Psicopolítica de los Bancos de Ira, Apocalipsis y relatos escatológicos; del Fundamentalismo Islámico a los espectros de Marx [1]

por

Adolfo Vásquez Rocca

 

1.- Celo  de  Dios: Psicopolítica  de  la  ira,  ofensiva (integrista) de los monoteísmos y esperanza escatológica, según el último Sloterdijk

Examinaremos, con Sloterdijk y Bauman, los presupuestos —sociopolíticos y psicodinámicos— que condicionaron el surgimiento del monoteísmo frente al politeísmo de las grandes culturas antiguas. El celo [2] que produce el dios único de los tres monoteísmos —judaísmo, cristianismo y el islam— junto a la exaltación de los fieles cuando entran en relación con esta idea de un ser Único-absoluto supone empresas de diversa magnitud. Si el monoteísmo judío surgió como una teología de protesta, como una religión del triunfo en la derrota, si en el judaísmo la religión permaneció limitada al propio pueblo, el cristianismo desarrolló su mensaje apostólico con una predicación de contenido universal. El Islam, por su parte, recrudeció el universalismo ofensivo —integrista— transformándolo en un modo político-militar de expansión. De este modo, La ambigüedad del concepto de «celo» no solo supone fervor en el cumplimiento del mandato divino, como pasión violenta que induce al fanatismo, si no cuidado y atención solícita. Ira, resentimiento y desprecio del mundo son algunos de los efectos nocivos del reverdecer de los monoteísmos en este siglo. Los monoteísmos serían, entonces, vínculos de clausura —bancos de ira— donde el dios y el creyente se celan tanto que la presencia de un extraño merece, de inmediato, su asimilación o su desprecio [3].

Más allá de la muerte de Dios anunciada por Nietzsche, y la supresión de la ilusión trascendente por Marx y Freud, Sloterdijk en su ensayo psicopolítico —Ira y Tiempo [4]— ve necesario revisar la descripción de los efectos devastadores de las creencias religiosas cuando se vuelven prácticas de pánico.

«Declarar muerto a Dios implica, en una cultura condicionada por el monoteísmo, una dislocación de todos los nexos y el anuncio de una nueva forma del mundo» [5], escribió Sloterdijk en su breve ensayo, En el mismo barco, que publicó en 1993, donde además apuntaba: «La política aparece como algo equivalente a un crónico y masivo accidente de coches, en cadena, en una autopista envuelta en niebla». Todavía quedaban lejos, entonces, los atentados contra las torres gemelas de Nueva York, la confrontación contra facciones fundamentalistas del mundo islámico y la gestión del pánico, no había adquirido aún los sombríos, y terribles, perfiles que adquiriría años después. Sloterdijk advertía ya que, en ese nuevo mundo surgido tras la muerte de Dios, no habría hiperpolítica alguna «sin la venganza de lo local y lo individual». Estaban ahí, además, los monoteísmos, que difícilmente iban a dejar en manos de otros el desafío que Sloterdijk formulaba a través del término hiperpolítica, «la tarea de hacer, a partir de la masa de los últimos hombres, una sociedad de individuos que, en adelante, tomen sobre sí el ser mediadores entre sus ancestros y sus descendientes».

En Celo de Dios [6], un ensayo que pretende desactivar la potencia dogmática de las religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo y el islam, celo es fanatismo, exaltación, un modo obsesivo y pasional de adherir a la idea de un ser Único-absoluto. Los monoteísmos son, entonces, vínculos de clausura donde el dios y el creyente se celan tanto que la presencia de un extraño merece, de inmediato, su desprecio. Esto más allá de la esperanza de un encuentro ecuménico entre estos monoteísmos de tipo excluyente. Ira, resentimiento y desprecio del mundo son algunos de los efectos nocivos que señala Peter Sloterdijk sobre el  resurgir de los monoteísmos en este siglo.

La relevancia del acercamiento de Sloterdijk a los tres grandes monoteísmos y a las múltiples estrategias de las que se han servido para gobernar sobre sus fieles ponen en escena las maneras con que, en determinadas circunstancias, han generado unilateralismos fanáticos. Pero también señala, con extrema lucidez, cómo muchos de los que combaten hoy en nombre de esos monoteísmos son «por regla general solo activistas  ideológica y superficialmente “instruidos” en una “fe militante”», en quienes la ira, el resentimiento, la ambición y la búsqueda de motivos de indignación anteceden a la fe. De allí, la pertinencia del trabajo realizado por el Zaratustra de Nietzsche: «un proyecto psicohigiénico dedicado al desmontaje del resentimiento productor de metafísica». Y es que, seguramente, es en el resentimiento donde resida la clave para entender algunos de los mayores disparates de nuestro tiempo [7].

Entonces el problema no es una guerra intermonoteísta. No es una lucha entre judíos, cristianos y musulmanes por la «apropiación de Jerusalem», tal como lo anunció Derrida en 1993. «El conflicto —afirma Sloterdijk— se centra más bien en cómo en cada caso habría que asegurar el control de los potenciales extremistas dentro de las religiones dispuestas al celo (y dentro de las ideologías airadas que siguieron a las religiones universalistas)» [8]. Se trata de reducir estas expresiones a sus manifestaciones menos malignas, de inocular lo más posible su celo, de aplicar los fármacos necesarios para impedir el furor, de pasar de lo uno a lo múltiple: evitar la radicalidad de tener que elegir entre polos irreconciliables y pensar con matices, es decir, de un modo plurivalente [9].

Sloterdijk  advierte que no está dispuesto a asumir sin matices «esa tesis de una guerra de las escatologías», que considera incluso «un ejemplo de pensamiento peligroso», pero enseguida confiesa que su libro es justamente un intento de desentrañar el «material radiactivo» que los monoteísmos llevan incorporado: su «masa maníaco-activista» o «mesiánico-expansionista».

