n.º 1 – noviembre 2006
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Colaboran en este número:
Julio Carabelli
Gustavo Vaca Narvaja
Rodrigo Morales
Mónica Muñoz
Estela Parodi
Lady López Zepeda
Andrés Aldao
«Pies, ¿para qué os quiero si tengo alas para volar?»
(Frida Kalho)
«No aceptes lo habitual como cosa natural.
Porque en tiempos de desorden,
de confusión organizada,
de humanidad deshumanizada,
nada debe parecer natural.
Nada debe parecer imposible de cambiar».
(Bertold Brecht)
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Edición y dirección: Analía Pascaner
Suscripciones y colaboraciones:
📧 analia.pascaner@yahoo.com.ar
📧 convozpropia@gmail.com
San Fernando del Valle de Catamarca
Catamarca – Argentina
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«Todo cuanto a otros se da en este mundo,
se les da provisoriamente, porque siempre vuelve a quien lo diera,
aumentado en gran modo.
Si los egoístas supieran las ventajas que reporta el ser
generoso, serían generosos de puro egoísmo».
Arthur García Núñez – Wimpi (Extraído de El Regalador)
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A los lectores
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Y nos volvemos a encontrar, volvemos a mirarnos a los ojos…
Hoy estoy un poquito callada (algunas personas deben estar sorprendidas con esta confesión).
Muchas cosas tenía para escribir en esta carta: contarles quién soy (a quienes no me conocen), qué pretendo con esta publicación, qué hice o dejé de hacer y diez etcéteras más… Aquí en mi mesa de trabajo tengo una lista bastante importante para no olvidarme de nada.
Miro esa lista y sin embargo hoy sólo se me ocurre una cosa: agradecerles a todos por estar siempre presentes, por sus cartas de solidaridad, comprensión y gratitud, por escucharme y alentarme, por permitirme cruzar esta puerta para llegar a ustedes una vez más.
Sí, hoy estoy callada, mis palabras se fugaron y no tengo intenciones de correr a buscarlas, por eso decidí regalarles un texto de Alejandro Dolina.
Me despido hasta el próximo mes. Les mando un abrazo cálido y mis deseos de que estén muy bien, que cada uno de sus días sea agradable.
Analía Pascaner
El verdadero milagro de la vida no es encontrarse con uno mismo, que después de todo no es más que una paradoja de quinta… Lo importante es encontrarse con alguien. Esos efímeros puentes que dentro de este mundo de islas algunos suelen tender; efímeros porque duran muy poco y hechos quizás de la misma materia de la que están hechos los sueños. Por ahí, cada tanto, en esa horrenda soledad que es la vida, uno liga un puente. Un puente que se puede tejer con un cariño o con un amor; quiere decir que en este mundo donde todas las citas son fallidas, o casi todas las citas son fallidas, en donde casi todo consiste en ir a esquinas donde nadie acude, en donde casi todos los encuentros fallan. Mi vida es ir a buscar y no encontrar, y es así… Salvo alguna que otra vez, como flechas luminosas en la noche, en que uno va a una esquina y hay alguien, bueno… yo creo que eso merece festejarse y festejarlo con dignidad, y hacer digno ese pequeño puentecito que se ha tendido.
Sólo una vez en la vida de un hombre pasa un centímetro cúbico de suerte y sólo la pescará el que esté todo el tiempo atento.
Nos toca sólo un cachito de suerte en la vida y el peor de los pecados es dejarla pasar.
Hay que estar atento a las señales, atento a las citas, que se cumplen pero son muy pocas, atento a los sueños que se dan, pero son muy pocos…
Alejandro Dolina
(palabras extraídas de su programa radial)
«La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos.
No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal».
José Ingenieros (Extraído de El Regalador)
Convencernos
Letra y Música: Eladia Blázquez y Chico Novarro (1981)
Convencernos que somos capaces,
que tenemos pasta y nos sobra la clase.
Decidirnos en nuestro terreno
y tirarnos a más, nunca a menos.
Convencernos, no ser descreídos
que vence y convence el que está convencido.
No sentir por lo propio un falso pudor,
aprender de lo nuestro el sabor.
Y ser, al menos una vez, nosotros,
sin ese tinte de un color de otros.
Recuperar la identidad,
plantarnos en los pies
crecer hasta lograr la madurez.
Y ser, al menos una vez, nosotros,
tan nosotros, bien nosotros, como debe ser…
Convencernos un día de veras,
que todo lo bueno no viene de afuera.
Que tenemos estilo y un modo,
que hace falta jugarlo con todo.
Convencernos, con fuerza y coraje
que es tiempo y es hora de usar nuestro traje.
Ser nosotros por siempre, y a fuerza de ser
convencernos y así convencer.
Y ser, al menos una vez, nosotros,
sin ese tinte de un color de otros.
Recuperar la identidad,
plantarnos en los pies
crecer hasta lograr la madurez.
