artículo por
Víctor Corcoba Herrero
L
a deshumanización de la especie humana es tan acusada, que ya no solo se produce explotación y opresión de vidas humanas, también la exclusión ha tomado posiciones ventajosas, hasta el punto de que cada día cohabitan más existencias en la marginación total. No hace falta ir a las poblaciones indígenas para observar la extrema desigualdad entre unos y otros. Por otra parte, constatamos que esta actitud injusta ha crecido en los últimos tiempos motivada, de algún modo, por esta necia mercadería de compraventa. No entiendo por qué todo ha de tener un precio en esta vida. Realmente hemos perdido la orientación de lo que somos, y solemos fundar nuestro valor en base a la capacidad económica, en lugar de ser personas de acogida, respetuosas con nuestros análogos, comprensivas con los que nos rodean en definitiva, que es lo verdaderamente valioso y meritorio.
La situación es bien clara. Nos hemos endiosado hasta el extremo de no ver más allá de nuestros egoísmos, confundiéndolo todo y activando un desamor, o si quieren un odio, sin precedentes. Todo lo hemos convertido en un campo de batalla. En el seno de la misma familia suelen comenzar las venganzas. Cuando en el hogar se enseñaba a compartirlo todo, a hablar de nosotros en plural, sin duda todo era más fraterno. Ya está bien de vivir únicamente para mí mismo. Siempre el yo, y por el yo, y para el yo, y más yo. ¡Qué ceguera! Hoy, para infortunio de la sociedad, el seno doméstico se ha desvirtuado como jamás, y es ahí, muchas veces, donde empiezan las verdaderas contrariedades humanas. Sólo hay que mirar y ver. Es público y notorio que aquellas familias que permanecen unidas, injertan en sus descendientes un vínculo de amor en el que no cabe exclusión alguna.
Hace unos días, precisamente, recibía un mensaje de una docente que me trasladaba esa emoción, la de sentirse en familia. Esto es lo que me dice, al desearle una feliz jornada: «Hoy además es un día especial, añoramos a los ausentes que se fueron, pero que sentimos presentes, puesto que nos han dejado un gran legado de amor y unión entre todos nosotros. Todos juntos celebramos, con cierta nostalgia, pero a la vez gozo, el aniversario de mi abuela, el recuerdo de todos ellos….». Qué bellas palabras, pues, al fin yo sé que existo porque tú me vives. Sin duda deberíamos tomar la vida más en serio; y ser más reconciliadores. Ser conciliadores es todo un valor. Reconciliarse, al mismo tiempo, siempre es un acto de valentía, sobre todo para llevar a buen término el poder convivir. Y en todo caso, venimos a sumar versos, no a restar paraísos; a ser corazón, no a deshacer latidos.
Ante este bochornoso contexto, cuesta pensar que las estructuras de poder, en vez de propiciar la unidad, activen la pasividad y fomenten la exclusión, cuando en realidad todos dependemos de todos, antes o después, o en el momento. En este sentido, nos entusiasma que los jóvenes hayan tomado para su onomástica (Día Internacional de la Juventud-12 de agosto) la acción conjunta para erradicar esta pobreza tan excluyente, y de este proceder conseguir un consumo y una producción sostenible, en un acto de justicia que todos nos merecemos porque sí. La esperanza no la debemos perder, máxime cuando multitud de jóvenes cultivan la proximidad de culturas a través del voluntariado, un manera de amar que nos engrandece como poetas en guardia. Yo espero, y deseo, que las nuevas generaciones creen otro mundo más humano, que sepa valorar la riqueza de la diversidad humana y alimente el potencial que esta ofrece. En efecto, el amor es lo único que nos hace semejantes, que nos fraterniza, que derriba muros y distancias.