Respecto del comunismo, Sloterdijk lo sitúa como el cuarto anillo monoteísta. Lo califica como «un ateísmo político decidido a todo; que tiene la pretensión de realizar la verdad de los tres monoteísmos pasándola del cielo otra vez a la tierra» [10]. Lo que parecía una nueva cuestión religiosa es en verdad la representación de la cuestión social a nivel de una biopolítica global. Es decir, frente a las condiciones del mundo actual, los monoteísmos celosos no dan ninguna respuesta posible. A las religiones razonables solo les queda como destino buscar alianzas con la civilización secular y neutralizar a quienes aún sostengan la fogosidad apocalíptica.

En Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Sloterdijk da cuenta de lo que denomina Bancos de ira, rompe, a la vez, con los legados doctrinales del siglo XIX y con el saldo totalitario del siglo XX. Un pensador que lee a Hegel y a Nietzsche, a Marx y a Heidegger, sin ceder al chantaje acreedor de los grandes maestros alemanes. Un pensador, en suma, que conoce la tradición pero se relaciona secularmente con ella.

Todas las religiones monoteístas han evolucionado y se han acomodado a la necesidad histórica que reclamaba un pensamiento más plurivalente y abierto; se han adaptado y evolucionado reduciendo sus excesos de celo, salvo el Islam.

En plano político, la subordinación al Estado, o monoteísmo ideológico, alcanzó su punto culmen con el Comunismo, el cual hizo suya la verdad de los monoteísmos religiosos para buscar el universalismo político, creando un monoteísmo ideológico.

De hecho, el comunismo tomó dogmáticamente las propo-siciones proféticas de la religión sobre el fin último y las reformuló adaptándolas a las pasiones proletarias.

Si las tres religiones monoteístas tuvieron sus respectivos profetas (Moisés para los judíos, Jesús para los cristianos y Mahoma para los musulmanes) Marx será el profeta del comunismo y proclamará como valor superior la esencia productiva del ser humano: suprematismo antropológico.

El comunismo desarrollará, así, un suprematismo antropológico que defenderá un humanismo capaz de erigir al ser humano como razón de sí mismo. De nuevo, en el parecer de Sloterdijk, se impondrá el celo de un nuevo monoteísmo coactivo, intimidatorio e impositor [11].

2.- La metamorfosis de la ira: las fuerzas thimóticas, más allá de la erótica

Sloterdijk destaca que la ira está presente de una manera determinante en el sustrato de la historia de Occidente hasta los tiempos actuales, por lo que afirma que la ira «es la primera palabra de Europa». La historia de Europa está determinada por la metamorfosis de la ira. Sloterdijk alude a que la ira ya estaba presente en la Grecia clásica, manifestada en la cólera de Aquiles, que refleja La Ilíada, de Homero, pero ahora la cólera y la indignación han vuelto a estar presente, pero de un modo más radical e inminente.

En Ira y tiempo [12], Sloterdijk recuerda que la palabra ira es fundadora de la tradición literaria europea, al aparecer en el primer verso de La Ilíada:  «Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles» [13].  «En el principio fue la palabra ‘ira’» [14]. Con esta categórica sentencia se inicia el ensayo de Sloterdijk Ira y Tiempo [15]. Homero pide a la diosa que cante la cólera de Aquiles en la Ilíada y, a continuación, ensalza la astucia de Ulises en la Odisea, donde narra las hazañas (y los sufrimientos) del héroe griego en busca de la integridad del hogar amenazada en su regreso a Ítaca. He aquí la base de nuestra historia occidental. De allí que, para Sloterdijk, la política es el arte de la administración de la cólera en la historia. Es más, la historia avanza primordialmente a partir de las fuerzas y energías thimóticas de los hombres. El ‘thymós’ es el valor, el orgullo, el ánimo varonil y el arrojo, la voluntad de poder: «Al funcionamiento de sistemas moralmente exigentes (culturas), pertenece la autoestimulación de los actores a través de la elevación de recursos thimóticos tales como el orgullo, la ambición, la voluntad de supremacía, la irascibilidad y el sentido del derecho» [16]. Asimismo, las energías thimóticas vienen a ser «el orgullo, el sentimiento de dignidad, la exigencia de justicia y venganza, la indignación y la exigencia de justicia» [17].

Como se ve Sloterdijk hace un repaso del concepto histórico de ‘ira’ desde la idea de «inspiración emocional» que abarca la antigua Grecia hasta el «Dios irascible y severo» que incluye el pensamiento cristiano veterotestamentario.

Sloterdijk va, entonces, a la visión de la ira de los antiguos, especialmente, de los griegos, quienes bajo el término de thymós intentaban designar el complejo mecanismo de activación de afectos y pasiones relacionados con el orgullo y el coraje, el resentimiento y la venganza, el yo y el nosotros. «Existe un ‘mundo timótico’, desde la Ilíada hasta las Torres Gemelas, con reglas similares, al que apelaron, desde diversas premisas, Napoleón y Hitler, Lenin y Mao, Pol Pot y Bin Laden. No hay que temerle a una sistematización teórica de esos mecanismos afectivos y psicológicos de la violencia humana» [18].

Sloterdijk recorre en Ira y Tiempo el papel que ha jugado la ira en la historia de la humanidad como factor político y psicológico. Es así también que en su ensayo «psicopolítico» llama la atención sobre la necesidad de que el «odio estructural» que deriva de la ira y el resentimiento se conviertan en una «venganza viva» para «volver al subconsciente sano». Como bien lo ha apuntado Susanna Bozzetto «Sloterdijk no pretende hacer una crítica a los impulsos thimóticos ni una búsqueda del punto medio necesario que permitiría civilizarlo, a la manera en que lo ha propuesto Fukuyama [19] en su libro sobre el fin de la historia, donde muestra cómo puede desatarse el thymos y salirse de control, desplegando en el hombre su deseo de dominar» [20].

