archivo Margen Cero





cabecera Revista Almiar




De todo lo que vuela

APUNTES SOBRE EL BESTIARIO PERSONAL DE VICENTE ALEIXANDRE EN
LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR (I)

por

Antonio Alfeca


Hay un ingente acervo de escritos sobre la figura que aquí me ocupa, de cuyo nacimiento (como del de Lorca) se cumplió un siglo no hace mucho y cuya obra, a mi entender y al de muchos, está dotada de una irresistible fascinación. Por tanto, no pretendo con esta serie ninguna aportación especialmente novedosa a la bibliografía existente sobre nuestro autor, ya vastísima como he dicho; mi intención es sencillamente la de rendir un modesto tributo a quien considero uno de mis mayores ascendientes (literarios, por supuesto).

Dentro de la poesía cósmica y aglutinante de Aleixandre, como se ha observado repetidamente, todo está implicado y encuentra su lugar y su función dentro de la paradójica ambivalencia y en la lucha de opuestos que todo ser encierra; de este modo, el poeta concibe metafísicamente la existencia y su negación como motor del Universo. Lo que más atrajo mi atención en este sentido fue el simbolismo relativo al reino animal. No es que éste resulte en contenido diferente a otros temas y motivos en su obra; pero es curioso no sólo constatar el sentimiento que evoca en nosotros la aparición de un motivo animal en un determinado contexto, sino cómo Aleixandre sabe configurar la bipolaridad de la vida en todos y cada uno de los elementos de su bestiario. Algunos como, vgr., José Ángel Valente [1], han sabido apreciar esta tensión en motivos aislados (en este caso, la serpiente como símbolo del conocimiento que puede usarse para bien o para mal). En el discurrir tanto de las presentes líneas como de los otros dos artículos de esta serie observaremos que dicha tensión es aplicable a otros motivos animales en principio con menos probabilidades de ser tomados como referencia bifaz, pero que también tienen su lado sorprendente (el surrealismo, si alguna característica tiene, es precisamente la de sorprender y cautivar desde la raíz del alma, y Aleixandre sabe hacerlo como nadie).

Ya el título de las presentes notas indica claramente cuáles van a ser los miembros del bestiario que inauguren la serie. Por ahora me ceñiré sólo a La destrucción o el amor, cuarta obra poética del autor en orden cronológico y segunda de peso por entonces en el conjunto de su producción (anterior fue Espadas como labios).

Más que significativa es la presencia de seres voladores en La destrucción o el amor, que se remonta a los orígenes del ritual mitológico-religioso tal como es habitual en toda cosmogonía. De los cincuenta y cinco poemas de que consta dicha obra, en treinta y nueve de ellos aparece como tema un ser alado o, cuando menos, una alusión al mismo o a alguna parte de su fisonomía. La frecuencia de tal aparición nos indica que nos encontramos ante uno de los sólidos pilares simbólicos sobre los que se asienta la creacional poesía aleixandrina: el ansia de espíritu y la lucha de éste por expandirse y a la vez aniquilarse en un Eros que es Tánatos.

Todo ser alado simboliza, de una u otra forma, la espiritualidad, el pensamiento, la imaginación, el movimiento del alma que tiende a alcanzar la mayor elevación de que es capaz [2] y, por extensión, toda concepción espiritual materializada en la realidad. La naturaleza eminentemente globalizante de dicha concepción halla su manifestación más intensa en el denominado por Octavio Paz amor-voluntad, que ante todo desempeña el papel activo de compromiso intencional con lo amado, más allá de la simple respuesta a la fuerza de atracción inherente al deseo o al amor pasional. Según escribe Cirlot citando un pasaje de Le Monde des Oisseaux, de Toussenel, «envidiamos la suerte del pájaro y prestamos alas a lo que amamos, porque sabemos por instinto que, en la esfera de la felicidad, nuestros cuerpos gozarán de la facultad de atravesar el espacio como el pájaro en el aire [3]». Eso sí, en busca de un cielo que no es nada sin dicho vuelo, vuelo que es el acto de vivir por antonomasia, ir hacia lo Otro; un constante estar emigrando, en palabras de Ortega y Gasset; la realidad ideal que nos hace sentirnos libres y felices, que no ignora a y es complementada por aquella que nos subsume y aun nos confunde. Los extremos se dan la mano; en caso contrario, tal vez el Universo no existiría, al menos en la forma en que lo conocemos.

