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Entrevista a los autores premiados en el Certamen Internacional de Narrativa La Barca de la Cultura 2009


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por Susana Negro
 

Hemos reunido en esta entrevista los pareceres de los autores premiados en relación a los diversos temas que aquí se plantean. Nuestra intención ha sido reflejar coincidencias y contrastes, además de darle un tono de «rueda de opinión», permitiendo que los lectores tomen su propio punto de vista.

Ya se han publicitado los premios, menciones y calificaciones varias de estos escritores, de modo que no abundaremos en ello. No obstante, si el lector desea obtener más datos, puede remitir un mail con su inquietud a info@labarcadelacultura.com

Los autores y sus opiniones:

Juan Carlos Garrido Del Pozo - Cómo erigir un altar en una nevera vacía (Segundo Premio Categoría Libre).

José Javier Luque González - Llueve (Segundo Premio Categoría Relato Romántico).

Cecilia Facal - Los dioses (Tercer Premio Categoría Libre).

Eduardo Jauralde - Cuento Cruel (Primer Premio Categoría Libre).

Rubis Camacho Velásquez - De plumas malditas (Tercer Premio Categoría Relato Romántico).

Nos han quedado en el tintero las respuestas de José Luis Suelves (Nunca se olvida - Primer Premio Categoría Relato Romántico), por no haber podido tomar contacto con él.

La imaginación es la loca de la casa.
(Teresa de Ávila)

Susana Negro: Qué opinan nuestros entrevistados de esta aseveración. ¿Creen ustedes que en la cocina del escritor, la imaginación es el condimento imprescindible?

Juan Carlos Garrido: Sin duda alguna. El «oficio» te puede ayudar a rellenar páginas enteras, pero la imaginación marca la diferencia. Además, al menos esa es mi experiencia, se comporta como un músculo que, cuanto más se le entrena y se le exige, más rinde. Qué agradable coincidencia que haya iniciado la entrevista justo con una cita de mi ilustre paisana.

José Javier Luque González: Al menos en lo que a mí se refiere, más que la imaginación es la observación. Las historias están ahí, delante o detrás de nosotros, esperando a ser descubiertas, y si hablamos de cocina, el ingrediente impres-cindible es el trabajo, el cuidado, el cariño, lo artesano que la labor de escribir conlleva.

Cecilia Facal: Yo pienso que el escritor encuentra en la imaginación una casa donde refugiarse de la locura.

Eduardo Jauralde: No me considero un cocinero. La metáfora no acaba de convencerme aplicada a la escritura. Aquí se utiliza mucho en periodo electoral para hablar de las manipulaciones de los políticos que aderezan su salsa de mentiras y promesas.

La imaginación es un elemento aglutinante. Pero no es el elemento imprescindible: hay otros igualmente importantes.

Rubis Camacho Velásquez: La imaginación, misterio maravilloso, es un elemento esencial en la tarea de escribir; provoca la trasgresión, convierte la criatura en creador, magnifica el evento o personaje más cotidiano; pero si faltan la disciplina, la intuición, la fe en una idea, el estudio riguroso de un tema, la reverencia ante la libertad y posibilidades infinitas del lenguaje, entonces, la imaginación es un tesoro en un vaso de barro. Sólo creo en las musas cuando llegan vestidas con ropas de trabajo.

Susana: Vivimos en un mundo donde el lenguaje casi no importa. Se miente con descaro, se bastardea el lenguaje y se lo convierte en algo vacío y sin sentido. Todo vale para justificar los hechos más abominables. Pero los escritores trabajamos con el lenguaje: es la herramienta fundamental de entendimiento entre los hombres. ¿Para ustedes, qué lugar ocupa, a la hora de escribir un relato, la elección del lenguaje?

Juan Carlos: En mi caso, la elección del lenguaje no es un acto independiente, sino que está subordinado al carácter del personaje, al punto de vista de la narración y al tono global del texto. De cualquier modo, la elección adecuada del lenguaje es de capital relevancia en el resultado final.

