artículo por
Ramón del Solo
E
n Los Ángeles, California, un joven caminaba por una calle céntrica después de haberse fumado un cigarrillo de marihuana. Para muchos adictos, bastan unas cuantas caladas para provocar el éxtasis. De repente, sin motivo alguno, pensó que alguien lo había amenazado de muerte y que su vida corría peligro. Miró desesperadamente a su alrededor. La única persona a la vista era un viejo limpiabotas Los centros nerviosos alterados por la droga transformaron al inocente en un monstruo destructivo. Loco de miedo, el adicto corrió hasta su casa y buscó un arma. Mató al pobre viejo y luego balbució su dolor por lo que había sido un asesinato sin sentido, descontrolado. Pensé que alguien me estaba siguiendo —afirmó—. Es la única razón de lo que hice. Nunca antes había visto al pobre viejo. Algo simplemente me dijo que lo matara. ¡Fue la marihuana!
Hoy en día, una nota como esta publicada en julio de 1937 en American Magazine, movería a la risa hasta a la clientela de los medios de comunicación más retrógrados de nuestro país; pero en aquel año la marihuana había sido declarada ilegal en los Estados Unidos y se había puesto en marcha una campaña en la que el hábito de fumarla se vinculaba a la población negra y, sobre todo, a los músicos de blues y jazz a los que se consideraba los principales difusores del vicio entre los jóvenes. Esto traería no pocos problemas a un sector de la población que, de por sí, ya estaba considerado de segunda categoría. El asunto llevó a que muchos músicos pasasen temporadas más o menos largas con los gastos pagados por el gobierno en instituciones penitenciarias
Pero la cosa venía de lejos, la relación entre la música popular afroamericana y el consumo de sustancias estupefacientes data de los comienzos de la historia del blues, ya había dado pie a la letra de innumerables canciones y había marcado la biografía de algunos pioneros.
En el siglo XIX la industria farmacéutica descubrió que la morfina resultaba muy eficaz para eliminar los síntomas y evitar el dolor producido por muchas enfermedades. La adicción era sólo un problema secundario. En 1898, un científico de los laboratorios alemanes Bayer produjo un nuevo derivado al que llamó «heroína». En un principió sólo estaban disponibles para aquellos que podían pagarse un médico.
Hay referencias de que el consumo del opio causó estragos entre la población negra, pero, dejando aparte a la morfina, la heroína y otros derivados que debido a que en los primeros años del siglo XX se consumían principalmente entre las clases pudientes y tuvieron poca difusión entre la población negra que no podía pagarse esos vicios (posteriormente, hacia los cuarenta; el asunto sería diferente, pero eso es una historia distinta y más conocida), vamos a centrarnos en la relación entre el blues y dos de las sustancias tóxicas que marcaron sus primeros años, la cocaína y la marihuana.
Por la misma época en que se descubrió la heroína los laboratorios descubrieron el filón de ingresos que podía suponer los productos derivados de la coca, una plantita sudamericana que tuvo nada menos que en Sigmund Freud uno de sus primeros defensores. En su obra Sobre la Coca enumera sus virtudes como estimulante, como cura de los dolores digestivos, el asma y la adicción al alcohol. Inmediatamente se comercializaron en Europa y Estados Unidos una serie de productos milagrosos que en algunos casos eran casi cocaína pura. Entre ellos el específico del doctor Tucker, el polvo de Agnew o la cura para el catarro de Berney. Los vinos y otras bebidas que contenían coca (Coca-Cola incluida) alcanzaron una gran popularidad en Estados Unidos y contribuyeron al desarrollo de la prensa escrita en el país gracias al enorme desembolso que sus fabricantes gastaban en publicidad. El afán de vender tónicos y brebajes hizo también posible el auge y desarrollo de unos espectáculos que arrastraban masas a las que se les podía vender sus productos milagrosos. Habían nacido los Minstrel Shows a los que el mundo del blues tanto debe. Presentadores y actores con la cara pintada de negro cantaban y representaban actuaciones cómicas ridiculizando a «Sambo», el prototipo del negro de mentalidad simple, conforme con su situación social y respetuoso y subordinado al hombre blanco que le sirve de contrapunto. Luego, más música y la oferta de productos maravillosos capaces de curar todos los males.