La ira está inscrita en el corazón mismo de la civilización europea, Es, como nos recuerda Sloterdijk, su primera palabra. En cuanto inductora del exceso, los griegos consideraron la ira como portadora de desgracias, pero también supieron ver en ella una ocasión singular para el heroísmo, al inspirar arrojo (thymós) frente a la injusticia. Después, el cristianismo aparentó querer erradicarla por completo. Proclamó el paso del iracundo Dios del Antiguo Testamento a una religión del amor al enemigo, del perdón y la renuncia a la venganza. Pero eso, advierte Sloterdijk, sería desconocer hasta qué punto persistió en la escatología cristiana un furor apocalíptico que seguía demandando resarcimiento. En realidad, con la cristianización de la ira [21] de Dios se establece un depósito de aplazados impulsos thimóticos, que posterga la amortización de la venganza hasta el fin de los tiempos, en el desencadenamiento de los acontecimientos del apocalipsis, la interpretación profética de la desventura.

La ira se gesta desde el resentimiento, en donde el hombre se convierte en el animal surreal que arriesga la vida por una bandera o un credo. Sloterdijk describe así de qué manera, primero el cristianismo, y posteriormente el comunismo y el fascismo nacionalista después, se constituyeron en los principales «bancos de ira» de la historia.

Con el paso del tiempo, con el transcurrir de la historia, la cólera y la ira, en el sentido heroico, vital y afirmador de estos términos, han sido sustituidas por el espíritu de venganza y el resentimiento. La «doctrina de la ira de Dios» y la organización comunista de masas movidas por la ira antiburguesa, revolucionaria y anticapitalista se han erigido en «los dos órganos más poderosos de recolección, metafísica y política, de la ira en la civilización occidental» [22].

Sloterdijk hace del impulso thimótico la sustancia de la que se ha hecho el mundo, el mismo que da cuenta de la condición humana y permite comprender los actos más atroces de la humanidad: la represión en la Rusia comunista, el genocidio en la Alemania nazi, los crímenes y represión en la República Popular China [23] en tiempos de Mao.

Es así como Sloterdijk constata el agotamiento de los grandes bancos de ira en el mundo contemporáneo. El más eficaz banco de ira de la modernidad ha sido la III Internacional Comunista, también conocida por la abreviación rusa Komintern. Millones de personas de todo el mundo depositaron sus ahorros de rabia social en ese banco, a cambio de una retribución con intereses: la ilusión de un mundo mejor, respaldado por una entidad estatal expansiva que primero consiguió frenar la poderosa máquina militar alemana y después la arrolló mediante una movilización humana implacable y sin parangón en la historia moderna. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el prestigio del banco de la ira era extraordinario y explica los pactos que dieron lugar al Estado social europeo [24]: «Lo que se llama neoliberalismo no es otra cosa que un nuevo cálculo de los costos para la paz interior en los países de la “economía mixta” socialdemócrata-capitalista de tipo europeo o del “capitalismo regulado” a la manera norteamericana» [25].

Sloterdijk añade que el único banco de la ira hoy en funcionamiento es el del fundamentalismo islámico. Un banco cuyos delegados comerciales y pequeños depositantes no necesitan órdenes de la casa central para acuchillar a un soldado en Londres o en París. En Europa quedan pequeñas cajas de ahorros de la ira que administran protestas de alcance limitado. Occidente se adentra en una nueva geografía del riesgo, salpicada por estallidos parciales. Géiseres en una llanura en la que la nueva palabra de moda es «emprendedor». El volumen Ira y tiempo fue publicado por primera vez en Alemania en 2006, antes de la fase más aguda de la crisis financiera en la Europa del Sur. Conviene precisarlo porque la metáfora de los bancos de la ira parece fruto de una auténtica iluminación: bancos e ira el gran argumento de estos últimos años. Sloterdijk al referirse al comunismo como uno de los «bancos mundiales de la ira» lo hace específicamente apuntando al periodo leninista, inaugurando con ello una perspectiva crítica, ajena al neomarxismo contemporáneo. Sloterdijk insiste en que fue Lenin el primer marxista en naturalizar teóricamente el exterminio del otro, como política de Estado. Esa novedad filosófica y práctica, que imponía una situación límite a la moral emancipatoria del comunismo, fue obra de Lenin, no de Stalin, quien la ejecutó sin las vacilaciones filosóficas del primero [26].

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3.-  La ira de Dios y el Apocalipsis judío y cristiano; sobre los bancos de ira

Como decíamos, el celo que produce el dios único de los tres monoteísmos junto a la exaltación de los fieles cuando entran en relación con la idea de un ser único (absoluto) supone empresas de diferentes magnitudes; los monoteísmos serían vínculos de clausura que desprecian la presencia de los extraños: «Al funcionamiento de sistemas moralmente exigentes, alias culturas, pertenece la autoestimulación de los actores a través de la elevación de recursos thimóticos tales como el orgullo, la ambición, la voluntad de supremacía, la irascibilidad y el sentido del derecho» [27].

Con el transcurrir de la historia, la cólera y la ira, en el sentido heroico, vital y afirmador de estos términos, han sido sustituidas por el espíritu de venganza y el resentimiento. La «doctrina cristiana de la ira de Dios» y la organización comunista de masas movidas por la ira antiburguesa y anticapitalista se han erigido en «los dos órganos más poderosos de recolección, metafísica y política, de la ira en la civilización occidental» [28].