Y Aleixandre es, si se me permite la expresión, un maestro en altos vuelos. Sea en forma de poderosa águila o vilano, e incluso de frágil mariposa (a veces veremos que no tanto); sea en forma de grácil golondrina, de paloma, de gallo, de ruiseñor, de gaviota o de cualquier otra suerte de pájaro, el poeta surca majestuoso los cielos de su arte. Con todo, la forma predominante de referirse a un ser alado o a un elemento afín a él es la genérica: pájaros, aves; pluma (o plumón); alas, nido. Las formas específicas de referencia en esta área semántica se limitan casi a tres elementos muy significativos: la mariposa, la paloma y el águila (a la que Aleixandre dedica un poema entero).

Vayamos primero con las alusiones genéricas; es decir, pájaro, ave, etc. En el desarrollo de La destrucción... el espíritu, la idea, la pureza y virginidad simbolizados por dichas alusiones atraviesan los más variados estados a través del acontecer amoroso. No siempre se habla de un espíritu dulcemente ingenuo (fasto de plumas no tocadas), tan regiamente elevado que su «color» se confunde con el de su celestial esencia (azul pájaro) o en idílica armonía con la naturaleza primera de las cosas y con el principio vital que las gobierna (Todo suena cuando el rumor del bosque siempre virgen/ se levanta como dos alas de oro). Tanto la proyección fiel de los pensamientos y expectativas en un entorno sentimental que así se enaltece (mar que voló hecho un espejo,/ como el brillo de un ala; o bien espejo donde el más mínimo pájaro no se escapa; o incluso El mar palpita como el vilano,/ con esa facilidad de volar hacia los cielos) como la conservación del carácter libre del espíritu en dicho entorno (poemas Junio, Aurora insumisa, A ti, viva, A la muerta, Canción a una muchacha muerta, Sobre la misma tierra, El frío, Que así invade) son sólo la mitad de su subebajante trayectoria. Como se observó ya supra, el espíritu es también memoria (esto es, esfuerzo, compromiso) dentro del amor-voluntad (graciosos pájaros se copian fugitivos,/ volando a la región donde nada se olvida; poema Hay más); una memoria que conlleva tensión y sufrimiento, pues irremisiblemente el espíritu siempre ha de mostrarse comprensivo y compasivo (pluma extensa que con calor de axila/ cobijaría una frente convocándola a un llanto), bajarse a la realidad del alma, por pequeño que sea el descenso (un dolor como un pájaro; poemas Corazón en suspenso, Corazón negro, Eterno secreto), consciente de que debe manifestarse aun a pesar de su fragilidad (poema Vida). Los vaivenes y desengaños amorosos pueden hacer no obstante que el espíritu sometido al sentimiento, la pasión y la posesividad (poemas Mina, Humana voz, Soy el destino) devenga agotado, avejentado, caótico (poema Tristeza o pájaro) y se retraiga o quede como objeto del desdén y la nostalgia (poemas Sólo morir de día, La noche, Cerrada puerta, La muerte; primeras dos estrofas de Nube feliz) hasta el punto de que, en situaciones de pesimismo precario y extrema confusión (nauseabundo pájaro de barro contagiable; amarillo pájaro; pájaros como láminas aplicadas al suelo), los planos del sexo o del sentimiento puedan ser confundidos con el espiritual (si un pájaro repasa velozmente,/ no faltará quien lo equivoque con unos dientes ligeros; De nada sirve que un mar inmenso entero/ sienta sus peces entre espumas como si fueran pájaros;... la base... de... la columna/ que aplasta un ala de ruiseñor ahogado; [mar] cuyos celestes peces entre nubes/ son como pájaros olvidados del hondo). Pero el espíritu, a pesar de sus horas bajas, requiere de éstas para el logro de su aspiración: el amor total, la unión en cuerpo y alma recuerdo de la unidad primigenia de las cosas, pero ya con una noción de lo que es el orden que no aparece aún cuando el Universo, mitológicamente, surge del Caos.

Continuamos con las referencias específicas a seres alados en La destrucción... Por lo que respecta al águila [4], y en tanto que símbolo de carácter solar, acostumbra a significar la espiritualidad en todo su esplendor, el estado exaltado y noble del espíritu en su naturaleza activa, lo divino y celestial enfrentado a lo ctónico simbolizado por la serpiente. Mezclada con ésta en forma de águila serpentaria, significa el espíritu unido a la materia o, por mejor decir, la purificación y sublimación de ésta [5]. No obstante, en el poema Cobra, el águila aparece disociada de la sierpe, en cuyo caso queda significada sólo la pasión como fuente de conocimiento que no como medio de elevación espiritual (Pasa y repasa el mundo,/... / cuando la piel entera ha huido como un águila que oculta el sol). Por lo demás, siempre vemos al águila representar al espíritu agudo y seguro de su perspicacia, sabedor de su altura y de lo que ésta supone como perspectiva realista (una/ roca a la vista del águila puede ser una roca), libre, sólida (el águila que acaricia a la roca como los sesos duros) y constatadora de la verdad de las cosas (si me rebajo para decir ternezas al águila caudal,/... / el Sol.../ desciende y se entretiene en establecer tiendas de aparatos eléctricos), para ejercer sobre ellas su voluntad de catarsis dentro del amor-voluntad con lo que, según hemos visto, ello conlleva de sacrificio (cfr. el poema Las águilas).

