Hölderlin

Hölderlin y Celan: un ensayo sobre la melancolía

 

Óscar Portela

A Estela Guedes
y Patrick Cyntas


(Traducimos sin tener el texto original.
Gunther Eich).

(Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre/ no fuese también poeta y adivinador de enigmas y redentor de azar.
Friedrich Hölderlin).

(Los poetas,/ aun los espirituales,/ deben ser en el mundo.
Friedrich Hölderlin).
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Pero de qué se trata entonces eso de traducir. De la ausencia de los originales —de la traza primera— se ocupó de modo extraordinario Jacques Derrida.

Se trata, claro, de un «legítimo» intento de apropiación de una experiencia lingüística que carece de equivalentes en otra lengua.

Es lo que ha sostenido Heidegger durante décadas cuando trató de la reapropiación latina de la experiencia griega del pensar.

De modo tal que un texto a la mano traducido —aún con la aparatología científica de la más ardua sistémica filológica— no puede asegurarnos de que estemos en presencia de la voz proferida en el supuesto original con el que batallamos.

El caso Hölderlin es paradigmático: una vez más se acusó a Heidegger de apropiación «indebida» de los textos de Hölderlin.

La polémica la desató Paul de Man y tardíamente intervino en ella Derrida y tomó notas de ello Beda Alleman.

Se trata, por supuesto, de los «Grandes Himnos» y no de los poemas de la locura. En este caso como en el Paul Celan se trata de «interpretar una sintaxis» que concientemente apunta a mostrar la insuficiencia del lenguaje para mirar el misterio con el sólo ojo de un cíclope.

«El Rey Edipo tiene un Ojo de más», escribió Hölderlin. Los filósofos, filólogos y gramáticos no podrían resolver un enigma que sólo la Pitia envía para diversión de los Edipos de la Filosofía.

Cuando Heidegger y por motivos fácticos se lanzó sobre la obra de Hölderlin lo hacia de modo sibilino.

En estas lecciones como en la magna obra sobre Nietzsche se trataba de atacar al nazismo sin que sus mentores ideológicos lo advirtieran.

No obstante como todos saben debió aclarar que la elección no se debía a la importancia que para la lírica alemana o mundial tuviese Hölderlin —comparado a Dante por ejemplo—, sino que este inauguraba una edad en la que los poetas poetizaban sobre la esencia de la poesía.

Quiero aclarar antes que nada que aquello de «pastor del ser» o «pastoreo en los campos del ser», quedó luego remplazado por la expresión «guardián de la nada».

Nos toca hoy establecer vínculos entre la experiencia del pensar y el legado de la experiencia poética del ser en el habla poética.

A la modernidad no se puede penetrar por otra puerta que no sea la obra filosófica y poética de Federico Nietzsche: él se despidió de lo real y la apariencia, de todos los puertos a los que ninguna nave podía volver y afrontó la pregunta que aún pesa sobre el mundo de hoy.

¿Está el hombre como transeúnte preparado para hacerse con el dominio de la tierra?

El logos Occidental que abandonó tempranamente Hölderlin creía y aún cree que sí.

La contestación de Nietzsche es que este logos nos había conducido como un boomerang hacia «el más inhóspito de los huéspedes»: el nihilismo.

Y el mismo que había tratado a los poetas de mentirosos y narcisistas termina con un bellísimo ditirambo titulado «Sólo loco, sólo poeta».

Si en su primer poema el Nietzsche juvenil había escrito un poema titulado Al Dios escondido en el cual termina preso de esta imagen y sólo para señalar curiosamente su coincidencia primera con el Celan de Tenebrae, en donde sólo habla de la «proximidad» del hombre y de Dios.

