Al otro lado de la ventana
Ángel Balzarino
Abrió las persianas unos centímetros,
dejando que se filtrara un delgado haz de luz, y luego desplegó con extremo
cuidado la cortina grisácea, casi transparente, hasta cubrir completamente
la ventana. Perfecto. Así nadie podrá verme desde afuera. Con la tranquilidad
de haber concluido la ceremonia que desde hacía casi un mes realizaba todos
los días, ansiosa y con una meticulosidad rayana en cierta obsesión, se dispuso
a cumplir la cita ya irresistible. Acercando el rostro a la cortina, clavó
los ojos ávidos en un punto definido: la amplia ventana de uno de los departamentos
que estaba al otro lado de la calle. ¿Qué harán hoy? ¿Qué pasará? Ya no lograba
evitar múltiples interrogantes al iniciar la diaria vigilancia, plena de expectativa,
intrigada sobre lo que habría de depararle esa especie de película o espectáculo
que siempre presenciaba con renovado fervor, sustraída de cualquier otra cosa.
Sí. Como si fuera una droga. Aunque ese compromiso ya ejercía sobre ella una
dependencia casi enfermiza, no estaba dispuesta a abandonarlo, pues era el
único que había logrado quebrar el opaco e inalterable desarrollo de su vida
y le otorgaba un inusitado atractivo. Ocurrió casi por casualidad. Una tarde,
al mirar hacia afuera, divisó las dos siluetas en el rectángulo de una ventana.
En el cuarto iluminado por una tenue luz amarilla, vio movilizarse los cuerpos
con lentitud, abrazados y besándose mientras se quitaban la ropa. Cuando desaparecieron
de su visión, le resultó fácil imaginarlos sobre la cama amándose con voracidad.
No supo cuánto tiempo permaneció inmóvil, sin poder reponerse de la sorpresa
y el encandilamiento. Deben ser recién casados. No tendrían tanto entusiasmo
si llevaran juntos quince años, como yo. Embargada por una sensación de ardor
y voluptuosidad, esa noche el encuentro con Rafael ya no tuvo el carácter
de un rito frío y mecánico que cumplía por obligación, sólo para complacerlo,
sino que, después de mucho tiempo, participó en forma activa y pudo alcanzar
un orgasmo pleno y satisfactorio. Después continuó la vigilancia. Tenaz. Absorbente.
Al cabo de cuatro días de inútil espera, ocurrió algo. Aunque la escena resultaba
similar a la anterior, muy pronto creyó descubrir una diferencia: el hombre
era otro. Esforzándose por recordar al que había visto la primera vez, tuvo
la seguridad de que era bastante rubio, y el de ahora —a pesar de no ser muy
nítida la luz del dormitorio— pudo descubrir que tenía la piel morena y el
cuerpo más gordo. Uno debe ser el amante. Pero cuál de ellos. Impaciente por
dilucidar la duda, quedó absorbida por la visión de ellos y, sin tener idea
del paso de las horas, se olvidó de preparar la cena. La reacción de su marido
fue violenta y ninguna excusa logró calmarlo. Comieron las sobras del mediodía
y se acostaron en silencio, en un estado de malestar y hostilidad. Tardó en
dormirse, no tanto por el altercado con él sino por el halo de misterio que
rodeaba a los habitantes de la casa vecina. Necesito saber qué está pasando
entre ellos. Cuanto antes. Y al día siguiente se propuso ahondar la investigación.
Celosamente comenzó a controlar el horario en que llegaba y se iba cada uno
de los hombres, el tiempo que permanecía junto a la mujer, el modo como ella
los trataba. Con íntima satisfacción llegó a comprobar que su empeñosa tarea
le permitía conocer cada vez con mayor claridad el mundo de ellos. Ya es como
si formáramos parte de la misma familia. Compartiendo los placeres y las preocupaciones.
Eso le hizo descuidar otras cosas: limpiar la casa, preparar la comida, lavar
la ropa. Tomaba conciencia de ello cuando llegaba Rafael y estallaba en reproches.
