Pablo Antivero Esper

Covid-19: la primera pandemia en streaming

M

uchos pensamos que con el VIH los virus habían alcanzado el pináculo de su evolución. En efecto, cuando apareció, el VIH estaba relacionado al sexo y a las drogas, era vicioso, sórdido y mortal. ¿Qué más se le podía pedir? Sin embargo, cuarenta años después aparecería un rival mucho más temido: el Covid-19. No tendrá el morbo del otro, pero viene con lo suyo. Welcome to the Coronavirus World!

Cuando consideré el título de este texto, lo primero en lo que pensé fue en los nuevos ciberlenguajes: redes sociales, aplicaciones, etc. Éstos no solo inauguran modelos inéditos para interpretar lo real, sino que también producen un vocabulario original y epocal. En este sentido, con el Covid-19 nos convertimos en los testigos de la primera pandemia en vivo, on-line, en streaming o descrita con cualquier otra expresión que pueda mentar a una comunidad que, desde una perspectiva real y otra virtual, observa el decurso de una enfermedad globalizada. Así es que, como todos estos conceptos revelan un parentesco bastante cercano y es muy difícil escoger el correcto, hice lo que haría cualquier científico serio: elegí el que más me gustaba. Porque en verdad, y frente a este tsunami epidemiológico y ontológico, poco importa cuál utilicemos: todos devienen en categorías banales.

Del mismo modo, toda la (des) información acerca de nuestro nuevo enemigo se da a conocer bajo una modalidad muy propia de nuestra cultura digital: la viral. De esta manera, afirmar que las noticias acerca de un agente viral se difunden de forma viral constituye una ironía admirable. Es decir, mientras el virus se contagia entre los cuerpos biológicos, las novedades acerca de él se propagan por medio de los dispositivos tecnológicos. ¿No es el epílogo perfecto para una especie idiotizada por sus teléfonos móviles? Así, a éstos llegan: videos / audios / fotos / informes / rumores / reflexiones / meditaciones / conspiraciones / teorías / profecías / sugerencias / advertencias / bromas / tutoriales / escraches / estadísticas / especialistas / estrategias / fake news / bad news / good news / breaking news / chamuyo news / memes / hashtags / challenges / gifs / links y toda clase de contenidos semejantes. De hecho, hace unos días me llegó un link en el que, una vez que ingresas, aparece la animación de un globo terráqueo. Desde la abulia virtual de tu hogar, eliges un país a la carta y puedes visualizar la cantidad de infectados, muertos y recuperados en tiempo real. Como todo en nuestra época, poco importa si los datos son verdaderos, lo esencial es lo novedoso del asunto. Digo, ¿en qué momento de la historia podías seguir con un dedo el itinerario geopolítico de un virus? ¡Es una maravilla de nuestra era! Y si no usas el link, no te preocupes: todos los días, desde las pantallas entre las que vives encerrado, te cantan los números. Como en el bingo del barrio.

La cuarentena

En la Argentina, cuando se declaró la cuarentena —la otra protagonista de esta historia— comenzaron a suceder cosas. Además de la intensificación del bombardeo viral 24/7 al que hice referencia recién, por primera vez en todo el mundo se hablaba de un solo tema. El desbordante tiempo libre, la esencia de la cuestión, más el papel preponderante de las nuevas tecnologías generaron una conversación global sin precedentes.

Lo segundo en lo que impactó la cuarentena fue en lo doméstico y en lo íntimo. El confinamiento generó una serie de procesos que, de otro modo, no habrían ocurrido: la convivencia, el encuentro con el otro, el descubrimiento de lo propio, la incertidumbre, el tedio, el miedo, la soledad, las lecturas, los fantasmas, la circularidad, el fin de lo conocido. La vida humana transformada para siempre.

En tercer lugar, y también por primera vez (cuántas primeras veces), vivimos en carne propia el cruel cautiverio al que sometemos a los animales para nuestra alimentación, recreación y otros tantos usos penosos. No obstante, aquellos que aún son libres y con los que —en cierta forma— convivimos no deben poder creer lo que está sucediendo. ¿Sentirán lo que cuenta el zorro de El Principito?

