EL TERCER ÁNGEL
(y otros textos…)
por
MANUEL LOZANO
El tercer ángel vació su copa sobre los ríos y
manantiales, y se volvieron sangre.
Apocalipsis, 16:4
Tras una invocación hirviente como roca sumergida en los encajes del delirio —de un delirio convertido en llagas hasta donde se disuelve el error—, sube el séquito entre las ilusiones de Birnam.
A este albergue me trae el resplandor con su cabeza inclinada hacia los hombres. De estrangulado y ardiente nácar, habré de gemir por ausentes y presentes.
¿Qué maná soltaste de los dedos, qué otra adivinación se quedó en la sombra dorada que despoja de velos y es torbellino y saber en las praderas?
Ramificado exterminio hasta el árbol de Adán, fosfórico, feraz cuando escarba entre las grietas nunca el alba de las pesadillas.
Son manantiales reposando en mi boca sin duelo. Son los visitadores aleonados sucumbiendo al vértigo de mi escalofrío.
Puedo tocar el rayo que se expande, que se arrastra.
Ni en las márgenes de luz de este desierto, ni en el ciego carbón aguijoneando los pies de una mendiga, dejabas de entrar.
Y hendir en este ascenso los racimos abiertos, la muerte ambarina de la infancia.
La mitad de mi rostro es la pureza arrojada al letargo de un mundo siempre ajeno, semiofrecido a los pozos del tiempo. Antorcha inclinándose por el fósil errante de la duración.
¿Qué follaje liba el deseo de quien cuida en secreto su cueva?
El temerario conjuro y sus gérmenes arrancan a esta noche los designios del mundo terrenal. El dolor arde en las bocas. He de amar la espuma de ese cielo.
Ruego por mis abandonados al borde de los precipicios, por los solitarios, por el balbuceo de mi lengua en enigma, por mi hermosa crueldad, fogón de todos los deslumbramientos.
Inféstense arpías y bosques, alabarderos y esclavos, pócimas y calderas emponzoñadas, nieve lloviendo sobre las tumbas, consejas del escarabajo a la hierba que muere. Los guardianes portan coronas de gloria y estás, sin embargo, en el infierno.
Deseo de precipitarme en las rebeldías del juego, de balancearme en la casa del dios desconocido.
¿Qué se despoja del prisionero apenas cierra los ojos para donar a la sombra su lastimadura?
Perseveran revelaciones –como ecos- en las grutas que nombran tus ojos. Con solo mirar, fundas un mundo hecho para el sol y las serpientes. Por eso bailabas frenéticamente el disfraz de una magnolia, las máscaras que eluden el sudario donde nacen.
Fraudes arrodillados a un espejo sin piedad, obsequios del desvelo, zaguanes de la impostura: tu retrato de este mundo. De arena es la fragancia del recinto en que me desfiguro.
El escanciador del vino saborea su cara frutal y da alaridos. ¿Es del mundo esta región de alta selva, trastornada, cautelosa?
Me llevan a las vastas carnicerías del hombre. ¿Debo entonces ser el hombre, ese tormento?
Otra imposible Eurídice, con luto de su escándalo, reparte las vísceras. Cae el beatífico aceite sobre un linaje de almendras: hecho para veneno de las lamentaciones.
Un graal de alambres y de escamas se hará juguete entre los dedos perversos de la música.
¿Son ciegos y ausentes los vacíos? Si se borran los rostros, ¿por qué bajas a esas charcas de nostalgia? ¿Qué regreso te convoca, agonista? ¿En despertar está el eclipse?
Por fin se demora la música en el cedro. Mediodía en la abdicación de unas alas ofrendadas al incendio verde. Estos codicilos de amor se iluminarán a tu paso.
El juglar vagabundo —como una araña desentierra el hilo meridiano. ¿Has de regresar a la fortaleza, trazar en el tapiz bermejo la divina entrada?
Límites, zambullidas en lo visible.
Una jauría de perros de sal rondan el verde espacio donde arrojas piedras al crucificado que fuiste y dice ¡adiós! sin compasión alguna.
Lavo las mordazas desprendidas de mi carne de cielo en las alcobas. Quedan las duras aletas, como si no fuesen ya mías.
Acobardado diluvio en los huecos del cerebro. ¡Qué arrobamiento donde cantar mortuorios himnos para el arcoiris! Dejémoslo acercarse.
Insidiosas dádivas del lujo.
Filogénesis de un arder hacia arriba: de excavar en el cielo el Memorable Rostro de Una Ausencia.
La sangre estuvo en ti desde el principio. Ultimaste las pérdidas con el asombro. Noche ciega, instinto ciego, ciego de nadar en los volcanes de la melancolía, en su madera, en su mármol, en su frío.
