relato por
Conchi de la Haza
C
omo cada día, Román vuelve a casa después de un agradable paseo bajo la luz de un sol primaveral. Vive en un núcleo residencial y está bien atendido. En su rostro, surcado de arrugas, destacan la alegría de sus observadores ojos, junto con la sempiterna sonrisa en los labios.
Cuando se dispone a introducir la llave en la cerradura de la puerta, una visión lo distrae. Ahí está, con su larga y ondulada melena rubia, sus grandes ojos azules, sus blancas piernas apenas cubiertas por el vestidito estampado que lleva puesto… y su boquita de labios sonrosados en los que se adivina una hermosa sonrisa. Hace tanto tiempo que Román no ve a un ser tan angelical y tan puro… No puede apartar la vista de ella. Necesita estar a su lado. Necesita oír su voz. Necesita… Procede como antaño, mira a un lado y a otro para cerciorarse que no está al cuidado de ningún adulto, y cuando acercarse no supone un riesgo, lo hace lentamente.
—Hola bonita, ¿cómo te llamas?
No hay respuesta por su parte, se limita a mirarlo con expresión indescifrable.
—¿Estás solita? ¿Y tus padres?
Sigue mirándolo a la vez que levanta la mano y se la entrega. Sin pensarlo dos veces, Román la lleva hasta su casa. Una vez dentro, cierra la puerta suavemente.
Día 2
Como cada día, Román vuelve a casa después de su habitual paseo. El cielo está poblado de nubes grises que presagian lluvia. Vive en un núcleo residencial a las afueras, donde la atención es escasa. En su rostro, surcado de arrugas, destacan la tristeza de sus ojos junto con la fina línea de sus labios, apretados en una mueca impersonal.
Cuando se dispone a introducir la llave en la cerradura de la puerta, aparece ella, con sus cabellos despeinados, su largo vestido gris y un surco violáceo alrededor de los ojos, oscureciendo la expresión del rostro. Necesita alejarse. Necesita que desaparezca. Necesita… Mira a un lado y a otro, buscando a alguien que pueda socorrerlo.
—Me has hecho ver la realidad, estoy arrepentido —expresa con voz lastimera.
No hay respuesta por su parte, se limita a mirarlo con cínica expresión.
—No puedo pasar otra vez por lo de ayer —suplica encarecidamente.
Sigue mirándolo, lo toma de la mano y entran juntos. Ahora es ella quien cierra suavemente la puerta, no tiene prisa.
Día 3
Como cada día, Román vuelve a casa después de un obligado paseo para matar el tiempo. Es un temerario, la tormenta arrecia y los truenos producen un ruido ensordecedor. Vive en un núcleo residencial que conoció mejores tiempos y al que ya nadie atiende. En su rostro, surcado de arrugas, destacan los apagados ojos y los labios curvados hacia abajo, como si nunca hubieran conocido una sonrisa.
Cuando se dispone a introducir la llave en la cerradura de la puerta, espera aterrado que ella aparezca pero, para respiro de su alma, no lo hace. Una vez dentro cierra apresuradamente y se dirige al dormitorio.
Todo está en calma, una quietud perturbadora lo envuelve. Lo único que le queda es esperar. El cálculo del destino es perfecto porque esa tregua le obliga a repasar todos los pecados cometidos, esos que no se pueden mencionar, los que nadie conoce, sólo su conciencia.
No puede seguir así, pasea de un lado a otro con la cabeza entre las manos, intentando estrujar su cerebro para que no lo atormente. Mira constantemente a todos lados esperando verla aparecer. Y lo hace, con su delgada figura, su capa negra y la guadaña en la mano. No deja espacio, lo ocupa todo. Ahora es él quien no puede negarse a acompañarla.
Conchi de la Haza. Nació en Sevilla el 25 de mayo de 1971. Realizó estudios de psicología en la U.N.E.D. Tiene publicados tres relatos en el libro Cruce de relatos.
🔗 Web: Buscando Andrómeda
(http://buscandoandromeda.blogspot.com/)
Ilustración de relato: fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 62 | enero-febrero de 2012 – MARGEN CERO™
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