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Presentación
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Unos están en primer plano, son los protagonistas de las novelas, las películas y las obras dramáticas, son los personajes que el autor ha elegido para desarrollar la trama, para que carguen con el peso de la historia. Y alrededor de ellos, presentes o incluso ausentes, pero sugeridos, flotan otros que tienen a veces escasa significación, y, en otras ocasiones, una importancia decisiva, aunque sólo tengan una aparición fugaz: son los personajes secundarios.
Siempre están ahí, aun en el texto más escueto nunca el héroe está solo, pues en su devenir vital como persona se han cruzado otros muchos seres humanos.
Proponemos a nuestros lectores que tomando como referente —en entregas sucesivas— los tres relatos ganadores del III Certamen de Relato Breve de Almiar, escriban las historias de los personajes secundarios que asoman en estos apasionantes cuentos.
Abril de 2005
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Leer relato ganador del 3.er Premio
del III Certamen Almiar
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Los autores y sus textos
Carmen López León ▫ Alejandro Tobar ▫ Juana Castillo Escobar ▫ Esther Zorrozua ▫ Eriol ▫ Bertha Carou ▫ Issa M. Martínez Llongueras ▫ Jerónimo Medina Valcarreras ▫ Mary Carmen ▫ Edgardo Reyes Mesa ▫ José Alberto Andrés ▫ Mistery ▫ Mónica
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EL HERMANO
Para mi madre el tiempo dejó de existir cuando mi hermana murió. Yo tenía entonces cinco años. Nuestra vida había comenzado a cambiar antes, cuando mi padre dejó de venir a cenar a casa, y mi madre, siempre tan cansada, pedía una pizza por teléfono que comíamos viendo un video que indefectiblemente le hacía llorar, aunque fuese de Mr. Bean que tanto nos divertía a mi hermana y a mí.
Aun así los días se sucedían unos a otros, y eran alegres; y los sábados eran divertidos, cuando papá nos recogía y nos llevaba en su coche a algún Parque Temático lleno de atracciones emocionantes. Durante la semana peleábamos por vestirnos deprisa para ir al colegio y que mamá no llegara tarde al trabajo, y la esperábamos sabiendo que nos traería alguna chuchería rica para la merienda.
Después, cuando el tiempo dejó de existir, mi madre seguía viéndome de cinco años y hablando de cuando mi hermana dejara de vomitar para llevarnos de nuevo al colegio.
De nada sirvió que acabase la Secundaria, que los profesores y la psicóloga escolar hablasen con ella, que se plantease mi futuro ingreso en la Universidad.
Mi padre había tenido que intervenir y llevarme a vivir con él, pero aún hoy, cuando visito a mi madre, tengo que ponerme unos pantalones vaqueros de peto y tirantes y una camisa con estampados de Disney.
Carmen López León
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Carta solar a la madre de Irene
Los habitantes de la tierra son de lo más peculiar: todos los días, a horas similares, hago mi aparición por los mismos sitios del planeta. Me divinizan ciertas culturas —aunque cada vez son menos—. Algunas gentes o bien apenas me ven o bien se hartan de verme durante meses y meses —refiérome a las zonas polares—. Cuando para unos soy invernal, para otros soy veraniego. Una cosa es segura: Todo gira en torno a mí, puedo decir pues que soy la vida para todos… para todos excepto para gente como la madre de una niña recientemente fallecida cuyo nombre es (¿era?) Irene.
Soy para su madre como una de esas piedras que cambian de color y de las que se dicen que marcan el estado de ánimo, con la salvedad de que yo siempre llevo el mismo color pero es ella quien se empeña en tintarme con morados, negros, rojos de plaqueta enferma y gris de aluminio para cañerías.
Esta última semana, a mi paso por su meridiano, me desluzco un poco, y es que hace días que no la veo fuera de casa, que permanece con las persianas echadas a cal y canto. Días hace de esto y meses desde que no ve el sol.
