El espejo

Emilse Zorzut

Se miró al espejo y volvió a decirse que nunca le gustó su cara, aunque muchas mujeres lo miraban embelesadas. Desparramó sobre su piel la crema de afeitar y se dijo a sí mismo: «¡Payaso!» A través de la puerta del baño se escuchaba el parloteo incesante de su mujer:

—¿El rojo o el negro? No sé con cuál luzco más elegante. ¿Qué opinas? Soy la esposa del artista que expone, debo lucir bien.

Él comenzó a pasar la navaja por su rostro; en esto era aún antiguo pero no le importaba. Las estupideces de su mujer proyectaban en su mente los inconvenientes que había tenido para concluir la muestra, cuando más compenetrado estaba en su cuadro, aparecía ella en la puerta y preguntaba: «¿Qué te gustaría cenar?», o «¿Me queda bien este peinado?», o «El calefón funciona mal». Él no contestaba pero en su interior se gestaba un gran deseo: «¿Por qué no te mueres?» Cuando su rostro estuvo prolijamente rasurado volvió a mirarse en el espejo, seguía disgustado con su cara, también su mujer seguía hablando.

Llegaron al salón, ella lo tomó del brazo como mostrando que era su posesión y lucía una sonrisa espléndida, se sentía la musa inspiradora.

Así como nunca había entrado a su atelier para mirar sus obras tampoco allí les prestó atención, pero sí habló con el que se le ponía delante de las condiciones excepcionales de su marido como artista, parecía un pavo real luciendo sus atributos, no propios, por supuesto.

Él no habló casi nada, después que su amigo Oliver hiciera la presentación de su obra desde su perspectiva y su conocimiento, lo instó a que dijera algunas palabras; se negó con la cabeza pero su mujer lo empujó hacia el pequeño estrado.

—Miren y opinen, no puede decir más.

Se sentía muy cansado, entre trazos e interrupciones se habían evaporado sus fuerzas, deseaba volver a su casa y dormir. Cuando resolvió irse ella se lo reprochó:

—¿En lo mejor de la reunión ¿te quieres ir? ¿Para eso me arreglé tanto? ¡Causé sensación! ¿Viste como me miraron las hermanas Iribarren? ¡Y Lolita, pobre, con su vestido de siempre! Claro...

Ya no escuchó más, al llegar descendió del auto casi corriendo, su mujer tuvo que pagar el importe del taxi. Subió al ascensor y ella si no se apresura, queda afuera.

Sus reproches chocaban contra sus sienes, le oprimían la cabeza como una prensa. Llegaron al quinto piso sin que él pronunciara palabra alguna; entró al departamento y abrió la ventana porque se ahogaba. El parloteo de ella era incesante pero sólo hablaba de ella, su obra no tenía el más mínimo valor salvo para hacer notar que él era su esposo.

Algo sórdido, infernal, hizo que la levantara en brazos; ella se acurrucó contra su pecho esperando el mimo, la caricia y se imaginó en milésimas de segundos denuda en la cama haciendo el amor con todas su ganas; él giró como si bailara, lo que alentó aún más sus fantasías eróticas.

De pronto, después de uno o dos giros la arrojó por la ventana, respiró hondo, aliviado, y se quedó mirando hacia abajo, el vidrio se transformó en un espejo y reflejó su rostro.

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EMILSE ZORZUT. Nació en La Plata, Capital de la Prov. de Buenos Aires; Rep. Argentina. Es psicóloga clínica, egresada de la Universidad de La Plata.
  emizorzut[at]netverk.com.ar

 

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©


▫ Relato publicado en Revista Almiar (2005). Reeditado en noviembre de 2024.

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