El cristianismo apareció en un principio como una solución audaz a la fuerte constelación apocalíptica del tiempo restante y de la ira de Dios. En un principio, también la proclamación de Jesús estaba totalmente convencida de la hipótesis que afirmaba que la paciencia de Dios con el mundo se había agotado. De ahí «el mensaje acerca de la inminencia del Juicio, pese al encubrimiento del día y la hora» [29].

Tras el juicio-destrucción de esta humanidad concreta (vinculada al rey Herodes y a los sacerdotes del templo), Juan el  Bautista se erigía como el  profeta del fin de los tiempos, el que anunciaba la ira de Dios, en las riberas del Jordán, vestido de piel de camello (como Elías) y comiendo alimentos silvestres (Mc 1, 6), para condenar de esa manera la cultura dominante de los que se visten y alimentan según los principios de este mundo injusto. Es normal que Herodes Antipas haya tenido miedo de un levantamiento popular, vinculado a ese mensaje, encarcelando y matando a Juan, para impedirlo. Juan era profeta de justicia y muerte, al otro lado del Jordán, y así aparecía como peligroso para Herodes. Pues bien, en un momento dado, Jesús pensó que el juicio que anunciaba Juan ya se había cumplido (de otro modo) y por eso, pasando el río (en la misma tierra prometida), vino a presentarse como promotor de una mutación humana, esto es, de un nuevo nacimiento: El Reino de Dios no se iniciará después que este mundo haya acabado (tras el juicio del juicio), sino que empieza ya, aquí mismo, dentro de este mundo viejo.

Ninguno de los afectados por la fiebre del final de los tiempos —Juan el Bautista, ni tampoco el mismo Jesús y ni siquiera el apóstol Juan, el autor del Apocalipsis cristiano— pondrían en duda la suposición de que el día de ajuste de cuentas (del juicio final) quedará de manifiesto que grandes partes de la humanidad no podrán salvarse [30]. Si el Reino de los Cielos ya está cerca, también lo está la catástrofe, con cuya entrada se realza la presencia de aquél. La palabra presente ya no se puede pronunciar desde ahora sin temor ni temblor. Tras la ejecución del Mesías, la catástrofe salvadora se equipara con el regreso en gloria del humillado. De esta manera, la tesis sobre Dios puede agudizarse desde sus premisas cristianas, y Cristo, como portador de la espada, presidirá el tribunal al final de los días.

No resulta sorprendente, señala Sloterdijk [31], que la doctrina recodificada del nuevo Testamento acerca de la ira de Dios ya exigiera aclaraciones complementaria en la época de las primeras comunidades. Dado que el cristianismo, ya en sus escritos apologéticos más antiguos, se presentaba como religión del amor al enemigo, del perdón, de la renuncia a la venganza y de la inclusividad sincera, la oposición entre sus proclamaciones amistosas y su escatología furibunda dio lugar, desde el primer momento, a irritaciones. La posición prominente de los amenazantes discursos apocalípticos en la compilación de las palabras auténticas de Jesús hizo inevitable el conflicto. Aun sin estar de acuerdo con la opinión de Oswald Spengler [32] que afirma que las palabras de Jesús amenazante reproducirían su tono original de la forma más auténtica, no se puede discutir que el furor apocalíptico confiere a su discurso un matiz característico.

Ya en los más antiguos testimonios teológicos del nuevo movimiento, a saber, en las cartas de san Pablo, se trata, y no de manera casual, esta situación comprometida.

Solo la fe brinda asilo a los tres estereotipos de la derivación de la ira a partir de la omnipotencia, de la justicia y del amor a Dios, mientras éstos se desploman rápidamente sobre sí mismos en el campo abierto del examen lógico. Ya el documento más antiguo de una confusión cristiana frente al predicado de la ira revela la fragilidad de los fundamentos. Como es bien sabido, fue Pablo quien puso por escrito la primera palabra cristiana en defensa de la ira de Dios en el noveno capítulo de su Epístola a los Romanos. Fue con motivo de un enojoso descubrimiento que, apenas realizado, hubo de ocultarse rápidamente de nuevo por sus fatales implicaciones: que precisamente los atributos divinos de la omnipotencia y la justicia no son compatibles entre sí.

Esta peligrosa incompatibilidad se advierte al instante, ya que el concepto del infinito poder divino se comprueba en sus implicaciones ontológicas. Con esto se muestra que el poder absoluto (soberano) genera un exceso de suposiciones libres (desde el punto de vista humano: de decisiones arbitrarias) que no pueden reducirse a criterios plausibles en términos generales; de lo contrario, Dios solo sería el secretario del concepto de lo que la razón humana puede suponer de él. Por tanto, la omnipotencia libre de Dios es responsable de una serie de circunstancias en el mundo mucho más numerosas que las que se pueden cubrir con el principio de «justicia». Los ejemplos a este respecto recorren el Antiguo Testamento y la literatura apologética. En efecto, Dios ama a Jacob y a Esaú le dedica su odio; y si las fuentes son fiables, al endurecer el corazón del faraón, prefiere a Israel y deja que Egipto perezca. En cualquier caso, también habría podido obrar de manera distinta, por supuesto, pero así es como lo quiso. Solo una cosa: ¿Por qué?.

