Cuento pesimista
con Luis Buñuel
Juan Salanova
Unos ojos
cansados de ver, rodeados de arrugas que muestran al mundo
la decadencia corporal de ese cuerpo, abiertos a la llegada de la
luz al dormitorio tras una noche de calor insufrible. Una mano los
frota para revitalizar su consciencia, para inmediatamente mirar hacia
adentro, pues de un zombi autista se trata.
La mirada se pierde entre objetos cotidianos
que desde hace más de 30 años son invisibles para él. Y la mente se
evade, vuela fuera del espacio vital buscando algo que la vitalice
para finalmente seguir al primer color llamativo que ve. Es color
morado chillón, color de capuchino de semana santa que se masturba
entre parada y parada de la procesión de personas gregarias que han
de amar la tradición de su tribu porque les hace sentirse más fuertes
en grupo y les permite ocultar sus carencias. Procesión siempre dominada
por buitres carroñeros que perdieron todas sus plumas en la última
fuga radiactiva de la central nuclear local que permite todavía mantener
ese mundo dentro de los límites del derroche energético razonable.
Cuando se apaga la luz de los ojos de los peregrinos descalzos, sacados
especialmente para el acto de la macrocárcel de parados e inmigrantes,
los buitres desplumados bajan dando saltos, ya que no pueden volar,
alimentándose con fruición de esos ojos, para que, inmediatamente,
el servicio de limpieza recoja esos cuerpos y los lleve al Centro
de Residuos Sexuales para su utilización por mujeres inmóviles de
alto estatus. Aunque la tradición establece la formalidad del acto,
la masturbación produce un gemido ilegal que imitan inesperadamente
todos los peregrinos desojados. Todo acaba siendo un grito, más bien
un aullido de lobo dolorido que va ascendiendo al cielo de aire negro
y nubes moradas para provocar los mayores rayos y truenos que conoce
el dolor humano. Y el aullido se viste de las plumas que quedaron
flotando en las nubes cuando los buitres las perdieron por orden papal
y en el octavo día de la creación el sonido se hizo pulpo extraterrestre
con plumas al revés. Un pulpo que vuela, más bien gira de manera tan
imprevisible como la pelota de kiddish de un inocente cuento
infantil representado en un colegio privado uniformado y disciplinado.
El pulpo del aire se quiere casar,
quiera una pelota, quiere un mayoral,
quiere unos injertos de su majestad.
Vuela por el cielo, vuela por el agua,
sueña por los pelos, llora por las vacas,
y vela a los cerdos que abren las montañas.
El pulpo del aire ya no va a estar solo,
se come a la cabra y se come al choto,
brinca por los montes, roba los bizcochos,
lame las culebras y se tira al pozo...
La cantinela infantil llenaba la noche del páramo
atestada de luciérnagas negras cuando para sorpresa del pulpo, el
aire le traicionó definitivamente, siendo cortado a finas rodajas
por las aspas del primer molino de viento de una granja de aire, que
fueron cayendo como tenues hojas de otoño sobre el eremita que inútilmente
trataba de mantenerse despierto con el típico pensamiento neurótico
del sentido de la existencia más allá de la ecología natural. El encuentro
le sería inolvidable porque recibió en violentas andanadas de claridad
diáfana el concepto de corporeidad prioritaria que su vida necesitaba
como complemento a unos pensamientos que divagaban en el vacío del
desierto. Tras comerse al ser cibernético que le venía del cielo,
el eremita se levantó y se adentró en la jungla de tráfico. Habiendo
adquirido la capacidad de volar, comenzó a pregonar el individualismo
en todas las concentraciones de masas que se preciaran, ante las miradas
desesperadas de los gorilas del día que acabaron armándose para derribar
a semejante chinche. Con el tiempo sería reconocido como el enemigo
público número uno de la sociedad gregaria, especializado especialmente
en los asesinatos discriminados de las cabezas que con más frecuencia
aparecían en la tele. Y así, el sector se hundió porque era un asco
vivir sin jefes ni escándalos sexuales a la hora del sofá.
Ante el caos reinante, la sociedad se sublevó
y atacó las tiendas de DVD’s para hacerse con las atractivas
cabezas que tiempo atrás habían poblado el mundo de las ondas. Otros
huyeron hacia otros lugares tratando de asombrarse con otras gentes
menos anodinas que los corderos de Occidente, para a menudo defraudarse
al ver los mismos ojos cansados de ver, rodeados de arrugas que mostraban
al mundo la decadencia corporal de sus cuerpos. El problema llegó
hasta el punto que la evolución acabó dando nuevas generaciones de
humanos sin ojos. El eremita acabó convirtiéndose en la Autoridad
Mundial para el Turismo con sede en todos los continentes para ser
inmediatamente decapitado debido a su misma notoriedad.
