ENRIQUE MOLINA:
GANANDO AHORA UN INMENSO NAVÍO

por


MANUEL LOZANO

 

«Ganando ahora un inmenso navío…»
Henri Michaux, Connaissance par les gouffres

 

La primera y cercanísima imagen que me lleva y me reencuentra con su poesía, es la de unas sábanas blancas tendidas al sol en un mediodía furioso, abisal, como todos los mediodías en estos extremos del planeta. ¿Estaba esa imagen en algún texto de Enrique, la soñé, o acaso me la reveló en algunas de esas últimas e interminables conversaciones telefónicas? No importa. El idioma es ahora del viento y congrega multitudes. El idioma es un ala inmortal que nos escarba.

«¿Qué podría decir de mí?/ ¿Qué podría decir en sueños?», escribe en el comienzo de Los últimos soles. Sí, me dices también que «hay como un resplandor en torno», y es el resplandor arcangélico de quienes aprendieron a despedirse lentamente de este lado, subrepticiamente de sus pasiones, pero también de sus intemperies. ¿Qué podría decir, ahora, en unas pocas palabras, de este poeta que bajó hasta los agujeros mismos del abismo para descubrir el exacto paraje donde palabra y silencio vertebran el enigma de un mundo visitado hasta la extenuación?

Te sospechamos con tu traje de músico buscador del oro elemental de las vigilias en una pocilga del Perú, o bautizando a la Gran Pájara errante que nos cubre de memorias que poseímos y que abandonamos al alba, navegando siempre hacia todos los tiempos de la sangre en el equívoco cuerpo de tu secreta barca fantasma. Te sospechamos cortajeándote los pies y las manos, como los místicos, para librar de obstáculos a esta travesía tan agria, pero ¿por qué no? tan fascinante. Te sospechamos en aquellos convites inhumanos de Ovidio, aquellos festines desnudos donde las madrastras quieren mezclar ponzoñas negras nada más que con sus manos, sólo para nacer como un súcubo. Sólo para nacer.

También alucinado en el reclamo de las grandes aguas sanguinolentas de Saigón o de Ispahan, frente a las pampas maldecidas donde no crecen tamariscos ni florecen las anémonas. La pampa, ese otro mar. Esa otra plenitud del abandono.

Desde tu nuevo cielo, no cesa la cacería con su legión de huéspedes y gaviotas olorosas brotando de una gota de lluvia, con sus ferias de brujas y cráteres lunares, con «la misma ardiente música del mundo/oída siempre y siempre y siempre». ¿Cómo vive el corazón, el viejo cómplice, en el otro jardín? ¿Cómo se recuerda? Con la más vasta y dulcísima libertad.

Porque eso era Enrique, porque eso lo nombraba: libertad de pensamiento hasta cuando el pensamiento se rechaza, libertad de la noche y del grito, libertad pánica, libertad sin vacilaciones, sin servidumbres, libertad pagana que se ofrece al deseo del amor y al amor del deseo en esta casa deslumbrante.

Enrique Molina adhirió irisado y fanático a la invitación del viejo León Bloy: «Es necesario ser mendigos en la puerta de los cementerios. Mendigos vestidos de fuego». René Char escribiría, mientras tanto, en la piel del poema: «Lamer su llaga. La llaga del relámpago».

Entonces Tántalo, el siempre rey destronado rozando las almendras prohibidas, buscando el agua primigenia, velado, carnal, inmanente. Tántalo goza en su desgracia porque sabe que detrás de las puertas hay otras y otras y otras. El placer erótico del regreso lo pervierte y sobrevive. No vuelve sobre las huellas (tal es el sentido etimológico de «destino»), salvo que el placer lo guíe en semejante itinerario. Desata el feroz parricidio, el urgente, aunque antes ofreciera —en un banquete a los dioses— la carne tibia del cadáver de su hijo Pélope, rey de Frigia. Tampoco habrá nostalgias de paraísos perdidos ni la conciencia de una escala de estorbos en la busca de la Unidad Primordial.

Por todo eso, el amor. Por todo eso, los emblemas de la tempestad y su sobreviviente. Escribe en «Parajes desiertos» del libro Vida esteparia, aún inédito: «…Donde una piedra cae sin fin/ En un mundo desierto/ Abriendo en otro reino/ Los paisajes en marcha de sus brazos/ los lugares insólitos donde todo se pierde en una niebla/ De lenguaje de náufragos».

El sobreviviente de la pasión fija en su sola eternidad un instante que es, en la memoria librada de apariencias, todos los instantes. Se adueña de las palabras de Une saison en enfer (libro que tradujo en colaboración con Oliverio Girondo), y nos pregunta: «¿No tuve yo alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, como para escribirla en hojas de oro?».

