Verónica
Guillermo García
A la memoria de Felisberto Hernández
A los seis años de edad
yo iba a primer grado y tenía una compañera muy linda que se llamaba
Verónica. Era de piel blanquísima, pelo rubio y ojos celestes. Un
día faltó sin aviso y así siguió durante un tiempo. La maestra nos
dijo después que había estado enferma y unos médicos habían tenido
que operarla. Pero ya estaba bien. De todos modos, agregó, cuando
regresara deberíamos ayudarla a ponerse al día con las tareas.
Una mañana de sol hacía mucho frío
y Verónica entró en el aula. Todos la saludamos. La maestra la hizo
sentar en mi mesa y me pidió que le explicara aquellas cosas que no
entendiera. El sol se colaba por los ventanales altos cada vez con
mayor entusiasmo y nos cubría. Yo sentía con agrado ese calorcito
y en los ojos y la boca de Verónica revoloteaba la risa.
Entonces la maestra nos ordenó
a todos que abriéramos el libro de lectura en tal página y, por turno,
leyéramos en voz alta. Así lo hicimos. La lectura contaba la historia
de una gallina y sus pollitos. Éstos parece que se querían alejar
del gallinero y afuera no sé qué peligro los amenazaba. Pero enseguida
volvían presurosos a escabullirse debajo de las plumas de su madre
y, por suerte, no les pasaba nada.
Mientras leíamos, me acuerdo de
que las manos pequeñas de Verónica iban y venían sobre la página siguiendo
las hileras de letras. Ahora pienso en dos arañitas blancas que simularan
tejer o destejer aquella trama de rígidos signos negros. Yo tenía
unas ganas incontenibles de acariciarlas.
Unos días después, a la tarde,
me llevaron de visita a una casa de madera oscura con techo a dos
aguas. Parecía una cabaña de esas dibujadas en las páginas de los
libros de cuentos. Allí vivía Verónica y allí permanecimos un tiempo
indefinido.
Luego, cuando pasó a buscarme,
mi madre se quedó un rato hablando con la de ella en la vereda. Nosotros
dos aprovechamos y corrimos una carrera hasta la esquina. Verónica
no tardó en sacarme un poco de ventaja y, al llegar a la meta, dobló
por la calle lateral sin parar de correr. Yo la seguí de cerca y tuve
una idea repentina. Le grité que volviéramos. Al instante frenó y
se dio vuelta. Entonces la llevé por delante con brusquedad fingida
al tiempo que le daba un beso en la cara.
Sus ojos se quedaron mirándome
mitad sorprendidos y mitad sonrientes. Pero en seguida sus piernas
empezaron a correr como enloquecidas en dirección a la casa. Desde
atrás vi a Verónica acurrucarse bajo la pollera de su madre mientras
emitía unos raros grititos mezcla de agitación y de risa.
Yo la seguía y pensaba: «Parece
un pollito asustado».
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GUILLERMO GARCIA
(Argentina, 1966) es profesor de Literatura Latinoamericana
en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Ha publicado diversos
estudios de crítica literaria y un libro de poesías, Evidencias
(2003).
ggarciart[at]yahoo.com.ar
ILUSTRACIÓN RELATO:
Détail pupitre écolier, By Thesupermat (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)
or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
vía Wikimedia Commons.
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artículo
Pavana o la reescritura de la historia.
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