Archivo histórico de Margen Cero

Apuntes sobre Ernesto,
la ensoñación y
una Novela como Nube

por
Nadia Contreras


I. Ixión en la tierra

¿Quién es Ernesto? Un fantoche, sí, o más bien, el engaño donde nada es verdad. Publicada en 1928, Novela como nube [1], de Gilberto Owen (1904-1952), es rompimiento y exaltación de los sentidos. No hay fronteras. Poesía y prosa son lo mismo. En ella, las imágenes interesan como la música, el roce apenas con los dedos, el sabor del agua.

Lejana del nacionalismo y enlazada al universalismo, Owen por medio del monólogo interno ejercido por James Joyce, en Ulises, narra la vida de Ernesto. Una vida mito, una vida metáfora, donde el amor será posible, el autoengaño y la condena.

Ixion

Ernesto marcha inclinado sobre los espejos; alto pero gris, acróbata que caía sin fin desde aquel trapecio, lampiño como sus pensamientos, sus mujeres. Para él, habrá dos clases de hombres: 1. Los que encuentran placer en divertirse; 2. Los que se divierten por la necesidad de ocupar en algo el tiempo. Pero Ernesto no pertenece a ninguna de estas dos castas. Su vida, frente al espejo de imágenes torcidas, es sucesión de naufragios:

Lo mejor es tenderse, cruzado los brazos, ante el rompecabezas de plástico de ese rostro descompuesto, como por el olvido, por la lente poliédrica del botellón de enfrente. La nariz, bajo la boca, en el lugar del cuello.

Juan Coronado afirma que toda la obra de Owen, es el amor, «quizá porque es la gran aventura del espíritu» [2]. Sin embargo, no es el amor que se satisface de miradas y la pasión simple de los besos. Owen va más allá del amor carnal refiriéndose a la aventura viva del alma. No obstante, en contra de este espíritu, las mujeres son engaño, ensoñación:

  1. Ofelia «La suburbana»: [Que] era muy torpe, la pobre, para entender las lecciones, y la pólvora no iba a sostener eternamente la varilla del cohete. [Y que por lo tanto:] Dios es grande y esa mujer no lo es tanto.

  2. Eva «segunda» o «tercera»: Nombre triangular y perfecto, con perfección sombría, clásica. Agradable de pronunciar, cuando se alarga la E y se saborea la V como uno de sus besos...

  3. Elena: En otra vida tenía un bigotito castaño, a la inglesa, que daba la medida exacta de la boca de Elena; pero afirmaba, en un cumplido exagerado, que cuando dejaba de afeitárselo crecía hasta el tamaño de cada uno de sus ojos, del mismo color que los suyos, pero más largos y anchos...

  4. Rosa Amalia: [Que] siempre lo deja vacío de comentarios, pues la adivina falsa, pérfida y muy hábil. En realidad seres así sólo interesan a los novelistas. Siempre la ha creído muy lejos de la bondad. Los otros no la entienden y la aman sin correspondencia. Él sí, desde cuando iba al colegio.

En Novela…. inspirada según Guillermo Sheridan [3] en A las sombras de las muchachas en flor, de Proust, el amor como en el mito de Ixión [4], es la exaltación de lo fútil. Ya se decía que en la historia no hay fronteras, ni siquiera en las voces narrativas donde la tercera persona es a la vez primera o viceversa. Todo es juego, anécdota, el disfraz con el que Ernesto elegirá entre Elena y Rosa Amalia, su condena. Él es Ixión; y éste último, sostén de toda la trampa.

«Ernesto es Ixión –explica Coronado– [5] se transforma y camina de la tierra al Olimpo. La mujer es la Eva original que se disfraza de Ofelia, de Eva real; de Elena a quien califica y une una manzana; de Rosa Amalia, tierra fértil para la generación del fruto; de ideal y de esposa; de paraíso y de infierno».

La novela es entonces azar, infinita como Rayuela, visionaria y profética incluso para Ernesto. Y es a través de este montaje ¿creacionismo? ¿surrealismo? que Owen dirige la farsa:

1.
¡Pobre Ofelia! Todo por su aversión de Ernesto al paisaje suburbano, resuelto en manchas de colores opacos, pastosos, y en el calzado, de lodo.

2.
¡Eva! ¡Ah, sí, Eva! E...V...A

3.
Bueno, aquella tarde, ante el Pacífico... ¿Qué estaba pensando? Ah, sí, la agonía de los cinco sentidos.

4.
¿A qué venía decirle todo esto? Probablemente porque aquella tarde a Ernesto le parecía evidente la muerte de todo lo sensual.

5.
Hay personas que siempre parecen como que hablan con faltas de ortografía. Por correcta que sea su pronunciación, un cronista fiel no resiste al deseo de llenar sus pláticas de cacografías al transcribirlas, o simplemente al describirlas. Otras, los diputados, sobre todo, los políticos en general, hablan sólo con mayúsculas iniciales, intercambiando muchas palabras entre comillas, espaciadas y subrayadas.