José Javier: El lenguaje lo es todo. En mi caso, sin cariño al español que me une a otros muchos millones por encima de las diferencias, sin un ansia insaciable de conocerlo, dominarlo, de buscar la palabra y la forma adecuada no existe la literatura. Sólo si se domina el instrumento la música fluye sencilla, fácil y precisa. Eso ocurre con la escritura: la claridad, la precisión, la sencillez sólo nacen del dominio del lenguaje y de las normas que rigen su uso; incluso si el objetivo al escribir es contravenir esas normas o usos.

Cecilia: El lenguaje llega unido a los personajes y la trama, como un todo. Cada palabra que describe una situación o que dice un personaje debe ajustarse al relato, si no, molesta, está desafinada.

Eduardo: Escribimos con palabras ¿no? Nada existe fuera de las palabras o sin ellas. ¿Qué sería de la arquitectura sin volúmenes o de la música sin sonidos? Para mí, el lenguaje lo es todo. Puedo esperar años con una historia que contar hasta que surge la primera frase, la que me dará la voz y el tono. Viene ella sola o pasa y la cazo al vuelo. El lenguaje me sirve para montar mis mentiras, darles apariencia de verdades.

Rubis: Creo que el idioma es el gran archivo de un pueblo. Este archivo no es inmutable. Los hablantes cambiamos el valor y la vigencia de las palabras y expresiones. Un idioma inmóvil certifica la parálisis mental y hasta física de quienes lo emplean. Esta actividad de permanente revisión responde a varios factores: se inventan nuevas palabras, las existentes se vuelven obsoletas, y otras se vuelven indecibles, ¿obscenas?, ¿profanas? Resulta interesante, que en la mayoría de los casos, las personas ofendidas por estas palabras no pueden ofrecer los significados ciertos de las mismas. Les insulta la intención, el tono, el contexto y la sonoridad, estridencia dirían algunos. Es importante señalar que los que bastardean el lenguaje no reconocen los riesgos de fracturas al idioma. Son hablantes que no se consideran responsables de la estabilidad del sistema idiomático heredado. Piensan que la lengua en la que nacieron no los obliga; esto por múltiples razones que van, desde una instrucción deficiente, hasta el uso del lenguaje para la exhibición personal. Creen que violentando las maneras socialmente aceptadas en la comunicación crecerán en la estima ajena. Muchas veces el desvío idiomático responde al deseo de mostrar con el habla la pertenencia a determinado grupo, hasta el punto de crear una jerga imprescindible como señal de identidad. Tal vez un lenguaje desenfadado o desinhibido revela seudo victorias alcanzadas en la lucha por obtener libertad personal. Se desea estremecer con la aspereza de la palabra. Es un puñetazo propinado con la lengua.

A la hora de escribir un relato busco el lenguaje que supla la necesidad de la fuerza expresiva, aquel que complementa la caracterización del personaje y que el texto exige para romper la monotonía. Persigo un efecto, busco sobresaltar, a veces incomodar, desacralizar, revelar una visión del mundo, proponer con el lenguaje seleccionado un decir más claro, más rotundo, mejor ajustado al asunto y a la intención, a las expectativas de quienes han de leer u oír. Intento un tono que haga del texto uno sincero y verificable, y a través del cual el lector se siente apelado e interpretado. Trato de que el lenguaje muestre una estética diferente.

Susana: Es corriente y sabido que los escritores despiertan cierta curiosidad, de modo que, vamos a pedirles que nos cuenten de sus méritos y deméritos, algo corriente que hagan todos los días y, luego, algo particular; ese algo particular que los hace ganadores de certámenes.

Juan Carlos: Un servidor es un escritor tardío, diletante y autodidacta, por lo que, sin ningún genero de dudas, no soy la persona más adecuada para impartir doctrina, ya que debo mis aciertos al instinto y mis errores a la ignorancia. En todo caso, siempre procuro mantener todos los sentidos abiertos al mundo, mi mayor fuente de inspiración, y me esfuerzo por contemplarlo con la falta de prejuicios y la curiosidad propias de la infancia.