El negocio sirvió para que astutos comerciantes como William Avery Rockefeller acumulase una fortuna vendiendo cocaína como remedio contra el cáncer, su hijo invirtió en pozos petrolíferos y el resto es historia conocida. Otra fabricante de medicinas milagrosas, Violeta McNeal, dirigió con su esposo un espectáculo de ambientación oriental bajo el nombre de la Princesa de Capullo de Loto, su minstrel fue uno de los más populares en el lucrativo periodo entre 1906 y el comienzo de la Primera Guerra mundial. Cuando escribió su autobiografía con el bonito título Cuatro caballos blancos y una banda de música se confesó propietaria de veintiséis anillos de diamantes y una piedra de seis quilates incrustada en un broche.
En un principio la fórmula funcionó de maravilla en los estados del norte, pero la picaresca y unos avispados fabricantes caseros de tónicos más baratos promocionaron su uso entre la población negra sureña creando una versión más barata de los grandes espectáculos que amasaron esas fortunas. Los Medicine Shows eran una versión más modesta y adaptada al uso de los trabajadores. Allí fue donde muchos cantantes de blues de las épocas doradas del delta encontraron la oportunidad de darse a conocer y ganarse un plato de comida caliente. En unos y otros, para un público mayor o para reducidas comunidades trabajaron desde Ma Raney, Ida Cox, Bertha «Chippie» Hill, Bessie Smith y la mayoría de las cantantes del clasic blues hasta Ophelia Simpson, Furry Lewis, Son House y otras muchas leyendas de la zona de Mississippi.
La venta de productos derivados de la cocaína se anunciaba eficaz contra …los dolores de muelas, el insomnio, el pie deforme, las paperas, el tartamudeo, las varices, los errores de juventud, la amigdalitis, el reumatismo, el tétanos, los dolores de estómago, las hernias, la tuberculosis, las disfunciones nerviosas, la impotencia, la halitosis y las caídas por las escaleras. Si no, le devolvemos su dinero, y, a ritmo de blues, producía buenos beneficios. Para muchos músicos negros supuso cumplir lo que era un sueño imposible para la gran mayoría, la oportunidad de viajar cobrando un sueldo.
Los tónicos gozaron de gran popularidad entre la población negra con una relativa estabilidad económica que los consumía como remedio de todo tipo de males e incluso con fines tanto preventivos como simplemente recreativos. Incluso se sabe que muchos propietarios de plantaciones proporcionaban cocaína a precio de coste a sus trabajadores ya que les hacía trabajar más, les disminuía el apetito y era más barata que el alcohol.
Pero ya en el principio no todo fueron alegrías, las duras condiciones del trabajo itinerante y siempre penoso en la carretera hicieron pronto que muchos de esos músicos que desempeñaban su trabajo ejerciendo de cebo para atraer a compradores, se aficionasen al consumo desmesurado de los remedios milagrosos que tenían tan a mano. Aunque el consumo y venta de cocaína y opiáceos se penalizó en 1915, ilegalmente se siguió comercializando y utilizando por un pequeño sector (al ser ilegal ya no era tan barata) de la población negra. Lo que antes era El remedio universal pasó a convertirse en la droga que «enloquecía las salvajes mentes de los negros». En cuestión de poco tiempo «Sambo» se convirtió en Satanás y la coca en el vicio que sacaba los peores instintos salvajes de los trabajadores negros. El argumento fue utilizado tanto por los defensores de la prohibición como por los recalcitrantes racistas (a menudo, las dos clasificaciones coincidían en la misma persona) que argumentaban que muchos de los terribles crímenes cometidos en los estados del sur por personas de color, pueden vincularse directamente con el hábito de consumir cocaína. Las empresas farmacéuticas y los avispados comerciantes de brebajes y tónicos (incluida Coca Cola) cambiaron la composición de sus productos sustituyendo la coca por hierbas legales más baratas y fáciles de conseguir y siguieron con sus espectáculos hasta bien entrada la década de los cuarenta.
