Hemos reunido en esta entrevista los
pareceres de los autores premiados en relación a los diversos temas que aquí se
plantean. Nuestra intención ha sido reflejar coincidencias y contrastes, además
de darle un tono de «rueda de opinión», permitiendo que los lectores tomen su
propio punto de vista.
Ya se han publicitado los premios,
menciones y calificaciones varias de estos escritores, de modo que no
abundaremos en ello. No obstante, si el lector desea obtener más datos, puede
remitir un mail con su inquietud a info@labarcadelacultura.com
Los autores y sus opiniones:
Juan Carlos Garrido Del Pozo -
Cómo erigir un altar en una nevera vacía (Segundo Premio Categoría Libre).
José Javier Luque González -
Llueve (Segundo Premio Categoría Relato Romántico).
Cecilia Facal - Los dioses
(Tercer Premio Categoría Libre).
Eduardo Jauralde - Cuento
Cruel (Primer Premio Categoría Libre).
Rubis Camacho Velásquez - De
plumas malditas (Tercer Premio Categoría Relato Romántico).
Nos han quedado en el tintero las
respuestas de José Luis Suelves (Nunca se olvida - Primer Premio Categoría Relato
Romántico), por no haber podido tomar contacto con él.
La
imaginación es la loca de la casa.
(Teresa de Ávila)
Susana Negro: Qué opinan
nuestros entrevistados de esta aseveración. ¿Creen ustedes que en la cocina del
escritor, la imaginación es el condimento imprescindible?
Juan Carlos Garrido: Sin duda
alguna. El «oficio» te puede ayudar a rellenar páginas enteras, pero la
imaginación marca la diferencia. Además, al menos esa es mi experiencia, se
comporta como un músculo que, cuanto más se le entrena y se le exige, más rinde.
Qué agradable coincidencia que haya iniciado la entrevista justo con una cita de
mi ilustre paisana.
José Javier Luque González: Al
menos en lo que a mí se refiere, más que la imaginación es la observación. Las
historias están ahí, delante o detrás de nosotros, esperando a ser descubiertas,
y si hablamos de cocina, el ingrediente impres-cindible es el trabajo, el
cuidado, el cariño, lo artesano que la labor de escribir conlleva.
Cecilia Facal: Yo pienso que
el escritor encuentra en la imaginación una casa donde refugiarse de la locura.
Eduardo Jauralde: No me
considero un cocinero. La metáfora no acaba de convencerme aplicada a la
escritura. Aquí se utiliza mucho en periodo electoral para hablar de las
manipulaciones de los políticos que aderezan su salsa de mentiras y promesas.
La imaginación es un elemento aglutinante.
Pero no es el elemento imprescindible: hay otros igualmente importantes.
Rubis Camacho Velásquez: La
imaginación, misterio maravilloso, es un elemento esencial en la tarea de
escribir; provoca la trasgresión, convierte la criatura en creador, magnifica
el evento o personaje más cotidiano; pero si faltan la disciplina, la intuición,
la fe en una idea, el estudio riguroso de un tema, la reverencia ante la
libertad y posibilidades infinitas del lenguaje, entonces, la imaginación es un
tesoro en un vaso de barro. Sólo creo en las musas cuando llegan vestidas con
ropas de trabajo.
Susana: Vivimos en un mundo
donde el lenguaje casi no importa. Se miente con descaro, se bastardea el
lenguaje y se lo convierte en algo vacío y sin sentido. Todo vale para
justificar los hechos más abominables. Pero los escritores trabajamos con el
lenguaje: es la herramienta fundamental de entendimiento entre los hombres.
¿Para ustedes, qué lugar ocupa, a la hora de escribir un relato, la elección del
lenguaje?
Juan Carlos: En mi caso, la
elección del lenguaje no es un acto independiente, sino que está subordinado al
carácter del personaje, al punto de vista de la narración y al tono global del
texto. De cualquier modo, la elección adecuada del lenguaje es de capital
relevancia en el resultado final.