Purifiqué mi memoria. Desde el principio fui la esfinge.
Villa Santa Lucía de Syracusa, 30-XII-2003/18-I-2004
AMENHOPTÚ MEMNÓN
Ya miré el mar desde el desierto. ¿Cómo daré mi infancia enterrada entre palmeras de cenizas a una infancia tan sola? Se acerca. Hijo de la luz, ya miré el mar desde el desierto.
Villa Santa Lucía de Syracusa, Epifanía de 2004
GEORGE MEREDITH
Hubo un hombre que bautizaba con lluvia las cosas que los hombres no ven y olvidan en torpes basurales de máscaras.
Murmuración de herejías en el jardín fabuloso.
Que haya luz y expansión de criaturas sobre lo seco. Las zanjas de la pérdida después —sólo después— se abrirán por los hallazgos.
Así las vísperas del tiempo muestran la usura al prisionero, la boca chorreante que ha de comer a los hijos. Vorazmente, me rapta lo que desecho. Camino por las aletas de un murciélago. Salto en los vacíos que deja el corazón de la conciencia. Escribo un idioma de mediums en la corteza del grito. (Así es el acaso del endechador tembloroso, delicado de calles vinientes de la letanía.)
Yo no bajé a la tierra de los demacrados por piedad. ¡Cómo saboreé cada pradera del escalofrío, sin entregar ni exigir a mis infiernos otros infiernos con momias de incandescente cercanía! Yo no bajé a esa tierra.
Un autómata bendice el sol de mediodía con los brazos en alto. Parece un féretro en el recinto de las apariciones. Me dice y se suicida.
Se representa aquí un heroico teatro de invocaciones: el oleaje liba y excava. La gangrena del mundo fascina a quien la lame.
Juegos malabares para ocultar la esclavitud de mi lengua en poesía, para revelarme ídolo y tabú entre las dunas, ¿debo pasar a través de este trasfuego de membranas? ¿Iluminar hasta el aliento de mamífero con catecismo lila para el salto?
Sucede así. Otros dejan que el viento los maltrate y los arroje —al fin— como a las fieras del circo.
Me hacen traer los instrumentos de desposesión: ¿lluvia encerrada en el bosque o tibia calavera aguardando su corona?
Vacilante hoguera en el oasis desnudo, un hombre. Un balbuceo de altar en el viento, quizá las ruinas de ese balbuceo.
Entonces el mundo se rodeaba de falsas monedas (como falsas joyas), y quedaban satisfechos de su espanto.
Habían pasado naciones, imperios, tribus, desatinadas murallas de luto y de cenizas, ejércitos de avispas, visiones de dulcísimos monstruos arañando el asco de su desnudez , cárceles de Gog y de Magog, vastas genealogías de emoción y de tragedia.
Aun entre las telarañas del asco, te dejabas vivir con la respiración delirante de los matarifes. El animal articula su pregunta. Los otros escarban muladares.
Desesperado encantamiento ante la gruta. ¿Pero qué incesto de iguanas manipula tu boca?
Si me escribes, si te atreves a decir del tiempo los escombros; de los muertos su palabra insolente. Hormigueros para una metafísica en tragedia.
Dépouillée.
La ceremonia se desnuda. De un linaje de imprecaciones frías y temblores ardientes, nazco a la historia.
—Miren ése es un hijo de la luz; pero también el testigo y el sirviente de esta traición que conoces demasiado.
Santa Lucía de Syracusa, enero de 2004
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Estos textos forman parte del libro La Noche Desnuda de Rostro Ciego, de Manuel Lozano. © Derechos reservados
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Manuel Lozano ha recibido más de 50 premios nacionales e internacionales, entre ellos el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Beca del Ministerio de Asuntos Sociales de España, entre otros. Fue proclamado Joven Sobresaliente de la República Argentina 1991-92, distinción otorgada por la Cámara Junior, quien lo votara por unanimidad. Ha cursado estudios de literatura y lingüística en Europa siendo, además, Master en Historia de la Cultura Argentina (EDAC, Bs. As., 1997, por cuya tesis sobre Silvina Ocampo recibió la máxima calificación y la Medalla Victoria Ocampo), y Master en Comunicación (Fundación de Altos Estudios en Arte y Comunicación, Bs. As., 1998).
Jorge Luis Borges escribió sobre él: «(…) Nos deslumbra con páginas memorables. Descubro que tiene el hábito de frecuentar el universo, de traducirlo en misteriosas y afortunadas invenciones».
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Artículo publicado en Revista Almiar – Margen Cero™ (2004-2005) – Aviso legal