En épocas tan tempranas como el 28 de octubre de 1927, Victoria Spivey hablaba así de su adicción cuando compuso y grabó en Nueva York con Lonnie Johnson a la guitarra y Porter Grainger al piano Dope Head Blues:
Just give me one more sniffle
Another sniffle of that dope (2x)
I’ll catch a cow like a cowboy
And throw a bull without a rope
Doggone, I’ve got more money
Than Henry Ford or John D. ever had (2x)
I bit a dog last Monday
And forty doggone dogs went mad
Feel like a fightin’ rooster
Feel better than I ever felt (2x)
Got double pneumonia
And still I think I got the best health
Say, Sam
Go get my airplane and drive it up to my door
Oh, Sam, go get my airplane
And driii-ve it to my door
I think I’ll fly to London
These monkey men makes mama sore
The president sent for me
The Prince of Wales is on my trail (2x)
They worry me so much
I’ll take another sniff and put them both in jail.
Luke Jordan registró Cocaine Blues en 1927. En 1930 la Memphis Jug Band Cocaine Habit Blues, un año antes Dick Justice Cocaine, Leadbelly Take a Whiff on Me, en 1934, Sonny Boy Williamson, Cleo Brown y otros muchos más cantaron también sobre los peligros de su consumo.
Aunque con toda seguridad ya se conocía anteriormente, la marihuana se popularizó entre los trabajadores negros en 1910, como consecuencia de la revolución mexicana (uno de sus principales himnos de batalla hablaba de una cucaracha que no podía caminar porque le faltaba marihuana) que llevó a Texas y a otros estados del sur y del oeste a un buen número de emigrantes poco dispuestos a renunciar a una costumbre habitual en su país de origen.
Rápidamente el hábito se abrió paso hasta los burdeles y salas de juego de Nueva Orleans y se hizo popular en las comunidades agrarias del Delta. Una de sus ventajas es que en las orillas del Mississippi crecía casi salvaje y no presentaba desembolsos económicos importantes. Otra ventaja es que la prohibición de 1915 no la afectó, todavía no se consideraba una sustancia a la que había que prestar atención. Al fin y al cabo la consumían negros y mexicanos, en un principio nada tenía que ver con las clases blancas y bienpensantes. Se cultivó y consumió alegremente hasta que en 1937 Harry Jacob Aslinger y su Departamento de Narcóticos consiguió que fuese un delito federal de cuya difusión entre una población cada vez mayor y más variada en color y clase social se culpó (una vez más) a los músicos de jazz y blues.
Aunque las drogas en general y la marihuana en particular generalmente se asocian más al mundo del jazz que al del blues (tampoco tan distantes entre sí en aquellas épocas) desde los principios del siglo pasado, numerosas canciones y testimonios evidencian que muchos de los viejos bluesman no le hacían ascos a un porro. La marihuana fue con mucha diferencia la droga más consumida entre los primeros músicos de blues. El auge de las canciones que hablaban sobre la hierba coincidió con los años treinta y utilizó el argot jive que, proveniente de la jerga que se utilizaba en las épocas de la esclavitud, ya por entonces era habitual entre los consumidores. Las referencias a mezzes, muggles, tea y otros de los muchos nombre que la dulce maría adquirió entre la población negra aparecen en innumerables blues de la época. Muchos de los grandes músicos de aquellos años eran vipers que fumaban alegremente sus reefers en los ratos de ocio pasados en las tabernas del sur y en las rent parties de los ghettos.
Tampoco faltaron desde el primer momento otros puntos de vista como el de la canción Reefer Head Blues en la que Jazz Gillum se queja del eterno cuelgue de su mujer:
I can’t see why my baby sleeps so sound
Well, I can’t see why my baby sleeps so sound
She must have smoked that reefer and it’s bound to carry her down
When I left her this morning, I left her sleeping sound
When I left her this morning, I left her sleeping sound
The only way she could kiss me is to run like a full bloodhound
She said she was going to leave, going to some no good town
She said she was going to leave, going to some no good town
She was a rough-cutting woman, she didn’t like to break them down
If you got a good woman, mens, please don’t take her around
If you got a good woman, mens, please don’t take her around
She will get full of reefers and raise sand all over this town.
