, cada vez, peor. A pesar de eso y gracias a mi alma de hierro, pude seguir adelante, hasta que el espíritu dejó de pesarme y mis demonios dejaron por fin de atormentarme.

Pero ahora debo retomar la historia desde el presente. Este nuevo episodio comenzó hace sólo tres semanas atrás. En ese entonces la conocí. La encontré en un restaurante que suelo frecuentar. La manera en que lucía me llamó mucho la atención, se engalanaba en un elegante vestido amarillo de seda y tacones altos, su peinado era perfecto y su rostro despertó en mí una sensación que jamás, les juro que jamás, había sentido. Pues sí, la imagen de aquella mujer tan resplandeciente, de una mujer que ni siquiera el sol podía igualarla en belleza, me hizo enamorar. No me culpen por eso, soy un ser humano, como todos ustedes y haber cometido un error es lo que me hace perfecto.

Estoy seguro de que en el instante en que la vi por primera vez, dentro de mí, el sentimiento que mencioné atestaba completamente mi negro corazón, dándole vida otra vez. Creo que ese sentimiento era el amor ¿¡Pero cómo es que oso en dudarlo!? ¡Definitivamente era amor! Pero les juro nuevamente que no era un amor veleidoso e insustancial. Era un amor… ¿Cómo decirlo?... Real.

Entonces fue cuando pensé en acercarme a ella, para hablarle; pero soy tímido, lo deben haber notado. Además, un nuevo pensamiento abatió mi deseo por completo: una mujer como ella seguramente tenía un acompañante. Si le hablaba sólo lograría ridiculizarme. De cualquier forma, eso no es lo importante. Lo verdaderamente importante aquí es que, en el momento en el cual no premeditaba mis acciones, cuando estaba por acercarme, y luego, en el momento en el cual me retracté de la idea, ella me miró. Sí, me dirigió la mirada, como sabiendo que la estaba observando desde el primer momento en el que la percibí en la barra tomando cócteles coloridos. Su mirada me aterró al principio. No pregunten por qué, nadie tiene esa respuesta, ni siquiera yo. Esa mirada que desprendía fuego la mantuvo un sólo segundo —es más, un sólo milésimo— antes de guiñarme un ojo e irse del restaurante con una tranquila indiferencia y su cóctel aún en su mano.

En cuanto a mí, estaba incómodo ¿Cómo era posible? ¿Esa mujer de verdad me había coqueteado con la mirada antes de irse? Increíble, pensé. Nunca me había ocurrido y esa era la razón por la cual estaba yo atónito. Tal vez era producto de mi imaginación y ella simplemente me había mirado con desprecio y se había alejado porque no deseaba que la mirase. Sí eso debía de ser, muy convencido estoy ahora que todo parece claro. Pero no sé de mujeres, y por eso es que aún solamente soy capaz de hacer vagas conjeturas.

Después de ese... encuentro visual, lo llamaré, me sentí extraño, pero no con la idéntica sensación que antes, no; esta extrañeza era negativa. Tal vez un sentimiento que puedo reconocer como una mezcla de desilusión y ridiculismo en dosis constantes y exageradas. Deseé estar en cualquier otro lugar, ese restaurante se había convertido en un infierno más. Así que salí corriendo haciendo caso omiso a todas las miradas que indudablemente se posaron en mí.

¿Acaso es que siguen sin entenderme? Piénsenlo, estoy en plena cordura. Aquí, los realmente enfermos son ustedes que no aceptan mis causas del modo más adecuado. Quieren que me defienda con mis propias palabras pero no las están escuchando como deberían.

En fin, regreso a mi relato. Volviendo con el tema de la mujer, les confirmo que no la vi una sola vez, no. En cambio, la veía cada vez más seguido.

La segunda vez que la vi fue en el cementerio, mientras visitaba la tumba de mis difuntos padres. Era un día tapizado de nubes y el cielo quería llorar. Me sorprendí al verla, ella no llevaba un vestido negro, como se suele ir a ese lugar. Empero llevaba el mismo vestido llamativo que la primera vez y... ¿Qué hacía? No lo sé. Simplemente estaba parada en el medio del jardín sobre una ondulación del suelo, de espaldas. Sus castaños cabellos ondeaban al son del viento. Nuevamente sentí esa sensación y esta vez la identifiqué como un hipnotismo muy brioso. Me acerqué en silencio. Me gustaba mucho observarla. En aquel momento, giró nuevamente la cabeza, como lo había echo antes, y me miró, sonriente esta vez. Caminó luego lentamente hasta que un árbol la hizo desaparecer. Sabía que estaba jugando conmigo al esconderse detrás de un árbol, lo sabía. Por lo cual me convencí, ya no sentía pavor, ella deseaba que yo le hablara y lo iba a hacer. Puse la cara más afable que había puesto en mi vida. Y aparecí para darle encuentro por el costado del árbol. ¡Pero Dios me libre ante ustedes y de ésta confesión, ella no estaba allí! Simplemente no estaba allí. No me daba paz ni explicación alguna desde ese momento. Nada tenía lógica. Y aunque hubiese decidido olvidarlo, no hubiera podido, lo sé, me conozco muy bien, demasiado bien si me dejan presumir.

