Tengo una pistola,
novela de Enrique Rubio
Una novela 2.0

portada novela tengo una pistola

Para que la vida pueda abrirse paso es necesario a veces carecer de información, o tenerla incompleta. Esta paradoja, que ya apuntara Shakespeare en el famoso monólogo de Hamlet (thus conscience makes cowards of us all), reaparece una y otra vez en las páginas del presente libro, pero a la luz de hechos y de circunstancias que el dramaturgo inglés jamás pudo tomar en cuenta. Entre otras cosas, porque en el siglo XVII no podían ni imaginar dos de los hitos más relevantes alcanzados por el hombre del siglo XX: el hallazgo y la descripción exhaustiva de las bases químicas del código genético de los seres vivos y el desarrollo masivo de las tecnologías de la información, con su materialización final en esa red mundial interconectada que todos conocemos por el nombre de Internet. Dos fenómenos paralelos, ya que ambos tienen mucho que ver con la codificación, la organización y la transmisión de la información, y que han venido a condicionar sustancialmente nuestra forma de representarnos la realidad y de entendernos a nosotros mismos. No es nada casual que ambos tengan una presencia destacada en este perturbador relato, donde la programación contenida en nuestros genes, así como la que ejecutan los millones de ordenadores conectados a la red de redes, se nos muestran como armas de doble filo, que capacitan a los individuos y al mismo tiempo los condenan.

En cierto momento de la novela se nos hace ver cuán difícil sería mantener la sensación de ternura y alborozo que produce la contemplación de un bebé si a esa imagen sobrepusiéramos otra cuya futura realización nos consta con certeza, cual es la del inevitable fin de ese ser que a la sazón afronta los primeros compases de su existencia. O, peor aún, otra estampa que podemos pronosticar en términos de alta probabilidad (cuando menos en los países desarrollados): la de su decrepitud física, con el menoscabo estético, fisiológico y hasta moral que suele traer consigo. Sin embargo, la gente sigue queriendo tener bebés y enterneciéndose y alegrándose cuando los toma en brazos, sin pensar en el proyecto de muerto o de ser humano deteriorado que la criatura contiene.

Y eso es posible porque de toda esa información indeseable solemos prescindir, incluso estamos conformados para que no nos resulte accesible mientras el dulce olor del infante y el suave tacto de su piel se enseñorean de nuestros sentidos.

Como en éste, en muchos otros instantes de la vida lo que a ella le conviene es que no sepamos.

Pero he aquí que en este siglo XXI nos hemos procurado herramientas científicas y tecnológicas que permiten acceder a una cantidad hasta ahora impensable de información, sobre cada uno de nosotros y sobre los demás, y que ponen a nuestra disposición una oferta inabarcable de datos y experiencias.

Podemos saber si un niño tendrá tal o cual enfermedad antes de que haya nacido, disponemos de estadísticas que nos permiten prever con aproximación sorprendente los comportamientos, las actitudes y hasta los descalabros de las personas, y con un par de clic podemos leer, ver u oír cualquier cosa que la mente humana haya urdido o esté en condiciones de urdir. Y el resultado de esta abrumadora disponibilidad de información, para muchos individuos, no es otro que una soledad tan prolija como pavorosa. No estamos programados biológicamente para saber (o poder saber) tanto.

Nuestra mente no tiene la velocidad de proceso necesaria para acomodarse al torrente de estímulos que nuestra ciencia y nuestras máquinas tienen la capacidad, cada día mayor, de formar y de suministrarle.

Sobre esa realidad y esa constatación está construida esta inquietante, corrosiva y no obstante compasiva novela. Su protagonista vive recluido en su casa y no se atreve a salir a la calle, pero ha perdido la curiosidad y la capacidad de asombro. Todo le resulta sabido e insípido: desde las toneladas de material pornográfico que descarga cada día y con las que se gana la vida usándolas como cebo para adictos al sexo digital, hasta la música, las películas y los contenidos de toda índole que almacena en sus discos duros y casi nunca disfruta o sólo picotea somera y desganadamente. Su evasión, y en cierto modo su única aventura vital, es un sanguinario videojuego de zombis con el que se entretiene y se desafía, mientras transita por un Manhattan virtual que le permite conocer palmo a palmo la geografía de una ciudad donde en la realidad jamás ha puesto el pie (ni tiene mayor interés en ponerlo).