Y ser, al menos una vez, nosotros,
tan nosotros, bien nosotros, como debe ser…
Queremos ser, alguna vez,
en el después nosotros.
Y vos también, y vos también,
y vos también venite con nosotros.
La realidad es, en verdad,
tratar de ser nosotros.
Y vos también, y vos también,
y vos también quedate con nosotros.
¡No con otros, con nosotros, como debe ser!
«Si sólo comprendemos la desgracia ajena sin sentirla en nuestro corazón,
no comprendemos nada».
Luis Franco, Pequeño diccionario de la desobediencia
Julio Carabelli
Maniquíes
(cuento inédito)
La gente se detiene ante la vista de aquellos maniquíes con la ropa de última moda y él está orgulloso de su vidriera conteniendo el silencio que prolonga con cada uno de los vistosos muñecos a los que Silvina acicala con esmero sin olvidar ningún accesorio al tiempo que les habla mientras anuda la corbata de Mario o cierra el collar que tan elegante luce Elena y viendo satisfecho lo que sucede dentro de su negocio no puede evitar pensar en el inspector de policía que vendrá como todos los días a pararse durante horas frente a sus maniquíes de puro obsesivo y lo peor es que a él lo mira muy severamente como miraría a un asesino serial sin preguntarle nada para volver su vista inquisidora sobre los quietos muñecos y aparta con un ademán la idea o el recuerdo del molesto inspector que sin duda llegará pero al que no verá hoy ni en sueños con la mente puesta en su casa a la que se irá llevando con él la imagen de Silvina cepillando el traje de Antonio para volver al día siguiente y al otro haciendo caso omiso del policía por un tiempo que pareciera tener calculado porque lo mismo sucedió con Marisa a quien Silvina ya no podrá vestir por haberse quedado como los otros muñecos tercamente quieta.
Skate
Ella volaba
en su skate
con un helado de besos
sobre la vereda
sobre la calle
sobre las miradas recelosas
recelosa gente blanca
recelosos policías
apuntando
con rabia apuntando
insolente
aquella niña negra
aquella niña
de insolente belleza
va a caer
va a acostarse
insolente en mitad de la vereda
con un rojo ketchup en su frente.
Realidad
Sin calefacción
acude a un viejo canto del pasado
nadie percibe
que detrás de las rotas cañerías
no hay tambor ni espesura
y el poema
que canta al árbol
al río
caerá sobre todos
como la más demorada de sus hojas
caerá
con su peso de algodón
y de cadenas.
Él no ha leído a Norman Mailer
asegurando —América no existe—
para él
que entona con gárgaras de frío
América
es el coche sin ruedas
la botella vacía
y el televisor tirado en la vereda.
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(Ambos poemas pertenecen a El Color de Harlem, La Luna que…, 2005)
Julio Carabelli (Buenos Aires, 1940). Actualmente reside en Tucumán, donde coordina el Ciclo Café Literario en el Centro Cultural Virla dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán. Es colaborador de La luna que… y Director de Letrarte (Encuentro Internacional y Congreso Nacional de Escritores). Cofundador del Grupo Literario Además y del Grupo Poesía Peregrina. Fue Secretario de la Fundación Argentina Para la Poesía, Jurado en concursos literarios, fue Director y participó en el staff de diversas revistas literarias. Colaboró en diversos encuentros y cafés literarios y en programas radiales. Junto a La luna que… organizó la Primera Tourneé Poética por La Rioja, Catamarca y Tucumán confraternizando con los escritores de las distintas provincias.
Sus cuentos, poesías y ensayos se han publicado en diarios y revistas literarias de Argentina y del exterior, y en diversas páginas web y revistas literarias virtuales. Residió cinco años en Nueva York y fue invitado a lecturas y conferencias en dicha ciudad, en Perú y en España. Participó en varias Antologías nacionales y del extranjero. Antólogo de la Primera Antología Virtual Conocer y creador del primer Café Literario Virtual. Es autor de dos obras de teatro y de varios monólogos. Publicó numerosos libros, entre ellos: A conciencia pura (Novela premiada por el Seminario de Comunicaciones Humanas, 1986), Autopsias (con Alberto Vanasco y otros, cuentos, 1988), Continuación de los juegos (cuentos, 1992), El crimen de la vecina en el presupuesto nacional (Primer Premio Centro de Extensión Cultural Leopoldo Marechal, novela, 1993), Jurisdicciones (poesía, 1997), La función social del escritor (ensayo, 2000), El color de Harlem (poesía, 2005), Antología de Puerto Argentino (poesía, 2005). Posee muchos libros inéditos.
Los verdaderos personajes que admiro y estimo
son aquéllos que practican la humildad
y la ennoblecen con ese grito que se hace palabra clara en cada latido
y ese abrazo tribal que te hace sangrar de sentimientos limpios.
A los otros ni los pienso, ni los nombro,
y si acaso estuvieran cerca, corren el riesgo de ser lastimados.