José Javier: El lenguaje lo es
todo. En mi caso, sin cariño al español que me une a otros muchos millones por
encima de las diferencias, sin un ansia insaciable de conocerlo, dominarlo, de
buscar la palabra y la forma adecuada no existe la literatura. Sólo si se domina
el instrumento la música fluye sencilla, fácil y precisa. Eso ocurre con la
escritura: la claridad, la precisión, la sencillez sólo nacen del dominio del
lenguaje y de las normas que rigen su uso; incluso si el objetivo al escribir es
contravenir esas normas o usos.
Cecilia: El lenguaje llega
unido a los personajes y la trama, como un todo. Cada palabra que describe una
situación o que dice un personaje debe ajustarse al relato, si no, molesta, está
desafinada.
Eduardo: Escribimos con
palabras ¿no? Nada existe fuera de las palabras o sin ellas. ¿Qué sería de la
arquitectura sin volúmenes o de la música sin sonidos? Para mí, el lenguaje lo
es todo. Puedo esperar años con una historia que contar hasta que surge la
primera frase, la que me dará la voz y el tono. Viene ella sola o pasa y la cazo
al vuelo. El lenguaje me sirve para montar mis mentiras, darles apariencia de
verdades.
Rubis: Creo que el idioma es
el gran archivo de un pueblo. Este archivo no es inmutable. Los hablantes
cambiamos el valor y la vigencia de las palabras y expresiones. Un idioma
inmóvil certifica la parálisis mental y hasta física de quienes lo emplean. Esta
actividad de permanente revisión responde a varios factores: se inventan nuevas
palabras, las existentes se vuelven obsoletas, y otras se vuelven indecibles,
¿obscenas?, ¿profanas? Resulta interesante, que en la mayoría de los casos, las
personas ofendidas por estas palabras no pueden ofrecer los significados ciertos
de las mismas. Les insulta la intención, el tono, el contexto y la sonoridad,
estridencia dirían algunos. Es importante señalar que los que bastardean el
lenguaje no reconocen los riesgos de fracturas al idioma. Son hablantes que no
se consideran responsables de la estabilidad del sistema idiomático heredado.
Piensan que la lengua en la que nacieron no los obliga; esto por múltiples
razones que van, desde una instrucción deficiente, hasta el uso del lenguaje
para la exhibición personal. Creen que violentando las maneras socialmente
aceptadas en la comunicación crecerán en la estima ajena. Muchas veces el desvío
idiomático responde al deseo de mostrar con el habla la pertenencia a
determinado grupo, hasta el punto de crear una jerga imprescindible como señal
de identidad. Tal vez un lenguaje desenfadado o desinhibido revela seudo
victorias alcanzadas en la lucha por obtener libertad personal. Se desea
estremecer con la aspereza de la palabra. Es un puñetazo propinado con la
lengua.
A la hora de escribir un relato busco
el lenguaje que supla la necesidad de la fuerza expresiva, aquel que complementa
la caracterización del personaje y que el texto exige para romper la monotonía.
Persigo un efecto, busco sobresaltar, a veces incomodar, desacralizar, revelar
una visión del mundo, proponer con el lenguaje seleccionado un decir más claro,
más rotundo, mejor ajustado al asunto y a la intención, a las expectativas de
quienes han de leer u oír. Intento un tono que haga del texto uno sincero y
verificable, y a través del cual el lector se siente apelado e interpretado.
Trato de que el lenguaje muestre una estética diferente.
Susana: Es corriente y sabido
que los escritores despiertan cierta curiosidad, de modo que, vamos a pedirles
que nos cuenten de sus méritos y deméritos, algo corriente que hagan todos los
días y, luego, algo particular; ese algo particular que los hace ganadores de
certámenes.
Juan Carlos: Un
servidor es un escritor tardío, diletante y autodidacta, por lo que, sin ningún
genero de dudas, no soy la persona más adecuada para impartir doctrina, ya que
debo mis aciertos al instinto y mis errores a la ignorancia. En todo caso,
siempre procuro mantener todos los sentidos abiertos al mundo, mi mayor fuente
de inspiración, y me esfuerzo por contemplarlo con la falta de prejuicios y la
curiosidad propias de la infancia.