He aquí el poema de Nietzsche:

«Una vez más, antes de que me marche y mis miradas lance hacia el futuro, vuelvo a elevar en soledad las manos. Hacia ti, a quien me acojo, a quien solemnemente he dedicado altares en mi corazón, en lo más hondo de él, para que en todo tiempo tu voz vuelva a llamarme». «Sobre ellas arde profundamente inscrita esta palabra: al Dios desconocido: soy tuyo, aunque uno más entre los malhechores yo haya venido siendo hasta el momento: soy tuyo —y los lazos percibo que en la lucha tiran hacia mi hacia abajo y, aunque quisiera huir, me fuerzas a servirte». «Desconocido: conocerte quiero a ti que penetras en mi alma, que mi alma atraviesas cual borrasca ¡tú, incomprensible, afín a mí! Yo quiero conocerte, y aun servirte».

Es este el temprano espíritu de la melancolía, que en Celan, dado su sentido ya trágico del vacío, va a rayar en una especie de delirio melancólico.

Tempranamente debemos advertir que tanto en Nietzsche como en Celan se trata de «el señor», del deus absconditus tema que nunca estará presente en Hölderlin cuya melancolía se sostiene en otros parámetros.

El retorno no a la palabra única sino la ruta que conduce a lo auroral, a la patria del origen: ese origen que Heidegger definirá como la «eterna metamorfosis del origen».

Ya en su senectud y en su pueblo natal Heidegger reconocerá la imposibilidad de todo camino que conduzca a los países natales: Francisco Madariaga, que no es un poeta que poetice sobre la esencia de la poesía e insistirá en las «comarcas dadoras de poesía» escribe brutalmente:

«Ya no tengo países natales/ sólo tengo isletas voladas por el agua».

Patmos comienza en la traducción de Norberto Silvetti Paz (a las que debemos sumar el tesoro que nos legara Luis Cernuda —reapropiación digna de aquella realizada por Guillen de la poética de Valery— y la del Argentino Federico Gorbea) del siguiente modo:

Para Hölderlin «Cercano está/ y difícil de aprender el Dios».

La diferencia es abismal: Hölderlin irá entonces hacia el Asia (durante el apogeo de la estrella de la mañana Cristo, Dionisos y Hércules se hermanarán), de modo tal que el retorno de Empédocles a los misterios de la Phycis pondrá a Hölderlin más cerca de Schelling que de su amigo Fichte), al cual había sugerido a grandes rasgos su Sistema de la Ciencia.

Sólo a veces la palabra «señor» y «Dios» son pronunciados en el extenso Himno. El rayo que última a Hölderlin viene no sólo de la ira de Apolo en la Provenza, sino de aquellos que representando el espíritu de la época no pudieron seguirlo: Hegel, Fichte, Schelling, Goethe y muchos otros.

La melancolía abrasadora que va a minar los espíritus de Hölderlin y Celan son las que Nietzsche enfrenta cara a cara:

«El desierto está creciendo/ Ay del que alberga desiertos».

Pero a diferencia de todo poeta en Nietszche el espíritu de la melancolía va a ser una y otra vez exorcizado…

“¡Ah, cuán cansado estoy de todo lo insignificante que se empeña en pasar a la categoría de acontecimiento!»:

(nosotros leemos la palabra ‘acontecimiento’ como evento).

Nietszche va a empeñarse en superar toda concepción romántica de lo poético (léase esta frase como una alegoría que abarca a todo lo poético de Novális en adelante):

[…] «Muchas veces eché yo mis redes en sus mares, queriendo pescar buenos peces; mas siempre recogí la cabeza de un dios antiguo».

Más adelante Nietszche afirma… «creen los poetas que el que yace sobre la hierba, o en una solitaria pendiente, aguzando el oído, puede llegar a saber algo de lo que ocurre entre cielo y tierra».

Pero en este texto nunca analizado —y que se une a la concepción de la música analizada por Mássimo Cacciari en Crisis— Nietszche hunde sus espolones hasta el alma pura del aeda:

«El espíritu del poeta pide espectadores, aunque sean búfalos» (la tierra opuesta al mar) y termina donde nuestro camino comienza: «Yo vi llegar penitentes del espíritu, nacidos entre los poetas».

Nietszche se adelanta a quienes ya no se sienten seguros «diciendo en una lengua» que no les pertenece (Celan) y que tampoco ofrece ninguna guarida a la errancia de lo que no tiene principio ni fin.