—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.

—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

El Covid-19 se ha convertido en el jueves de la naturaleza. Con tan solo unas semanas sin nuestra actividad, la contaminación ha disminuido: playas, ríos, el aire, todo está un poco más limpio. Y, más aún, hemos disfrutado de algunas escenas de la sorprendente presencia animal en muchas de nuestras ciudades. Cuando salgamos de nuevo echaremos todo a perder, pero mientras tanto descansan de nosotros.

Humanovirus vs. Coronavirus

En The Matrix (1999) hacia el final de la película el agente Smith (que no es humano) recita un monólogo memorable a Morfeo (que sí lo es). Aquí va la traducción que ofrece el film:

Quisiera compartir una revelación que tuve durante mi tiempo aquí. Vino a mí cuando traté de clasificar tu especie y me di cuenta de que ustedes no son realmente mamíferos. Todos los mamíferos en este planeta instintivamente desarrollan un equilibrio natural con el ambiente que los rodea. Pero los humanos, no. Se mueven a un área y se multiplican. Se multiplican hasta que todos los recursos naturales se consumen. Su única manera de sobrevivir es esparciéndose a otra zona. Hay otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. ¿Sabes cuál es? El virus. Los seres humanos son una enfermedad. Un cáncer de este planeta. Son una plaga.

Pensar a la especie humana como un virus es un planteo que cada tanto se escucha o se lee. Ahora bien, si el agente Smith estuviera hoy entre nosotros, ¿qué opinaría? Yo creo que diría que esta pandemia es una guerra entre dos virus: el humanovirus vs. el coronavirus. Y obviamente aparecen las preguntas: ¿quién vencerá en la pelea? El escenario final, ¿será como el de esas películas postapocalípticas, con calles vacías, casas y autos abandonados, con sobrevivientes humanos y zombies?, ¿o será el de la humanidad feliz, triunfante, rozagante y abrazante al mejor estilo de Hollywood?

Por otro lado, surge otro interrogante. Según la afirmación de Smith inferimos que, en el momento de clasificar, él se orienta por un criterio: la conducta. Por lo tanto, nos preguntamos: ¿acaso no toma en cuenta otros criterios como, por ejemplo, la anatomía y la fisiología?, ¿no son éstas las de un mamífero?, ¿y entonces? O quizás sí las considera pero decide que prevalezca lo comportamental sobre lo estructural. Nunca lo sabremos porque en definitiva son todas conjeturas propias. Lo que sí sabemos es que Smith, con un estilo más elegante y dramático, sostiene lo que se dice por ahí: somos lo que hacemos. Si esto es un reduccionismo o una falacia no es algo que abordaremos aquí. En lo que sí nos detendremos es en lo que propone: somos un virus porque hacemos destrucción.

Esta redefinición no es inocente y el debate, una vez más, se abre. La incógnita de qué somos, insiste. Es, después de la muerte, la más difícil de comprender. Es factible que tengamos que interpelar nuestra definición mamífero-hegemónica y comenzar a autopercibirnos de otra forma, tal vez como una especie híbrida: mamíferos con un sesgo viral o virus con una configuración mamífera. Es mi pretensión que las circunstancias presentes y venideras nos guíen hacia una respuesta.

Tópicos pandémicos

Un tópico es un comentario o una opinión que todos repiten en torno a un determinado tema. Por consiguiente, lo que sucede muchas veces es que la expresión, reiterada una y otra vez, se vacía de sentido aunque no por ello de veracidad. De hecho, muchos tópicos (también llamados lugares comunes) encierran grandes verdades.

Con el Covid-19 surgieron varios tópicos. Estoy tentado de reflexionar sobre varios, pero solo tomaré dos: la cotidianeidad de la muerte y el mundo postpandemia.