A través de la red se abastece de todo aquello que necesita, y también en ella ha conseguido el mecanismo de cierre de su cosmovisión, la piedra angular en la que reposa su estabilidad mental (llamémosla así): una pistola con la que en cualquier momento puede pulsar el botón OFF de su propia existencia. En ella cifra su libertad y la paz para afrontar el tedioso transcurso de los días.

A este personaje, tan singular a la vez que deficitario, su creador lo somete, como ocurre en toda historia enjundiosa, a una prueba que pondrá en cuestión los presupuestos en que se asentaba su rutina vital. Una prueba que le hace tambalearse y perder pie, y que de paso sirve para que sintamos sutilmente afectadas las bases de nuestro propio equilibrio.

Combinando mordacidad, ironía y no pocas dosis de patetismo, el novelista traza un retrato demoledor del hombre contemporáneo y de esta sociedad del exceso que ha llegado a ser espacio de tanta y tan estremecedora carencia para tantas personas.

Con esta su primera novela, Enrique Rubio confirma lo que ya apuntaba en el cuento que contenía el germen de la historia, y con el que se alzó con el premio en el Certamen Universitario Jóvenes Talentos organizado por Booket. Nos encontramos ante un escritor con un mundo, una mirada y una voz propios. Su mundo es, por derecho de nacimiento y también de conquista, el de este complejo y perplejo siglo XXI, con todos sus códigos, logros, desastres y paradojas, entre los que el autor se mueve con una naturalidad y una soltura que anuncian una nueva generación, capaz de comprender y contar sin aspavientos lo que para las anteriores resulta extraño y sobrevenido. Su mirada es la del verdadero escritor, es decir, la de quien sabe mostrar lo que ve con esa insumisión y ese desapego por lo inmediato que permiten trascender la anécdota.

Y su voz es la de alguien que ha entendido que debe sostener entre las manos un instrumento capaz de dar la nota precisa. El lenguaje de la novela es fruto de lo que cuenta y de cómo lo mira el narrador: ágil y sin remilgos, dotado de una vibración que nos transmite desde las primeras páginas, con una determinación impropia de quien, al menos como novelista, ostenta la condición de debutante.

Por todo lo dicho, y muchas más cosas que este prologuista no puede ni debe intentar agotar, hay que saludar con alegría la publicación de este libro y la irrupción entre nuestros novelistas de su autor. Es una ráfaga de aire fresco, llamada a sacudir un panorama editorial en el que siguen pesando demasiado quienes ya estaban (o estábamos) hace años, y en el que las voces y las miradas de veras innovadoras lo tienen injustamente difícil para hacerse un espacio.

Aun cuando muchos lectores, escritores y editores sigan enfrascados en las viejas novelas, las de la era anterior a esta que aún no tiene nombre, aquí hay una señal clara de que llega una nueva novela, propia de este mundo 2.0 (permítaseme denominarlo provisionalmente así, recurriendo a la analogía tecnológica), en el que para bien o para mal, nos guste o no, estamos todos inmersos. Y creo que es una magnífica noticia. Porque, igual que el antiguo, también el nuevo mundo será bastante más soportable con buena literatura.

Lorenzo Silva
Getafe, 31 de diciembre de 2008
(Prólogo de la novela Tengo una pistola)



Enrique Rubio
Enrique Rubio Palazón. Nació en Murcia en 1978. Diplomado en Psicología, es un gran aficionado a la ciencia, la música y la literatura. Como escritor lleva una carrera meteórica, con gran cantidad de premios y accésit, entre los que hay que destacar por su prestigio los primeros premios en el Certamen Creación Joven Ciudad de Almería (2005), el Certamen CreaJoven de Murcia de narrativa (2006), el IV Certamen Universitario de Relato Corto de Jóvenes Talentos de Booket (2007) y el Premio Injuve para la Creación Joven de narrativa (2008). Tengo una pistola es su primera novela y nació a partir del relato con el que ganó el IV Certamen Jóvenes Talentos de Booket y que recibió el elogio unánime del jurado, formado por escritores como Lorenzo Silva (autor del prólogo a la novela), Juan Manuel de Prada y José Ángel Mañas.
En la actualidad está escribiendo su segunda novela.

Ξ Web: tengounapistola.com/

Tengo una pistola, fue publicada por Booket, en mayo de 2009
(ISBN: 978-84-08-08179-1).
Artículo publicado en el n.º 48 (septiembre-octubre de 2009) de la Revista Almiar.



Sugerencias

relato pedro m. martinez

La soledad de la gata (relato)

todo bellon

Entrevista al autor de la novela


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    Revista Almiar (2001-2018)
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