José Javier: Mi vida diaria
está más cercana a los números que a las letras y muy alejada de eso que, con
pedantería, se puede llamar cultura.
En cuanto a lo segundo, la única
particularidad que me ha llevado a ganar algún concurso es la suerte y cierta
perseverancia. El resto, la obra en sí, es producto del trabajo, de horas de
corregir, de las ganas de aprender y de tragarme el orgullo y escuchar otras
opiniones.
Con todo, cualquiera que escriba y
quiera participar en este juego tiene que tener en cuenta que ningún premio hará
su obra mejor, pero que hay algunos que le harían a él mucho más rico, esos que
jamás le darán… o quizá sí.
Cecilia: Vivo con mi marido en un
pueblo de montaña al sur de la Patagonia. Tengo dos hijos pequeños, una hija
grande que vive en Madrid, estudio, trabajo, me ocupo de la casa…Todas las
«normalidades» conocidas. Méritos, pocos y los deméritos los callo por pudor o
por vergüenza. ¿Alguien sabe cómo se hace exactamente para ganar un certamen?
¡Que lo diga!
Eduardo: No debo tomarme
demasiado en serio. No me gusta mirarme el ombligo. Si tuviera muchos méritos
estaría en los escaparates de las librerías.
Los jurados no suelen explicarnos por
qué premian nuestros cuentos. Una vez uno de ellos me habló de «creatividad en
la utilización del lenguaje».
Alguien me reprochó una vez que yo
escribía para conmover. Contesté que no era exactamente eso que yo escribía
cuando estaba conmovido. Quiroga decía que no había que hacer eso. Que era mejor
esperar que pasara la emoción del momento.
Rubis: Un día sin leer y
escribir es un día perdido, de modo que, trato de leer de madrugada y escribir
en las tardes. Si un autor o autora me deslumbra hasta el desvelo, estudio su
obra y me alejo, porque es demasiado tentador copiar su estilo.
También cargo siempre un libro en la
cartera y anoto ideas en cualquier pedazo de papel. Guardo silencio reverente
ante las conversaciones ajenas en la fila del supermercado, en la sala de espera
de un hospital, en la sala de una funeraria, en la parada de guaguas… Siempre
salgo de allí con un caudal de cuentos por escribir.
¿Algo particular que me convierte en
ganadora de certámenes? No creo que existan fórmulas para ganar un certamen.
Procuro escribir con honradez y honestidad. Si una idea me provoca y me
conmueve, la trabajo, la defiendo con uñas y dientes, la saboreo en el papel y
la presento. Luego lo olvido y me dedico al próximo cuento.
Susana: ¿Cómo y cuándo
descubrieron la vocación o el deseo de escribir?
Juan Carlos: Mi
encuentro con la vocación se produjo hace cinco años por pura curiosidad, poco
más que un juego, por tratar de descubrir si uno era capaz de tal proeza. Ahora
se ha convertido en una adicción de la que no quiero ni sé si sería capaz de
liberarme.
José Javier: Todos lo
escritores suelen decir que el deseo de escribir les acompañó siempre e imagino
que, en cierta manera, es verdad. En mi caso, pasada esa época de ripios y
artificios florales de la adolescencia, me reencontré con la escritura ya mayor,
a los treinta años; y que aquel juego se convirtiera en mi primer premio
literario no es ajeno a que no lo haya abandonado del todo en los siguientes
veinte años.
Cecilia: Comencé de muy
pequeña escribiendo poesía, más o menos hasta los veinte años. Después dediqué
mi tiempo libre a la música, al canto y abandoné la escritura. Me reencontré
hace muy poco tiempo, gracias a Internet y los talleres literarios en línea…
Eduardo: De pequeño viajaba en
tren con mis padres: en la ventanilla había una placa metálica donde estaba
escrito: prohibido arrojar objetos a la vía bajo las responsabilidades a que
hubiere lugar. Me fascinó esa frase. Pensé que el hombre que escribía frases así
era un genio.