En aquel tiempo el sol era una más de las miríadas
de estrellas que flotaban en un espacio inmensurable. Existían miles
de millones de planetas poblados cuya única dificultad para comunicarse
era la distancia. Nadie había previsto la llegada de los extraterrestres,
por lo que su llegada trajo a los libros de Historia la Edad Sideral.
Los nuevos seres, procedentes probablemente de un planeta más caluroso
que la Tierra, dividían su vida entre dormir por el día y salir a
buscar carne que constituía su alimento en exclusiva. La noche se
llenó de terror y gritos de desesperación. Su paladar, acostumbrado
a unas condiciones extremas, encontraba la carne humana deliciosa,
mucho más digerible que la de otros animales terrestres. Como su período
de gestación unisexual era de un mes únicamente, en muy poco tiempo
los recientemente llegados constituyeron la raza predominante en la
Tierra. Y esta vez las legiones del imperio no pudieron preparar un
final feliz...
—¿Por qué eres tan cenizo?
—¿Quién eres tú?
—Un inmigrante con ilusión de vivir bien.
—No se puede vivir bien en un mundo descontrolado.
—No se puede vivir si tu visión de la vida es
un calvario gulagh.
—La vida se divide entre un paraíso vallado y
un calvario gulagh.
—La vida la decidimos nosotros.
—Por supuesto que no. Estamos predeterminados
por el cerebro, el lugar de nacimiento y la familia.
—Yo no soy listo, nací en un país pobre y mis
padres me abandonaron. Pero soy feliz.
—Depende de lo que tú llames felicidad.
—¿Tú eres de los que no pueden ser felices hasta
que todo el mundo sea feliz? Pues vas dado.
—Veo que estás ciego a los lamentos del planeta.
—Yo no hago nada que vaya más allá de mis conocidos,
y creo que ellos no tienen queja de mí. ¿Y tú que haces? ¿Eres una
plañidera o un terrorista?
—Soy una mente clara atada a un corazón viejo.
—Los corazones viejos pertenecen a personas viejas
que por ley de vida deben morir.
—Y entonces tu corazón joven ya será viejo. La
pregunta es ¿la Tierra estará más sana? Piensa en el calentamiento
global, el hambre...
—Ni tú ni yo lo vamos a decidir.
—Pero hay que frenar la explotación planetaria,
para que los que van a nacer tengan un futuro.
—A ver, dime cómo.
—Acción directa, redistribución monetaria, planes
de desarrollo internacional, prohibición de emisión de humos, límites
de consumo energético per cápita, agua corriente para todos...
—Grandes palabras para grandes organizaciones
y gobiernos. Te puedo contar lo que me decía mi abuelo. El que va
a pie sólo podrá montar el burro tirando al suelo al que ahora va
montado.
—O se puede comprar otro burro. Sin darnos cuenta,
la filosofía religiosa de conformarnos con lo que somos y con lo que
tenemos ha creado un mundo en que toda injusticia es posible porque
el que la sufre no llega más allá de lamentarse. Hay que crear la
bandera del ¡No!
—Yo hace tiempo que la uso, pero aún así he tenido
que tragar más de una vez para poder vivir entre vosotros.
—No debes olvidarte de que nuestro mundo no es
el paraíso, es el decadente imperio del bienestar con necesidad urgente
de mano de obra esclava extranjera para apuntalar el confort social
de los privilegiados, esperando la reparadora invasión de los bárbaros
del sur.
—Pues ten en cuenta que tú eres un privilegiado
y que vas en el mismo carro que los demás. Que tú quieras comprender
los graves desajustes de la geopolítica mundial no hace nada para
mejorarla. Cuando los bárbaros del sur lleguen a Roma te tratarán
como a los demás.
—La vida me ha hecho pesimista, tras chocarme
una y otra vez con nuestro sistema que tolera las ideas pero prohíbe
la acción anticapitalista. Pienso que el ayer fue malo pero tengo
por seguro que mañana va a ser peor.
—La vida es para vivirla lo mejor que podamos.
El pesimismo es sólo ocio superfluo par intelectuales.
—El optimismo es sólo la alabanza de la alienación
de la riqueza.
—No. Hay mucho optimismo también entre los pobres.
—Esencialmente el optimismo se consigue tapándose
los oídos a los lamentos de los que no tienen para vivir...
La diatriba entre querer y poder pone en entredicho
el cuento surrealista, reduciéndolo a un mero juego imaginativo para
personas ociosas como válvula de escape a los conflictos internos
que viven las personas que quieren ir más allá de su vida diaria.