La única respuesta adecuada reza (tanto en Pablo como en sus innumerables discípulos) como sigue: frente a las afirmaciones del Todopoderoso no se tiene que proponer ningún porqué. ¿quién eres tú, hombre, para discutir con Dios? Desde el punto de vista de la arquitectura de las imágenes del mundo, Dios es exactamente lo que los funcionalistas llaman la base de la contingencia: en esto acaban todas las regresiones lógicas realizadas hasta ahora. El intelecto puede relajarse con el último informe: la voluntad de Dios y el azar coinciden en el infinito. Aquí nuevamente nos encontramos con el problema de una supuesta discriminación, teológicamente inquietante. El discurso sobre la omnipotencia solo puede darse cuando la acción se manifiesta con libertad absoluta de discriminación y de preferencia. Si ésta se actualiza, se derogan las expectativas de justicia e igualdad en el trato por parte de los clientes. Omnipotencia significa el mayor grado de juego sucio en lo absoluto.

Pablo entiende las implicaciones del tema de forma muy precisa. Por ello, reconoce el peligro del otro atributo imprescindible de Dios: la justicia. Dado que Dios no puede ser injusto, se debe convenir en que a veces su omnipotencia cubre su justicia. Así, en el capítulo noveno de la Epístola a los Romanos, Pablo escribe sobre la verdad transmitida que afirma que el propio Dios ha endurecido el ánimo (corazón) del faraón [33].

El doble juego es evidente: el apóstol necesita la omnipotencia del Creador para explicar la desigualdad en el trato de los hombres. Ha de prestar ayuda tanto a la justicia de Dios como a su amor para reducir el carácter intolerable de la omnipotencia. Se comprende fácilmente el hecho de que la ira de Dios fracase en este ir y venir, ya que si un sinnúmero de hombres fueron creados como recipientes de ira, lógicamente esto solo se puede justificar mediante la conclusión de que la ira precede a sus motivos o causas. En cierto modo, Dios ya se enfurece con el simple pensamiento de que cualquiera de sus criaturas todavía no creadas le niegue el respeto algún día; sin embargo, sigue creando tales recipientes irrespetuosos para poder demostrarles su justa ira. Quien todavía pregunte cómo puede agitarse la ira contra el pecador endurecido antes de que el pecador, destinado a pecar, vea la luz, debería comprobar si él mismo no es un recipiente destinado a la destrucción.

La solución del enigma se puede colegir del vocabulario que utiliza el autor de la Epístola a los Romanos, especialmente en los versículos 9:22 y 9:23. Allí se habla de la «Gloria» (potentia, divitias gloriae) de Dios con gran insistencia, así como de su voluntad de poder «dar a conocer» (notam facere) y «mostrar» (ostendere) el propio poder y magnificencia. Estos giros se han de entender de forma literal. Conforme a esto, el negocio divino de la ira se basa en la necesidad de ostentar la fuerza del poder de Dios tan contundentemente como sea posible. Según su estructura profunda, sólo es «ostentativo» como realización de poder; como demostración de gloria y magnificencia puede mantener su curso y validez. Además, el espectáculo de la ira está condenado a continuar pasando como genérico título de crédito de un programa principal continuamente pospuesto. Esto se adapta a un aspecto de la conducta amenazadora que pocas veces falta ante las manifestaciones de ira profanas: la ira que se desfoga en el acto tiende a anunciar que todo será peor. La ira es un afecto destinado en sí mismo a mostrar y a impresionar desde el nivel de la expresividad animal, lo que, por cierto, también subraya Séneca en De ira, cuando habla de la imposibilidad de reprimir los síntomas físicos de la ira. Toda limitación de su afán de manifestación inherente conduce a un desplazamiento de las energías iracundas.

En el caso presente, tiene lugar un desplazamiento del nivel humano al divino. En la medida en que los cristianos interiorizan la prohibición de la ira y la venganza que se les ha impuesto, se desarrolla en ellos un interés apasionado por la capacidad de la ira divina. Comprenden que la rabia es un privilegio al que renuncian en beneficio de la ira del único que puede irritarse. Tanto más intensamente llegará su identificación con su magnificencia, cuando ésta se descubra el día de la ira. Los cristianos nunca pueden imaginarse la ira de lo sublime de forma suficientemente contundente, ya que ellos mismos solo deben abandonar su propia renuncia a la ira en el Dies Irae (‘día de la ira’) en el que hartarán su vista con la última escena. No en vano, la representación del Juicio Final debería convertirse en la disciplina de desfile de la fuerza imaginativa cristiana.

También las otras dos derivaciones de la ira de Dios a partir de la justicia y el amor divinos conducen rápidamente a contradicciones y círculos viciosos. El hecho de que no se pueda deducir de la justicia resulta de la simple aplicación del principio de proporcionalidad a la situación, que es superior al campo de lo justo y adecuado como idea regulativa: de la culpa finita nunca puede derivarse castigo infinito. Puesto que, sin embargo, se amenaza precisamente con castigos de este tipo, la injusticia infinita de Dios (por consiguiente, de nuevo: su omnipotencia) se esfuerza por demostrar su justicia. El fracaso del argumento es evidente. También ante él, únicamente la transición de la especialidad performativa es responsable de la agravación teológico-iracunda. En realidad, nada puede dejar una impresión más fuerte que la representación de los terrores divinos, y éstos entran en juego inmediatamente tan pronto como la representación de torturas insufribles se combina con la idea de eternidad.

Aquí se abre una interrogante que abordaremos en otra oportunidad, pero que es necesario anotar, ella trata sobre la cuestión del poder como majestuosidad: ¿Por qué el poder necesita la gloria? Si este es esencialmente fuerza y capacidad de acción y gobierno, ¿por qué asume la forma rígida, embarazosa y «gloriosa» de las ceremonias, de las declamaciones y de los protocolos? ¿Cuál es la relación entre riqueza y Gloria? [34].