Ahora lloro la pérdida del futuro de
subjuntivo y me asombra y entristece que algunos escritores o aprendices de
escritores destruyan la herramienta con la que trabajan y borren los matices y
las sutilezas que es como empobrecer la realidad misma. Ya no saben si oyen o si
escuchan, si miran o si ven si son o si están y tantas cosas más...
El primer cuento lo escribí a la
vuelta de un viaje por Perú, allá por los años setenta. Debo mucho a Ciro
Alegría y a José María Arguedas.
Rubis: Escribo porque me
apasionan las palabras. No creo que exista un mayor patrimonio. Mi embeleso por
ellas comenzó en la iglesia protestante durante mi niñez. Aunque no entendía
muchas de las palabras que decían nuestros ministros… resque-brajamiento,
purificación, fronda, kerigma, las repetía conti-nuamente porque me maravillaba
su arquitectura, sonoridad, el golpe de cada sílaba, el pedazo de aire que se
requería en cada una, las emociones que provocaban en los oyentes. Sentía que me
resbalaban por el cuerpo, que se enredaban en los cabellos, que subían por las
paredes, que vibraban dentro de mis huesos… Luego aprendí a escribirlas. Soy su
esclava, lo acepto.
Susana: Dice Cortazar: «Un
escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se
entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por
puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out». ¿Qué
hizo que a la hora de tomar pluma y papel ustedes se decidieran por el género
cuento? ¿Y cuál es el secreto para que sus cuentos produzcan ese efecto de
knock-out al que alude Cortazar?
Juan Carlos: También me
prodigo en la novela, incluso en la literatura infantil, así que, de momento, no
me decantado en exclusiva por ningún género. A mi entender, un buen cuento
debería ser como un cuadro impresionista, en el que los personajes se perfilan
con las pinceladas imprescindibles. Un buen cuento debe atrapar tu atención
desde la primera línea hasta el final, para lo cual es capital la elección de
los personajes, así como la de los trazos con los que los vamos a retratar.
José Javier: No diré
que a la hora de escribir he tomado partido por el cuento en detrimento de la
novela, ya que convino ambos géneros con desigual dedicación. Creo que, en buena
parte, los talleres literarios tienen mucha culpa de la gran cantidad de cuentos
que se escriben y, quizá, de que la calidad de estos sea aceptable. También
estos mismos talleres han colaborado a difundir mucho cliché que a fuerza de
circular se pretende como verdad absoluta. Frases u opiniones más o menos
afortunadas han convertido en gurús a algunos de los mejores ejemplos que ha
dado la literatura de escritores que huyeron toda su vida de los gurús. Cortazar
es un buen ejemplo.
Es verdad que en apariencia un cuento
permite pocos errores, que exige precisión, ir al grano, por así decir, pues su
dimensión no es acta para la divagación; pero eso no significa siempre lo que
parece. Muchos cuentos tienen su verdadera historia fuera del discurso más o
menos banal que narran y es el lector el que la encuentra, o el que la intuye y
la crea él mismo, quizá durante días o meses después de haber leído, y puede que
releído, el relato. Son cuentos en los que apenas pasa nada, incluso sin
aparente final.
Pero también es cierto que esa misma
técnica narrativa, a veces muy cercana al uso de los silencios y juegos de
cámara cinematográficos, es utilizada por algunos escritores para la novela con
grandes resultados.
De lo que no tengo duda es de que me
resulta imposible atribuirme una técnica, un secreto, una receta mágica a la que
atribuir el efecto más o menos afortunado de lo que escribo.
