Los jardines y
la alquimia

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Óscar Portela



El ansia de belleza del hombre conduce a los laberintos enigmáticos del alma caída.

La necesidad de extraviarnos en los espejos, de descansar de nosotros mismos en los finitos, empero diabólicos senderos de enigmáticos jardines, extraviándonos en sus recurrentes galerías de setos, habla del imperio de la magia que campea sobre el espíritu y de la luz crepuscular, en la que toda metamorfosis es posible.

¿Por qué fueron creados los jardines, para qué, qué significan, estas prisiones en la que sin embargo habla la infinitud luciferina del poder transfigurador de lo humano sobre la naturaleza?

Todo jardín, desde los remotos trabajos artesanales de la China, son apelaciones abiertas a la magia, continentes donde todo puede suceder, desde las trasmutaciones alquímicas hasta el opus nigrum que eleva el geist (espíritu) a las alturas desde la cual cayó a la tierra, hasta las satánicas crueldades en las que se anuncia el retorno de Lilith a nuestro mundo.

«Almendros en Flor», en los pequeños jardines japoneses, perfectos como la crueldad del alma de un Samurai, pétalos rosas entre los cuales se oculta un «sepuku» y vuelven las almas de los muertos a rebelar sus secretos hasta que la calma desciende sobre ellos.

Aquellos jardines de Italia, en los cuales Percy Bisay Selley, John Keats y Byron conjuraron a las potencias demoníacas para exaltar los poderes del hombre, hasta convertirlo en un Dios, sólo las selvas y los salvajes montes, en los cuales sólo el trino de un ave, habla de la bondad divina.

El jardín es la replica del Paraíso Perdido, la búsqueda de éste por el hombre, el no resignarse a los desiertos donde se purifica el ánima, a los soplos del neuma (alma), que, en su soledad, apela a la soledad de las alturas, al frío de las nieves, a la crueldad de la piedra anterior a todo verbo y toda encarnación, para purificarse; los jardines exponen, pero también protegen: en ellos las sierpes primitivas del conocimiento cobran forma y el demonio, cobra formas de criaturas extrañas, reflejos de los deseos insatisfechos del mortal.

Los jardines de nuestro Occidente desafían la perfección de un Universo creado por el único, por la palabra única, las simetrías, los ángulos y la recreación de un mundo perdido para siempre, pero no para aquel estigma luciferino que anima todo resplandor de belleza en el tiempo que destroza al mortal bajo sus engranajes.

Igual que la poesía, que cierta pintura, danzas rituales, o cuartetos y sinfonías que por su perfección desafían el orden divino, permitiendo retornar al génesis primero, el instante en el cual el conocimiento habló al hombre, la libertad sin fundamento llamó al hombre a ser «el sin fundamento», el deyecto (ángel caído) y rebelde, capaz de transformar la belleza en horror y el horror en belleza.



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Caricatura de Óscar Portela



ÓSCAR PORTELA,
nacido en la provincia de Corrientes (Argentina), es escritor y ensayista. Ha publicado, entre otros títulos, Senderos en el bosque; Los nuevos asilos; Memorial de Corrientes; La memoria de Láquesis y, recientemente, Claroscuro.




ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©2006




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