La cazadora quebrada
por
Jaro
Godoy
(http://www.jarogodoy.turincon.com)
Toda la noche escucho
el llamamiento de la muerte,
toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama.
Alejandra Pizarnik
Desde
un horizonte herido aparece como la proa de un barco fantasmal, es una
palabra que se arrastra cual gusano buscando guarida, pero ahí está ella
la gran cazadora de palabras.
La que no tiene compasión, la que la sacrificara en el altar de algún
poema que no terminara.
Corro las cortinas de mi
departamento, vivo en la Calle Montevideo al
900, última buhardilla junto a una mujer de clase media, judía, drogadicta,
bisexual... Sólo una niña asustada.
Se hace llamar Alejandra, pero a mí me permite decirle Bumita,
Siempre le gustó el fuego cómo no habría de gustarle a la hija del incendio.
Es justo que les diga que estoy completamente enamorado de esta mujer,
que me atormentan sus ojos, me atormenta su mirada, no puedo mirarla directamente
a los ojos sin que un escalofrío recorra mi espina dorsal,
Ese es mi trabajo pero ella me lo roba constantemente,
Soy el cazador atrapado en su trampa,
pero ya tengo un plan, una red inmensa, un laberinto, un universo eterno
de palabras, sólo para ella, no podrá con la tentación.
Ahora mismo intenta mientras mira por la ventana a mi lado, encontrar
aquella palabra que no sabe dónde puso, yo la tengo escondida y no la
encontrará.
Garabatea algo, murmura, pero no es eso, no, Alejandra, todavía no.
Sólo tiene corpiño y bombacha y abre la ventana de par en par,
No importa si el gordo está mirando, ya no,
Hoy es noche de visitas, lo presiento, alguien vendrá, pero no piensa
en vestirse, no, ya no.
Es una mujer atrapante, es curiosa, es terriblemente irritante,
Es seductora, no puedo dejar de mirarla, ella podría seducir al mismo
amor.
Cuantas pieles, cuantos roces, en nombre de ese amor, cuantos lechos,
cuantos besos, cuantos hombres, cuantas mujeres, cuantas cuentas sólo
para descubrir que el dolor sigue siendo sólo tuyo.
Dueña y señora, amante y esposa él te pertenece, dolor, sólo dolor.
Es una noche triste, demasiado tal vez, pero alguien llegará, alguien
tiene que atrasar este reloj de plástico.
Se escuchan voces parecen salir del pasillo o tal vez de las paredes,
pero no, estas no son las voces de siempre, son diferentes, son rebeldes,
son voces de alguien que está perdido, estas voces no se dejan poetizar,
no se pueden exorcizar o tal vez sí.
Aquella Ruta Maldita
Acaricio
su pelo negro y se enciende su mirada, suavemente al oído le digo que
la amo, no dice nada, sólo sonríe, y es suficiente,
La beso tiernamente y ella se entrega,
Recorro con mis manos su cara y me detengo en su cuello,
Empiezo a apretar, aprieto, cada vez mas fuerte,
Su cara cambia de color y la suelto desesperado,
Mi locura es ella, es ella la que me tienta a ir mas allá.
Me dice que la lleve lejos, muy lejos, donde sólo estemos solos,
Donde no hay palabras que buscar,
Sólo mis brazos sobre su pequeño cuerpo tibio,
Que cure la herida, esa que no deja de sangrar, esa que enturbia sus ojos,
Que la cure sin decir nada, sin pedir nada, sólo con caricias,
Esas caricias que a veces salvan vidas.
No tiembles, Alejandra, no tiembles.
Entiendo que tienes el corazón roto de una niña que ha envejecido de repente,
Sí que entiendo la tristeza de tus muñecas de trapo,
Ellas no llorarán si me voy, seguro que no.
¿Si tomo tu mano me prometes que la herida desaparecerá?,
No quiero que me mires con esa tristeza de barco sin tripulantes,
Recuerda
Tremolarás tus manos, pero
ya sabes que de todos los amores míos sólo amo mi espejo, y esta noche
«voy a llorar hasta romperme».
Ese Pequeño Final
Ahora
siento la noche lastimándome, no quiero amanecer, la luz del día terminara
matando mi último poema,
La noche sigue su ruta de sangre, cruza por mis entrañas, la noche,
La noche y yo hemos roto para siempre.
Como una daga musical atraviesa mi cuerpo desnudo,
Extraños dibujos empiezan a formarse en el misterioso telar de la imaginación,
Yo cerraré las ventanas, ya avanza la noche, el día no puede encontrarnos,
Ven, Alejandra vamos a dormir.
Ya no será necesario seguir luchando cada día por latir, ya no quedan
búsquedas, ya nadie quiere encontrarse.
Aquella palabra que no encontrabas, ahora duerme a tu lado.
Tambaleando escribe en el pizarrón: «Criatura
en plegaria/ rabia contra la niebla/ escrito en el crepúsculo/ contra
la opacidad/ no quiero ir nada más que hasta el fondo/ oh vida/ oh lenguaje/
oh Isidoro».
Criatura solitaria, misterio de la palabra, eterna mirada dentro de la
poesía, no hay mas tiempo, Alejandra ya el barco esta partiendo,
No hay tiempo para un adiós, no hay tiempo,
Son las cuatro y media de la mañana de este 25 de Septiembre de 1972,
Afuera el cielo vomita sangre, hay sombras todavía, demasiadas sombras,
Llora Buenos Aires, Alejandra, llora, tus ojos cerrados.
«Ella
no sintió miedo, no tembló nunca. Entonces, ninguna compasión, ni emoción,
ni admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso en el exceso del horror,
una fascinación por un vestido blanco que se vuelve rojo, por la idea
de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio constelado
de gritos en donde todo es imagen de una belleza inaceptable».
(La
condesa sangrienta)
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Alejandra Pizarnik
nació
en Avellaneda, Buenos Aires, el 29 de abril de 1936. El 25 de septiembre
de 1972, mientras soñaba nuevos poemas lejos de la clínica siquiátrica
donde estaba internada, murió de una sobredosis intencional de seconal. Desde entonces su pequeña
sombra ha cobijado a casi todo poeta local y visitante, mientras su corazón
sigue enamorándose de la noche.
ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Pizarnik byn, By Sara Facio (Diario Perfil [1]) [Public domain], via Wikimedia Commons.
• Artículo
publicado en Revista Almiar
(2003).
Reeditado en marzo de 2019.