6.
Esta de ahora es una muchacha, yo pretendo, buena. Sus virtudes eran numerosas, pero menuditas, como vistas con gemelos invertidos. En cambio, para sus vicios –sólo dos o tres– la posición del anteojo se conservaba correcta.

7.
Esta muchacha, caballeros, me parece tenía un nombre, pero lo he olvidado. También tenía una historia. Ya comprendéis lo que puede pasarle a una muchacha curiosa, en la oscuridad, en un balcón, junto a un hombre poseído de ardiente celo pedagógico.

8.
¡Bah, infamia! Parece que no has leído novelas francesas, Ernesto.

¿Cómo definir al hombre que como narciso se queda varado en las orillas de sí mismo y prefiere una y otra vez la muerte?:

Era algo muy grave y muy triste aquello. Era la agonía de los cinco sentidos. Porque también los dedos se habían engarrotado y se habían vuelto insensibles, envueltos en el guantelete duro de aquel frío insólito, absurdo, que nadie quería explicarse, y los dientes mordían el fruto amarillo de la tarde, que era de ceniza, y se mascaba el aire vanamente al decir palabras insípidas, sin sentido. El amor, en fin, no importa. Sí la desaparición pronta de sus mujeres ante la crisis misógina, su padecimiento.

La vida como los amigos, quieren explicaciones y antes de darlas, es mejor esperar: ¿Qué? Lo que sea, porque así es Ernesto. Su alrededor, el paisaje, es una tumba. Las mujeres (Dios es aún más grande), son fantasía, nubes falsas:

Sólo flotan en el aire delgado aspiraciones sencillas: pasar por una plaza de pueblo, oyendo la serenata, del brazo de Ofelia; estar casado, tener hijos y ser asmático por roncar tan recio, que, por la noche, se reconozca él, Ernesto, por su manera de roncar al hombre más prominente del pueblo al que tiene la respiración del pueblo a su cargo. Ser presidente municipal...

¿Dónde termina Owen, dónde comienza Ernesto? Imposible saber. Ambas vidas se fusionan. José Joaquín Blanco [6] refiriéndose a este punto comenta: «Owen tomó la parcela de la desolación y la llevó en sí mismo, obsesivamente, a las más amargas consecuencias… Owen no halló el amor, el lenguaje, la fortuna ni la alegría; es el poeta que no encontró las cosas que buscaba porque tenía un terror teológico de asumirlas, de encerrarse en el infierno de una definición irredenta».

II. Ixión en el Olimpo

Señor, señor, ¿por qué nacería Ernesto en una tierra tan meridional? Comprende que todos sus actos giran en torno al amor, que la mujer está presente en todo lo suyo, eje de todas sus acciones. Pero esto sucede después, muchos siglos después, cuando lo ha entendido todo y oye un disparo.

Ernesto sueña un día largo, como el día de Leopold Bloom y Stephen Dedales. Después del disparo, los párpados le pesan, casi muerto entre las sábanas. ¿Es el sopor de su segunda vida? ¿La ensoñación?

Coronado dice: «Gilberto Owen trabaja con la palabra en el nivel del entresueño. No en el de la vigilia total ni en el sueño profundo, sino en el estado intermedio». Y agrega: «Gastón Bachelard es el teórico que más cercanamente ha descrito esta forma de producción poética. Habla del creador poético que emprende diálogos con y a partir del agua, del fuego, del aire, y de la tierra. Owen recrea imágenes que nacen del enredo amoroso del agua y los sueños. Se deja conducir por los parpadeos de la luz de una vela» [7].

Y así como la ensoñación, la historia se debe leer entre líneas, interpretar cada palabra vista a través del espejo de Ernesto:

Y este temblor le va haciendo recordar las imágenes impuras que poblaban su vida anterior al gran sueño que acaba de abandonar y que fue éste, una cuaresma huérfana de mujer, de amor, de tristeza.

Ernesto ha nacido a la oscuridad. Despertar es nacer para Ofelia, Eva, Rosa Amalia. Nacer para Elena, es decir Hera:

¿Por qué no le extraña verla junto a él? Ernesto acaba de nacer, sin hipérbole, ante sus ojos, pero también ella nace ahora, con todo el universo para él. Y le parece que han crecido paralelamente, por floración espontánea, como esas plantas de los países tropicales que les enseñaban en la escuela.

«La ensoñación nos pone en estado de alma naciente» y por eso Ernesto sabe de pronto de los colores, las ilusiones, la fantasía; sabe de Pachuca, que como él tiene dos horas menos de sol. Pero sólo será un instante, un rayo de luz en el espejo gris de los años.

Titulada originalmente «Muchachas», Novela… es además, collage de autores, citas, libros, ritmos a veces en cascada, a veces abruptos. En síntesis, una literatura de noviazgo, según Ernesto. Una literatura donde todo es posible: los discursos, las elegías, Eva, Ofelia, Rosa Amalia, Elena, el interior de un cuarto, los espejos: el engaño.