Hubo un tiempo en el cual no le di encuentro alguno, pero justo, justo cuando estaba volviendo a la calma volví a ver a aquella maldita mujer que sólo me producía consternación. No importa dónde la vi. Pero esta vez me sentí diferente. Comencé a sentir deseos de…, de dañarla. ¿Acaso era que la odiaba? En realidad no tengo idea de lo que pasaba, pasa y pasará por mi ajada cabeza. Simplemente, el hecho de verla siempre con el mismo ropaje, de la misma manera, actuando del mismo modo, seduciéndome…, me indujo poco a poco a odiarla.

Desde ese momento fue cuando la empecé a ver casi todos los días. La vi doblando la esquina de mi negocio, pero no lograba alcanzarla. La vi caminando en mi jardín a través de la ventana, pero cuando salí ya no estaba. La escuché mientras se duchaba en mi baño, pero cuando abrí la puerta ella ya se había ido. Siempre la misma situación se reiteraba para darme cada vez mayor disgusto. Ni una sola vez pude hablarle y por eso es que mi odio iba en aumento. Si tan sólo una vez, una única vez me hubiese dirigido algo más que una mirada yo la seguiría amando como el primer momento. Pero no, no era así, y nunca podría haber sido de un modo disímil. Mi corazón volvió a ser negro nuevamente.

Debo revelarles que hay una situación entre todas resaltante. ¡Una vez se apareció en mi cama mientras yo mismo estaba en ella, casi dormido! Nunca había estado tan cerca de aquel ser tan, tan perfecto a pesar de que el cruel destino lo había enviado a martirizarme gradualmente. Al principio, no di importancia a ese irreal y extraordinario suceso. Creo culpar a mi falta de sueño por eso. ¡Pero cuando me di cuenta de que su aparición en mi cama era algo más que anormal y sin sentido, y abrí los ojos, ella ya se había ido! Le gustaba hacer eso: aparecer sólo por un instante antes de disiparse en el aire una vez más.

Pero no reaccioné como de costumbre, aguantando mi ira. Inmediatamente, me levanté desesperado. Si no me equivoco yo expresaba tal agobio y furia que era irreconocible ante cualquiera, incluso ante mí. Sentía todos los músculos de mi cuerpo luchando contra mi impotencia mental.

No resistía más. De una patada volteé mi cama rompiendo la ventana de mi habitación. Tome la lámpara de noche y con un solo golpe la partí a la mitad. Rompí ambos espejos del baño sin darle importancia al corte de mis manos. Rasgué todas las ropas que poseía con uñas y dientes. Eché todos los papeles que encontré en el cuarto sobre mi alfombra importada y los incendié. Lo destruí todo. Luego grité con fuerza. Sentía que me lastimaba toda la garganta pero nada importaba en ese momento. ¡Nada importaba porque nunca iba a poder estar con esa endiablada mujer!

Entonces escuché a mi canario, a mi compañero del alma, piando espantado por el fuego. Lo saque de la jaula sin cuidado, lo tomé entre mis manos…y lo aplasté. Sí, le quité la vida a ese indefenso animal a pesar de mi cariño hacia él. Pero no estaba actuando inconscientemente, sabía muy bien lo que hacía.

Se preguntarán el porqué de todo esto. Después de todo, ¿por qué no desquitarme con el verdadero culpable, la mujer? Adivinen, esta vez si tengo una explicación. Seguramente el único por qué que no desconozco. Lo que ocurría es que no quería desquitarme con ella porque era la única mujer que se había fijado en mí, que me había prestado atención —aunque fuera poca— en toda mi existencia. Y obviamente con algo tenía que desquitarme, con lo que sea. Lástima que haya sido mi canario el que haya sufrido mi fiereza. Pero no me arrepiento. Si no hubiese liberado mi furia yo estaría peor que él en este momento.

Apenas hice lo que hice, mi furia finalmente se agotó como por arte de magia. Y al ver mis manos ensangrentadas con los restos de la inocente ave descubrí por alguna razón la verdad detrás de todo. ¡Descubrí la razón por la cual la mujer me seguía y provocaba siempre! ¡Era porque me odiaba y quería mi sufrimiento! Me odiaba tanto como yo a ella. Deseaba dañarme, deseaba después de todo mi… mi muerte.