José Javier: Mi vida diaria está más cercana a los números que a las letras y muy alejada de eso que, con pedantería, se puede llamar cultura.

En cuanto a lo segundo, la única particularidad que me ha llevado a ganar algún concurso es la suerte y cierta perseverancia. El resto, la obra en sí, es producto del trabajo, de horas de corregir, de las ganas de aprender y de tragarme el orgullo y escuchar otras opiniones.

Con todo, cualquiera que escriba y quiera participar en este juego tiene que tener en cuenta que ningún premio hará su obra mejor, pero que hay algunos que le harían a él mucho más rico, esos que jamás le darán… o quizá sí.

Cecilia: Vivo con mi marido en un pueblo de montaña al sur de la Patagonia. Tengo dos hijos pequeños, una hija grande que vive en Madrid, estudio, trabajo, me ocupo de la casa…Todas las «normalidades» conocidas. Méritos, pocos y los deméritos los callo por pudor o por vergüenza. ¿Alguien sabe cómo se hace exactamente para ganar un certamen? ¡Que lo diga!

Eduardo: No debo tomarme demasiado en serio. No me gusta mirarme el ombligo. Si tuviera muchos méritos estaría en los escaparates de las librerías.

Los jurados no suelen explicarnos por qué premian nuestros cuentos. Una vez uno de ellos me habló de «creatividad en la utilización del lenguaje».

Alguien me reprochó una vez que yo escribía para conmover. Contesté que no era exactamente eso que yo escribía cuando estaba conmovido. Quiroga decía que no había que hacer eso. Que era mejor esperar que pasara la emoción del momento.

Rubis: Un día sin leer y escribir es un día perdido, de modo que, trato de leer de madrugada y escribir en las tardes. Si un autor o autora me deslumbra hasta el desvelo, estudio su obra y me alejo, porque es demasiado tentador copiar su estilo.

También cargo siempre un libro en la cartera y anoto ideas en cualquier pedazo de papel. Guardo silencio reverente ante las conversaciones ajenas en la fila del supermercado, en la sala de espera de un hospital, en la sala de una funeraria, en la parada de guaguas… Siempre salgo de allí con un caudal de cuentos por escribir.

¿Algo particular que me convierte en ganadora de certámenes? No creo que existan fórmulas para ganar un certamen. Procuro escribir con honradez y honestidad. Si una idea me provoca y me conmueve, la trabajo, la defiendo con uñas y dientes, la saboreo en el papel y la presento. Luego lo olvido y me dedico al próximo cuento.

Susana: ¿Cómo y cuándo descubrieron la vocación o el deseo de escribir?

Juan Carlos: Mi encuentro con la vocación se produjo hace cinco años por pura curiosidad, poco más que un juego, por tratar de descubrir si uno era capaz de tal proeza. Ahora se ha convertido en una adicción de la que no quiero ni sé si sería capaz de liberarme.

José Javier: Todos lo escritores suelen decir que el deseo de escribir les acompañó siempre e imagino que, en cierta manera, es verdad. En mi caso, pasada esa época de ripios y artificios florales de la adolescencia, me reencontré con la escritura ya mayor, a los treinta años; y que aquel juego se convirtiera en mi primer premio literario no es ajeno a que no lo haya abandonado del todo en los siguientes veinte años.

Cecilia: Comencé de muy pequeña escribiendo poesía, más o menos hasta los veinte años. Después dediqué mi tiempo libre a la música, al canto y abandoné la escritura. Me reencontré hace muy poco tiempo, gracias a Internet y los talleres literarios en línea…

Eduardo: De pequeño viajaba en tren con mis padres: en la ventanilla había una placa metálica donde estaba escrito: prohibido arrojar objetos a la vía bajo las responsabilidades a que hubiere lugar. Me fascinó esa frase. Pensé que el hombre que escribía frases así era un genio.