Theodosio A. Barrios, Misiones
Rodrigo Morales
Cien Mil Gargantas
Apoyado en la pared, miro pasar a las chicas que en verano ofrecen todo un espectáculo. Sólo llevan unos vestidos de algodón muy livianos, con casi nada debajo, y cuando hace mucho calor se les pega la tela al cuerpo. Me parece que no hay nada que me guste más que verlas caminar en verano por las veredas. Todo muy bien, pero… ¿qué pasa con Eugenia que no llega? Ya pasaron diez minutos de la hora acordada, y no hay señales de Eugenia en la esquina de Sarmiento y San Martín… ¿No suena demasiado ordinario? Estoy esperándola de pie en la esquina de Sarmiento y San Martín. Me recuerda una escena que presencié en Bariloche, en mi viaje de egresados. Eran dos artistas callejeros cuya rutina consistía en hacernos participar a los estudiantes de sus trucos de magia y sus bromas. Nos preguntaban a todos de dónde éramos. «De Buenos Aires», respondía una flaquita ligeramente ebria. «Nosotros estuvimos un tiempo en Buenos Aires», pretendían acordarse los payasos. «Parábamos en la esquina de Sarmiento y San Martín». «Yo soy de Catamarca», contaba un morocho grandote que, ahora que lo recuerdo, era parecido a Fabricio. «Vivimos seis meses en Catamarca», saltaban los payasos. «En la esquina de Sarmiento y San Martín». Y así seguían, tratando de hacernos creer que habían vivido en casi todas las ciudades del país, y siempre en esa esquina. Nadie los desmentía porque es difícil que en alguna ciudad argentina falte la esquina Sarmiento-San Martín. Y Eugenia que no llega. ¿Por qué? ¿Estará con Fabricio? Ojalá yo fuera tan atractivo como Fabricio, a quien le resulta fácil llevarse a la cama a cualquier mujer que quiera. No es perfecto, claro: yo juego al ajedrez mejor que él. Pero de alguna forma es… ¿cómo precisarlo?, es tan perfecto como necesita serlo. Si él fuera más fachero y más simpático no viviría en mi barrio, no sería Fabricio mi amigo, Fabricio el que salió con Yésica, y con Nancy, y con Eugenia que no llega. Fabricio es todo lo que necesita ser. Como Hitler, creo, o como un animal. Cuando un elefante llega a adulto, es todo lo elefante que puede ser. Cuando un tigre crece, es imposible imaginar un tigre más tigre que ése. Los animales siempre llegan al límite de sus posibilidades. Pero la mayoría de las personas siempre tenemos nuevas cosas que aprender, aspectos de nuestras vidas que desearíamos mejorar. ¿Pensé en Hitler, recién? Pero claro: Hitler fue un dictador demasiado logrado, tan perfecto como puede serlo un dictador. ¿Alguien puede concebir en la mente un déspota más déspota que él? El Fürher alcanzó el punto límite, llenó el vaso. No podría haber sido más temible ni más macabro. Ningún guionista de historietas podría crear un archivillano que lo supere. En cambio el común de los mortales somos como la esquina de Sarmiento y San Martín: ordinarios, repetidos como figuritas repetidas. Eugenia tiene mejores piernas que Nancy, Nancy es más linda de cara que Yésica, y Yésica es mejor en la cama que las otras dos (según me contó Fabricio). Pero las tres son chicas del barrio comunes y corrientes, hijas de vecinos. Yo también me parezco a esta esquina de Sarmiento y San Martín. No soy como Fabricio, un ganador con las mujeres (ni tampoco soy un ajedrecista extraordinario). Sin embargo conquisté a Eugenia cuando lo suyo con Fabricio se terminó. Es que a veces las personas comunes y corrientes torcemos el rumbo de los acontecimientos, sorprendemos a propios y extraños. Como Burruchaga, en la final del Mundial de México 1986. El partido está dos a dos y de las tribunas baja un trueno intermitente: son los espectadores que colman el Estadio Azteca. El Diez es el futbolista perfecto, y el país alcanza éxtasis intensos cuando su zurda toca la pelota. Pero Burruchaga no es un jugador perfecto, su fútbol no deslumbra, no es como el Diez. El Burru es como yo, y como tantas malditas esquinas de Sarmiento y San Martín en todas las ciudades del país. Él hace lo único que puede hacer: se mantiene habilitado, espera tras la línea del último defensor alemán y reza que el Diez nos salve, nos cubra de gloria. Allá viene Eugenia; me saluda y se apura. El Diez saca de la galera un pase asombrosamente preciso, un pase para el Burru. Argentina entera contiene la respiración porque el Burru pica y deja atrás al defensor contrario. Ya tiene la pelota pero no hay a quien dársela: está totalmente solo, a respetable distancia del arco alemán. Es él contra el arquero, contra el miedo de fallar y contra la absoluta certeza de ser un delantero del montón, como tantos otros delanteros. Todos los argentinos que ven el partido desearían que fuera el Diez el que hubiese llegado a esa instancia. Pero es el Burru quien está corriendo hacia el arco contrario. El bramido que brota de todas y cada una de las cien mil gargantas en las tribunas penetra por los poros de su piel y lo estremece. El arquero alemán achica espacios tan bien como sólo los guardametas europeos saben. Burruchaga patea. En este momento, la esquina de Sarmiento y San Martín tiene su minuto de gloria porque es la esquina, la única e inigualable esquina del mundo donde Eugenia y yo nos estamos besando. Ella es distinta de todas las Eugenias que puedan existir porque yo la quiero, y esta es nuestra esquina.