Ahora globalizados, podemos contar historias conjuntas. Hace tiempo que los indígenas están narrando en primera persona sus emocionantes historias de lucha contra siglos de discriminación y abandono. Ellos, como tantas otras culturas, presentan otro punto de vista sobre los modelos de desarrollo y las variadas formas de convivir. Tenemos la oportunidad, por consiguiente, de escuchar otros cultivos, otras fórmulas de reunirse, de amarse, de respetarse, de ser para los demás lo que queramos que sean para con nosotros. En consecuencia, no tiene sentido marginar a nadie, porque nos estaríamos marginando a nosotros mismos. El trabajo estable y justamente remunerado, evidentemente, es el mejor subsidio para una existencia de realización humana. Con razón se dice que el ser humano sin trabajo está herido en su dignidad humana, pero también está lesionado en su propio amor de no confiar en nadie. Desde luego, hay una gran ruptura de los lazos humanos y sociales que, de no cesar, nos pasará una gran factura en los próximos años. También de carencia de poder (como servicio) y de mecanismos de solidaridad comunitaria, que nos dejan sin nervio para seguir creyendo en las políticas inclusivas y participativas, de asistencia al ser humano y al bien colectivo.
Junto a ese trabajo para todos, también se requiere una educación que no excluya a nadie, algo que es necesario para activar lo armónico en todas las vidas humanas. A mi juicio, es fundamental que las diversas culturas, con sus sembradores al frente, impulsen conocimientos y expandan el deseo de cultivarse. Ahí está el referente de Perú donde más del 3,3% de la población empleada desempeña ocupaciones culturales. No olvidemos que la cultura es la memoria de nuestros orígenes, la cognición del pueblo, el proceder de pensar y de vivir. Esto no se puede rechazar. Al fin y al cabo, somos lo que somos por nuestra historia, por nuestras tradiciones, por nuestra continuidad de caminantes en suma. No hay otra forma de convivir que no excluyendo, escuchándonos más. Lo tenemos más fácil que nunca. Las redes sociales nos ponen en camino, nos injertan más posibilidades para el encuentro y la solidaridad entre unos y otros. No desaprovechemos el momento, que la vida no vuelve atrás.
Por eso, cada día al levantarme para tomar el camino de la vida, me digo a mí mismo que un mundo no vive sin humanos, pero que todos estamos llamados a custodiarnos desde nuestro hábitat, pensando en ese mundo que necesitamos, no en el que quieren unos pocos para sí, promoviendo la adopción de medidas a nivel mundial en favor de las personas, sin distinción alguna, y de todo el planeta. Quizás nos falte la gran revolución ética en favor de todas las culturas, que daría lugar a una solidaridad desinteresada. Ojalá se formara una nueva mentalidad de menos intereses y de mayores horizontes humanos. La humanidad es un todo en el que todo se ha de resolver con afecto. Sin embargo, nos estamos acostumbrando a solventar algo destruyendo lo otro, en un afán competitivo que nos deja sin alma.
Despojémonos de las miserias, comenzando por apreciar toda vida, nazca donde nazca o viva donde viva. Ya en su tiempo, lo decía Platón, «el legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos». Todavía lo decimos en este instante, yo mismo me digo y les digo: Es preciso que el poderío no tenga tanta jurisdicción privilegiada. Que el dominio sea dominado. O que el poder detenga al poder. ¡Control! En verdad, hemos avanzado bien poco como espíritu poético. Nefasta atmósfera para que los derechos humanos nos protejan. ¡Cuidémonos! (en plural).
Víctor Corcoba es un escritor que vive en Granada; licenciado en Derecho y Diplomado en Profesorado de E.G.B, tiene varios libros publicados.
Desde hace años, la Revista Almiar viene publicando los artículos de este autor bajo el título genérico de Algo más que palabras (ver publicaciones).
Contactar con el autor: corcoba [ at ] telefonica.net
Ilustración artículo: Fotografía por GladisAbril en Pixabay
Revista Almiar – n.º 87 / julio-agosto de 2016 – MARGEN CERO™
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