Ni remotamente quiero pensar que Enrique, uno de nuestros poetas fundamentales y fundacionales, se haya convertido, como el sujeto de aquel espléndido texto de 1961, en «Hermano, vagabundo, muerto». Hermano, siempre. Vagabundo también, nómade cayendo hacia lo alto. Pero nunca muerto. ¿Acaso —como lo entrevió Macedonio— no es una falacia la muerte? «Estabas vivo entonces sorbiendo el aire a grandes alas/ fuera de los dormitorios sin domicilio ni constancia/ni orden jerárquico ni comunión ni el suave confort/de la castración ni ojos parapetados tras un muro/de ratas en oficinas negras como vísceras».

En la «ciudad innominada de un mar distante» (William Morris dixit), Enrique dibuja sus poemas en blanquísimas sábanas tendidas al sol de un mediodía furioso, abisal, como todos los mediodías en esos extremos del planeta. Dibuja alas para descubrir una inmortalidad, la ardiente inmortalidad del amor al poema.

___________________________

(Texto leído por el autor al recibir el «Primer Premio Enrique Molina», Bs. As., 5-XII-97).
Imagen fondo de página: Dragón Rojo de Hiram Abid (Dibujo del autor).


Esplendor del alarido

 

«He detestado siempre las presentaciones, acaso por lo que tienen de excesivas y frágiles al mismo tiempo, acaso por su fugacidad. Prefiero los retratos, seguramente porque abren otras puertas más exquisitas y más reverberantes. (¿Quién no se fascina aún por los irisados borradores de esa prerrafaelita extraviada en pleno siglo XX, Edith Sitwell? Son retratos que queman en su vuelo.

»En cuanto a mí mismo y mi obra, sólo diré que soy un filibustero explorando las mapas del abismo, los húmedos sueños de la razón en su delirio, los íntimos aserraderos donde los valores se transmutan y rehacen cada vez. Todo es igual a todo menos uno. Cultivo el jardín como recomendaban Voltaire y Anatole France. Y el jardín deja sus sucesivos tatuajes en mi piel, también sus estigmas. Así aprendo a respirar el esplendor del alarido y sus contraluces. Soy un jardinero arañando universo».

Manuel Lozano Puente de culturas

Manuel Lozano, fotografiado por Bioy Casares ©

 

Manuel Lozano (Córdoba, Argentina) es ensayista, poeta, narrador, profesor de literatura y Doctor Honoris Causa del Consejo Iberoamericano de Educación. Autor de más de quince libros —que van del género fantástico al ensayo filosófico—, dentro de los cuales podemos citar a Libro de Amenemope, La Línea y el Círculo, Tratado sobre la Rotación de los Encantos, El Enigma Silvina Ocampo: La Paradoja y lo Sublime, Mansión Artaud, y La noche desnuda de rostro ciego, ha recibido 54 premios nacionales e internacionales, entre los que se destacan: Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Premio Interletras de Madrid, Premio Universidad de La Plata, Beca del Fondo Nacional de las Artes, y Premio Ministerio de Asuntos Sociales de España. A partir de los dieciocho años, comenzó a dictar conferencias y seminarios en diferentes ciudades del mundo. En 1992, la Cámara Junior lo proclamó «Joven Sobresaliente de la Argentina 1991-1992», votado por unanimidad. En 1993, fue becado por el gobierno español junto a celebridades de la literatura mundial como los Premios Nobel José Saramago, Wole Soyinka, Juan Goytisolo y Jorge Amado.

Ha recibido elogios de grandes escritores de su país, de Europa y de Estados Unidos. Jorge Luis Borges escribió sobre él (1984): «…Nos deslumbra con páginas memorables. Descubro que tiene el hábito de frecuentar el universo, de traducirlo en misteriosas y afortunadas invenciones». Ha creado FIED (Fundación Interdisciplinaria de Estudios para el Desarrollo), que actualmente preside. Por su notable contribución a la investigación cultural y educativa, el Consejo Iberoamericano de Educación, con sede en Lima e integrado por universidades de Hispanoamérica, le otorgó el Premio a la Excelencia Educativa 2004, conjuntamente con los títulos de Master en Gestión Educativa y el Doctorado Honoris Causa en Educación.

📩 fied_bsas[at]arnet.com.ar

 

Camina por el puente

Puente de Culturas - Madrid Buenos Aires

Artículo publicado en Revista Almiar – Margen Cero™ (2004-2005) – ​👨‍💻​ PmmC

 

(112 lecturas, 1 reciente)