4.- La eficacia del terror y la lógica del pánico

Sloterdijk vuelve sobre los planteamientos de su anterior ensayo, Ira y Tiempo [35], para narrarnos el devenir de los tres monoteísmos como un continuado proceso histórico de reacción violenta, en principio a antiguas formaciones politeístas, luego a monoteísmos previos. La articulación de un orden político vinculado a una revelación trascendente comienza con el judaísmo, que concentra el trato con un Dios personal en una nación elegida, el cristianismo lo extiende a todas y el islamismo radicaliza la idea de guerra santa, en un escenario de estrés permanente.

«El hecho de que la teología quiera, pueda y deba ser una magnitud de carácter político se desprende de una simple constatación: las religiones relevantes para el transcurso de la historia occidental-europea, tanto las mesopotámicas como de las mediterráneas, han sido siempre una cuestión política y lo seguirán siendo mientras sobrevivan. Los dioses son, dentro de éstas, partidarios trascendentes de sus pueblos y protectores de las construcciones de sus Imperios. Ejercen esta función incluso a riesgo de tener que crear primeramente un pueblo adecuado a ellos y un Imperio para el mismo. Esto se aplica especialmente al Dios de los monoteístas, quien recorrió un vasto arco geopolítico desde los precarios comienzos egipcios hasta sus triunfos romanos y estadounidenses. Sus adoradores también pueden afirmar a menudo que no es el simple Dios de un Imperio (bien se sabe que los Imperios son mercancías perecederas), sino el Creador transtemporal y transpolítico y el pastor de todos los hombres». Sloterdijk describe así su postura dentro de un sistema de diferentes posibilidades, desde los contextos del antipaganismo, el antijudaísmo, el antiislamismo y el anticristianismo, a los que se añaden divisiones internas: característico del judaísmo fue un separatismo soberanista con rasgos defensivos; del cristianismo, la expansión mediante la misión; y del islam, la guerra santa. En el presente, la supervivencia —el ecosistema multicultural— requiere que las tres religiones conviertan la coexistencia en diálogo, la tolerancia en un delicado equilibrio de concesiones mínimas.

La popularización del Yihad [36] (‘guerra santa’) en los conflictos del presente conlleva la desublimación del concepto y con ello el regreso a su primer significado, y eso a pesar de todas las objeciones por parte de intérpretes más espirituales. La idea de la lucha contra el sí-mismo inferior trajo a la vida una militancia espiritualizada sin enemigo exterior, como también se ha observado en la transformación del arte de la guerra de Extremo Oriente en disciplinas de lucha espiritualizadas. El sutil yihad quería ser llevado a cabo  como campaña contra el resto pagano en el interior de uno mismo; con lo que el creyente descubre dentro de sí oasis rebeldes y provincias anárquicas en las cuales no ha penetrado aún el imperio de la ley. Con el retorno del enemigo real, aunque sea solo a nivel de malentendidos y proyecciones, desaparecen los significados transmitidos.

Para la apreciación de la auténtica doctrina de la ira de Dios sería necesario dar un sentido literal a dos conceptos cuyo significado en cualquier caso sigue siendo  de gran actualidad desde un punto de vista metafórico: Gloria e Infierno. Aun a costa de toda su voluntad, a nuestros contemporáneos les resulta todavía imposible concretar el contenido de estas expresiones que, en otros tiempos, designaron los extremos de las alturas y las profundidades de un mundo marcado por la presencia de Dios [37].

Sin embargo, esta «venganza de Dios» —lanzada por surrealistas políticos, terroristas y fanáticos de todos los colores a los medios, ávidos de eventos, de las evasivas sociedades occidentales— pareciera constituir solo un epílogo, entre cómico y macabro, de milenarias tradiciones teológicas, sistematizadas por la escatología, como disciplina hermenéutica consolidada, como escenografía apocalíptica de la ira de Dios, de sus intervenciones en los asuntos humanos e históricos y del final de los tiempos. Una reflexión emparentada con la poseía y la filosofía hermenéutica, tal como se deja entrever en las marcas de lo divino (y su ausencia) en Hölderlin, así como en la noción de Heidegger sobre la Kehre y el fin de la filosofía. Todo lo cual, nos remite a las intersecciones del tiempo, lo sagrado y la Historia. Sin embargo inútiles parecen haber sido al respecto «las voces que clamaron en el desierto de la Historia europea [38]», los anuncios de pensadores como Heidegger [39] y Levinas sobre la obcecación de Occidente y su necesario Untergang: no tanto o no solo por considerarlo como un «hundimiento» cuanto por exigir con ello una vuelta, un «ir a fondo» de las propias raíces europeas, para intentar desde allí repristinar la antigua pujanza dual, y contrapuesta: una vez más, arraigo en la tierra (Atenas) y escucha de la promesa del cumplimiento [consumación] del tiempo (Jerusalén), manchada sin embargo la memoria de lo primero por la reivindicación de «hermandad» en la sangre nórdico- helénica por parte de la Alemania nacionalsocialista, pospuesto sine die el fruto de la segunda por la inacabable contienda entre hermanos de una misma estirpe: la de Sem; un cáncer que convierte en doloroso sarcasmo la de-nominación de «Santos Lugares» para esa pequeña y torturada región [40].

5.- Enfrentamiento Oriente-Occidente; Escatologías mesiánico-expansionistas

Sloterdijk en Celo de Dios [41] hace presente algunas consideraciones de Derrida particularmente lúcidas en torno a claves del enfrentamiento Oriente-Occidente donde advierte —como señal de aviso— de un punto de peligro del mundo de hoy, especialmente explosivo semántica y políticamente: ese Oriente Próximo, en el que tres escatologías  mesiánicas,  mutuamente  enzarzadas  entre  sí  por competencia,  movilizan —según Derrida— «directa o indirectamente, todas las fuerzas del mundo y todo ‘el orden mundial’ para la guerra sin cuartel que libran» [42].