Ese origen siempre buscado tras la alethé del nombre único, que despierta la sed y con esta la melancolía, constituye ya el desierto donde la inhabitud —el morar y el construir se separan— y el hombre como transeúnte y alma sin posada (Trakl) es aún un nonato en la tierra.

La inquietante deriva sin puertos que anunciara Nietzsche, y ese invierno que viene para quedarse y temía Hölderlin, interpretada por Heidegger como lo que no puede ir más allá de sí mismo.

El mortal que ya no puede parir estrellas, en términos de Nietszche.

Una estrella para la tumba de Heidegger.

Paul Celan escribe en el cuaderno de la cabaña un ruego: …«una palabra» —la palabra— que pudiese salvarlo.

Lacoué-Labarthe interpreta que el perdón es salir de sí mismo, de una mismidad que había asfixiado a occidente. Heidegger sabe que en el alma de Celan esta alma está rota y lo salutífero ya nada puede hacer por el poeta: por nuestra parte dudamos.

Que la palabra «perdón» nos permita salir de nosotros mismos y sabemos que el tan mentado silencio de Heidegger tiene que ver con el horror del desierto que recién comienza a extenderse en toda su plenitud frente a nuestros ojos.

Celan responderá con una criptografía donde busca desesperadamente al Otro del Mismo y que Gadamer interpreta de este modo: «un tú que viene hacia mí».

Ese «tú» que Hölderlin buscaba en su peregrinaje y que lo crucifica cuando dice con claridad no encontrar «un hombre» en la Alemania del progreso de los genios y el feroz viento de la melancolía comienza a arrancar como un laúd de su alma lamentos de congoja y sintaxis rotas de su alma a fuerza de intentar romper el círculo vicioso de la nada «nadeante», mientras Nietzsche, hasta sus últimas horas de lucidez no duda en desafiar lo que parece constituir el ineluctable destino del mortal sobre la tierra.

¿A dónde ir pues cuando el invierno viene para quedarse y dejarnos sin posada? «Ay de mí —exclama Hölderlin— en el invierno,/ ¿dónde coger las flores, dónde/ el resplandor del sol/ y las sombras de la tierra ?».

Y Nietszche cediendo a la melancolía y ya sin patria, errabundo también levanta la voz: «Dichoso a quien el manto de una patria le cubre».

Se trata entonces de aquello que no retorna sino en el canto de quienes intentan dejar que el nihilismo se consume a sí propio.

¿Pero dónde están estos?

Ese rayo del geist, (‘espíritu’) que será la línea de sombras con la que se enfrentarán los malogrados Trakl y Celan.

Pero en Hölderlin se trata aún del canto alemán (Patmos) mientras en Celan trabado en lucha de muerte con el rayo que enceniza, ya hay sólo una nada que no es sino nonada y no la franquicia del ser que proporciona la posibilidad del evento.

Ante este cepo que enloquece y nace del propio nihilismo Nietzsche se compara a Colón: «Hacia Nuevos Mares: Allí quiero ir, aún confío/ en mi aptitud y en mi comando./ El mar se extiende abierto, por el azul/ navega plácida mi barca genovesa./ Todo resplandece nuevo y renovado,/ el mediodía dormita en el espacio y en el tiempo./ Sólo tu ojo exorbitante/ me contempla ¡Eternidad !» (traducción Guillermo Teodoro Schuster y Juan Carlos Prieto Cané).

Y es que el camino hacia lo divino exige, como pedía Heidegger, que se desbroce en primer término el sentido de lo sagrado pues sagrado y divino son cosas que no deben mezclarse: de esa búsqueda de la palabra única.

Hemos perdido el contacto con lo sagrado donde nacen los martirologios poéticos como los de Celan o Trakl.

A pesar de todo se atreve a decir todavía se puede escribir: «aún/ hay cantos que entonar mas allá/ de los hombres”. Como El Canto de la Noche del Zaratustra, por ejemplo.

«Todo lo que vive está aquejado de dolor», afirma Heidegger especulando sobre Trakl.

A lo que siempre habría que responder con Zaratustra: «El dolor dice pasa/ pero el goce quiere eternidad/ profunda eternidad».

