poemas por
Luis A. Maco Camizán

 

Esto recién empieza

Nos hemos cansado de la sabiduría
del sobreviviente,
de la miel electrónica que equivale a
decir basura,
de los robots que se desprenden de las nubes
como rocío ecuatorial,
de la tercera y cuarta generación que se humilló
frente a una pantalla
porque la vida entró en una maleta,
lo cual es fúnebre, más que oler lo fúnebre en el pelo.
No hemos llegado ni al cuarto de siglo
y yo siento el hedor
de la velocidad como una escolopendra
sin puntas, como un eco primate,
un mal de ojo colosal
lo suficientemente carnívoro para entender
que es más sobre la muerte que se ha escrito
que de niñas tocándose el intestino
de la alegría,
y de la misericordia de los pájaros,
o de árboles aplastados en la acera
tumbando nubes y cometas para darse
algo de sombra
mientras el cielo no añade más luz
que lo que hay en sus leyes, mientras
en los templos demolidos,
en las oscuras algas de un vaso
abandonado, en las falsas fortalezas
del viajero espacial, la luz se ha puesto un bozal
y no muerda a los ciegos.

 

Otro cuarto de siglo mojado por el rastro de orina
del aburrimiento,
yendo al corral gredoso de los autos, al establo
del androide invernal,
porque las almas están solas como sobras
de comida en el piso,
porque los hijos, desentierran en sus juegos, pavor a la vida,
porque se injertarán el hierro y el pan  en el salón de los vacíos,
y el reino natural tendrá que vivir en la oscuridad
del soñador,
en el latido sin levadura.

 

Ventana Abierta

El bendito ni quisiera siembra,
pero se le cae un pelo o una legaña
y crecen viñedos allí mismo,
aumentan sus rebaños,
brota la miel del tronco hueco,
y el bendito bebe del pezón de los arenales,
y se harta de la cebada en las torres de las rocas,
y se harta del fruto, se llena su alma,
no de un gozo fingido,
de buena fe, de oraciones oídas,
y no teme a la mandíbula del amor,
ni a las noches que corren en círculos como pérfidos rinocerontes,
y con solo mirar un árbol se sabe protegido,
por el relámpago que pasa de cuchara en cuchara
hasta sus labios voladores,
por el aceite que unge su alma,
y por la lluviosa Palabra en que ha creído.
¿Y tú quieres ser un bendito?

 

2020

Sentado sobre un grano de arena
repaso los días cuando mi país
tomó un puñado de sal y me formó, no solo a mí,
a los gatos, a la heliconia que no entiendo,
y a mi padre, mi viejo a quien
no he visto desde agosto.
después de un hermética cuarentena
nacional,
le urgía viajar al norte.
me despedí de él con el gesto de quien
no sabe orar,
con el hipo del halcón que ha perdido
su sombra en los montes.

 

tus ojos, lo recuerdo mi viejo, me enviaron
hace años
a los mercados del oriente, más allá de tu casa de adobe,
en las montañas trabajamos en los platanales
solariegos y en los campos de café,
allí reñimos con espigas, segamos los abrojos;
y el río se enturbió cuando lloraron los pies agotados:
allí reí mucho y tú envejecías
con la certidumbre del arpa,
con la paciencia y los ronquidos de un toro
que va camino al matadero.

 

Crecí, me hice agua, deserté de las paredes,
me viene a Lima,
a rascarme mejor la nariz desde un puente peatonal,
a ver corceles correr entre los peñascos de la luna,
y luego viniste tú, viejo mío,  como el gorrión
que salta de la plaza del río
al cable polvoriento: te vi por las callejas de Sta. Anita, te vi
bajo un sol que obliga a comer más rápido
el pulpo del sudor.

 

Mi viejo ¿y después qué? ¿acaso lo sabemos?
¿acaso volverá a quemarte el pavimento
de esta ciudad? ¿volverán a ladrarte
las escobas, los jardines meados por el viento?
¿Es tu última foto en la que sostienes
una Biblia, reprendiendo a polvo y polillas?
¡Oh, aleluya, Señor! Pero a ti viejo lindo
no te veré
en todos los agostos que me quedan.

 

Una noche cualquiera

Quiero estar sobrio y no atontado  por las doce horas
de trabajo, aturdido, pensando
que el foco de mi cuarto es una mosca:
el blanco de esas patas es mi única luz,
                   puedo ver
               el último árbol que comí
el último libro que leí
el último beso que probé, quizá hace
más de un siglo.

Carroña de hombre
Se han ido los tiempos
en los que una carta era más urgente que una guerra,
cuando los viejos y las mujeres de la casa
luchaban por arreglar las cosas,
cuando el amor llegaba a punto para darle
utilidad
                          al cuerpo.

Quisiera estar sobrio
como un niño
y ver mi desayuno, caliente, desprenderse
                        de los apretados
                        intestinos del sol.

 

Breve plegaria a la risa

¡Manda fuego!

Porque la ciudad saqueó la granja
de mis juegos, y cimentó su reinado,
y, tonto como soy, al bajar de la cama
pisé excremento de suicidas, olvidando guardar en mi frigobar ecológico
mi imperio de migajas, y el fuego, el fuego
que ya no ha vuelto a visitar a los héroes.

¡Manda fuego!

Porque decir esta verdad me ha tomado mucho tiempo:
otros serán los que canten las palabras
que me hicieron aguardar de la noche
una gotera de eternidad,
serán los últimos en cerrar
las iglesias y los bosques, los ríos y los odres,
los últimos a quienes la soledad devolverá la vista,
y caminarán y tomarán de las ciudades
lo que al hombre mejor le pareció
para ocultarse: una amarga libertad.

¡Manda fuego!

Porque voy a quemar el oleaje del descanso,
y al pez en su pantano:
y fundaré mi hogar junto a las caderas de una roca
que el río turbio no pueda golpear,
junto a los panales de una aurora salvaje,
junto a las antorchas de una luna de agosto.

Porque tengo que rodearme de cielos,
tengo que salir de estos juegos
que pierden a los barcos,
y como en los tiempos de Noé, volver al juego de los locos.

¡Manda fuego!

Porque todo es nieve en la soledad del papel.

 


 

Luis Alberto Maco Camizán. Nacido en la región del norte del Perú (1987). Cursó estudios de Lengua y Literatura. Actualmente reside en Lima. Ha trabajado en distintos oficios para empaparse de la realidad coloquial de su patria y llevarla al papel. Ha colaborado en algunas revistas electrónicas.

Los poemas aquí publicados están incluidos en el libro titulado Traducciones Pasajeras (© Luis A. Maco)

📩 Contactar con el autor: makoluis1821@gmail[.]com

Ilustración poemas: Fotografía por Brian Merrill, en Pixabay [dominio público]

 

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