Lichis

Lichis y La Cabra Mecánica

Antihéroes, a su pesar

por Guillermo Ortiz López

«Cuando tenía cuatro años yo me enamoraba de las chicas de mi colegio y mis padres me decían que eso no era posible porque no tenía edad, pero yo ahorraba dinero para comprarles chucherías y soñaba con el día en el que sí tuviera edad y pensaba que cuando cumpliera catorce me iba a hinchar a follar porque sería un tipo sensible, inteligente, que sabría tratarlas bien...

...Sólo que cuando cumplí los catorce me di cuenta de que las chicas preferían al primer macarra imbécil que se encontraran y con el que pudieran tener sexo guarro, duro, sin sentirse culpables, sin esperar nada a cambio... y yo no entendía nada porque tenía un montón de amigas, pero sencillamente no era lo que me había imaginado».

Miguel Ángel Hernando, Lichis, me cuenta todo esto mientras yo acabo mi escalope con patatas —el mismo escalope que ha pedido Sonia, su mujer— y le sonrío y le digo: «Me puedo hacer una idea de lo que me estás contando». Más aún esta mañana de viernes en un restaurante de Terrassa después de una noche de bares madrileños que acabó demasiado tarde si tenemos en cuenta que el avión a Barcelona salía demasiado pronto.

Y es que los bares madrileños tienen su peligro y ya saben los fans de La Cabra Mecánica: «Es la falta de amor...».

«Madrid es una ciudad a la que conviene darle una patada en el culo al menos una vez», explica Lichis cuando le hablo de mi fascinación por la capital, «tuve que salir de ahí porque me conocía demasiada gente y decían demasiadas mentiras. Necesitaba desengancharme de muchas cosas y estaba claro que allí iba a ser imposible, por eso me fui a Terrassa con ella» y en ese momento besa a su mujer, su «representante» o «promotora» o como se le quiera llamar... Sencillamente, una chica encantadora, como su marido.

«Cuando llegué aquí fue jodido, porque estaba muy deprimido, y las depresiones aún vuelven de vez en cuando pero ahora mucho mejor, la promoción me está sirviendo de psicoanálisis», bromea, e insiste en todo lo que le bloqueaba de allí: «Si lo pienso, me cabrea demasiado: en los 90 yo estaba prohibido en todos lados. Era un trasgresor, un maldito, las cadenas de radio no pasaban mis canciones, me decían que eran demasiado explícitas... y ahora uno tiene que oír a Melendi o a cualquier otro y que todos los que a mí me cerraban las puertas le estén besando las manos... No podía más con eso: tenía que salir de ahí».

Es cierto, Lichis tiene un aire de maldito, pero muy a su pesar. Es un hombre encerrado en una contradicción entre el «yo» y su «circunstancia». No entiende que las chicas se fueran con tipos que eran peores con él, no entiende que mediocres anden triunfando donde a él se le sigue prohibiendo, no entiende que el reconocimiento tarde tanto en llegarle cuando, es evidente, Lichis necesita ese reconocimiento.

Pero ese es el «yo»: el sensible de las chucherías, y el osado que reinventó —al rebufo de Kiko Veneno y su Échate un cantecito, confiesa— un género: la rumba-pop castiza. El letrista con más talento de la última década, capaz de mezclar géneros, de estudiar instrumentos, de crear su propio estudio y producir nuevos talentos, capaz de emocionar incluso a un tipo de tan pocas emociones como yo.

Y esta es la circunstancia, la realidad: los macarras que se llevan a las chicas, los Melendis, el malditismo obligado —«yo no me emborrachaba para escribir, yo era un borracho que escribía» —dice parafraseando a Bukovski y rescatando el compromiso vital de su idolatrado Henry Miller. Está claro que Lichis no quiere cambiar ni una coma de lo que está haciendo. Se siente orgulloso de seguir trabajando duro, pero no puede soportar que le echen en cara «ir de intelectual, cuando yo soy de la calle, pero no de cualquier calle, de la calle del obrero que curra, no del mediocre que espera que le den todo hecho».

Se siente orgulloso de saberse querido por una minoría, pero no se regodea en ello. «Esta es mi profesión y me gano mi dinero y quiero vender muchos discos, tanto como venden otros, y que no se me ningunee y que no se me vete en ningún lado... No tengo ningún interés en ser un maldito y me jode no saber venderme suficientemente bien».

Pensamiento negativo, le digo. Lo cierto es que Lichis no es Javier Krahe, por poner un ejemplo de genio olvidado. No toca en «Galileo» a 6 Euros la entrada. Lichis es una institución en muchos ámbitos. «Me vengo arriba cuando de repente llama Quique González o Ismael Serrano y me cantan algo mío y me dicen que está de puta madre».

Yo podría llamarle todos los días para cantarle algo, si quisiera... y conozco a tanta gente que lo haría.

Porque sí, vale, Melendi tiene sus fans, pero ¿cuánta gente desprecia a Melendi? Lichis no podría con ello. A la larga, no podría, y se mueve en un tenso punto medio comercial que es lo que le hace pasar de la depresión a la euforia sin necesidad de ayudas externas.

«Estoy contento», dijo al recogerme en la estación de tren, y lo repite ahora. «Me he demostrado que puedo hacer un disco redondo y estoy realmente orgulloso». ¿El mejor disco de su carrera? «Sí», asegura, aunque siempre con un punto melancólico, «aunque en cuanto a canciones quizás Vestidos de domingo las tuviera mejores, pero éste es el más redondo, sin duda».

Y es que Hotel Lichis no sólo es su mejor disco es que es de largo el mejor disco español del año y uno de los mejores de los últimos tiempos, aunque esto lo apunto yo, y puede que esté equivocado. Me equivoco con frecuencia.