Ahora lloro la pérdida del futuro de subjuntivo y me asombra y entristece que algunos escritores o aprendices de escritores destruyan la herramienta con la que trabajan y borren los matices y las sutilezas que es como empobrecer la realidad misma. Ya no saben si oyen o si escuchan, si miran o si ven si son o si están y tantas cosas más...

El primer cuento lo escribí a la vuelta de un viaje por Perú, allá por los años setenta. Debo mucho a Ciro Alegría y a José María Arguedas.

Rubis: Escribo porque me apasionan las palabras. No creo que exista un mayor patrimonio. Mi embeleso por ellas comenzó en la iglesia protestante durante mi niñez. Aunque no entendía muchas de las palabras que decían nuestros ministros… resque-brajamiento, purificación, fronda, kerigma, las repetía conti-nuamente porque me maravillaba su arquitectura, sonoridad, el golpe de cada sílaba, el pedazo de aire que se requería en cada una, las emociones que provocaban en los oyentes. Sentía que me resbalaban por el cuerpo, que se enredaban en los cabellos, que subían por las paredes, que vibraban dentro de mis huesos… Luego aprendí a escribirlas. Soy su esclava, lo acepto.

Susana: Dice Cortazar: «Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out». ¿Qué hizo que a la hora de tomar pluma y papel ustedes se decidieran por el género cuento? ¿Y cuál es el secreto para que sus cuentos produzcan ese efecto de knock-out al que alude Cortazar?

Juan Carlos: También me prodigo en la novela, incluso en la literatura infantil, así que, de momento, no me decantado en exclusiva por ningún género. A mi entender, un buen cuento debería ser como un cuadro impresionista, en el que los personajes se perfilan con las pinceladas imprescindibles. Un buen cuento debe atrapar tu atención desde la primera línea hasta el final, para lo cual es capital la elección de los personajes, así como la de los trazos con los que los vamos a retratar.

José Javier: No diré que a la hora de escribir he tomado partido por el cuento en detrimento de la novela, ya que convino ambos géneros con desigual dedicación. Creo que, en buena parte, los talleres literarios tienen mucha culpa de la gran cantidad de cuentos que se escriben y, quizá, de que la calidad de estos sea aceptable. También estos mismos talleres han colaborado a difundir mucho cliché que a fuerza de circular se pretende como verdad absoluta. Frases u opiniones más o menos afortunadas han convertido en gurús a algunos de los mejores ejemplos que ha dado la literatura de escritores que huyeron toda su vida de los gurús. Cortazar es un buen ejemplo.

Es verdad que en apariencia un cuento permite pocos errores, que exige precisión, ir al grano, por así decir, pues su dimensión no es acta para la divagación; pero eso no significa siempre lo que parece. Muchos cuentos tienen su verdadera historia fuera del discurso más o menos banal que narran y es el lector el que la encuentra, o el que la intuye y la crea él mismo, quizá durante días o meses después de haber leído, y puede que releído, el relato. Son cuentos en los que apenas pasa nada, incluso sin aparente final.

Pero también es cierto que esa misma técnica narrativa, a veces muy cercana al uso de los silencios y juegos de cámara cinematográficos, es utilizada por algunos escritores para la novela con grandes resultados.

De lo que no tengo duda es de que me resulta imposible atribuirme una técnica, un secreto, una receta mágica a la que atribuir el efecto más o menos afortunado de lo que escribo.

Cecilia: El cuento es una conversación íntima con un interlocutor que está atento a lo que tenemos para decir. Es más fácil explicarle algo a alguien predispuesto de esa forma, pero no creo que haya una fórmula universal, se busca producir el efecto knock-out, convencer, seducir. A veces se consigue…

Eduardo: Soy un hombre pacífico y sedentario En general no trato de escribir cuentos contundentes, no quiero dar sorpresas ni crear tensiones, aún menos noquear al paciente lector que me regala su tiempo. Empiezo sin saber cómo voy a terminar. El final suele venir por sí sólo. Si no viene, el cuento se malogra y termina en la papelera.