Sloterdijk parece no estar seguro de poder asumir sin algunos matices esa tesis de una guerra de las escatologías; es que precisamente «el autor cuya reputación va unida al proceder de la “deconstrucción”, al desmontaje cuidadoso de hipérboles metafísicas y unilateralismos fomentadores de violencia» [43], se permite en este excurso una exageración interpretativa, un pensamiento peligroso.

Es evidente que Derrida habla en ese lugar del judaísmo, cristianismo e islam. Ensaya  identificar el grupo de las religiones monoteístas como «partidos en conflicto» histórica y universalmente entrelazados, aunque sin que se pueda decir que pretende confrontar entre sí los tres complejos religiosos en su totalidad dogmática y social. Derrida se refiere especialmente a sus contenidos misioneros, a los que también llama en ocasiones «potenciales universalistas», y con ello a lo que se podría llamar en cada uno de esos entramados su «material radiactivo», su masa maníaco-activista o mesiánico-expansionista. En lo que sigue tendremos que habérnoslas sobre todo con esas peligrosas sustancias [44].

 

 

 


[1] Este artículo es una segunda entrega y profundización del artículo Peter Sloterdijk: Celo de Dios, neo-expresionismo islámico y política exterior norteamericana publicado en EIKASIA, Revista de la Sociedad Asturiana de  Filosofía  SAF,  N.º 53 (2013) – ISSN 1885-5679 – Oviedo, España, pp. 23–40. http://www.revistadefilosofia.com/53-02.pdf, y forma parte de una investigación desarrollada  en diálogo con el Dr. Humberto Maturana en la Escuela Matríztica de Santiago, donde se reflexiona sobre los presupuestos sociopolíticos y psicodinámicos que condicionaron el surgimiento de los tres monoteísmos. Este paper completa una serie de Artículos, investigaciones y Conferencias en torno a la obra reciente de Peter Sloterdijk 2007–2014, que darán forma a mi próximo libro sobre Filosofía contemporánea y Biopolítica.

[2] SLOTERDIJK, Peter, Celo de Dios; Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2007), Editorial Siruela, Madrid, 2011.

[3] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Peter Sloterdijk: Celo de Dios, neo-expresionismo islámico y política exterior norteamericana, EIKASIA, Revista de la Sociedad Asturiana de Filosofía SAF, N.º 53 – diciembre, 2013 – ISSN 1885-5679 – Oviedo, España, pp. 23–40.

[4] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico (2006), Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010.

[5] SLOTERDIJK, Peter, En el mismo barco, (1993), Ediciones Siruela S.A., Madrid, 1994.

[6] SLOTERDIJK, Peter, Celo de Dios; Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2007), Editorial Siruela, Madrid, 2011.

[7] ROJO, José Andrés, El reino de la confusión, en El rincón del distraído (Blog de Cultura de El País, – Madrid),  mayo, 2011.

[8] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Peter Sloterdijk: Celo de Dios, neo-expresionismo islámico y política exterior norteamericana, EIKASIA, Revista de la Sociedad Asturiana de Filosofía SAF, N.º 53 – diciembre, 2013 – ISSN 1885-5679 – Oviedo, España, pp. 23–40 (http://www.revistadefilosofia.com/53-02.pdf).

[9] VARELA, Gustavo, Los peligros de todo dogma, en “Ñ” Revista de Cultura, Ideas – septiembre 2011 – Copyright Clarín.com, Buenos Aires.

[10] Ibíd.

[11] Reseña sobre  Celo de Dios, de Peter Sloterdijk, en La España que hace daño, Barcelona, septiembre de 2013.

[12] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico (2006), Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010.

[13] «Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves —cumplíase la voluntad de Zeus—desde que se separaron disputando el átrida, rey de hombres, y el divino Aquiles».

[14] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico (2006), Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p.12.

[15] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico (2006), Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010.

[16] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p. 32 y 33.

[17] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, Más allá de la erótica, p. 24.

[18] ROJAS, Rafael, Sloterdijk y la ira, Blog Libros del Crepúsculo. net,  junio de 2010. (http://www.librosdelcrepusculo.net/2010/07/sloterdijk-y-la-ira.html)

[19]FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta. Barcelona, 1992.

[20] BOZZETTO, Susanna, Sloterdijk: La ira en los tiempos del capital. O de cómo se detuvo el motor de la historia, En Revista Observaciones Filosóficas – N.º 12,  2011.

[21] Para la apreciación de la auténtica doctrina de la ira de Dios sería necesario dar un sentido literal a dos conceptos cuyo significado en cualquier caso sigue siendo de gran actualidad desde un punto de vista metafórico: Gloria e Infierno. Aún a costa de toda su voluntad, a nuestros contemporáneos les resulta todavía imposible concretar el contenido de estas expresiones que, en otros tiempos, designaron los extremos de las alturas y las profundidades de un mundo marcado por la presencia de Dios.

[22] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p. 256.

[23] Conocidos son los crímenes de la República Popular de China durante el mandato de Mao Tse-Tung (1949-1976). Sin embargo, la violencia de los comunistas chinos comenzó mucho antes de la llegada del maoísmo al poder. Desde el mismo inicio de la Guerra Civil China, pasando por la Guerra Chino-Japonesa y la Segunda Guerra Mundial, el bolchevismo chino cometió todo tipo de actos criminales.

[24] JULIANA, Enric,  Los bancos de la ira, en La Vanguardia, 2 de junio de 2013, Madrid.

[25] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p. 260.

