relato por
Adrián

 

M

e encontraba un seis de enero escribiendo en el salón de mi casa como de costumbre, ya que cuando no puedo dormir recurro a ello, cuando de pronto, a las tres de la madrugada, escuché un ruido que procedía de la puerta que daba a la calle. Unos murmullos llegaban a mis oídos, lo cual me extrañó mucho, ya que vivía a las afueras del pueblo y no tenía vecinos. Permanecí inmóvil y los murmullos se intensificaron. De pronto, escuché repiquetear la cerradura y sólo pude interpretar la situación de una manera. Ladrones. «¡Ladrones!», me dije a mí mismo levantándome sobresaltado del escritorio y derramando el café sobre el pantalón del pijama. Deposité las gafas sobre la mesa y con paso ligero me dirigí hacia la cocina. Era consciente de que mi vida podría estar en juego, y mientras buscaba algún objeto contundente, podía oír cómo alguien intentaba forzar la puerta con alguna especie de artilugio metálico. Entré en pánico.

Con el alma sobrecogida, busqué entre la cubertería y encontré un cuchillo lo bastante largo y afilado como para sentirme algo más seguro. Tenía la muerte en mis manos y, a la vez, a punto de entrar por la puerta. Las voces del otro lado ahora también eran más fuertes haciendo que mi corazón latiese a un ritmo cada vez más acelerado.

Tragué saliva intentando prestar atención a lo que esas palabras decían, pero no logré descifrar nada en concreto a causa de los incesantes latidos de mi corazón. «Bum, bum, bum, bum, bum, bum». Como tambores en la oscuridad.

Me limité a esperar en silencio a mi posible verdugo, como un condenado a muerte espera la silla eléctrica en su celda.

Gotas frías de sudor recorrían mi frente mientras sostenía fuertemente el cuchillo con ambas manos. No podía dejar de temblar.

Todavía no alcanzo a entender por qué no llamé a la policía o por qué no intenté disuadirles desde mi lado de la puerta. Tal vez fue el miedo quien obró por anticipado, convirtiéndome en una marioneta que bailaba al son del terror.

Entonces todo quedó en silencio, los ruidos cesaron, las voces callaron, y sólo mi corazón seguía golpeándome el pecho a un ritmo inhumano.

Lentamente, conseguí vislumbrar cómo algo abría la puerta con un «click» instantáneo que me heló la sangre. El terror fue tal que abandoné mi posición de vanguardia para refugiarme en el baño.

Había desconectado los fusibles para contar con el elemento sorpresa, pero mi gallardía se esfumó completamente al oírles entrar.

Escuché cómo avanzaban a tientas, susurrando entre ellos como viles hienas que discutían sobre quién se llevaría el mayor trozo de carroña.

Esos susurros ininteligibles me volvían loco, lo juro por Dios.

Con gran dificultad, pude observar que eran tres y que portaban una especie de sacos consigo. Algo me decía que actuase, un instinto animal que lleva impulsando a los humanos a hacer las cosas más horribles, algo antiguo que ya corría por las venas de mis antepasados prehistóricos, el instinto de supervivencia más cruel de todos.

Dejé mi escondite y me abalancé sobre el primer ente con el cuchillo y le rebané el cuello. Acto seguido, lo clavé en el estómago del segundo individuo, todavía confuso, y lo metí y saqué repetidas veces con una rapidez que me sorprendió a mí más que a mi víctima.

Mientras, el tercer y último intruso, intentaba huir desorientado sin tan siquiera ayudar a sus compañeros que yacían inertes sobre la alfombra del salón. Me abalancé sobre el tercer sujeto sin piedad, poseído por una furia ciega que me había arrebatado mi identidad y la capacidad de raciocinio. Hendí el cuchillo en su espalda tantas veces como mis fuerzas me permitieron.

La sangre goteaba por mis manos y mi rostro formando cálidos ríos de muerte que me tatuaban la piel y, curiosamente, por un momento, fue una sensación tremendamente agradable.

Afortunadamente, como dije antes, no tenía vecinos que pudiesen oír lo ocurrido, lo cual fue un gran alivio al principio.

Encendí las luces y con gran horror, contemplé la dantesca escena con los tres cuerpos esparcidos por el suelo de mi casa. Un salón con las paredes repletas de sangre, que chorreaba aún caliente.

Lo que más atrajo mi atención, fue la vestimenta de los asaltantes; iban disfrazados de reyes magos. Me acerqué a los sacos que habían dejado tras el ataque y pude comprobar con extremado horror que allí dentro efectivamente había regalos.

Me dejé caer en el sofá, limpiándome la sangre de la frente entre todo aquel caos, y me puse a meditar sobre todo lo ocurrido. «¿Había asesinado realmente a los reyes magos?». Era jodidamente ridículo aunque no dejaba de preguntármelo. Comencé a deshacerme de los cuerpos de una manera que no contaré aquí porque no me parece apropiado ni de buen gusto, y limpié la escena del crimen.

Sólo me atreveré a añadir que desde ese día, la noche de reyes, es una horrible fecha que aborrezco con toda mi alma, pues la combinación de ese número y mes me persigue hasta en mis peores pesadillas arrebatándome la razón y torturando mi alma, pues aún oigo aquellos gritos de desesperación aferrándose a una vida que ya había hecho las maletas. Recuerdo el olor a sangre fresca y la adrenalina que sentí, lo recuerdo todo tan claro que tiemblo con tan solo mencionarlo.

Si realmente hice lo que creo que hice, pido disculpas al mundo, a los niños, a todos. Lo siento… lo siento mucho.

—Con sentirlo no es suficiente, señor Malkovich, ha asesinado, pero no a quien usted cree. Aquella noche del seis de enero de hace cinco años, sus padres fueron a verle muy preocupados porque no sabían nada de usted desde hace meses, ni siquiera había acudido a terapia para tratar su esquizofrenia.

—Espere, ¿qué?

—Usted mató a sus padres, señor Malkovich, no eran tres «reyes magos» lo que usted vio, sino a sus padres. Le estamos interrogando por los cuerpos encontrados en su jardín trasero, ¿está usted con nosotros?

—No puede ser… debe de ser una broma… mis padres viven a dos mil kilómetros, debe de tratarse de una equivocación… Yo…

—¿Cuándo descubrió que los reyes magos no existían, señor Malkovich?

—Cuando tenía diez años. Papá y mamá estaban con los trámites del divorcio y me contaron toda la verdad, porque a partir de entonces, iban a ganarse mi cariño a través de una especie de competición materialista, tiene gracia… Yo les quería agente, ¡maldita sea, yo les quería!

—Entiendo. Esposadlo y lleváoslo, tenemos lo necesario.

 

separación Seis de enero

Adrián es un joven autor que proyecta reunir en un libro los relatos que está escribiendo. Desde muy pequeño, su afición es escribir historias…

📩 Contactar con el autor: soul.of.trees [at] hotmail [dot] com

 

 Ilustración relato: Drowning in a matelrialistic world, By Tim Houlihan (Own work)
[CC BY-SA 3.0 or GFDL], via Wikimedia Commons.

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