Rubis: Prefiero el género del cuento porque me obliga a la precisión en el lenguaje. No hay espacio para divagar. La lucha real es contra el adjetivo innecesario y la descripción excesiva y engorrosa. El reto es mayúsculo, decir más con menos. El ejercicio afina la capacidad de síntesis, agudiza mi ojo de escritora para recogerlo todo en una mirada. La búsqueda del efecto (el puñetazo) es incesante.

Susana: ¿Quiénes son sus autores preferidos y de qué modo han influido en sus estilos de escritura?

Juan Carlos: Nadie es capaz de permanecer ajeno a lo que lee, y creo que, aunque sea de modo inconsciente y por antítesis, todo lo que se lee te condiciona. Es indudable que autores como Cortázar o Borges son hitos en la literatura contemporánea, pero me gusta en especial leer a mis coetáneos, como Jesús Tíscar u Oscar Sipán, si bien no es fácil conseguir sus obras y, a menudo, sólo es posible por Internet. En cuanto a la novela, mi obra favorita es Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada. Todavía me resulta inconcebible que pudiera alumbrarla con poco más de veinte años.

José Javier: Soy un lector muy ecléctico que, ante todo, leo para distraerme, para evadirme. Eso quiere decir que por mis manos pasan autores tan dispares como Carlos Ruiz Zafón, Stieg Larsson, Enrique Vila-Matas, Laura Esquivel, José Ovejero, Luis Mateo Díaz, Arnaldur Indridason, Carmen Posadas, Antonio Tabucchi, Manuel Vázquez Montalbán, Wilhelm Genazino, Hareki Murakami, Donna Leon, Manuel Puig… En fin, para mí leer es un estado de ánimo y existe una literatura, género o autor para cada uno de ellos.

No sabría decir cómo han influido o influyen estos autores nombrados y los injustamente omitidos en mi escritura, supongo que no saberlo no hace que no lo hagan.

Cecilia: Julio Cortázar, Ernest Hemingway. Me encanta su forma de atraparnos en el cuento y llevarnos hasta el final en un viaje que no podemos interrumpir y del que invariablemente volvemos asombrados, sorprendidos o conmovidos.

Eduardo: Los clásicos siempre: Cervantes y Quevedo; Galdós y Clarín; Rulfo y Asturias. Una vez leí la traducción al francés de un cuento del admirado Julio Ramón Ribeyro ¡qué desastre! Decidí nunca más leer traducciones traidoras.

Si leo cuando escribo, se me pega el estilo de lo que estoy leyendo como una música que no puedo dejar de tararear.

Rubis: El poeta de mi adolescencia fue Pablo Neruda. Me enamoré de su poesía a los doce años cuando, por casualidad, cayó en mis manos su imperecedero Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Luego admiré a otros poetas como Miguel Hernández, Gabriela Mistral, Rafael Alberti, Palés Matos, Lorca, Julia de Burgos, Kavafis… Me gusta la obra de Saramago, Marguerite Duras, Camilo José Cela, Borges, Cortázar, Mario Cancel, García Márquez, Bonhoeffer, Yourcenar, Chejov, Guadalupe Dueñas, Abelardo Díaz Alfaro, Mishima, Suskind, Manuel Rivas…

De estos grandes maestros he aprendido vocabulario y técnica, pero sobre todo, la importancia de escribir con «voz propia». Repaso a menudo sus trabajos para disfrutar la peculiaridad de los estilos, examinar el manejo de la técnica, descubrir cómo resuelven ciertas disyuntivas en un texto, repensar las preocupaciones que se reflejan en sus obras, y gozar de la literatura.

Susana: ¿Qué libro/s podemos encontrar siempre sobre sus mesitas de noche?

Juan Carlos: Ninguna obra goza de tal privilegio y, en cada ocasión, se hallará lo que esté leyendo en ese momento, que ahora mismo es Los amigos del crimen perfecto, de Trapiello.