Y fue gol.
RODRIGO LUIS MORALES. Nació el 17 de enero de 1980 en Catamarca.
📧 moro_rodas[a]hotmail.com
* * * *
Mónica Muñoz
La clave
por Coltrane
Sopla John… sigue soplando
palabras que desean partir
y son como albatros
capaces de durar más que el viento.
Sopla siendo sutil aire
cálido ritmo múltiple
emergiendo en su tiempo
propia clave.
Delgado gesto
que borda amable
la ropa del sonido
en cada soplido.
Sopla John… sigue soplando
obtiene en el destello
la caricia de tu alma
en su mágica alegría.
Un cuerpo de película
Como el de Woody
en su butaca de imberbe
refugiado de los ladrillos grises
en lo profundo de una pantalla.
Aferrada al silencio
del collar de colores en su falda
cuando el sonido furioso de las espadas
me llamaba a huir.
En ese cállate la boca
del no molestes
que abreviaba el deseo
en la oscuridad del cine.
Hecho de cortes y recortes
ensambles y retrocesos
en el pegado actual
de este film propio.
Siendo esta película
que late en los cuadraditos
en los bordes pegados
cicatriz lavada.
Gaviotas
Las veo,
a ellas, dignas,
altas,
en ese gesto que oblicua el viento,
en una decisión de vuelo
nacida en la intemperie.
Soy mirada en su despliegue firme
idea en el apenas quiebre de sus alas
y es el horizonte
quien me dibuja
en su contraluz y su canto.
¡Ah…! dejarse ir en su blanco y negro,
en su ojo impávido
casi ausente —diría—
y afrontar lo improvisado de su vuelo
desde este aletear del alma
que mira y mira
mientras ellas,
giran
hasta desaparecer
en un ir que afirma su presencia
por el rastro que dejaron en mi cielo.
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Hoy, amor
amanecí contigo
en un aire diferente…
descalzo
y del aroma del café
de los huequitos
de las pequeñas tostadas
nacían chispitas
alegres, graciosas
palabritas casi
besitos tenues
anuncios…
de los días
más maravillosos de este
mundo.
MÓNICA MUÑOZ. Poeta nacida en 1957, en Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, República Argentina. Coordina el Taller de Lectura y Escritura Letras Argentinas. Desde el año 2003, es organizadora de los Encuentros Nacionales de Poetas de Venado Tuerto. Dirigió la revista Juglaría-Artes y Letras (2003-2006). Publicó Moviola (Poesía). Ha publicado artículos y poemas en diferentes revistas literarias argentinas y extranjeras. Actualmente dirige la publicación de poesía Alas de Gaviota – Letras de América.
Vivir es un combate constante. De un lado está, sonriente y luminosa, la alegría.
En aquel lado, tenebrosa e impaciente, la tristeza.
Los golpes no paran. Ahora la alegría conecta un buen gancho en la mandíbula de la tristeza, y luego la tristeza le devuelve el golpe. Y así continuamente, días y noches.
Nuestra mejor técnica es conseguir que la alegría no se deje acorralar por la tristeza; levantarnos, si hemos caído; no dejar que nos cuenten hasta diez, y jamás tirar la toalla.
Fuente: Emisora radial FM Milenium, Buenos Aires.
Estela Parodi
La rajadura
El tío Andrés llegó a mi casa el día de mi séptimo cumpleaños. Los ojos de la abuela se pusieron tristes al verlo. El rostro desgastado, la barba semicrecida y un aspecto andrajoso en su vestimenta, mostraban que el tío Andrés no volvía precisamente de una victoria.
Pasaba horas encerrado en su habitación, lugar vedado hasta para la sirvienta. Mi curiosidad aumentaba con esos encierros y a veces hubiera querido destrozar a patadas, la pared que separaba su habitación de la mía. Recostado en mi cama, mirando la mancha de humedad del cielo raso pensaba sólo en cómo hacer para descubrir el secreto. ¿En qué ocupaba el tío Andrés toda la noche? ¿Por qué elegía esa música?