Frankie Jackson, un músico curtido en los medicine shows texanos registró Willie the Weeper en 1927, pero la lista de canciones e intérpretes que cantaron a Sweet Mary sería interminable. Big Bill Broonzy, Washboard Sam, Tampa Red que grabó I’m Gonna Get High en 1934, Lucille Bogan, Fats Domino, Cleo Brown, el pianista Curtis Jones, «Champion» Jack Dupree (cuyo Junker Blues proviene de una vieja canción aprendida en Nueva Orleans en los años veinte) y otros muchos hablaron de la marihuana mucho antes de que, en 1966, Ray Charles grabase Let’s Go Get Stoned y en 1981 viese la luz el más conocido Champagne and Reefer, de Muddy Waters. Y lo hicieron desde muchos y diferentes puntos de vista.
En 1937 se prohibió el consumo de marihuana en todos los estados. El cultivo fue regulado y admitido para usos medicinales y se grababa con el pago de unas tasas. Una vez más la prohibición no consiguió erradicar el hábito, pero llevó a la cárcel y causó infinidad de problemas a muchos músicos, principalmente de jazz, a los que Aslinger persiguió en una campaña destinada a dar ejemplo por el procedimiento de encerrar entre rejas a cualquier personaje conocido sospechoso de consumir algún tipo de droga. Louis Armstrong, que en su biografía escribió: «…Mis recuerdos siempre estarán asociados a toda la belleza y la calidez del porro. Bueno, así era la vida; no me siento en absoluto avergonzado. Mary Warner (marihuana), cielo, tu sí que eres buena…», se enfrentó a una condena de seis meses sólo por encontrársele la colilla de un porro. Mezz Mezzrow, el autor de La rabia de vivir se hizo famoso en el mundillo del jazz de Chicago no por sus habilidades como clarinetista, sino por ser el mejor camello que podía proporcionar a sus amigos músicos marihuana de hoja dorada exportada desde Nueva Orleáns.
La primera versión que «Champion» Jack Dupree grabó de Junker Blues en 1941 también hablaba de problemas con la ley ocasionados por el consumo de drogas:
They call, they call me a junker
Cause I’m loaded all the time
I don’t use no reefer, I’ll be knocked out with that angel wine
Six months, Six months ain’t no sentence
And one year ain’t no time
They got boys in penitentiary doing from nine to ninety-nine
I was standing, I was standing on the corner
With my reefers in my hand
Upstairs the sergeant took my reefers out of my hand
My brother, my brother used a needle
and my sister sniffed cocaine
I don’t use no junk, I’m the nicest boy you ever seen
My mother, my mother she told me
and my father told me too
That that junk is a bad habit, why don’t you leave it too?
My sister she even told me
And my grandma told me too
That using junk partner was going to be the death of you.
Posteriormente variaría la letra en varias ocasiones. Una de ellas grabada a mediados de los sesenta en la más permisiva Inglaterra terminaba diciendo: …Cuando el juez dio una calada de mi hierba, dijo: Dupree, estás libre.
La manera en que las diversas drogas afectan al proceso creativo y estimulan o entorpecen la interpretación ha sido objeto de múltiples discusiones y probablemente lo seguirá siendo, no sólo en el terreno del blues sino en el de la música general. Probablemente nunca tenga una respuesta genérica, cada persona es un mundo y cada músico un universo diferente.
📰 Artículo publicado originalmente en La Taberna del Blues
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Imágenes (orden descendente) – Inicio: Champion Jack Dupree at Henry’s Blueshouse, Hampshirered, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons. En el cuerpo del artículo: William Rockefeller By Bain News Service, publisher [Public domain or Public domain], vía Wikimedia Commons | Botella de Coca-Cola diseñada por Swede Alexander Samuelson; dominio público; vía Wkimedia Commons | Ray Charles por Victor Diaz Lamich [CC-BY-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], vía Wikimedia Commons.
Revista Almiar – n.º 64 / mayo-junio 2012 – MARGEN CERO™
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