José Javier: Que un libro dure mucho sobre mi mesita de noche no es buena señal pues quiere decir que, por alguna causa, he abandonado su lectura y el libro espera allí una nueva oportunidad que a veces nunca llega.

Son pocos los libro que releo, sólo algún poema suelto, que cada vez busco menos en los libros y más en la red (soy poco o nada aficionado a la poesía) y pasajes concretos de libros a los que me siento unido por los sentimientos. Últimamente, Marca de agua, de Joseph Brodsky, me ronda, porque me ronda la añoranza de Venecia.

Cecilia: Una pila de tres o cuatro libros nuevos, producto de la última incursión en la librería.

Eduardo: Nunca leo de noche, en la cama. Si tuviera un libro en la mesilla de noche, creo que serían las poesías de Miguel Hernández.

Rubis: …Memorias de Adriano, de Yourcenar, El Evangelio según Jesucristo, de Saramago, Del amor y otros demonios, de García Márquez, Resistencia y sumisión, de Dietrich Bonhoeffer, Confieso que he vivido, de Neruda, el cuento Los tres ermitaños, de Tolstoi.

Susana: Se dice que los artistas, en general, son amigos de los ritos, de ciertos hábitos como elegir un rincón, un horario, elementos varios: lápiz, birome, PC… manías, dirán algunos. ¿De estas «manías» qué les convoca y condiciona a la hora de sentarse a escribir?

Juan Carlos: No puedo permitirme el lujo de exhibir tales manías. Puesto que debo atender al trabajo que me da de comer y a dos hijos en edad de romper zapatos, sólo puedo escribir robándole tiempo a otras cosas, a menudo el sueño, y aprovecho ratos inconexos, a veces incluso segundos, para la tarea. Mientras conduzco o aguardo cola en el super, hilvano la historia en la cabeza y, cuando me puedo sentar, la escribo del tirón.

José Javier: Carezco de manías a la hora de escribir, tal vez es que se me agotan en el resto de menesteres de mi vida.

Cecilia: El rincón es mi escritorio, frente a la PC, a cualquier hora del día. Infaltable, la taza de té con limón.

Eduardo: Sin ordenador no puedo escribir. En mi PC y en mi despacho y en mi sillón y con la ventana y la puerta abiertas para escuchar el ruido de la casa y de la calle. Si empiezo ya no puedo pensar en otra cosa, hasta terminar. Pero hasta que una frase no me queda a mi gusto, no puedo empezar la siguiente.

Rubis: Antes de comenzar a escribir, saludo la foto gigantesca de Marguerite Yourcenar que cuelga en la pared de mi biblioteca. Es como pedir la bendición de la maestra. Aparece sentada frente a su máquina de escribir, con las manos cruzadas y la mirada perdida. Entonces comienzo.

Susana: No compartimos la idea de que proceso creativo sea algo que provenga de las «musas», los «genios», el «toque mágico», por el contrario, entendemos que requiere esfuerzo y un trabajo artesanal muy dedicado y cuidadoso; bien que no desdeñamos esa dosis de fantasía que favorece al acto de crear. ¿Qué los motiva en esos instantes?

Juan Carlos: Juan Carlos Márquez, el último ganador del prestigioso premio Tiflos de cuento, afirmaba, con su particular humor, que la única «Musa» que conocía era una marca de mayonesa. No le falta razón, y yo también soy partidario del trabajo duro. Además, tal como respondía a la primera pregunta, cuanto más se escribe, con más facilidad te llegan las ideas.

José Javier: Esa misma añoranza veneciana de la que he hablado antes y la constante certeza de que eso que llamamos vivir y a lo que dedicamos tiempo y esfuerzo es una desastrosa forma de malgastar la vida parecen una constante que gravita sobre lo que escribo en estos momentos.

Ambas cosas deben de significar que me hago viejo.