Firmado: El Sol
Alejandro Tobar
alejandro_tobar [at] hotmail.com
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La donante
«Yo también tengo una niña de once años», murmura la donante mientras es subida al quirófano en una silla de ruedas. «Yo también tengo… ¿O, tenía? ¿Qué sucedió con ella?». La donante se impacienta, su voz sube de tono, le tiembla, y sus preguntas salen de la boca a borbotones: «¿Qué sucedió con mi niña? ¿Por qué no le sirvió mi médula? ¡Oh, no, aún está tendida sobre la cama —se dice algo más tranquila a la vez que, con amor, mira a la paciente tendida sobre la camilla— todavía estamos a tiempo! Yo te salvaré, mi niña. Mamá está a tu lado no temas…». La anestesia hace su efecto y la donante se adormece. Entonces sueña con días radiantes y claros cuando su niña de once años aún estaba sana y, hasta sus oídos, aún le llega su risa clara, su voz cantarina… Pero los sueños se oscurecen, se convierten en pesadilla cuando se da cuenta de que su médula no sirvió sino para darle un par de meses más de vida, un par de meses de agonía. Y, cuando su niña decidió irse y nunca más volver, ella se convirtió en donante, a veces adecuada, a veces desafortunada… Su subconsciente grita: «Que a ella le sirva. Que sea útil mi sacrificio. Ahora sé que no es mi niña, pero yo también tuve una niña hermosísima de once años. Que a ella le sirva, que gracias a mí no enloquezca de dolor otra madre».
Y las sombras del sueño profundo le invaden anulando sus pensamientos. Su médula está siendo transplantada.
Juana Castillo Escobar
lafaja7 [at] hotmail.com
EL EX-MARIDO
Convirtió mi vida en un infierno hasta conseguir la custodia de los niños. Me denunció en falso, me desplumó, perdí el trabajo y los amigos. Y no le bastó. Su último objetivo fue predisponer a mi propia familia en mi contra. También lo consiguió.
No puedo perdonarle tanta destrucción. Ha hecho creer a mis hijos que soy un monstruo. ¡Qué pena que este cuerpo físico que nos alberga no sea más que la armadura que esconde realidades tan espantosas! ¡Qué error que no seamos transparentes como las medusas, que no podamos ver con antelación los sentimientos y las intenciones de los otros!
Ahora le toca probar de su propia medicina, sufrir injustamente, sentirse sola frente a la adversidad, quedarse sin puertas a las que tocar.
Tiene suerte, porque su angustia y su dolor no van a durar ni la mitad del mío. Esta mañana me he inscrito en el hospital como donante de médula para Irene. La única condición que he impuesto ha sido conservar el anonimato. Me han dicho que existen muchas posibilidades de que mi médula sea compatible con la de mi hija.
Hay días imposibles en que la esperanza logra encontrar un resquicio por el que colarse.
Esther Zorrozua
esther_zorrozua [at] euskalnet.net
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LA VECINA
Pobre Irene. Y pensar que la tuve en mis brazos cuando apenas abría los ojos… Ha pasado un año de su muerte y aún la vemos jugar en el parque con los demás niños, la vemos correr descalza por el césped de su jardín… La veo de tantas maneras que me resulta imposible poder olvidarla. Mi dolor no es como el de su madre, que llora todas las noches que una estrella se apaga en el cielo, pero resulta difícil olvidar a esa niña que todas las tardes, después de salir del cole, se tumbaba en la hamaca junto a mí. Cuando su madre llegaba, la tenía que coger en brazos para llevarla a casa, se había dormido.
El día que la perdimos, su madre me preguntó: «¿Por qué ha tenido que morir? ¡Era una niña!». No supe que responderle, de hecho jamás olvidaré cómo se arrojó a mis brazos, sollozando y maldiciendo a Dios por habérsela robado.
Ahora que el dolor va pasando, me queda un sentimiento. No olvidarla, pues fue ella quien me sacó de la soledad que tantos años había asomado mi corazón.
Eriol
chrislayers [at] hotmail.com
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El hermano 〰 Palabras mojadas
—Me pedís que te cuente, Elena, qué es lo que más recuerdo de la infancia de mi niña.