[26] «Ya en 1918, Lenin se había confesado partidario del dogma de que la lucha contra la barbarie no debería retroceder ante métodos bárbaros. Con este giro aceptó la manifestación anárquica del terror en el comunismo. El hombre que en el momento del asalto al poder había escrito «la historia no nos perdonará si ahora no somos capaces de tomar el poder» o «vacilar en este momento sería un auténtico delito», al parecer no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión por más que los rudos medios de conquista y de monopolización del poder estuvieran en decidido contraste con el noble fin de la empresa. Ya entonces se podía entrever que la revolución en realidad se estaba convirtiendo en un continuo golpe de Estado que exigía pretextos cada vez más grotescos para poder simular una fidelidad a su programa. Cuando el leninismo postuló el terror masivo como receta para la formación revolucionaria del Estado, hizo estallar el impulsivo y vitalista cruce de sublevación e idealismo que hasta 1917 había sido el privilegio de la utopía política de la izquierda» (Íbid. nota n.º 25).

[27] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p. 32–33.

[28] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p. 256.

[29] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, p.117.

[30] Mateo 24:36

[31] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo Psicopolítico, Ediciones Siruela S.A., Madrid, 2010, pp.120-122.

[32] SPENGLER, Oswald  Der Untergang des Abendlandes. Umrisse einer Morphologie der Weltgeschichte, Munich 1972, págs. 818-s. Existe edición en castellano: La decadencia de Occidente: Bosquejo de una morfología de la historia universal, Espasa-Calpe, Madrid 1982.

[33] Romanos 9:13–23. BIBLIA, versión Reina-Valera © 1960 – American Bible Society –. Biblia: [antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602).

[34] AGAMBEN, Giorgio, El reino y la Gloria; una genealogía teológica de la economía y del gobierno, Editora A.H. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2008.

[35] SLOTERDIJK, Peter, Ira y Tiempo, Ensayo psicopolítico (2006), Ediciones Siruela, Madrid, 2011.

[36] Es común traducir el término Yihad como ‘guerra santa’, lo que lleva a concebir al musulmán como el enemigo dispuesto a tomar las armas con el fin de imponer su fe por la fuerza. Lo cierto es que el concepto Yihad es mucho más amplio que esto, se refiere a un esfuerzo, no uno cualquiera sino uno por extender la religión. Es un acto de entrega total a Alah, y a su vez el derecho de rechazar cualquier agresión. La guerra es solo uno de sus aspectos y no el más importante. Existen dos tipos de Yihad: gran Yihad que implica la batalla personal y de conciencia llevada a cabo por el musulmán contra el pecado, y una baja Yihad que tiene que ver con la defensa del Islam con las armas y ésta solo se lleva a cabo contra los verdaderos enemigos del Islam.

[37] SLOTERDIJK, Peter, Celo de Dios; Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2007), Editorial Siruela, Madrid, 2011, p. 90.

[38] Historiae Universalis videlicet Europaeae.

[39] Las marcas de lo divino (y su ausencia) en Hölderlin, así como la noción de Heidegger sobre la Kehre y el fin de la filosofía.

[40] DUQUE, Félix, Residuos de lo sagrado. Tiempo y escatología. Heidegger / Levinas – Hölderlin / Celan. En: Abada, 2010, 182 pp.

[41] SLOTERDIJK, Peter, Celo de Dios; Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2007), Editorial Siruela, Madrid, 2011.

[42] DERRIDA, Jacques, Espectros de Marx, Editorial Trotta, Madrid, 2003, p. 86–87.

[43] SLOTERDIJK, Peter, Celo de Dios; Sobre la lucha de los tres monoteísmos (2007), Editorial Siruela, Madrid, 2011, p. 15.

[44] Derrida repite su tesis de la guerra de las religiones monoteístas en el diálogo con Lieven De Cauter, del 19 de febrero del 2004, bajo el título Pour une justice à venir, en él bosqueja los perfiles de un mesianismo formalizado o no religioso.

 

Ilustraciones:

(Inicio) Normas para el Parque Zoológico-Temático Humano (http://www.artelista.com/obra/1655784861809292-normas-para-el-parque-zoologico-tematico-humano.html), Técnica Mixta: Extracto de nogal sobre emulsión fotográfica e intervención digital. Año: 2014 Colección: La Condición Posthumana, en Artelista © | (Cuerpo del artículo) Sloterdijk: Biopolítica de los Bancos de ira, Técnica Mixta: Collage y Net Art, Colección: La Condición Posthumana ©.

 

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Adolfo Vásquez Rocca. Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía PUCV. Profesor adjunto Escuela de Psicología UNAB. –Miembro Titular del Consejo Editorial Internacional de Errancia, Revista de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura –UNAM– Universidad Nacional Autónoma de México–.  Profesor del Magister en Etnopsicología y Diplomado en Psicología Clínica «Psicopatología, subjetividad y cultura». Escuela de Psicología PUCV. Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado UNAB. Investigador Asociado y Profesor adjunto de la Escuela Matríztica de Santiago –dirigida por el Dr. Humberto Maturana. Consultor Experto del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC) Profesor Asociado al Grupo TheoriaProyecto europeo de Investigaciones de Postgrado – UCM. Eastern Mediterranean University – Academia.edu. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Ha publicado entre otros el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, N.º 28, Editorial  de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España,  2008.  Invitado especial a la International Conference de la Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale 2011. Traducido al Francés – Publicado en la sección  Architecture de la Anthologie: Le Néant Dans la Pensée Contemporaine . Publications du Centre Français d’Iconologie Comparée CFIC, Bès Editions, París, ©  2012. Profesor de Postgrado, Magister en Biología-Cultural, Escuela Matríztica de Santiago y Universidad Mayor 2013-2014.


🖥️ Web del Autor:
danoex.net/adolfovasquezrocca.html
@ Email adolfovrocca[at]gmail [dot] com

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