Cecilia: El cuento es una
conversación íntima con un interlocutor que está atento a lo que tenemos para
decir. Es más fácil explicarle algo a alguien predispuesto de esa forma, pero no
creo que haya una fórmula universal, se busca producir el efecto knock-out,
convencer, seducir. A veces se consigue…
Eduardo: Soy un hombre
pacífico y sedentario En general no trato de escribir cuentos contundentes, no
quiero dar sorpresas ni crear tensiones, aún menos noquear al paciente lector
que me regala su tiempo. Empiezo sin saber cómo voy a terminar. El final suele
venir por sí sólo. Si no viene, el cuento se malogra y termina en la papelera.
Rubis: Prefiero el género del
cuento porque me obliga a la precisión en el lenguaje. No hay espacio para
divagar. La lucha real es contra el adjetivo innecesario y la descripción
excesiva y engorrosa. El reto es mayúsculo, decir más con menos. El ejercicio
afina la capacidad de síntesis, agudiza mi ojo de escritora para recogerlo todo
en una mirada. La búsqueda del efecto (el puñetazo) es incesante.
Susana: ¿Quiénes son sus
autores preferidos y de qué modo han influido en sus estilos de escritura?
Juan Carlos: Nadie es
capaz de permanecer ajeno a lo que lee, y creo que, aunque sea de modo
inconsciente y por antítesis, todo lo que se lee te condiciona. Es indudable que
autores como Cortázar o Borges son hitos en la literatura contemporánea, pero me
gusta en especial leer a mis coetáneos, como Jesús Tíscar u Oscar Sipán, si bien
no es fácil conseguir sus obras y, a menudo, sólo es posible por Internet. En
cuanto a la novela, mi obra favorita es Las máscaras del héroe, de Juan
Manuel de Prada. Todavía me resulta inconcebible que pudiera alumbrarla con poco
más de veinte años.
José Javier: Soy un
lector muy ecléctico que, ante todo, leo para distraerme, para evadirme. Eso
quiere decir que por mis manos pasan autores tan dispares como Carlos Ruiz
Zafón, Stieg Larsson, Enrique Vila-Matas, Laura Esquivel, José Ovejero, Luis
Mateo Díaz, Arnaldur Indridason, Carmen Posadas, Antonio Tabucchi, Manuel
Vázquez Montalbán, Wilhelm Genazino, Hareki Murakami, Donna Leon, Manuel Puig…
En fin, para mí leer es un estado de ánimo y existe una literatura, género o
autor para cada uno de ellos.
No sabría decir cómo han influido o
influyen estos autores nombrados y los injustamente omitidos en mi escritura,
supongo que no saberlo no hace que no lo hagan.
Cecilia: Julio Cortázar,
Ernest Hemingway. Me encanta su forma de atraparnos en el cuento y llevarnos
hasta el final en un viaje que no podemos interrumpir y del que invariablemente
volvemos asombrados, sorprendidos o conmovidos.
Eduardo: Los clásicos siempre:
Cervantes y Quevedo; Galdós y Clarín; Rulfo y Asturias. Una vez leí la
traducción al francés de un cuento del admirado Julio Ramón Ribeyro ¡qué
desastre! Decidí nunca más leer traducciones traidoras.
Si leo cuando escribo, se me pega el
estilo de lo que estoy leyendo como una música que no puedo dejar de tararear.
Rubis: El poeta de mi
adolescencia fue Pablo Neruda. Me enamoré de su poesía a los doce años cuando,
por casualidad, cayó en mis manos su imperecedero Veinte poemas de amor y una
canción desesperada. Luego admiré a otros poetas como Miguel Hernández,
Gabriela Mistral, Rafael Alberti, Palés Matos, Lorca, Julia de Burgos, Kavafis…
Me gusta la obra de Saramago, Marguerite Duras, Camilo José Cela, Borges,
Cortázar, Mario Cancel, García Márquez, Bonhoeffer, Yourcenar, Chejov, Guadalupe
Dueñas, Abelardo Díaz Alfaro, Mishima, Suskind, Manuel Rivas…
De estos grandes maestros he
aprendido vocabulario y técnica, pero sobre todo, la importancia de escribir con
«voz propia». Repaso a menudo sus trabajos para disfrutar la peculiaridad de los
estilos, examinar el manejo de la técnica, descubrir cómo resuelven ciertas
disyuntivas en un texto, repensar las preocupaciones que se reflejan en sus
obras, y gozar de la literatura.