Llegó a mí otro sentimiento más, el miedo. ¡No, peor, el pánico! Me mantuve expectante e inmóvil parado en medio de la habitación cuando empecé a notar que mi cuerpo temblaba. Intentaba moverme pero algo, no sé si mi cuerpo o mi mente, no me dejaba. Empecé a respirar fatigadamente. Me daba vueltas la cabeza. Me ardían los ojos. Mi corazón y mi estomago competían para ver quien me trastornaba más. No veía claramente. Y no lo soporté. Ese conjunto de sensaciones era completamente nuevo para mí y no pude soportar. Y, bueno… sin más preámbulo, les confieso que me desmayé. Poco creo que les he revelado esto, pues es algo que nunca hubiese comunicado de otro modo. Creerán que soy débil, pero no es así. Si les hiciera sentir a cada uno de ustedes la infinitésima parte de lo que yo sentí ustedes ya estarían inconscientes, incluso muertos. Además, no tengo que darles explicaciones, ni siquiera se las merecen.

Cuando desperté de esa pesadilla me sentía sucio. Sentía todo el polvo y la sangre que adquirí la noche anterior secarse y acumularse sobre mi cuerpo. Pero no me di un baño, tomé todo el dinero y joyas que tenía en la casa y me fui. ¿A dónde? Pues me iba a ir a otra ciudad. En la que vivía ya era demasiado peligrosa para mí. Y estaba dispuesto a abandonar absolutamente todo con tal de estar en un lugar seguro. Así pues, me subí al auto y partí. No sé cuantas horas pasaron pero seguí conduciendo a través del largo y frío camino que me hacía sentir cada vez menos humano. Estaba demasiado cansado, recuerden que la noche anterior nada de descanso me pertenecía. Pero seguía insistiendo, prefería vivir, aunque fuese una vida mediocre como la mía, que morir. Ya ven ustedes que ahora pienso lo contrario.

Concluyentemente, llegué de noche a mi destino. Aparqué el coche y fui caminando en busca de un hotel. ¡Grave error, porque al cabo de minutos percibí que alguien me seguía! ¡Percaté el muy particular sonido de sus tacones! No necesitaba darme vuelta para saber que era ella la que me seguía, sólo había una única persona capaz de hacer eso: la mujer. Entonces corrí. Pero el sonido me perseguía por doquier y desde todas direcciones. Mi desesperación era inmensa, inmensa. Me sentía totalmente indefenso. No había ni siquiera una persona —que no fuese esa persona— a la que le podía pedir ayuda. Gritaba o lloraba, no lo sé. Y en ese momento cometí mi más grave error. Doblé en una esquina pero sólo encontré que no existía salida. ¿Cómo podía ser tan tonto? Intenté regresar pero… ella, ella se apareció bloqueándome la única salida. Sentí una conmoción aún peor que la de la noche anterior.

Ella se acercaba cada vez más a mí. Yo no quería que lo hiciera. Le daba órdenes que en realidad semejaban súplicas para que se detuviera pero ella seguía avanzando con esa maldita mirada que solía quitarme el sueño y lo reemplazaba por espantosas pesadillas. Desesperado estuve y desesperado estoy ahora al recordar el terrible momento. Ella levantó una mano y les juro que por un momento pensé que había rozado mi piel con sus largas uñas teñidas con pura crueldad, con pura venganza. No supe ni sabré el porqué de mi incomodidad. No obstante allí estaba yo, con una mujer acercándose a mí en el medio de la noche y cuyas intenciones se las habían dado los mismísimos demonios que solían atormentar mi niñez.

Di un paso hacia atrás. Ya no sabía qué hacer. Y en ese momento fue cuando lo sentí. Cuando lo sentí golpear suavemente mi pecho ofreciéndome sus servicios ¿Como no lo había recordado? Tantos años esperando en el mismo lugar, esperando para ser usado y yo no era capaz de recordarlo justo cuando más falta me hacía. Si no me equivoco una sonrisa se pronunció en mi semblante y tal vez ella lo notó porque su mirada, provocativa en un momento, se había vuelto una mirada irónica. Como si quisiese asustarme. Y lo había logrado.

Aun así saqué por fin de mi bolsillo al fiel amigo con mango de marfil que una vez me había ayudado y lo iba a volver hacer. Levanté mi mano amenazante. Miré a la mujer con vehemencia, demasiada para mis gustos pero inevitable para la situación. De una vez por todas me libraría de ella para siempre. Sentí mis ojos desorbitarse. Debí de haber estado colmado de felicidad. Y entonces fue cuando lo hice. Logré escuchar el aire ser cortado por la navaja. Sonreí una última vez antes de que mi brazo cayera. ¡Me había librado para siempre de ella, pude atravesar mi garganta con la fría hoja de metal!


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Rodrigo Pérez Cossío es un autor de nacionalidad brasileña. Actualmente reside en Argentina.
Sin @ para evitar el spam rodrigoperez93[at]hotmail.com

ILUSTRACIÓN RELATO:
Fotografía por Pedro M. Martínez ©