Cecilia: Una vez elegida la idea o el tema, me lo llevo de paseo, literalmente. Salgo a caminar a la montaña, hago mis tareas diarias, con esa idea en la cabeza. No pienso en ella: la llevo conmigo. Luego de unos días, me siento frente a la PC y la dejo salir, que se exprese por sí misma. Es un método que me resulta bastante efectivo.

Eduardo: Es verdad que uno ha de ser muy exigente consigo mismo, pero he de reconocer que hay situaciones que se resuelven por sí mismas, personajes que actúan de modo independiente, frases enteras que se forman como por arte de magia, palabras que se esconden... cuando no escribo no soy feliz.

Rubis: El proceso creativo comienza al atisbar la posibilidad de la historia. Luego necesito escribirla, esculpirla con deleite, despacio, palpando las formas sinuosas… Me alivia que los personajes griten sus virtudes y miserias.

Susana: Hay autores que se nutren de experiencias personales —propias y/o ajenas— a la hora de armar una trama o de crear personajes, y agregamos: qué si no la experiencia puede darnos la materia prima de todo relato… pero esta pregunta apunta a si toman ustedes lo testimonial en un estado puro, bien como punto central del argumento, bien para la caracterización de los protagonistas, o si por el contrario todo es puramente ficcional.

Juan Carlos: Decía Chandler: «Los escritores son todos unos proxenetas. Prostituyen lo que ven y a la gente que conocen y le dan una vida nueva en un libro, negro sobre blanco». Por supuesto que uno no se limita a ser un mero cronista de la realidad, pero es cierto que a menudo le gusta jugar a Frankenstein y componer personajes con rasgos de gente que se ha conocido, a veces mezclándolos y otras distorsionándolos. Me lo tomo como una travesura y disfruto con ello.

José Javier: Bueno, esta última pregunta cierra el círculo, al menos en mi caso: está contestada en la primera de ellas: soy un observador. Soy incapaz de crear nada que no tenga su anclaje en la realidad. Pero, no nos engañemos, no hay mentira más grande que una verdad a medias, así que esa verdad manipulada, mezclada, alterada, convertida en literatura deglute cualquier posible realidad que, por otro lado, nunca funcionaría como ficción: la realidad es otra cosa, a menudo, inverosímil.

Cecilia: En mi caso, hay muchas cosas tomadas de la realidad, detalles de mi personalidad y de la gente que conozco bien, pero también voy coleccionando situaciones: puede ser algo que me llamó la atención de una persona cualquiera que vi en la calle. Es una mezcla de ficción y realidad que no siempre se da en las mismas proporciones.

Eduardo: No me gusta oponer ficción y realidad. Son dos caras del mismo espejo. Nosotros, bueno, yo salgo de la realidad y vuelvo a ella pasando por la ficción. El punto de llegada es siempre diferente al punto de partida. O debería ser diferente: escribir es explorar para ver lo que la realidad nos oculta o, si se quiere, crear una realidad diferente pero no por ello menos real, menos verdadera.

Tengo tres temas obsesivos: los emigrantes (yo soy uno), el mundo de la infancia, la vejez.

Rubis: Aún las obras de mayor ficción tienen su asiento en lo testimonial. Cada cual escribe desde sus referentes cotidianos. La ficción se sostiene con detalles de la experiencia, la descripción de un olor, de un sabor, de una caricia. Es un binomio inevitable. Mis historias combinan ambos elementos.

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Entrevista publicada originalmente en La Barca de la Cultura.

 

 

Relatos y enlaces en esta publicación:

- Eduardo Jauralde: Cuento Cruel

- Juan C. Garrido del Pozo - Cómo erigir un altar en una nevera vacía

- Cecilia Facal - Los dioses

- José L. Suelves Naya - Nunca se olvida

- José J. Luque González - Llueve

- Rubis M. Camacho Velásquez - De plumas malditas

- Entrevista a los autores premiados

- Página de inicio del Certamen




Revista Almiar - n.º 46 - mayo/junio de 2009 - ISSN 1695-4807
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