«Eternidad —pregunta Rimbaud— es el sol unido al mar».

Goce no es placer: es intensidad y constante aumento de energía. Alguna vez confróntese a Celan no con el casto Hölderlin sino con el mártir de la culpa que fue Trakl, escuchad pues su voz:

«Bajo pálidas máscaras acecha el espíritu del Mal./ Se ensombrece una plaza, tétrica y siniestra./ Al anochecer. Se agita en las islas un murmullo» (traducciones varias).

E imaginad estas visiones esculpidas con el alma de un niño por un loco: «No todos los días: No todos los días alcanzan la belleza/ Para aquel que añora las alegrías/ De los amigos que le amaron, de los hombres/ Demorándose con afecto junto al adolescente» (Poemas de la Locura, de Friedrich Hölderlin; traducción de Txaro Santero y José María Álvarez).

Mitos y logos, sagrado y profano, son uno en este origen siempre recomenzado por los poetas agonales.

Por todo ello —y no a través de la mística— ni pensadores ni poetas, ni dramaturgos pueden acabar en el silencio, porque esto sería traicionar el sentido destinacional de toda obra.

Pues como afirma Máximo Cacciari no se trata ya de «ser para decir sino de decir para ser». Y la poesía consiste en este desafío. Ese que a veces supo aceptar como un desafío Celan: «Puedes tranquilamente/ agasajarme con nieve,/ las veces que atravesé el verano/ hombro con hombro con la morera blanca,/ grito su última hoja».

Hoy no sólo los filósofos medran en la escritura poética: Los Cuatro Cuartetos, de Elliot no existirían sin Lao Tse o Santo Tomás, de modo tal y sólo como ejemplo, resulta difícil deconstruir textos edificados sobre sólidas arquitecturas especulativas.

Los filósofos en tiempos de penuria —esta acusación de Badiou está fundada— se nutren de estas experiencias, pues todavía la archiescritura es la que puede darnos una pista acerca de los «originales» que tanto busca la hermenéutica.

Mientras tanto sólo tenemos ante nosotros re-escrituras, re-apropiaciones de experiencias, que nos desafían a hacerlas suyas.

Tarea ímproba. Por mi parte yo seguí las rutas de estos poetas. Y ahora me vuelvo como el Tesee, de Gide hacia una propuesta de fidelidad a la tierra, a lo efímero como quería Rilke, de un «búcaro de lirios», porque siento que el retorno de la metamorfosis de lo inicial es re-iniciar lo mismo, jamás lo idéntico y los consuelos y las feroces melancolías causadas por el horror —contra Adorno—, hacen más necesaria que nunca la exaltación de la belleza.

Aquello que Rilke expresó así: «Fortalecer la confianza en la muerte desde las más hondas alegrías y magnificencias de la vida y a la misma muerte, que nunca fue algo extraño, y ajena, hacerla de nuevo como a la callada cosavedora de todo lo que vive, más reconocible y palpable» (Epistolario Español) o de este insuperable modo: «Almendros en flor, la única tarea que podemos realizar aquí es la de/ reconocernos, sin el menor resto de duda/ en la manifestación de lo terrenal» (Epistolario Español).

¿Pues cuál es la misión del poeta sobre la tierra sino el alabar y el bendecir?: Porque el poeta celebra y celebrar es recibir en nuestros corazones toda manifestación de lo terreno.

Pues, como afirmaba el inmenso Federico Nietzsche, mi corazón (el de un poeta): «Es también una fuente que canta».

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Óscar Portela
ÓSCAR PORTELA
, nacido en la provincia de Corrientes (Argentina), es escritor y ensayista. Ha publicado, entre otros títulos, Senderos en el bosque; Los nuevos asilos; Memorial de Corrientes y La memoria de Láquesis.

WEB DEL AUTOR: www.universoportela.com.ar/


ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Friedrich hoelderlin, By Franz Karl Hiemer (selbst gescannt) [Public domain], via Wikimedia Commons.

📰 Artículo publicado en Revista Almiar, n.º 44, enero-febrero de 2009. Página reeditada en agosto de 2019.

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