Match Point o el abismo que
separa la suerte del talento

por
Guillermo Ortiz López


No puedo ser objetivo: es Londres y es Scarlett Johansson, que son dos pasiones, en mi caso, relativamente recientes. También es Woody Allen, claro, pero ese es un nombre ya demasiado gastado con los años, con demasiadas referencias y no siempre positivas.

Entré ansioso —sala vacía, sesión de las 6 de la tarde, jueves de lluvia en un Multicines madrileño— y salí complacido, y no hay mucho más que pueda decir para no revelar demasiados secretos que les harán falta cuando vean la película. Sólo por fastidiar: un amigo me dijo antes de entrar que «se parecía demasiado a Delitos y Faltas». Cuando la vean entenderán el fastidio. Si ya la han visto reconocerán el parecido.

El único problema es que entre ansiedad y complacencia, Match Point no me llegó a enganchar. Me pareció demasiado fría en ocasiones. Británica, dicen. Puede. Pero muy francesa, sobre todo muy Chabrol y su gusto por las endogámicas y perversas relaciones de las familias burguesas. Aunque sin el punto irónico de Chabrol ni su gusto por la buena comida.

En ocasiones, los diálogos me parecían pretenciosos y en ocasiones me parecían demasiado triviales. A veces faltaban explicaciones y a veces sobraban de manera demasiado evidente (lo que sobra, siempre es evidente).

Es una película de muchos géneros —sí, Delitos y Faltas otra vez. Una película policíaca, una película de amor pasional, una película sobre un hombre que se hace a sí mismo y no tiene problemas para dejar cadáveres detrás. Pero, en el fondo, la película no es más que una excusa para desarrollar una idea, brillante, que se expone al principio y que se remata al final: «La gente se niega a admitir la importancia que tiene la suerte en sus vidas, todo lo que realmente escapa a su control». El azar.

No es una idea demasiado original, pero está bien desarrollada, y eso es lo que cuenta. Tengo mis dudas sobre la historia de amor, y sobre sus derivados, que ya observarán, pero no tengo dudas sobre ese hilo conductor y es que siempre lo he pensado, aunque de otra manera: «Se puede conseguir cualquier cosa sin talento, pero no se puede conseguir casi nada sin valor». Ahora, quiten «valor» de mi frase y pongan «suerte», y recuerden que «la suerte es para quien la busca», refrán centenario convertido en tópico de retransmisión deportiva.

Así que si es una alegoría del azar como motor de la existencia humana, es una gran alegoría, si es una historia de amor, es una historia poco original, turbadora sólo en lo que tiene de Scarlett Johansson —22 años, ¿dónde está el límite de esa chica?— y si es una historia policíaca, es una historia pobre, pero no lo es, no se preocupen, sólo que por un momento lo parece, y ese momento es un poco duro...

A toda narración —especialmente un libro o una película— hay que pedirle que tenga un buen título, un buen comienzo y un buen final. Eso suple muchos defectos que puedan aparecer en el intermedio. Woody Allen lo sabe y lo cumple a la perfección: un título sugerente —más aún en los tiempos de pasión por Rafa Nadal— un comienzo inquietante —«¿te han dicho alguna vez que tienes un juego muy agresivo?»— y un final sencillamente prodigioso.

Y, lógicamente, hasta aquí puedo escribir. Disfrútenla, no se arrepentirán. O al menos no todo el rato.

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