Como el vidrio de la puerta rozaba casi el techo, la única posibilidad era encontrarle una falla a la pared. Durante días y días hurgué en cada poro buscando alguna ranura, algún agujero que me permitiera acceder al espectáculo. Pero la pared estaba lisa, espantosamente lisa. Cuando llegué a esta conclusión, me senté sobre el piso desilusionado, exhausto, observando el montículo de cosas que había amontonado para elevar mi estatura y entonces fue cuando, por casualidad, mi mano lo descubrió. Encima del zócalo, el revoque se estaba descascarando. Con un lápiz amplié la rajadura hasta perforar la pared. Luego me tiré boca abajo para mirar por el boquete. La visión de la otra pieza era perfecta. Sólo quedaba esperar.
Poco antes de la medianoche, cuando el silencio aplastaba ya la casa, me levanté. Cuidando de no hacer ruido me tendí sobre el piso nuevamente, pegué mi ojo derecho al agujero y apoyé el mentón sobre el zócalo. A cada rato tenía que refregarme las pestañas para despejar la humedad que licuaba mi mirada y el nerviosismo que me había tensado hasta el último de los músculos. Mientras tanto, del otro lado, el tío Andrés intercalaba su atención entre un grueso libro de páginas amarillentas y el reloj, que a cada rato descolgaba del bolsillo. Sin embargo, los ruidos que yo había escuchado durante tantas noches habían sido demasiado extraños para que pudiera creer en esa intensa quietud de mi tío.
Después de la tercera vez que me limpiaba la nariz y las pestañas para sacudir el polvillo, y ya con los codos doloridos por la madera, vi que colocaba el libro sobre la cama, suspiraba profundamente y empezaba a desabrochar, tranquilo y meticuloso, uno a uno los botones de la camisa. Supe que podía suceder en cualquier momento. Debería controlar ese cosquilleo molesto, aguantar el dolor de los codos y descubriría enseguida ese secreto tan hermético que el tío Andrés guardaba en la semipenumbra de su pieza, después que el carillón de la sala sonara el último de los doce compases.
Se había quitado ya el pantalón y acomodado las dos prendas con prolijidad encima de la colcha tejida, al lado del libro. La ampulosa desnudez de su barriga brotó sobre las piernas, apretadas con calzoncillos grisados que terminaban en grandes zapatones negros. La luz, escasa, sombreó la desproporción de su figura en la pared y tuve que taparme la boca con las manos para atajar la carcajada.
Abrió el ropero y sacó unas telas y algo más que no alcancé a distinguir muy bien. Cuando acomodó todo sobre la silla, la blancura de sus brazos hizo chirriar el brillo de los colores. Entonces, mi ojo asombrado se abrió al máximo y lo vi colocar encima suyo aquellas telas, que en ese momento, sí, reconocí como un vestido. Cuando terminó, se sentó en el tocador con espejo que había sido de la abuela y que unos hombres (sin saber yo por qué) habían trasladado hasta su pieza. De uno de los cajones extrajo un cofre y tomó unos collares de gruesas perlas que enroscó en su cuello. Del otro, una caja con maquillaje que abrió para pasar rubor sobre los costados de la cara, pintar labios y párpados y engrosar las pestañas. Me corrió un frío por los huesos. Ése ya no era mi tío Andrés. Con esa peluca enmarañada que ponía sobre su cabeza, era casi una mujer.
Me senté sobre el piso y traté de contener mi agitación. Creo que en ese punto ya había olvidado el polvillo, la humedad y los codos. No me sentía bien pero mi curiosidad pudo más y nuevamente me tiré sobre el piso tratando de llegar al final. Estaba mirándose al espejo sonriendo satisfecho. Luego caminó hacia el rincón y colocó la púa del fonógrafo sobre el disco. Era la misma música que yo había escuchado cada noche desde mi cama deseando que la pared fuera cristal. Era la misma música. Y el tío Andrés bailaba. Sonreía, gesticulaba con sus labios furiosamente pintados, movía las manos con delicadeza y volvía a reflejarse en el espejo. Por un instante me pareció que el tío Andrés le hablaba a alguien, que sentía la presencia de alguien, allí, junto a él. Por un instante también, me pareció ver una silueta esfumada, reverenciando con alguna galera, a mi tío Andrés.
El sonido siguió con acordes cada vez más graves, pesados, estrepitosos, que chocaron contra mis oídos haciéndolos estremecer. Entonces, levantó sus brazos intempestivamente, como si él también hubiera llegado a su clima más alto. Con los ojos desorbitados y las venas a punto de estallarle en la garganta, lo sentí temblar, sacudirse en contorsiones violentas y secas que transmitía a toda la pieza, a las paredes, a mí. Estuve a punto de gritar justo cuando se desplomó sobre la silla. La música se acalló de golpe y la púa repitió ronca un quejido que acompañó al tío Andrés que, encorvado, con los volados en desorden entre las piernas abiertas y las manos cansadas sobre el vientre fajado, lloraba. Vetas negras y rojas chorreaban sobre el rostro, desfigurándolo, convirtiendo al tío Andrés en una máscara destruida por las lágrimas que seguían cayendo, manchando el azul vestido, los tremendos zapatones, la oscuridad del piso.
