Llueve. Artemisa ve caer el torrente por los cristales y, amortiguado,
oye el tableteo tenaz sobre el suelo del patio. En un rincón, el jazmín se
balancea mecido por el viento. ¿Cuánto dura el sueño, imaginar la caricia
desconocida, evocada por una voz profunda y unas palabras tiernas? A veces el
tiempo es inconmensurable y otras, tan corpóreo que le duele como si al pasar la
golpeara.
Contempla su reflejo en el cristal y evoca el escalofrío de cada noche,
en la soledad de la alcoba, desnuda frente al espejo; el imaginario tacto de
otra piel, el suave roce de unos dedos que la recorren desde la clavícula al
escote. Inconsciente, se toca la nuca libre de la melena cortada unos días
atrás, tantea su pelo ahora indómito como irreverente desafío. No es joven y, a
veces, le preocupa la profundidad de una arruga, la certeza de un desplome, la
rotundidad de una curva antes apenas insinuada. Entonces recuerda la voz, las
palabras lejanas, y el vello se le eriza y sus poros emanan un aroma a deseo que
ningún perfume es capaz de igualar.
¿Será verdad que viene?, la misma pregunta desde que la pantalla de la
computadora anunció el mensaje, de eso hace una semana; la misma desde que hace
unas horas, por encima de miles de kilómetros, oyó a Javier decirle al oído que
el avión partía, que lo esperase allí, junto a la ventana, frente al jazmín que
los une en la distancia.
Llueve. Javier ve caer el torrente por la ventanilla y, sin oír, imagina
el tableteo tenaz sobre las alas y el asfalto de la pista. ¿Cuántos meses de
soñar, de imaginar una caricia desconocida, evocada por una voz seductora y unas
palabras de cariño? A veces el tiempo huye intangible y otras es tan viscoso que
se adhiere al cuerpo como un hedor insoportable.
Cierra los ojos y siente el escalofrío de cada noche, en el duermevela
del amanecer, cuando su ansia desnuda a Artemisa, desabrocha el corchete del
vestido ceñido a la espalda, descorre la cremallera y, con parsimonia, la libera
de sedas y encajes. No son jóvenes, pero lo que en él le parece la decrepitud de
una arruga transformada en surco o la inconsistencia de un vientre vencido por
la pereza, en ella es el adorno de una vida o la majestad de una curva rotunda.
Sentado, en la inmóvil espera del despegue, imagina el cuello de Artemisa, el
pelo muy corto, podada la larga melena —¿por qué llevas el pelo largo?, le
preguntó una día por teléfono, y ahora recuerda su silencio antes de contestar:
no sé, lo creía más atractivo—. El avión se mueve, la velocidad le pega al
respaldo. El sonido del motor se le antoja un murmullo de placer, un susurro, un
te quiero, y no desea que acabe.
¿Me esperará de veras?, se pregunta desde que envió el mensaje, cuando compró el
billete hace una semana. Minutos antes la ha llamado para confirmar que
embarcaba, para decirle que desea que se encuentren allí, junto a la ventana,
frente al jazmín que los une por encima de la distancia, del desamparo, de la
obsesión y la locura de los imposibles. Ahora que las ruedas abandonan la
tierra, él se deja vencer por el cansancio que lo conduce a un inquieto sueño.
Suena el timbre. Artemisa se sobresalta con el falso carillón y, con un
nudo en el estómago —un millar de mariposas aleteando dentro, piensa sin escapar
al tópico—, camina hacia la puerta. Hola, dice ella. Hola, contesta él. Como si
apenas hiciera unos minutos se hubieran visto la última vez; dos amantes con
cada centímetro de la piel del otro atesorada en el recuerdo. Se besan,
temerosos de romper un hechizo, con la inseguridad del adolescente y la ansiedad
del preso. Un beso denso de sabores, que al poco gana vehemencia. Unidos,
recelosos de que separarse sea despertar de un sueño, se dirigen a la
habitación. Allí, en silencio, Ella frente al espejo, él a la espalda de ella,
los dos con la mirada fija en el reflejo del azogue, ella inmóvil, él abre el
corchete, la cremallera del vestido que ayuda a caer desde los hombros, libera
los senos de sostén y encajes, los acuna amoroso y se agacha y entierra la nariz
en el cuello. Ella, al sentir el roce, cierra los ojos; y él, mientras acaricia
sin descanso los rosados adornos de los senos de ella, cursi como el amor, le
susurra al oído: Cariño, abre los párpados, quiero ver mi placer en el tuyo,
reflejado en el mar esmeralda de tus ojos.
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JOSÉ JAVIER LUQUE GONZÁLEZ:
«Nacido
en Madrid, 51 años, aficionado a la literatura desde la juventud y escribano
desde hace más de veinte años. Hombre de números y dineros por estudios y
profesión. Viajero incansable, navegante ocasional, caminante, amante del buen
vino, de la buena comida y de la mejor compañía. Poco más que un hedonista
atrapado en un mundo que se desmorona.
Como muchos
hoy día, participo en algunos proyectos de Internet, elementos que sustituyen,
por desgracia o por suerte —vaya usted a saber—, a las viejas tertulias. Y, como
no puede ser de otra forma si se quiere existir, mantengo presencia en algún
blog literario.
Vayan como
muestra:
www.27etras.es
|
http://lavidadueleenelhormigon.blogspot.com
Obra premiada y publicada:
Historias
para tres. Segundo premio del quinto concurso de relato erótico Sex Haizegoa
(2000).
La única sonrisa del día. Finalista del premio cuentos de invierno del
Taller de escritura de Burgos (2004). Publicada en el libro colectivo Cuando
cantan las hormigas.
Laura.
Segundo Premio de la quinta edición del certamen literario internacional Cartas
de Amor, del Círculo de Amistad XII de Enero, de Santa Cruz de Tenerife (2003).
La mujer de Già Schiavi. Mención especial
del premio de relatos Vida de Margot, Buenos Aires (2005).
Con las manos en la almeja (memorias de una cocinera). Editorial Bubok
(2008).
Tómbola. Editorial Bubok (2009)
Alguno de
entre otros premios:
Ganador del X
Premio nacional de Novela Corta Banco Hispano Americano (1987).
Ganador del concurso nacional de cuentos Laura Higueras (1989).
Finalista del
II Premio Punt de Llibre de Cuentos Contados, Generalitat de Catalunya (2002).
Tercer Premio III Concurso de Cuento Corto Babel - La Falda, provincia de
Córdoba, Argentina (2003).
Segundo premio
del certamen de relato corto Ciudad de Tacoronte (2004).
Ganador del
III Premio internacional de relato corto COLEGA-CÁDIZ (2004).
Accésit del III Concurso Internacional de Cuentos Taurinos El Albero (2005).
Tercer Premio
II edición Premios Lorca de Relato Breve – Hegoak (2008)».
algolconsultor(at)telefonica.net
ILUSTRACIÓN
RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez
©
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