Pese a todo, la tristeza está siempre en su gesto —«no soy un tipo al que se le quiera, como le pasa a Fito (Cabrales) o a Melendi (sí otra vez)»— y resulta un poco desolador para un chico que no sólo le está entrevistando sino que le admira de verdad y que no entiende de dónde parte toda esa melancolía, esa necesidad de un reconocimiento que ya tiene, pero que incomprensiblemente no ve. Claro que mirar desde fuera es siempre tan fácil.

«Me iré a México o Argentina, probablemente», asegura, y Sonia lo confirma, «allí las cosas son distintas y el pop español siempre ha gustado mucho y yo quiero tirar más por el pop ahora, aunque en realidad me guste toda la música, desde La Mala Rodríguez hasta los Chemichal Brothers. Venir a Barcelona era necesario, pero ya me empiezo a cansar también, este país es así, a la gente le gusta demasiado la mediocridad».

¿Dónde habré oído yo esa palabra? —pienso— y de repente me acuerdo de la noche anterior y del sueño espantoso que tengo, pero ya me han dicho que hablo demasiado de mí así que volvamos a Lichis, y a su nuevo «single»:

«No me gustan los singles», dice, así, sin más, y eso me recuerda a lo que le comentaba días antes a Diego Cantero. «Es una canción preciosa, muy bonita», le digo, refiriéndome a «El malo de la película» y Sonia está de acuerdo, claro («encontré la canción, me casé con la musa, me comí los botones de su blusa...») El problema de Lichis con los singles es que han eclipsado el resto de su obra. Le pasó con «La lista de la compra», una canción sublime pero que encumbró a María Jiménez y le pasó con el «Iluso» desde luego, cuyo éxito le llegó en el peor momento personal.

Supongo que el que la compañía haya elegido otra rumba comercial para promocionar Hotel Lichis le carga un poco, pero conforme Sonia y yo elogiamos la canción con entusiasmo, el propio Miguel Ángel empieza a sonreír y admite, «es una canción bonita, sí».

Y es que el problema no está dentro, está fuera y volvemos a lo que antes expliqué de manera algo pedante: la circunstancia. Lichis quiere triunfar, pero no entiende que tenga que hacerlo con el «Iluso». No acepta ser un autor de minorías, pero tampoco quiere vivir en un mundo donde los mediocres han encandilado a las mayorías, «Este es un país en el que la gente vota a cualquiera porque piensa que cualquiera, hasta el más mediocre, le puede sacar de un problema, y si no, lo echa y punto, por ejemplo, Aznar».

Aznar, Melendi... cada uno que ponga sus demonios personales en esta lista, que todos tenemos y no es mi ocupación ahora, pero el problema es esa indeterminación entre «quiero estar lo más lejos posible de ellos» y «debería estar teniendo su reconocimiento». El abismo increíble entre el «ser» y el «deber ser», entre la suerte y el talento.

Han pasado un par de horas. Nos hemos acabado un delicioso postre de chocolate, que ha pedido Sonia pero que nos hemos comido los tres entre grandes admiraciones. Lichis tiene que volver a su estudio y yo tengo que coger otro tren de vuelta a Sants y buscar a Alba para dormir al menos un ratillo. El camino del restaurante a la estación es agradable y hablamos de lo que eran los 80 y la excelente idea que ha sido reponer los capítulos de La Edad de Oro y cómo, entonces, mediocridad había la justa, aunque dolor posiblemente hubiera el doble o el triple. «No pain, no gain», ya se sabe...

Recordamos algunos capítulos memorables, como las actuaciones de Almodóvar y Mc Namara, como el concierto de Lou Reed, como los desplantes de los entrevistados a Paloma Chamorro y luego nos centramos en cosas como «¿qué estás leyendo ahora?», pero Lichis ahora no está leyendo nada. «Me pasa a veces, son rachas. Cuando leo, leo diez libros a la vez, y, si no, no leo...». Él me pregunta también, pero yo, que voy de escritor por la vida, soy un pésimo lector y no me siento a la altura así que sólo me siento capaz de preguntarle: «¿qué prefieres la Iliada o la Odisea?».

Y Lichis lo piensa un rato, y está por quedarse con la Iliada, pero luego matiza: «La Odisea es un libro muy desesperante, ese tío luchando todo el rato por llegar a casa y encontrarse con su mujer y a su mujer que se la quieren tirar todos sus enemigos y nada, que no puede... es un libro muy para un seguidor del Atleti» y ríe, porque él es seguidor del Atleti y sabe que yo lo sé.

Entonces deja la mano en el muslo de su mujer, que es la que conduce el coche, la mira totalmente enamorado y le dice: «Me estoy empezando a rayar, imaginando que estoy lejos y tú estás en casa con Melendi y con el director de los 40 y con otros de ese estilo y yo llego allí y los mato a todos con mi arco, ayudado por Telémaco» y se ríen los dos, y yo también, porque llevo suficiente tiempo con ellos como para compartir su alegría, y está bien que Lichis quiera ser un héroe, aunque tenga tanto de antihéroe y de «nota de suicidio comercial». A su pesar o no.

Y cuando me quedo en el andén que lleva a Arc de Triomf me doy cuenta de que he estado viendo a un genio comer espagueti y que eso no pasa todos los días, y el cansancio desaparece y es como si volviera a amanecer.


Página de Lichis y La Cabra Mecánica: www.lacabramecanica.com
* Imágenes del artículo publicadas originalmente en la página del grupo (cedidas especialmente para esta entrevista) © 2005
* Página web de Guillermo Ortiz: www.guilleortiz.com

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▫ Artículo publicado en Revista Almiar (2005). Reeditado por PmmC en octubre de 2019.

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