Sentí náuseas. Ya no era una mujer, ni siquiera aquel tío que alguna vez yo había conocido. Los codos no aguantaron más y el pecho se me desbocaba. Caí sobre la cama temblando y creo que me quedé dormido, empapado de sudor y llanto.
Al otro día vino mi padre a despertarme. «El tío Andrés ha muerto del corazón», dijo. «¿De cosas del corazón?», pregunté.
Más tarde vaciaron su cuarto y pude ver a otros hombres cargando el viejo ropero del secreto. Llevé yeso y agua a mi pieza, y tapé el agujero.
(Del libro Cuentos desnudos)
ESTELA PARODI nació en Rosario. Libros publicados: Cuentos Desnudos (1993 – Premio ASDE Santa Fe, Leopoldo Marechal Buenos Aires, Mención Faja de Honor de SADE Buenos Aires); Cuentos Audaces (1998 – Mención Faja de Honor de ADEA) y Mar de Amores (2003). Colabora en distintas revistas y diarios del país y Chile. Fue coordinadora del Taller Letras de Café, en Rosario (Argentina), participó en Congresos Nacionales de Escritores y fue conductora de un programa radial de cultura. Tiene dos novelas inéditas. Actualmente está preparando su cuarto libro de cuentos y su tercera novela.
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Lady López Zepeda
Ciudades
(historia de una atrocidad)
«A ti Oaxaca;
por tus duelos y porque me dueles».
I
Hay ciudades como ángeles caídos en derrota,
de muros y pájaros de arena,
con paisajes urbanos que callan al vuelo que perdura,
de ojos sangrantes y sombras de cenizas.
Ciudades con voces que se confrontan y gritan melancólicas,
con hombres de carne morena que se buscan en los muros del silencio.
Sí, son ciudades de palacios como ofrendas al olvido
y cuando el horizonte se diluye en el asfalto
sus niños lloran de hambre en las trincheras.
Son ciudades de fuego y de guerra
que la noche acecha, vigilante, como un ojo en exterminio.
II
Oaxaca de palomas negras y barro luminoso,
la esfinge se levanta sobre tus voces masacradas
en la triste noche de artificios.
Muro de aire que enarbola tempestades,
tu ciudad duerme cercada por el fuego
mientras Dios suspira desde su lecho
y te mira con espinas.
Ojos de alebrije destinados al olvido,
dueles porque eres la ciudad de las nieblas
y todo es silencio en tu sonrisa.
Tehuana, eres de luz y de claridad serena
cuando vistes una bandera de piel en llamas,
encrespada
III
Pájaros de fuego sobrevuelan tus canteras,
mostaza para los hombres que denuncian
y lapidan tu cuerpo a contraolvido.
Sabes del caos que vive tu territorio,
sabes de la miseria, de los cantos de medianoche
y de la dulce esperanza por salvar a la bestia.
Las mujeres visten el cielo con sus textiles
y bordan estrellas mientras otros mueren.
Canto a tus duelos,
a tus dioses que duermen en Mitla
y a tus bosques que abrigan mi llanto.
(A tres tiempos: octubre 29 y 30, noviembre 2, 2006).
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Sin fronteras
Despojé mis ropas
y derramó el río.
Buscabas la hendidura del deseo,
donde todo se pierde
y te disipas en la nada.
Abrí el capullo en la noche ajena
destilaron los aromas,
deshojaste los pétalos.
aún florecía el otoño,
me hiciste tuya con la marea rota,
bajaste la cuesta por las calles claras
disipando las cadenas del naufragio.
Busco las cenizas de tu nombre
bordado de musgo en las sábanas blancas.
Se han deshilado los días de trigo
en el ceñido tiempo de la orilla.
Cercaron los surcos de las aves,
en mi piel se extinguen las tinieblas.
He perdido la línea del futuro
al posarme en el filo del vacío.
Algo se borra en la tarde abril,
el tiempo reposa en el reloj,
soy en ti, un diluvio sin fronteras.
(Del libro Elipsis, Por la geografía de tu piel).
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Allí estaré
Recojo el camino de mis lágrimas
y allí estaré, a la hora exacta,
al encuentro con mi sombra,
descifrando el tiempo a hurtadillas,
buscando fragmentos en mis entrañas,
conjugando voces y verdades
en el límite de mis ancestros.
Soy la memoria de mis pasos,
el cauce de los mares,
la voz del arco en plenilunio
y cómplice de mi arquitectura.
El silencio es un pájaro de niebla
que se estremece en las orillas de mi cuerpo,
frágil como un puerto en llamas
o como un espectro que huye del invierno.
Abro los ojos a las ruinas
mientras advierto mi presencia.
(Del libro Elipsis, Por otras geografías y lamentos).