«Mi infancia y su perfume/ a pájaro acariciado», decía Alejandra. Yo, en cambio, tengo para decir: la infancia y su recuerdo de pájaro aterido. Porque esa tarde de invierno destemplada, cruzando la plaza Constitución, con el frío de la llovizna azotando nuestras caras no éramos otra cosa que pájaros tiritando; para colmo, el agua acumulada debajo de una baldosa floja, pisada al descuido, le mojó no sólo los zapatitos sino también los pies.
Con cinco años no lograba comprender por qué se tenía que ir a casa de los abuelos; dejar a su papá, su hermano, el jardín con el banco donde jugaba todas las tardes. Mientras se lo explicaba, ella permanecía parada delante de mí; la recuerdo con la pollerita escocesa y la blusa blanca y en la cabeza, los moños impecables.
—En lo de los abuelos vas a estar muy bien —le dije— te van a cuidar mucho y te vas a sanar de esa tos. Sabés que si el bebé se contagia se puede morir. Vos no, porque sos grande.
Siempre que piso una baldosa floja después de la lluvia, me acuerdo de mi travesía por la plaza Constitución, de la mano de mi niña, rumbo a la estación de trenes.
Lo demás ya lo sabes, Elena. La enfermedad no evolucionó como esperábamos y las ausencias nos remiten al pasado constantemente; la vida es una cuenca vacía, el tiempo no existe. Por más que hemos consultado psicólogos y psiquiatras no hemos podido volver a la vida común. Lo que me tiene preocupada es que cada vez que mi hijo me visita trae puestos unos pantalones vaqueros de peto y tirantes y una camisa con estampados de Disney.
—Me trago todas las lágrimas, Elena, por eso me da tanta rabia que la gente llore por cualquier cosa. No caben todas las lágrimas del desamparo en el alma de una criatura de cinco años.
Bertha Carou
bcarou2004 [at] yahoo.com.ar
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LA OTRA MADRE
Soy la otra madre de Irene, ¿o debería decir la otra madre del hermano de Irene?
Bueno, soy yo, la que se quedó sin luz, a oscuras…
Mi sosias ha tenido que seguir sin mí. Nos separamos cuando murió Irene, fue algo inquietante, terrible y doloroso para los tres, —ahora cuatro—.
Nuestro hijo también nos necesitaba, era tan pequeño. Irene estaba asustada y nos decía: ¡Mamá, mamita, aquí está muy oscuro, no me dejes! Fue en ese momento cuando un rayo de luz chocó en mi cabeza.
Quedamos, una Irene arropando a nuestro hijo pequeño, y la otra entre estas sombras, donde Irene sonríe y nos dice: gracias, Mami, sabía que no me dejarías. La otra Irene, ahora mismo, está en la graduación de la escuela primaria de nuestro hijo…
Tuvo que ser así, tuvo que ser así…
A veces, cuando el sol brilla del otro lado, en donde la otra Irene habita y ayuda a crecer a nuestro hijo, hemos podido encontrarnos, porque puedo amalgamarme a nuestra sombra. Es entonces cuando ambas podemos abrazar a nuestros dos hijos sin temor de dejar fuera de nuestro amor de madre a ninguno.