Casi se creía ser más él mismo en su autorretrato a un lado, que en el espejo. No, habrá qué empezar de nuevo. Torcer un poco el ángulo de la boca, hacer oblicuos los ojos azules.

El final de la novela no es sorpresivo. La farsa debe terminar. Ernesto, terrenal al fin, se ha dado cuenta que Elena no es quien camina por el pasillo hasta el cuarto de estudio. Es Rosa Amalia, la nube:

¿Soy puntual? —empieza Rosa Amalia—. Eres vanidoso, encuentras natural que haya yo venido, y tu obligación era encontrarme pasmoso. Si supieras todo lo que he tenido que vencerme para venirme aquí.

Ernesto cede, la rueda de castigo que girará eternamente será Rosa Amalia. El matrimonio: la felicidad y la desdicha. Rosa Amalia es la nube falsa que ordenará las piezas del juego. Ella y la ensoñación de las mujeres que nunca existieron darán fin a la vida de Ernesto. Todo, no obstante, ha sido como las mujeres: «aquellas que no se entregan y nunca dan más que una nube, con su figura».

….Y te quería de siempre Ernesto, y no me importaba que tú no lo supieras. Elena dice que lo de ella y tú eran cosas de niños, pero yo era más niña aún y sin embargo sentía deseos de matarla. Por eso, ahora que te trajo el tío, que Elena no te amaba, que los de México, ya no te retenían consigo, que esa historia, que no debo saber te hace encontrar grato el venir a enterrarte entre nosotros, sentí que te podía ganar, Ernesto, y me has hecho muy, muy
feliz.


NOTAS:

[1] Novela como nube, de Gilberto Owen en La novela lírica de los contemporáneos. Antología de Juan Coronado. Universidad Autónoma de México. 1988. pp. 41-91.
[2]
Coronado, Juan. De la poesía a la prosa en el mismo viaje. Lecturas Mexicanas, No. 27. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, 1990. p. 16
[3]
Sheridan, Guillermo. Los contemporáneos ayer. FCE. México, primera reimpresión, 1993. p. 305.
[4]
Padre de todos los centauros. Se le hacía hijo de Flegias (rey de los Lapitas), de Ares, Antión, etcétera. Su madre fue Perimelé. Rey de Tesalia reinó sobre los Lapitas. Para obtener la mano de Día, hija del rey Deioneo, le hizo grandes promesas, pero celebrado el matrimonio cuando su suegro reclamó lo ofrecido, Ixión por todo pago le arrojó a traición a un foso lleno de carbones encendidos. Su crimen era tan tremendo (perjurio y asesinato) que nadie se atrevió a purificarle como era costumbre. No obstante Zeus le purificó y hasta le libró de la locura en que había caído tras su crimen. Pero Ixión trató después de violar a Hera y Zeus entonces dio a una nube la apariencia de la diosa e Ixión tomándola por verdadera se unió con la falsa apariencia y le hizo un hijo: Centauro. Zeus para castigar tanta atrocidad, ató a Ixión en una rueda inflamada que giraba sin cesar y la lanzó a través del espacio. Y como cuando le había purificado le había hecho probar la ambrosía, con lo que le había hecho inmortal, seguirá girando eternamente. Fue también padre de Peiritoos (el amante amigo de Teseo) y las leyendas a veces colocan la rueda en el fondo del Tártaro donde están los otros grandes criminales condenados a eternos castigos.
[5]
Novela como nube, de Gilberto Owen en La novela lírica de los contemporáneos. op. cit. p, 21.
[6]
Blanco, José Joaquín. Nostalgia de contemporáneos. Col. La centena, ensayo. CONACULTA, Ediciones sin nombre. México, 2003. pp. 92-94.
[7] Coronado, Juan. De la poesía a la prosa en el mismo viaje. op. cit. p. 1
4.

ILUSTRACIÓN: José de Ribera - Ixion - WGA19363, José de Ribera [Public domain], via Wikimedia Commons.


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Nadia Contreras-Ávalos (Quesería, Colima, México, 1976). Es autora de los poemarios: Retratos de mujeres (Secretaría de Cultura de Colima, 1999) Mar de cañaverales (La luciérnaga editores, 2000) Figuraciones, eBook (Crunch! Editores, 2003), Agua inicial (El cálamo, 2003), Lo que queda de mí y Primeras líneas sobre Olga Lucía (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2003); En la cicatriz de la luz (Letras Vivas, 2004); Figuraciones (Editorial Paraíso Perdido, 2005), Apuntes del cuaderno azul, Vol, 1 de Samantha o La ciudad de los gatos (Crunch! eDitores, 2005). Es catedrática de la Universidad Autónoma de La Laguna y estudia el Doctorado en docencia, en la misma institución.


CONTACTAR CON LA AUTORA: contreras_nadia [at] yahoo.com.mx


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