Pero aún así, los dedos que teclean las ideas
que van fluyendo en estas páginas se niegan a rebajar a Luis Buñuel
a un divertimento inútil. El valor del pensamiento es esencial para
encontrar ideas alternativas a la verdad establecida esquilmante y
fosilizadora de la Historia, que harán crecer el campo mental patrimonio
de la humanidad. Hemos de volver al vuelo inmóvil sobre el ilimitado
paraíso de imágenes no visualizadas todavía.
El fantasma de Buñuel, con acrecentadas protuberancias
en los ojos y labios, definitivamente con aspecto mongólico, se pasea
por la cima de los Pirineos, llorando cuando sus pies le hacen dirigirse
hacia la vertiente francesa y gritando cuando le llevan a la española.
Su mirada hace fundirse instantáneamente todas las cámaras digitales
que se acerquen a menos de 20 metros de su presencia, y quema las
manos cuando sus propietarios quieren recoger imágenes de paisajes
naturales vacíos y muertos. Sobre él vuela el amilagrado de Calanda
echándole incesantemente dry martini con una regadera por lo
que el artista parece bien distinto a los fantasmas al uso; ha adquirido
un tono tostado oscuro con un brillo nacarado. El último turista toma
notas rápidamente para conseguir el nuevo diseño de helado de martini
Buñuel.
Cae la noche y el fantasma se transforma en cientos
de multiwateres que se desparraman por todos los servicios de frontera.
En temporada alta, sea verano, esquí o caza, la micción y defecación
pirenaica es un pluriorgasmo descontrolado al que tienen acceso todas
las clases sociales. Curiosamente no se produce ningún embarazo no
consentido dado el poco interés libidinoso del artista a tan avanzada
edad.
Pero debido al boca a boca, la cordillera comienza
a sufrir un considerable y progresivo deterioro, ocupada por hordas
de chupaenergías que amenazan en convertirla únicamente en heridas
montañas surcadas por ilimitadas pistas acrobáticas de monopatín.
Buñuel decide mudarse definitivamente a Chichén Itzá, donde ya no
es más que una lámina de sudor dentro de su pasadizo, que claramente
se palpa hoy en día y que todos los turistas se apresuran a tocar
con el dedo o a recoger con sus pañuelos para poder absorber alguna
partícula de su genial locura.
Y el zombi autista con necesidad perentoria de
soltar el lastre imaginativo que venía rumiando y guardando, finalmente
aliviado, se va al monte a sentir la soledad necesaria. El amanecer
del día siguiente anuncia de nuevo bochorno inaguantable. Parece haberse
cansado de su hasta entonces pasatiempo preferido de pasearse levemente
entre interrogantes sin respuesta. Ya ha finalizado su función alternativa.
Tiene que poner un punto y final y ha de ser pesimista.
En la cima de una roca sin más compañía que líquenes
de clima árido, fracasará tras varios intentos de fosilización budista
controlada impedidos por la falta de sueño y concentración y por la
imperecedera admiración visual del movimiento planetario que continúa
facilitándole ideas. Atrás queda la lectura de la vida radical de
los eremitas del pasado pues lo que les diferencia drásticamente es
la visión del futuro que el zombi no logra concebir. Atrás queda la
energía sexual que hacía restallar su cuerpo idealizando unos cuerpos
humanos impersonales pertenecientes a mujeres concebidas como superiores
a él, ya que sus ojos no logran alcanzar el iris de otros ojos para
que los otros ojos alcancen sus propios iris, ni su cuerpo responde
ya a ningún estímulo erótico. Y aunque próximas, atrás quedan también
las personas que le amaron y a las que sirvió. Al rechazar socializarse
irremisiblemente le llega la soledad completa. A nadie le importará
que la odie o la desee, y su realidad como ente viviente puede desaparecer
sin que la evolución social se vea afectada lo más mínimo.
Una noche con luna llena y hermosísimo cielo
estrellado, tras beber una botella de grappa que le desgarra
las úlceras, por fin sus ojos y su boca se cierran para no abrirse
más. Ya ha efectuado el recorrido por todos los hechos de su pasado,
los ha borrado y no quiere crear otros nuevos. El agua se ha acabado,
la luz se ha ido, el sueño le envuelve y al amanecer el nuevo frío
del fin del verano tiene un cadáver más para la marcha incesante del
ciclo vital. A esa misma hora cientos de mujeres gimen al dar a luz
a nuevos hijos de todas las razas. El sol sale otra vez creando el
dualismo que da sentido a la vida que sigue, sigue, sigue...
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JUAN SALANOVA es profesor de inglés,
en Pedrola (Zaragoza, España)
Contactar con el autor: jasalanova[at]auna.com
ILUSTRACIÓN
RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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