Lamentablemente no existen ya demasiados días con un sol brillante, desde que murió Irene, le faltan rayos al sol…
Issa M. Martínez Llongueras
ceramica65 [at] yahoo.es
LA FAMILIA
En general la familia ha sido siempre una gran oscuridad, grande por número de miembros y oscura por ausente y alejada. Siempre fueron a lo suyo… negocios, trabajo, viajes y demás para no estar nunca cuando se les necesitaba. La familia ha permanecido todo el tiempo distanciada por necesidad y también por voluntad, la familia es una familia rara y fría. Esta vez no sería distinto. Quedó confirmado, mi niña se me iba y ellos tan perdidos y negados como de costumbre. Sentía verdadera rabia y mucha indignación, pero debía seguir luchando y buscar más y más, ella me necesitaba. Ni siquiera su prima Leonor, a la que tanto quería, con la que tantas tardes pasó jugando en el jardín de mi casa, ni siquiera ella se prestó. En cierto modo, les intentaba comprender porque era una operación delicada, pero a la vez se trataba de mi hija, sangre como la de ellos y como otras veces me volvieron a fallar. Así que debía seguir buscando, como loca tal vez, pero llamaba y llamaba a más familia, a los amigos, a los compañeros, a todo el mundo que pudiera ayudar a mi hija Irene…
Jerónimo Medina Valcarreras
Jeromedina1 [at] yahoo.es
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A veces la descubro llorando… Y no me ve. Imagina, envuelta en la tristeza, que el tiempo detenido por la ausencia, le devolverá aquél que perdió… Yo le sacudo el brazo con fuerza, la zarandeo, pero ella no me ve, ni siquiera ve sus ojos y los míos en el espejo, ni siquiera ve crecer a su hijo, las canas que asoman a su sien o el cambio de estación que anuncia frío… Pero yo estoy aquí, y no me ve, me mira fijamente, y no me ve… —Estoy en ti, estoy en él, nunca me fui… —pero no me ve. Yo quiero su sonrisa, yo quiero su esperanza, ser parte del futuro, del sol de cada día, un recuerdo vivo que camine al son de sus tacones, llenando los huecos de ausencia que tiemblan en su alma… Estoy aquí, y no me ve.
Mary Carmen
ruizdobado [at] wanadoo.es
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Siento que mueren por mí. Siento que las estoy matando. Una no me dice nada y llora desconsolada a solas, sin remedio, con una pena que sólo ella sabrá y que la consume y hace desvanecer como un suspiro. La otra se empeña en jugar sin padecer los arrebatos de tristeza de mi madre. Papi no está para consolarla y ella no lo añora para tales fines. Ella despilfarra caricias y atenciones especiales para mí como si tuviera toda una vida sin verme, pero me ha visto todos los días, es, también, como si no me fuera a ver jamás. Pienso que al igual que papi se irá de un momento a otro. Su actitud me aleja del buen augurio y pienso que partirá, por eso llora, se desvela y se seca como pastizal en verano, porque nos abandonará, cual mi padre. No comparte sus dolores conmigo, que tengo derecho, que soy la mayor. En cambio mi hermana, se obstina en estar alegre y feliz. No tiene, con tan tierna edad, deseos sino de jugar. Aunque a escondidas la he visto espiar a mi madre; la contempla como llora, como sufre, como muere. Pobre de ellas. La una desfallece por un no sé qué, y la otra no sabe que tal vez también lo hará si mi madre nos deja. Quizá sólo yo sobreviva para salvar a mi hermanita menor de no morir cuando mi madre se marche, pues, será así, no tengo dudas, por eso sufre y se marchita y, tal vez muera, porque se irá y nos dejará solitas. No sé si es oportuno decirle que no sufra más, que yo puedo evitar que se marche para siempre si me ocupo de lo que la mortifica y que no le deja vivir. Puedo evitar que nos deje, que se muera. Creo que puedo cuidar a mi hermana de 5 años y no dejarla morir si mi madre no me escucha. Siento que se me mueren, como el amor de mi padre. Y nadie me ha dicho nada. No comprendo el ocaso de mi hogar. Se apagan las luces de mi casa, se opacan las estrellas en el cielo, se ausentaron las sonrisas y los paseos semanales. Ya no voy a la escuela. Sólo descanso. Ella me atiende y creo que se conforta. Se desvive por mí como nunca y creo que eso puede hacerla cambiar de opinión, porque ahora estoy con ella y ella está siempre conmigo, en mi cama. Siento miedo a dormir por las noches. Imagino una mañana en el alba que al preguntar por ellas ya no estén, que me han dejado sola, que se han ido, que no estarán más a mi lado y, entonces, me echo a morir…
Edgardo Reyes Mesa
norself [at] mipunto.com
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Todo era perfecto pero algo falló. A posteriori. Algo así como un tiro con efecto. Retardado.
Hemos hecho todo lo posible por su hija. No somos una panda de incompetentes, el transplante rechazado no es uno más para la lista de decesos. Tiene nombre y apellidos.
