relato por
Rosa Vía Bazalar

 

¡Toc, toc!… ¡Toc, toc!… ¡Toc, toc, toc!… ¿Qué sucede?, ¿qué suena?, ¿es la puerta?, ¿quién llama a esta hora? Creo que es temprano, no estoy segura, no encuentro el reloj.

La superficie de madera ha decidido acompasar mis pasos, su crujido revela al posible visitante mi abrupto despertar, me voy resignando a medida que vislumbro los tenues rayos de sol colándose entre las ínfimas aberturas de las persianas color mate que elegí hace seis meses, después de un litigio divertido protagonizado junto a Leo, rodeados por la mirada sorprendida de los empleados en la tienda de decoración. Las risas cómplices que nos invadían no podían ser detectadas por los espectadores, ésa era parte seductora del ardid, un juego de emociones disfrazadas, roles que adoptábamos y fogueaban nuestro camino hacía la fama, nos invitaban a salir del establecimiento o controlarnos, gozábamos interpretando diversas personalidades, era una forma de relacionarnos sin compromisos, mofándonos del libre albedrío. Al inicio, reconozco, fue divertido.

El marco inferior del portal no reflejó sombras, mis divagaciones diurnas excedieron la insistencia del desconocido que se atrevía a despabilarme. El silencio imperante en la estancia fue irrumpido con ecos acarreados por el viento, mi veterana vecina daba referencias acerca de la venta de un inmueble cerca del área; obvié el parloteo, me dominaba el olor a café recién pasado, aquel impregnado en todos los muebles, mezclado al vaho del cigarrillo que acompañaba su presencia, sensación reconfortante. Me hundía en el apasionado recuerdo que despertaba en mi piel, el tatuaje de las fogosas madrugadas penetrada en mi alma, sin ser consciente de las huellas reveladas a la luz del día. La satisfacción verdadera fue palpable ante la coincidencia de nuestras miradas, embriagados nos reconocíamos y tal era el poder de la atracción que podíamos consumirnos sin importar lugar u horario. Rozo cada espacio de esta casa, donde nos hemos amado, tratando de capturar entre mi índice y anular derecho el calor abrigador, cariñoso, abrazador de su torso; no deseo abandonar este ritual, me mantiene erizada, atenta a la explosión de sensaciones que él me transfería, me distrae una marca amoratada en mi antebrazo, soy descuidada. Despertar sola me trastorna, prefiero creer sigue cerca de mí o tal vez, tan desbordante es mi obsesión que él, transfigurado, obligado o por voluntad propia, está dentro de mí, convirtiendo en realidad uno de nuestros más preciados sueños ser uno, indivisible y homogéneo… ¿Tan férreo puede ser el deseo?

¡Toc, toc!… ¡Toc, toc!… ¡Toc, toc, toc!… «¡Ya voy!»… Otra vez el cuchicheo filtrándose por la ventana, nuevamente la vecina otorgando reseñas y contactos… ¿Qué pasó con mi alfombra, la de figuras geométricas y bordes rojos que Leo despreciaba?, ¿la habrá desechado?, debo hallarla, me recuerda el altercado en la entrada del banco, sobre un tapiz similar se exasperó cuando nos rechazaron el préstamo para comprar un carro, yo agradecía en silencio, otra deuda sería desbordante, mis gastos acrecentados durante la convivencia y su desilusión día a día por no encontrar un oficio remunerado, atribulaba el sentido jocoso de la vida que al inicio nos embargaba.