Yo presioné su muslo y la muerte sonrió.

Esta pandemia reposicionó a la muerte y la puso frente a nuestras narices. Vivíamos dándole la espalda y minimizándola. Sabíamos que un día llegaría, pero ese día estaba lejos. Sin embargo, verla paseándose a sus anchas, restregándonos en la cara que nuestra existencia sigue siendo tan endeble y fugaz como siempre, trajo a nuestra mente el viejo adagio latino: memento mori. Todos tenemos la certeza del fin, solo que nadie quiere ser el próximo.

Después, ¿qué importa el después?

A diferencia del tango, aquí sí importa el después. Sin dudas, es la pregunta que todos se hacen: ¿cómo será el mundo postpandemia? Nadie lo sabe. Algunos dicen que no estaremos en el mismo lugar en que nos encontró el coronavirus, que nunca seremos los mismos. Otros afirman que al regresar a la rutina estaremos, naturalmente, conmovidos e impresionados por lo vivido pero luego, con el transcurso de los días «se nos pasará» y volveremos a ser quienes éramos. Solo con el devenir de los hechos sabremos la verdad.

Con todo, si queremos que este acontecimiento signe una diferencia entre el pasado y el futuro y que las generaciones venideras no solo recuerden el tiempo presente como «2020: el año de la pandemia» es necesario que, después del desastre y en la calma que sucede a la tormenta, encontremos la humildad y la integridad suficientes para ver al virus no solo como un mero agente infeccioso, sino también como un agente transformador. Es en el modo de apreciar la semilla en donde se halla un nuevo comienzo.

¿Dónde estabas cuando

la pandemia?

El 3 de marzo apareció el primer caso de coronavirus en Argentina. Ese mismo día tuve dos reuniones de trabajo. A ninguno de los presentes le importó el tema porque nadie imaginaba lo que sucedería después. En ambas reinó un clima relajado, los mates pasaron de mano en mano, de boca en boca y nadie temió el contagio de una gripe excepcional, lejana y oriental. Quedamos en vernos de nuevo en unas semanas. En los días subsiguientes se desató la locura. El 11 de marzo la OMS la confirmó como pandemia y solo unos días más tarde, el 20 de marzo, el gobierno argentino declaró oficialmente el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Y nuestra vida, tal como la conocíamos, dejó de ser lo que era.

Ojalá pase algo que

te borre de pronto /

una luz cegadora, un disparo de nieve

Esta pandemia nos sacudió de nuestra modorra existencial y, en tanto experiencia límite, reveló aquello que en verdad somos. Como en un nuevo jardín del Edén, nos vimos desnudos e impotentes. Comprendimos que ahora sí se acabaron los artificios, las mentiras y la palabrería. Todas las maquinarias explicativas, todos los armatostes conceptuales, todas las narrativas, las estéticas, los relatos, los discursos y cualquier intento de ejercicio teórico se derrumban ante el arrasamiento de un ente microscópico que, en caso de tener el mal gusto de infectarnos, ni siquiera tiene la cortesía de permitirnos una despedida de los nuestros.

Por último, si hay algo que hemos de agradecer a esta psicosis pandémica-corónica-cuarenténica es que, una vez más, se puso en evidencia en donde está nuestro real y sustancial problema. No se trata solo de un virus. Hoy es el Covid-19, mañana será un desastre nuclear y en diez años será una invasión extraterrestre, una lluvia de meteoritos, la rebelión de las máquinas, que Internet deje de funcionar o temas más graves y urgentes como el cambio climático, el hambre o la economía. Siempre existirá un incendio que apagar, una coyuntura que afrontar. Por eso, es importante tener presente que, cuando llegue la próxima tragedia a nuestra especie, la raíz del problema no está afuera. Por el contrario, está en nuestro interior que es donde —afortunadamente— también reside nuestra conciencia.


Contactar con el autor: pabloantivero {at} gmail.com
Ilustración artículo: Imagen por Alexandra_Koch / Pixabay {public domain}

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