Irascible. Cada vez con menos paciencia. Apelaba a vagos pretextos para calmarlo,
sin atreverse a revelar la verdadera causa de tanto desapego, temerosa de
perder eso que había tenido la virtud de conferirle un cariz distinto y fascinante
a su vida. Lamentaba sobre todo que, debido al creciente grado de tensión
y malhumor, ya no podía —cuando ellos lograban excitarla en forma casi intolerable—
establecer un acercamiento que colmara sus ansias. Muy pronto va a terminar
esto. Todo volverá a la normalidad. Con desasosiego presentía tal perspectiva,
pues no le resultaba demasiado alentador hundirse otra vez en la exasperante
rutina de tantos años, sin ningún hecho que la conmoviera o aliviara al menos
el creciente sentido de frustración y desencanto. No obstante el anhelo de
seguir disfrutando los momentos intensos y regocijantes que le deparaba esa
historia, le pareció cercano el desenlace, especialmente por la actitud del
hombre rubio, quien tuvo cada vez menos gestos de afecto con la mujer y varias
veces los vio enfrentados en agrias disputas. Las otras escenas —las que ella
aguardaba con mayor ansiedad, pues lograban despertar en su cuerpo un ardor
desconocido durante años—, la mujer las protagonizaba con el gordo. No pueden
seguir viviendo así mucho tiempo. Debe ser terrible. Alguien va a descubrir
el engaño. Y a la espera de eso, cada día le llevó más tiempo la vigilancia.
Impaciente. Sin querer perder ningún detalle. Por fin —después de estar incontables
horas apostada junto a la ventana, absorta—, se encendió la luz en el departamento
de enfrente y vio entrar a la mujer, quien, luego de dar varias vueltas con
evidente inquietud y desorientación, se puso a buscar algo en los cajones
del ropero. De improviso la estremeció el ruido de una puerta. No se movió
para no distraerse. Sobre todo cuando el hombre rubio penetró en el cuarto.
Abruptamente. Y entonces percibió un grito. Rabioso. Insultante. Por un momento
creyó que pertenecía al hombre rubio que estaba golpeando furioso a la mujer,
hasta que, al darse vuelta, observó como una sorpresiva y espantosa revelación
a Rafael que, esgrimiendo un puñal en la mano derecha, se abalanzaba sobre
ella.
🔹 🔸
Ángel Balzarino
nació en 1943 en Villa Trinidad (Provincia de Santa Fe- República
Argentina). Desde 1956 reside en Rafaela (Prov. de Santa Fe - Rep.
Argentina).
Ha publicado siete libros de cuentos: El hombre que tenía miedo
(1974), Albertina lo llama, señor Proust (1979), La visita
del general (1981), Las otras manos (1987), La casa
y el exilio (1994), Hombres y hazañas (1996) y Mariel
entre nosotros (1998), y tres novelas: Cenizas del roble
(1985), Horizontes en el viento (1989), y Territorio
de sombras y esplendor (1997).
Varios de sus trabajos figuran en ediciones colectivas, entre otras:
De orilla a orilla (1972), Cuentistas provinciales (1977),
40 cuentos breves argentinos - Siglo XX (1977), Antología
literaria regional santafesina (1983), 39 cuentos argentinos
de vanguardia (1985), Nosotros contamos cuentos (1987),
Santa Fe en la literatura (1989), V Centenario del Descubrimiento
de América (1992), Antología cultural del litoral argentino
(1995) y Palabrabierta (2000).
Su cuento Rosa ha sido incluido en Cuéntame: lecturas interactivas
(1990) e integra Avanzando: gramática española y lectura (3.ª
Edición, 1994, 4.ª Edición, 1998), obras editadas en los Estados Unidos.
Otro cuento, Prueba de hombre, integra la antología Narradores
Argentinos (1998), publicada por la Revista Cultura de Veracruz,
México.
El cuento El acecho fue incluido en el libro Leer, especular,
comunicar, editado en 2002 por Advance Materials, del Reino Unido.
Entre las numerosas distinciones por su actividad literaria se puede
mencionar: «Premio Mateo Booz - 1968», Primer Premio Ciudad de Santa
Fe - 1970, Premio Nacional ALPI - 1971, Premio Jorge Luis Borges -
1976, Premio Fondo Editorial años 1986-1995-1996, de la Municipalidad
de Rafaela y Faja de Honor 1996 y 1998 de la Asociación Santafesina
de Escritores.
Ángel Balzarino
El hombre acechado
-
Ahora, la oscuridad
-
El regreso -
Deuda saldada -
Al otro lado de
la ventana
WEB
DEL AUTOR:
http://www.rafaela.com/balzarino/
▫ Relato publicado en Revista Almiar (2003). Página reeditada en agosto de 2020.