poemas por
Sergio Borao Llop
Rojo
Delfina está llorando.
Otra vez la noche se ha teñido
del estallido de su voz en llamas.
Y los vecinos contienen el aliento
como si así pudiera disiparse
la música siniestra del horror.
Delfina está llorando. Crece
una flor carmesí sobre el opaco
lienzo de las baldosas ignorantes
que sólo atinan a impregnarse
de reflejos, olores, sonidos leves,
síntomas de vergüenza
para siempre acallados.
Y nadie habla. Nadie grita. Nadie se estremece.
La noche es un silencio apenas quebrantado
por ese llanto quedo
y acaso, en los tejados adyacentes
el eco de un maullido solidario.
Gris
Las he visto florecer en las esquinas.
Brillar y arrebatarse
como una exaltación,
el centelleo de un relámpago.
Fugaces flores de una noche
que al amanecer se mustian
dejando tras de sí
el eco de un perfume, una resaca
de sal y desencanto.
Viven entre la niebla y la penumbra,
donde nunca penetra la esperanza
y el tiempo es el perfil de una navaja
con el filo mellado.
Púrpura
Música. Luz. Conversaciones.
Un polvo blanco en la yema del meñique.
Tacones. Rímel. Medias de rejilla.
Ella camina resuelta
atrayendo miradas, despertando deseos
y palabras. A su alrededor vibra
un estruendo de arañas luminosas,
estrellas de interior, constelaciones
de plata y oropel, oro, esmeraldas,
un éxtasis de brillo y dientes blancos.
Pero este oasis es solo un decorado.
Detrás del cartón piedra huele a azufre
y al final del corredor hay una puerta
y tras la puerta un hombre, unos billetes,
la sonrisa perversa del crupier
en cuya mano están todos los triunfos.
Tiempo atrás le dijeron
que esa puerta se abría al paraíso.
Ahora solo espera
—entre lágrima y golpe—
que algún día se cierre para siempre
o ángeles jornaleros
derriben estos muros
y excaven galerías
hacia el cielo secreto de Boudin.
Siempre es otoño en estas calles
Una vez conocí a una mujer;
una mujer sin nombre, endurecida
por la vida en las calles, por los golpes,
por el miedo y la rabia, los gritos, las ausencias…
Entre lágrima y lágrima,
escuchaba a Sarah Brightman y Emma Shapplin
y fumaba lentamente
al compás de la música
como si el tiempo no existiera
y la realidad fuese tan sólo
el contenido de un mal sueño recurrente.
Se prostituía para huir;
huía para no encontrarse,
para no ver reflejada en el espejo
la dureza de sus propios ojos
reprochándole tardes de amargura,
noches sin esperanza y sin consuelo.
Se prostituía para huir
y en medio de esa huida
a menudo se encontraba a sí misma
flotando a la deriva
en medio de una mar tenebrosa,
una mar enemiga y temible. Ilimitada.
Se prostituía para no prostituirse
en brazos de una sociedad corrupta
y decadente.
Escuchaba a Sarah Brightman y Emma Shapplin.
Con el pómulo morado sonreía;
decía que su cielo
era esa música. Lo otro
sólo eran pedacitos del infierno
salpicando un desierto sin oasis.
Una tarde se fue sin despedidas.
Hoy quisiera pensar que en esa huida
encontró por fin las puertas hacia el cielo;
que consiguió escapar a su destino
escapar a sus ojos maquillados
como una delación insoportable.
Nunca supe su nombre.
Tan sólo me fue dado abandonarme
a su tibia caricia, su incendio incomprensible,
su canto desangrándose en mi oído.
Una tarde se fue.
Sin despedidas.
Dejándome tan solo
el eco de su voz tarareando
canciones de Emma Shapplin
y Sarah Brightman; un éxtasis de música
habitando el ocaso interminable.
🖥️ Web: Desiertos que habité, oasis que entreví: https://sergioborao2011.blogspot.com/
Ilustraciones: (Portada) Landscape with Sunset, Eugène Louis Boudin (CCO, via Wikimedia Commons) ▫ (en el texto de los poemas) Emma Shapplin, Haris.P, CC BY-SA 2.0 FR, via Wikimedia Commons
👉 Otros relatos y obras de este autor (en Almiar): Como si fuésemos inmunes ▪ De paso ▪ Reflejo en la niebla
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 131 · noviembre-diciembre de 2023
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