Selección de poemas
José María Garrido

 

Si aquella mañana no hubiésemos

coincidido, si tu cintura no me hubiese

domado con su golpe certero

y mi ansia predecible,

un momento de debilidad humana,

no te hubiese obedecido,

tal vez ahora,

que quiero ser feliz en la habitación

de siempre, en ti encontrase

miradas de otro tipo,

como las que se dan a un desconocido

mientras pasa.

Pero la química hace su trabajo,

y no lo sé, funciona igual para todos,

buscando la caricia que nos guía

cuando el deseo va más rápido que las manos

y el beso sale disparado por los ojos.

Seguramente,

eso que llaman amor para toda la vida,

la excusa que sirve al pero,

el no exhibiendo poder,

entrados ya en su reino de mentiras,

al final,

tú sabes tanto como yo

que hubiera dejado en la puerta mi maleta

repleta de renuncias elegidas.

Me he dado cuenta ahora,

quizás porque no te encuentro,

quizás porque te perdí,

que si al verte en la calle un día

me hago el despistado,

es porque debiera ser yo ese

y no el otro con quien caminas.

Recordando tu sombra poblada y desnuda,

demasiado tarde me piden las arrugas

haberte dado

un poco más de amor que de química.

Si aquella mañana no hubiésemos

coincidido, si hubiese sabido ignorarte

en la escalera, aquel primer encuentro

hubiera sido una leve brisa que rozó

nuestros hombros sin notarlo.

 

El juego de las mareas

El juego de las mareas

 

Un vaso

que contiene agua de mar

lleva el mar dentro.

Es el mar

pero a la vez

no lo es.

Pensando en nosotros,

tú eres vaso

y yo

soy mar.

Admítelo,

a ti

te gusta jugar

a las mareas,

llevarme dentro

y a la vez

no llevarme.

 

Al sur del dormitorio

 

Al sur del dormitorio

 

Es increíblemente dulce todavía

la firma de tus dedos sobre mi piel,

cuando en esa hora o en ese abrazo

dejamos de ser compañeros de piso,

conocidos cercanos que navegan

un mismo mar de días distintos.

Pero es bonito

compartir contigo el paraíso,

llegar a una playa desierta

de sábanas blancas y pezones

turquesa, encontrarnos tendidos

al sur del dormitorio,

una tarde cualquiera,

y dejar que el amor nos sorprenda

como un pariente lejano

que llega de improviso.

Reconozco

la brusquedad que tienen

mis regresos, porque me hace

sentir más salvaje el transcurso

del tiempo que fui a la deriva,

perdido en tempestades,

surcando el silencio.

que no tendrás en cuenta

la torpeza de mis manos de náufrago,

mi sed de venganza, la ansiedad

de tierra firme que tiene mi espalda.

Que perdonarás la culpa, el vicio,

el crimen, el sudor deseado,

el placer inmediato comenzado en los ojos

mucho antes de tocarte,

todo lo que devuelve mi cuerpo a tu cuerpo

sin pedirte permiso.

Bajo la luz azul de esta noche tropical

la piel recién caliente parpadea,

encuentra la manera perfecta de desesperarnos,

tú en mí,

yo en ti.

Y acabas

como siempre posando tu vida

en el hueco que ofrece mi axila,

el lugar donde reponerte,

donde hablar sin palabras,

donde decírmelo todo

en ese idioma de respiración

—que es el nuestro—

que solo entienden el paso de los años

y el verdadero amor.

 

Cicatrices anónimas

Cicatrices anónimas

No dormir por ahora,

disfrutar de este insomnio venidero

invadido de silencios lentos

que se caen por los tejados,

de la última luz de la noche

que protege la calle todavía

de almas desiertas,

de cicatrices anónimas,

de mentiras navegables,

de deseos al azar.

Me cuesta entender

la urgencia que tiene esta ciudad

por destapar sus miserias de las sábanas,

por ventilar sus secretos, por celebrar

con el agua de las fuentes sus derrotas.

Pero amanece igualmente,

más allá de los sótanos tranquilos,

sobre los taxis que regresan,

entre las horas más bellas

que guardan las aceras.

Y siento

esa tranquilidad apacible que abandona

la noche encima de nosotros,

el lujoso privilegio de mirarte

hasta que despiertas, desmayada

en el jardín silvestre de tu pelo,

atrapada en la necesidad obsesiva

de encontrarme al otro lado de la cama.

A la hora exacta en que se apagan

las farolas, tu mano fugitiva recorre

los caminos de mi cuerpo, cumple

la crucial misión de comprobar que estoy,

y, así, en tu vida, comienza

un nuevo día que para mí termina.

 

 

La tiranía de la distancia

La tiranía de la distancia

 

 

Como el día que siempre espero,

que no llega a mi vida pero vuelve,

he pasado inédito,

sin prisa,

por esa forma de amar tan tuya

que sigue la senda de mi olor hasta la cama.

De nada sirve que me dejes,

si al decirme adiós

reapareces con tu gesto de nube pasajera,

ese truco que te gusta hacer,

que conoces y utilizas a menudo,

una palabra precisa, dicha a medias,

en las dudas,

cuando estoy a punto de olvidarte.

Aun sabiendo que la distancia

será la tiranía más cruel,

que volver a ti será

una constante despedida,

ahora,

cada noche sin pensarlo,

te acogería entre mis brazos

con el adolescente afán

de hacer eterno uno de tus besos.

