Los fantasmas de Estocolmo
Javier Claure Covarrubias
Las historias de fantasmas datan de épocas remotas, y son precisamente estas historias que bien se acomodan a la literatura, a series televisivas y a un sin fin de películas. En cualquier parte del mundo que nos encontremos, hay cuentos relacionados con los fantasmas. En algunos lugares lo llaman la viuda, el hombre del saco, la k´achachola (chola hermosa y elegante) etc., pero todos esos personajes tienen algo en común: un poder mágico o una belleza inigualable.
Unas veces desaparecen misteriosamente dejando atónitos a los espectadores. O bien, se valen de sus atributos extraterrestres. Atraen a su presa para luego, en un punto determinado, hacerle desaparecer en las tinieblas.
¿Serán estos seres sobrenaturales producto de nuestra imaginación? ¿O realmente existen? Hay muchas opiniones al respecto. Sin embargo, hay gente que dice haber tomado fotos a estos seres de extraña dimensión.
Uno de los casos más antiguos pertenece a la mitología griega. Un joven de nombre Plinio relató en una carta los andares del filósofo estoico Atenodoro: Atenodoro había llegado a Atenas de visita y andaba en busca de vivienda. Por esas cosas del destino, se entera que había una enorme casa desocupada. Se dirige a dicha casa y tomando en cuenta el bajo precio, decide alquilarla. Una vez instalado en el recinto, se dedica a su tarea. Por las noches escribe sus pensamientos. De repente una de esas noches, escucha el ruido de unas cadenas y observa a lo lejos la imagen de un anciano barbudo y crespo que gesticulaba con los brazos. El anciano se iba acercando cada vez más, y cuando se encontraba a pocos metros de Atenodoro, le hace una seña para que lo siga. Él filósofo accede a su pedido y camina por su detrás. Al cruzar el patio de la casa, el anciano y las cadenas desaparecen, como por arte de magia, dejándolo perplejo al filósofo.
Historias como estas hemos escuchado alguna vez en nuestra vida. Muchos suecos también creen en los fantasmas y tienen leyendas de esta naturaleza. En el centro de Estocolmo, más exactamente, en la calle Drottninggatan número 116, existe un edifico llamado «El castillo de los fantasmas» que pertenece a la Universidad de Estocolmo. En una parte de la edificación están las oficinas de administración y en la parte central hay un museo. Según la leyenda esta casa se construyó en el siglo XVI por órdenes de Hans Petter Scheffler, un comerciante adinerado de aquella época. Sus iniciales HPS están aún inscritas en acero y forman parte de la puerta central. Las leyendas de fantasmas, que corresponden a este lugar, se desataron a principios del siglo XVIII. Los estocolmenses comentaban diversas hazañas ocurridas en el edificio. Pero los rumores se intensificaron cuando encontraron una tumba en el patio de la casa.
Se comentaba que el esqueleto en el ataúd pertenecía al primer dueño de la residencia. Es decir, a Hans Peter Scheffler que deambulaba, en las oscuridades, como alma en pena. Se mostraba en forma de fantasma chillando, haciendo caer cosas, apagando luces y provocando ruidos extraños por las noches. Despedía un olor a muerto y solía romper espejos y cristales. La historia cuenta que un cura intentó ahuyentar, por medio de oraciones y plegarias, a este espectro, pero fue extrañamente arrojado desde un balcón. Un inquilino se suicidó, después de haber tocado piano toda la noche.
Posteriormente, Jakob von Balthazar Knigge, fue dueño de la casa. Dicen que había hecho pacto con el diablo y poseía una gran fortuna. Gracias a este pacto ocultaba, en las paredes y los techos, lingotes de oro y plata. Una mañana de invierno una carroza, tirada por caballos negros, paró a las afueras de la casa. Balthazar Knigge salió con una capa negra que le colgaba desde el cuello, y se acomodó en la carroza. Luego empezaron los caballos a correr a toda velocidad sacando chispas de las ruedas de la carroza. La gente que andaba por esa calle, observaron que el jinete tenía cuernos en la frente y una larga cola. Decían que el diablo se lo llevó y nunca más se lo volvió a ver. En realidad, Balthazar Knigge murió tranquilo en su cama, y lo enterraron en el Cementerio Central de Estocolmo (Adolf Fredriks kyrkogård). Su tumba está allí. Fue un hombre generoso y en su testamento declaró que todos sus bienes debieran ser entregados a un fondo para ayudar a enfermos, ancianos, niños y pobres. El primer dueño de la casa, Hans Petter Scheffler, también tuvo una muerte natural y nunca fue enterrado en su casa como aseguraban. Pero esos hechos paranormales se fueron transmitiendo de boca en boca por la gente.
La residencia de la calle Drottninggatan 116, es una de
las más tétricas de Estocolmo. El personal que trabaja en este recinto, explica
que aún se perciben cosas extrañas dentro la tenebrosa mansión que un día
albergó a seres que descansan bajo el cielo de Estocolmo.
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Javier Claure Covarrubias nació
en Oruro, Bolivia, en 1961. Es miembro del Pen-Club Internacional, de la Unión
Nacional de Poetas y Escritores de Oruro (UNPE) y de la Sociedad de Escritores
Suecos. Ejerce el periodismo cultural. Tiene poemas y artículos dispersos
en publicaciones de Suecia y Bolivia. Fue uno de los organizadores del Primer
Encuentro de Poetas y Narradores Bolivianos en Europa (Estocolmo, 1991). Ha
estudiado matemáticas e informática en la universidad de Estocolmo y de Uppsala.
Además, es egresado de Pedagogía en Matemáticas de la Universidad de Estocolmo.
Formó parte de la redacción de las revistas literarias Contraluz y
Noche literaria.
Algunos de sus poemas han sido seleccionados para las siguientes antologías:
El libro de todos (1999), La poesía en Oruro (2005) y Poesía
boliviana en Suecia (2005).
Ha publicado Preámbulos y ausencias (2004) y Con el fuego en la
palabra (2006).
javcla [at] yahoo.se
Ilustración
artículo: Fotografía por Javier Claure C. ©
📰 Artículo publicado en Revista Almiar, n. º 51, marzo-abril de 2010. Página reeditada en agosto de 2019.