relato por
Katherine Medina Rondón
Y
o era feliz. La primera vez que la vi, supe que a partir de ese segundo no podría vivir más sin ella. Llamar su atención fue muy difícil, tuve que seguirla varias cuadras para que se fijara en mí. Cuando al fin lo hizo, quedé inmóvil y sonrió. ¿Estás perdido? —me dijo. Oh, mi dulce Gabriela, qué hermosa voz, qué bella sonrisa, mi dulce Gabriela, mi pequeña Gabriela, cabellitos de oro, ojitos de miel, mi dulce —dulcísima— Gabriela. Quise decirle que sí; sí Gabriela, estuve perdido en este mundo y tú me has encontrado; pero sabía que no me entendería. Gracias a Dios no tuve que decir nada, ella me llevó a su casa sin hacerse las preguntas comunes como: ¿Cuál es su nombre? ¿De dónde es? A ella no le importaba nada de eso y mucho menos a mí. Yo aceptaría el nombre que me pusiera, la procedencia que quisiera, dormiría en su puerta o saltaría desde su balconcito si me lo pidiera. Ella me alimentó y me dio el amor que necesitaba. No había nada más hermoso en la tierra que despertar al lado suyo, así pasaron los días, los meses, los años. Yo era feliz.
Un día Gabriela no fue a dormir a casa. Yo estuve en guardia toda la noche, esperando que llegara, que me dijera: Perdóname, estuve en la casa de Camucha, de Cecilia, de Paola; y así, esperando y pensando, me quedé dormido en el sillón que está al lado de la puerta. Cuando desperté supe que algo malo estaba pasando, fui corriendo a la sala para ver si Gabriela se encontraba allí; pero no, no estaba, corrí al cuarto de visitas, subí las escaleras, hasta que por fin, voilà! Gabriela estaba en el balconcito, fumando. Lloré y lloré como un recién nacido, pero Gabriela me ignoró, entonces me sentí estúpido y desamparado. Desde aquella noche todo cambió, ya no venía a dormir a casa y me dejaba la comida fría. Hasta que una tarde, sin avisarme, trajo a un chico alto de ojos azules y nariz respingada, un modelito sacado de esas revistas que leía en secreto. Yo los husmeaba desde el balconcito, él le decía cosas al oído y la tomaba de la mano; pero eso no fue lo peor, lo que destrozó mi corazón fue el beso, el beso en la puerta antes de irse, maldito modelito hijo de puta, nadie toca a mi Gabrielita, ¡nadie!, pero yo no podía reclamarle, no podía decirle nada, ella no entendería.
Al día siguiente, Gabriela me llevó a la calle donde nos habíamos conocido. Me acarició y me dejó ahí sin decir nada, entonces yo miré mis patas y agaché la cabeza, y realmente me sentí como un perro abandonado. Yo era feliz.
Katherine Geraldine Medina Rondón (Arequipa, 1994). Estudió artes plásticas en la Escuela Superior Carlos Baca Flor sin continuarlos por legítimas negativas. Actualmente estudia Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín donde vive día a día un intenso y tortuoso romance con la palabra. Ha publicado: Murmullos y volantes (2012). Obtuvo el tercer puesto en el género poesía en el concurso «Jorge Eduardo Eielson» (2012) y colaborado en diversas revistas tales como: Pléyade, Castillos en aire, Apostasía y Destiempos modernos.
Contactar con la autora: peperina1762 (at) gmail [dot] com
Ilustración relato: Abstract blue horizontal, sylvar from Monroe, LA, United States, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons
Revista Almiar – n.º 70 ▫ septiembre-octubre de 2013 ▫ MARGEN CERO™
Comentarios recientes