Mientras entras y sales de mi vida,

las horas que no pasamos

envejecen con el whisky de los bares,

y en la distancia,

tu capacidad desmedida

inventa planes, elige y decora la casa,

e imagina islas donde amarnos

cuando vuelvas a mi lado.

 

                     El lenguaje de los remos   Lenguaje de los remos

 

Tus manos

no saben de ideología,

no conocen la política,

hablan el lenguaje de los remos,

de las gaviotas en los puertos,

todo aquello que tocan

queda anclado,

sin horario,

detenido entre paréntesis.

Pero esta noche tus manos

no han venido a este remoto

rincón de mi cuerpo a charlar,

han venido

a confirmar que lo saben,

que conocen mis derrotas,

que las comprenden,

a borrar mis dudas,

los presagios extraños.

 

Los años perdidos

En una calle cualquiera de Madrid,

cuando el cielo negro

sabe amontonarse en el asfalto

y las luces traseras de los coches

parpadean como brasas encendidas,

una mujer cruza a mi lado.

Se le llenan de nubes las aceras,

se le cae la lluvia del vestido,

camina

desmintiendo a los pies que la delatan,

servidumbre o sueños rotos,

al caminar con sus huellas de la mano.

En el bolso lleva

un inventario de soledades,

se ha maquillado los fantasmas,

las interrogaciones de la cara,

y los latidos le huyen del abrigo

que acaba de comprar en las rebajas.

La veo

detenerse en lo que avanza,

surgir en lo que calla,

preguntarle a la vida

qué hará con tantos años perdidos,

y después de preguntar, el silencio,

y después del silencio, la noche

queda estrecha de ventanas a su paso,

sombras que se rinden frente a ella

en el hábito duro y preciso de la oscuridad,

y pienso

que me parece injusto verla pasar

con tanto amor todavía en su mirada.

 

Las pisadas

Después de las pisadas

 

Se nos acaba la noche,

nos margina la luz y su intención,

bajo esta asamblea de sombras llegando,

fundiéndose a los límites del silencio,

tu cuerpo parece distinto, más lejano,

quieto en un azar solo tuyo.

Sobre el mismo temor de un sueño,

al filo de lo que entonces también sentimos,

la despedida parece hoy

una opción demasiado viva. O quizá

se mantenga atada a nuestros labios todavía,

porque pagamos el precio de antemano

de lo que no quisimos saber o no supimos ver.

Decir adiós no es mi fuerte,

me enseñaste a volver justo en ese instante

en que el deseo escoge el calor de un cuerpo

por miedo a dormir solo.

Pero se nos agota la noche, amor,

nos tantea,

viene en dirección contraria a la cama fría,

al humo turbio de la luna que vigila

pidiendo tiempo muerto a la razón,

a la distancia escrita en un amanecer

en el que acabamos de dejarnos.

Nada indica que mañana la vida tenga

ganas de cambiar las cosas,

comprender,

justificar los sentimientos,

echarnos una mano al otro lado de los años,

cuando se van perdiendo nuestras

huellas por los túneles de marzo,

y los pasos imprecisos y las pausas extrañas.

A nuestro alrededor

restos de bocas juntas

lamen los perros en la madrugada,

momentos de labio quemados por la luz

desnudan al diente por los besos.

Hoy sabemos que pronto,

cada paso que dimos en la noche,

morirá en las aceras

después de las pisadas.

 

linea recta La química o el amor

José María Garrido

José M.ª Garrido nació en Madrid, el 27 de mayo de 1975. Es licenciado en Derecho por la Universidad San Pablo CEU, Master en Derecho Privado y Excecutive MBA por el Instituto de Empresa de Madrid. En la actualidad, trabaja como directivo para una compañía internacional del sector de la salud con la que compagina su actividad literaria. En noviembre de 2013 publica su primer poemario La Química o el Amor (Chiado Editorial) vendiendo la primera edición en las primeras semanas. El éxito de la obra ha llamado la atención a múltiples medios de comunicación. Por ejemplo, el Cultural del Diario ABC ha calificado a Garrido como una de las grandes promesas de la poesía española.

Sinopsis del poemario:

La Química o el Amor es una obra que habla fundamentalmente de amor, pero no de un amor cualquiera sino de de un amor tan intenso que el resto del mundo se desvanece en la insignificancia, habla del deseo voraz, de la pasión sin límites, de la parte más adictiva del amor. Pero también habla de su contrario, de la ruptura, de soledad, de cómo en un instante puede surgir la más intensa tristeza y la desesperación más profundas, de la tiranía de la distancia, de la rutina, del paso del tiempo. Por ello, una parte de la crítica, ha señalado que La Química o el Amor es la poesía del «adiós», de la «despedida», escrita por un poeta que conoce el lenguaje y domina la técnica. La química o el amor, escrita en un tono coloquial y directo, conserva los barnices más clásicos de las generaciones del 98, del 27 y, especialmente, del 50 y de otras generaciones más modernas como la del 80.

🖥️ Enlaces del autor:
facebook.com/laquimicaoelamor
@jmgarridolopez
laquimicaoelamor.blogspot.com.es

 

Ilustración poemas: Fotografías por Pedro M. Martínez ©
Mar de poesías José María Garrido

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