El cuarto de depósito está repleto, sábanas y manteles arrinconados, los cojines heredados de la abuela que armonizan con el sofá color marrón, ¿por qué lo habrá guardado?, me duele la cabeza, presiento un sigiloso desfase nublando mis recuerdos, ¿qué es esto?, ¿una mancha?, palpo con cuidado, casi con miedo, el telar opacado por un tinte granate, reseco por el tiempo se desprenden en minúsculos polvillos mientras intento refregarlos. Un dolor calienta mi mejilla, se inflama, producto de un impacto sin duda, mis terminaciones nerviosas rápidamente energizan mi capacidad evocativa, Leo con una mirada perdida y encolerizada ha posado sobre mi rostro uno de sus puños, aquellos que una noche antes yo llené de besos, sus gritos me alertan, volteo y me encuentro con una de sus rodillas aterrizando sobre mis senos, aquellos que fueron estrujados con desenfreno, me quedo sin aire, mareada, sin poder entender su enfado; mis brazos son jaloneados con engorro, arrastrada por los cabellos impacto contra el suelo, me recupero y señales de sangre viva salpican el abrillantado parquet del cual alardeo. Pierdo la conciencia, me refugio en la visión de mi madre tomando mis manos, yo con los ojos cerrados espero ansiosa llene mis palmas con begonias, mientras el canturreo inalterable de cuculíes y jilgueros completan esta alucinación. Una tensa punzada a la altura del vientre me despierta, percibo humedad, mis manos me aprietan, contienen el fluir incontenible de mi ser, una voz suave me estimula, soy capaz de abrir los ojos, estoy frente a un desconocido vestido de blanco solicitando me quede quieta y en silencio, más allá el desorden de la habitación y pedazos de vidrios revelan forcejeo, el barniz del piso conquistado por la desastrosa violencia me samaquean, una vida donde las discusiones y el sexo se convirtieron en sinónimo… «¡Se está desangrando!», «¡No tenemos tiempo!»… Respiro con dificultad, no puedo rememorar el instante que gritos y empujones saltaron la barra de los placenteros roces, la ansiedad por permanecer a su lado me atolondraron, el espectáculo babilónico era observado por curiosos en uniforme que pese a mi estado insistían confirmase la identidad de mi atacante. ¿Cómo podría acusarlo?, mi único foco de interés era Leo, aún con su bipolaridad, receloso de mis contactos externos construimos juntos, ahí dentro, un mundo fiable, resguardado por sus dictámenes, consentido por mi recato. Pese a ello, la burda fricción me hartó, le pedí, le rogué que se mudara, él no lo aceptaba. Mis heridas se multiplicaron cada alba, las lágrimas ahogaron mi valentía, me siento exhausta, adormecida por la desilusión, consumida por la coacción. El último de mis recuerdos lo enmarca macabro, manoseando un lustroso revólver al que le dedicaba intoxicados balbuceos, vitoreando a la muerte como única guarida, donde sus fantasmales paranoias cesen y nuestro acto final sea consumado.

¡Toc, toc!… ¡Toc, toc!… ¡Toc, toc!…

—¿Diga? —verbalizaba una robusta señora.

—Quisiera informes sobre la venta de la casa —anticipaba una pareja, alejándose de la entrada y girando hacía la cerca que delimitaba la propiedad contigua.

—Deben llamar a la agencia, en el cartel están los datos.

—Gracias. ¿Sabe si ya está lista para habitar?

—Sí, los antiguos inquilinos nunca regresarán.

Separador relato Alter ego

Rosa Johana Vía Bazalar (agosto 1980, Lima, Perú). Psicóloga clínica, experiencia en rehabilitación infantojuvenil. Sigue cursos de narrativa en el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar. Formó parte del grupo de autoras del libro Basta: 100 mujeres contra la violencia de género (Proyecto Perú, 2012). Distinción por Sociedad de Poetas y Narradores de Lima Provincias al cuento Sombras y Huellas (2015, http://sociedad-depoetas.blogspot.pe/).

Contactar con la autora: rosaviaba[at]gmail [dot] com | @rosaviab

👁 Lee otro relato de esta autora: ¿Verdad o reto?

🖼️ Ilustración relato: Fotografía por AuraImbarus / Pixabay [CCO dominio público]

 

Biblioteca Relato Rosa Johana Vía Bazalar

Más relatos en Margen Cero

Revista Almiarn.º 89 / noviembre-diciembre de 2016MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
Creció y fue una mujer independiente que revivía bebés aspirados…