A la paloma, según los tiempos y las culturas, se la ha considerado ora símbolo del alma, ora del espíritu [6]; en nuestro poeta parece conservarse de algún modo dicha ambivalencia. El rasgo común a ambas interpretaciones es, a mi entender, el de la candidez; la paloma es, para Aleixandre, blancura entre las manos, sol o nube. Por tanto, se trata del alma que, por su pureza, alcanza el nivel espiritual; o bien el espíritu que por inocencia se ve resignado a experimentar la prisión de lo físico (las palomas.../ pasan bajo la piel.../ a hundirse en las entrañas con sus alas cerradas). La fusión de dos almas en semejante estado de candidez conduce a la muerte simbólica, esto es, la consumación del amor (palomas dobladas.../ ...picos que se traman como las piedras inmóviles). De lo dicho se deduce que, a diferencia del águila, en la paloma queda plasmado un nivel espiritual, si no inferior, sí más expuesto a las fluctuaciones propias de niveles inferiores, dada su mayor permeabilidad a lo sentimental.

Llegamos por último a la mariposa, el restante ser alado digno en este lugar de mención más extensa. La razón de incluirla aquí a diferencia de sus demás compañeros insectos es, precisamente, la de tener alas y con ello poder moverse en niveles simbólicamente más elevados que aquéllos, sin por ello alcanzar la altura de un ave. Con las interpretaciones del símbolo de la mariposa ocurre algo parecido a las de la paloma, aunque en un estrato inferior; en este caso varía entre los valores de «alma» y «vida». Ello conlleva que, del mismo modo que el alma está sujeta a muchos cambios, la adjetivación del motivo «mariposa» en Aleixandre sea comparativamente menos unívoca y más variada que la de otros. El alma tan pronto puede quedar extasiada y respetuosa ante la plenitud de lo real (donde las mariposas no se atreven a volar/ por no mover el aire tan quieto como el amor) como mostrarse pesada, posesiva y acostumbrada a unas pautas de las que le es difícil salir (mariposa de metal) o nostálgica de la pasión amorosa (fresca mariposa.../ alas, nombre o dolor); o bien hallarse imbuida de intelecto, consciente de la voracidad del sentimiento amoroso (mariposa de cristal impasible).

Hemos podido comprobar cuán amplia gama de matices y gradaciones introduce el poeta en la obra que nos servirá como aquí en otros lugares de pretexto para analizar paso a paso su rica simbología, por el momento ciñéndonos sólo al círculo animal. El próximo turno, para especimenes más a ras de suelo.



__________________________
[1] J. A. Valente, El poder de la serpiente, en Vicente Aleixandre. El escritor y la crítica (ed. José Luis Cano), Madrid, Taurus, 1977.
[2] Cfr. J.-E. Cirlot, Alas, en Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1992 (9ª. ed.).
[3] J.-E. Cirlot, op. cit., Vuelo.
[4] J.-E. Cirlot, op. cit., Águila.
[5] J.-E. Cirlot, op. cit., Águila y serpiente.
[6] J.-E. Cirlot, op. cit., Paloma.

 

Antonio Alfeca

ANTONIO ALFECA (pseudónimo literario de Antonio A. Rodríguez) es un escritor nacido en Linares (Jaén). Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Sevilla (1991), ha colaborado en diversas revistas literarias (Esmeralda, Tempestas, Le Due Sicilie, El Celador, El Crepúsculo de las Bacantes, Minos) y publicado dos de sus obras: Poemas para nunca (Sevilla, Ediciones Jamais, 1999, dentro del volumen Nuevos Autores de la Poesía Española / 2), y Definitiva nube (Sevilla, Padilla Libros & Editores, 2001). Actualmente es el coordinador y realizador de Mar de Poesías, en esta Revista Almiar.




Capítulos del Bestiario:  1 - 2 - 3





ÍNDICE DE ARTÍCULOS l LITERATURA l ARTE l ¿CÓMO PUBLICAR EN ALMIAR?
REVISTA ALMIAR (MARGEN CERO™) - 2003 | AVISO LEGAL