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LADY LÓPEZ ZEPEDA. Poeta y novelista nacida en la ciudad de México (1956) donde reside actualmente. Realizó estudios de psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), filosofía en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa (UAM-Iztapalapa). Actualmente estudia un posgrado en Pedagogía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha publicado poesía en diversas revistas virtuales: Letralia, Letras Salvajes, Mecenas, Citas y Poesía, La Casa del Asterión, Mis Escritos, Milagros de Pan, Paradoxas, Isla Negra, Poesía.org, Paralelo Sur, Herederos del Caos, Texto Sentido, Mundo Cultural Hispano, Buira.com, Revista Voces, Mis Relatos, El Escribidor, La Coctelera, Alas Púrpuras, Inventiva Social, Poemanía y Margen Cero. También ha publicado en la revista La Explanada de Alicante, España. Ha recibido numerosos reconocimientos por sus trabajos. Es moderadora del grupo literario El Fausto. Participa activamente en diversos foros literarios. Es miembro de la Asociación Poetas del Mundo y de la Sane Society y pertenece al grupo editor de la revista virtual Palabras Diversas.
Todo ser viviente parece esconder reservas incalculables.
Pero sólo el hombre es capaz de ir más allá de su propia medida,
aguantando lo que no aguantaría un ángel o un demonio,
aunque para ello es fuerza perder la conciencia de la enormidad
y el espanto de su situación, a fin de no enloquecer.
Luis Franco: Cuentos Orejanos, Isidro Sanduay
Andrés Aldao
Dulce et decorum est pro patria mori… *
* Es dulce y decoroso morir por la patria.
Horacio, Odas. III. 2. 13
Sábado 12 de agosto, luego de la medianoche
El calor se descuelga con ese frenesí de noche húmeda y callada en las colinas de la ciudad serrana, silenciosa, con algo de desvelo inasible, pálido. Flota el silencio en la casa, en medio de un vacío equívoco. La mujer no duerme; sigue sentada en la sala oscura esperando un llamado sin rostro. Había escuchado las noticias de la medianoche y estaba intranquila. Suena el teléfono. Levanta el tubo.
—Aló… Danny sos vos hijo ¿por dónde andás? espero que estés bien estoy contenta porque aceptaron el cese del fuego todas estas noches no podía dormirme pensando en esta maldita guerra en vos en los otros chicos temblaba por todos y por vos hijo… qué suerte que al menos van a detener la matanza y esos cañonazos me imagino que ahora todo va a estar tranquilo… Danny no sabés cuánto me preocupé cada día escuchaba las noticias hijo y cuando por la noche decían hubo víctimas de nuestro lado y no explicaban qué tipo de víctimas heridos o bajas el corazón brincaba y ya no podía dormir ni pensar vivía aterrada con una opresión en el pecho una opresión muy grande Danny no tenés idea cómo se me cerraba el pecho y me ahogaba y el día siguiente cuando repiqueteaba el timbre no quería abrir la puerta no no… me hacía la novela y me ponía a llorar como una desesperada… una vez fue Cata la vecina que me venía a pedir un par de cebollas le grité ¡no me toqués más el timbre! si no sabés cómo me ponía… así fueron los treinta y dos días de esta maldita guerra hijo y no me digas que no es maldita Danny porque sabés que yo leo diarios y escucho la radio todo el día y pienso… qué otra cosa puedo hacer… a veces me despierto en mitad de la noche y voy a prender la radio…papá pobre está abatido tiene más miedo que yo y a veces oye los noticiosos y se seca las lágrimas y yo le pregunto qué te pasa viejo nada nada esos pibes que mueren me dan mucha pena… decime Danny ¿ya los mandan de vuelta a casa? vos estás en esta locura desde el primer día querido hijo y a partir de entonces lo mío no es vida sabés? cuidate hijo y qué suerte que hay un cese del fuego cuidate por favor por favor llamame mañana para estar tranquila y saber que estás bien aunque hoy escuché que entraban más tropas en el Líbano pero pienso que lo hacen para asustar a los otros bueno hijo nos vamos a ver pronto cuidate mucho mi pichón cuidate por vos por papá y mamá y por Norita que todos te extrañamos…
Domingo 13 de agosto, al mediodía
El calor es insoportable, el aire está quieto. Desde la madrugada se escuchan los disparos de la artillería. La mujer recorre la casa, se arriesga y cocina la salsa para los fideos; la mirada transita cansina por pasillos oscuros y pensamientos grises. Son las trece horas. Almuerzan en silencio y las noticias hablan de combates ásperos entre los israelíes y los otros. No los quiere nombrar. Para darle fuerza a Danny, para protegerlo. Como un conjuro secreto, una súplica para darle suerte. Una mascota para el futuro, la vida de Danny. No los nombró durante los treinta y tres días de guerra. Siempre fueron los otros… suena la alarma abandonan la sala corren al refugio… Danny no llamó me preocupa que no llame él no es así sabe que me desespero…esos días que no tuvimos noticias casi me muero por la angustia