Somos humanos y no por ello menos nobles. El juramento hipocrático no es un falso mito.
Pero hay azares azarosos, cosas que carecen de explicación por más que la busquemos. A veces la luz se va por un instante y luego vuelve. El rechazo fue un apagón e Irene no tenía más fósforos.
José Alberto Andrés
searbamadrid [at] yahoo.es
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ÉTER
Y ahora estoy aquí, flotando en este espacio sin sombras y sin luces. En medio de una neblina gris y transparente. Es extraño.
No conozco a nadie. Hay una mujer en una casa que me parece cercana, pero ella no puede ser mi madre. Ya no alza la voz, ya no sabe mirar a los niños, ya no canta, ya no sonríe.
Y hay un chico: no puede ser mi hermano. Él era pequeño, como yo, bajito, pero en niño.
Ya no veo nuestras bicicletas, quizás no sea ni mi casa. Tampoco hay un padre, eso sí es igual.
Veo el hospital, el mío, y reconozco los olores, a anestesia, a medicina, a limpieza. Siguen las batas verdes moviéndose presurosas de acá para allá, y los llantos, y las flores, y las sábanas blancas y arrugadas por el sudor y la fiebre de los enfermos. Y hay una cama vacía, como la mía cuando me fui.
Había una mujer, ni la recuerdo, sólo su vestido triste y negro, su andar cansino y arrastrado, y su voz dulce, triste, apretada, como un nudo de zapato que no se desliza, apagada, contenida, pero dulce.
Y un roce de su mano tibia, acariciadora y temblorosa. Y dos besos antes de dormirme para siempre, uno el de mi madre y otro el de la mujer. ¡Y es curioso, las dos me llamaron hija!
Mistery
yallegue2002 [at] yahoo.es
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EL HIJO
Generalmente, todos se alegran cuando nace un hijo varón. Pero mi nacimiento no arrancó demasiadas sonrisas. Antes que yo había nacido una hermana, que, siendo los ojos de mamá, tuvo la suerte de morirse. Sí. Dije bien. Para ella la muerte fue una bendición, porque se compró la atención de mamá para siempre. Recuerdo cómo enloqueció de dolor y sólo pensaba en ella. Todos se le fueron alejando, porque su tristeza contagiaba hasta a las hiedras del patio, que renegaron de su fototropismo positivo y comenzaron a deslizarse hacia abajo. Papá decidió alejarla de nosotros. Era «por nuestra salud mental», según nos explicaba mientras la trasladábamos al loquero. Ella iba radiante, acariciando una muñeca, a la vez que le cantaba una canción de cuna.
Y yo tuve que ser fuerte. Me obligaron a consolar a mi hermana menor, y a ser el orgullo de mi papá cuando nos fuimos a vivir con él y una de sus novias que me trató mejor de lo que yo esperaba.
Todos los domingos visitaba a mamá. Cuando empezaba a hablarle de mis cosas, ella decía que debíamos callarnos porque mi hermana estaba dormida y podíamos despertarla.
Después de muchos interminables años, me recibí de médico. Fui corriendo al loquero…
—«¡Mamá, Mamita!» —le grité—, «¡Te sacaré de aquí…!».
Ella ni siquiera me miró. Abrazaba y besaba una ropita, ya sabemos de quien.
Salí llorando a pesar de ser un hombre. Afuera me esperaba Beatriz con un sobre en la mano:
—Dio positivo. Serás papá.
—Y vos… ¿me seguirás amando?
—Claro. Te amaré siempre… pase lo que pase.
Sentí que me decía la verdad. Y que Dios también se acordaba de mí.
Lentamente le acaricié la panza y me di permiso para ser feliz.
Mónica
💢 Esta sección estuvo abierta a las colaboraciones hasta el día 12 de octubre de 2005
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Personajes secundarios, es una sección ideada y coordinada por Carmen López León
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* Ilustración: Shadow Person by Copyright Free Photos. CopyrightFreePhotos.HQ101.com. Own work by uploader [1].
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