Susana: ¿Qué libro/s podemos
encontrar siempre sobre sus mesitas de noche?
Juan Carlos: Ninguna
obra goza de tal privilegio y, en cada ocasión, se hallará lo que esté leyendo
en ese momento, que ahora mismo es Los amigos del crimen perfecto, de
Trapiello.
José Javier: Que un
libro dure mucho sobre mi mesita de noche no es buena señal pues quiere decir
que, por alguna causa, he abandonado su lectura y el libro espera allí una nueva
oportunidad que a veces nunca llega.
Son pocos los libro que releo, sólo
algún poema suelto, que cada vez busco menos en los libros y más en la red (soy
poco o nada aficionado a la poesía) y pasajes concretos de libros a los que me
siento unido por los sentimientos. Últimamente, Marca de agua, de Joseph
Brodsky, me ronda, porque me ronda la añoranza de Venecia.
Cecilia: Una pila de tres o
cuatro libros nuevos, producto de la última incursión en la librería.
Eduardo: Nunca leo de noche,
en la cama. Si tuviera un libro en la mesilla de noche, creo que serían las
poesías de Miguel Hernández.
Rubis: …Memorias de Adriano,
de Yourcenar, El Evangelio según Jesucristo, de Saramago, Del amor y
otros demonios, de García Márquez, Resistencia y sumisión, de
Dietrich Bonhoeffer, Confieso que he vivido, de Neruda, el cuento Los
tres ermitaños, de Tolstoi.
Susana: Se dice que los
artistas, en general, son amigos de los ritos, de ciertos hábitos como elegir un
rincón, un horario, elementos varios: lápiz, birome, PC… manías, dirán algunos.
¿De estas «manías» qué les convoca y condiciona a la hora de sentarse a
escribir?
Juan Carlos: No puedo
permitirme el lujo de exhibir tales manías. Puesto que debo atender al trabajo
que me da de comer y a dos hijos en edad de romper zapatos, sólo puedo escribir
robándole tiempo a otras cosas, a menudo el sueño, y aprovecho ratos inconexos,
a veces incluso segundos, para la tarea. Mientras conduzco o aguardo cola en el
super, hilvano la historia en la cabeza y, cuando me puedo sentar, la escribo
del tirón.
José Javier: Carezco de
manías a la hora de escribir, tal vez es que se me agotan en el resto de
menesteres de mi vida.
Cecilia: El rincón es mi
escritorio, frente a la PC, a cualquier hora del día. Infaltable, la taza de té
con limón.
Eduardo: Sin ordenador no
puedo escribir. En mi PC y en mi despacho y en mi sillón y con la ventana y la
puerta abiertas para escuchar el ruido de la casa y de la calle. Si empiezo ya
no puedo pensar en otra cosa, hasta terminar. Pero hasta que una frase no me
queda a mi gusto, no puedo empezar la siguiente.
Rubis: Antes de comenzar a
escribir, saludo la foto gigantesca de Marguerite Yourcenar que cuelga en la
pared de mi biblioteca. Es como pedir la bendición de la maestra. Aparece
sentada frente a su máquina de escribir, con las manos cruzadas y la mirada
perdida. Entonces comienzo.
Susana: No compartimos la idea
de que proceso creativo sea algo que provenga de las «musas», los «genios», el
«toque mágico», por el contrario, entendemos que requiere esfuerzo y un trabajo
artesanal muy dedicado y cuidadoso; bien que no desdeñamos esa dosis de fantasía
que favorece al acto de crear. ¿Qué los motiva en esos instantes?
Juan Carlos: Juan
Carlos Márquez, el último ganador del prestigioso premio Tiflos de cuento,
afirmaba, con su particular humor, que la única «Musa» que conocía era una marca
de mayonesa. No le falta razón, y yo también soy partidario del trabajo duro.