y ahora pasan los minutos y el teléfono está mudo y Norita ni siquiera se levantó… mirá qué día hermoso si no fuera por esta guerra hubiésemos ido a la playa esta maldita guerra nos aguó las vacaciones en pleno verano se les ocurre salir a la guerra no me digas así viejo cómo qué ocurrencia la mía y qué hay si ellos cruzaron la frontera y se llevaron a dos soldados por eso hay que hacer una guerra mirá cuántos muertos y tenemos que estar encerrados casi todo el día en este cuarto agujero y nuestro hijo en el Líbano qué sabe este chico de guerras tiene 19 años es un chico ¿sabés? y no me discutas porque voy a reventar… treinta y tres días que no duermo que no vivo callate por favor… y Danny que no llama y me estoy por descomponer… no se podía hablar con nadie todos patriotas aunque en los últimos días la gente está podrida de esta guerra de estas explosiones bum bum de día de noche nosotros dentro de este hoyo con Norita metida allí escuchando todo el día su rock pesado y nosotros preocupados por el hermano… esta guerra nos ha envejecido viejo nos ha arruinado la vida…
Domingo 13 de agosto, a las 18 horas
¿Escuchaste viejo? quieren llegar al Litani… combates feroces contra los otros y hay bajas de nuestro lado y Danny no llamó… estoy para morirme me ahogo algo me oprime el pecho viejo qué está pasando y nuestro hijo no llamó no llores viejo no puede haberle pasado nada pero seguro que no llama porque no los dejan inventaron eso de que no tienen que telefonear por el celular porque los otros escuchan ¿vos lo creés? yo no creo más nada todos los días cambian los planes que mandan más soldados que no que esperan órdenes… estoy confundida y amargada y pensar que confiamos en éstos y le regalamos el voto pero estoy preocupada viejo Danny no llama… hay tantos soldados y que Dios me perdone por lo que pienso pero es que nuestro hijo está ante todo viejo es nuestro hijjj… sí estoy llorando claro que sí se me parte el alma y mirá qué pensamientos egoístas pobres esos chicos que todavía no empezaron a disfrutar de la vida y pobre de nosotros los padres y lo que sufrirán los padres de los caídos y la de los prisioneros qué desgracia viejo no se puede hablar con nadie son todos patriotas pero los que tenemos hijos…no sabemos si vamos volver a verlos viejo querés desgracia más grande.
Domingo 13 de agosto, a la medianoche
Combates furiosos cuerpo a cuerpo, hay muchas víctimas, el ejército avanza hacia sus objetivos, no tan velozmente, pero va adelante. Tiene ocho horas para alcanzar su meta… La lucha es casa por casa y hay víctimas. Escuchan en la CNN: Hay muchas víctimas… y el corazón parece que durmiera… apenas se escuchan los latidos.
Lunes 14 de agosto, a las diez de la mañana, dos horas después del cese del fuego entre Israel y los otros
El timbre suena alegremente. ¿Ustedes son los padres, verdad? Lo sentimos mucho, señores: el soldado Daniel Geller ha caído en combate, como mueren los héroes en defensa de su patria. Reciban nuestra más sin… y prof… condol… bla bla bla…
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* Esta es una de las 116 historias, la última, la que ocurrió el 13 de agosto de 2006, a pocas horas de entrar en vigor el cese del fuego, cuando por una decisión del alto comando del ejército israelí murió, en una sola jornada, el 40% de todos los caídos. (Nota del autor, AA)
(N. de E.: Este relato es inédito; en esta oportunidad «sale a la calle» por primera vez.)
Andrés aldao. (Buenos Aires, Argentina). Tiene «el oficio de mentir», según palabras de Abelardo Castillo. Escribe cuando le place, edita una revista literaria en el ciberespacio, Artesanías Literarias. Es un rioplatense melancólico, ama a su ciudad natal, añora a la Calle Corrientes (a la que nunca dormía… piadosa mentira); odia al obelisco y a La Recoleta, escribe relatos, publicó cuentos a troche y moche (no asegura que los hayan leído), cinco libros y una novela, Aventuras y Desventuras de Ale Aspis. Considera a Roberto Arlt y Juan Carlos Onetti como los padres de la literatura del Río de la Plata. Vive exilado desde hace más de tres décadas y afirma que el exilio es una suma de dolor, nostalgia y agonía. Acerca de su novela Aventuras y Desventuras de Ale Aspis (recientemente editada), expresa el autor: «…las letras y el espíritu de Enrique Santos Discépolo, savia y fervor de Buenos Aires, han ejercido una telúrica influencia sobre mis ideas, porque tienen permanencia histórica en el perímetro rioplatense. Cambalache es el cántico de los vencidos y los marginados del sistema, y no podían faltar porque es mi ‘credo’ y el de Ale Aspis…».
📧 andresaldao[a]gmail.com
Yo encuentro la televisión muy instructiva.
Cada vez que alguien la enciende, voy a la biblioteca y leo un buen libro.
Groucho Marx
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Artículo publicado en Revista Almiar – n.º 32 – febrero-marzo de 2007 – Margen Cero™