Además, tal como respondía a la primera pregunta, cuanto más se escribe, con más
facilidad te llegan las ideas.
José Javier: Esa misma
añoranza veneciana de la que he hablado antes y la constante certeza de que eso
que llamamos vivir y a lo que dedicamos tiempo y esfuerzo es una desastrosa
forma de malgastar la vida parecen una constante que gravita sobre lo que
escribo en estos momentos.
Ambas cosas deben de significar que
me hago viejo.
Cecilia: Una vez elegida la
idea o el tema, me lo llevo de paseo, literalmente. Salgo a caminar a la
montaña, hago mis tareas diarias, con esa idea en la cabeza. No pienso en ella:
la llevo conmigo. Luego de unos días, me siento frente a la PC y la dejo salir,
que se exprese por sí misma. Es un método que me resulta bastante efectivo.
Eduardo: Es verdad que uno ha de ser
muy exigente consigo mismo, pero he de reconocer que hay situaciones que se
resuelven por sí mismas, personajes que actúan de modo independiente, frases
enteras que se forman como por arte de magia, palabras que se esconden... cuando
no escribo no soy feliz.
Rubis: El proceso creativo
comienza al atisbar la posibilidad de la historia. Luego necesito escribirla,
esculpirla con deleite, despacio, palpando las formas sinuosas… Me alivia que
los personajes griten sus virtudes y miserias.
Susana: Hay autores que se
nutren de experiencias personales —propias y/o ajenas— a la hora de armar una
trama o de crear personajes, y agregamos: qué si no la experiencia puede darnos
la materia prima de todo relato… pero esta pregunta apunta a si toman ustedes lo
testimonial en un estado puro, bien como punto central del argumento, bien para
la caracterización de los protagonistas, o si por el contrario todo es puramente
ficcional.
Juan Carlos: Decía
Chandler: «Los escritores son todos unos proxenetas. Prostituyen lo que ven y a
la gente que conocen y le dan una vida nueva en un libro, negro sobre blanco».
Por supuesto que uno no se limita a ser un mero cronista de la realidad, pero es
cierto que a menudo le gusta jugar a Frankenstein y componer personajes con
rasgos de gente que se ha conocido, a veces mezclándolos y otras
distorsionándolos. Me lo tomo como una travesura y disfruto con ello.
José Javier: Bueno,
esta última pregunta cierra el círculo, al menos en mi caso: está contestada en
la primera de ellas: soy un observador. Soy incapaz de crear nada que no tenga
su anclaje en la realidad. Pero, no nos engañemos, no hay mentira más grande que
una verdad a medias, así que esa verdad manipulada, mezclada, alterada,
convertida en literatura deglute cualquier posible realidad que, por otro lado,
nunca funcionaría como ficción: la realidad es otra cosa, a menudo, inverosímil.
Cecilia: En mi caso, hay
muchas cosas tomadas de la realidad, detalles de mi personalidad y de la gente
que conozco bien, pero también voy coleccionando situaciones: puede ser algo que
me llamó la atención de una persona cualquiera que vi en la calle. Es una mezcla
de ficción y realidad que no siempre se da en las mismas proporciones.
Eduardo: No me gusta oponer
ficción y realidad. Son dos caras del mismo espejo. Nosotros, bueno, yo salgo de
la realidad y vuelvo a ella pasando por la ficción. El punto de llegada es
siempre diferente al punto de partida. O debería ser diferente: escribir es
explorar para ver lo que la realidad nos oculta o, si se quiere, crear una
realidad diferente pero no por ello menos real, menos verdadera.
Tengo tres temas obsesivos: los
emigrantes (yo soy uno), el mundo de la infancia, la vejez.
Rubis: Aún las obras de mayor
ficción tienen su asiento en lo testimonial. Cada cual escribe desde sus
referentes cotidianos. La ficción se sostiene con detalles de la experiencia, la
descripción de un olor, de un sabor, de una caricia. Es un binomio inevitable.
Mis historias combinan ambos elementos.
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Entrevista publicada originalmente en
La Barca de la
Cultura.
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