poemas y artículo por
Salomé Guadalupe Ingelmo
La poesía es una necesidad imperiosa, pero también se convierte en un adiestramiento que acaba dotando de oficio al escritor, muy especialmente al prosista. La poesía clarifica prioridades; enseña a discernir lo realmente esencial de lo superfluo. La poesía enseña a despojarse. Tanto porque obliga a desnudarse como porque nos hace descubrir el núcleo de las cosas. Atiende a las esencias. «La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos», aseguraba Rabindranath Tagore. El poeta comienza a ver el mundo con otros ojos, y bajo ese otro prisma no compartido por el común de los mortales lo revela a sus semejantes. El poeta se convierte en una suerte de traductor o guía. «Pero a nosotros corresponde, ¡oh poetas!, resistir,/ la cabeza desnuda, las tormentas del dios/ y agarrar con las manos ese rayo del Padre,/ para ofrecerle al pueblo el don divino/ envuelto en nuestros cantos», exhortaba Hölderlin en Como en día de fiesta. Él se preocupa de poner en palabras, el más perfecto y complejo sistema de comunicación humano —regido por una estricta codificación», su mundo, llamándolo de alguna forma a la vida: «lo permanente lo instauran los poetas», afirma Hölderlin en el último verso de su poema Recuerdo. Luego, como concluye Heidegger, la poesía es la instauración del ser mediante la palabra [1]. Por otro lado la poesía nos pone en contacto con nuestro yo más íntimo. En este sentido los poemas no sólo revelan mucho sobre nuestra persona al lector, sino que también nos permiten comprendernos mejor a nosotros mismos. En ellos, por ejemplo, se manifiestan, no siempre conscientemente, aspectos de nuestra personalidad con los que nos cuesta convivir o que somos reacios a reconocer de forma voluntaria. Yo comencé a escribir poesía en italiano. Para mí todo lo afectivo estaba tan ligado al italiano, que durante muchos años no pude hacerlo en mi lengua materna. Sin embargo, mientras tanto, mi prosa se desarrollaba siempre en español. Un mecanismo automático se ponía en marcha en mi interior a la hora de escribir: si necesitaba escribir poesía, instintivamente se activaba el italiano y se bloqueaba el español; y viceversa cuando necesitaba escribir prosa. A todas luces la circunstancia revela mucho sobre mí y también, en general, sobre la dimensión afectiva del uso de las lenguas. Aunque fuese sólo por eso, uno nunca podría considerarse plenamente bilingüe: el acercamiento emocional a cada lengua dominada, incluso si la competencia lingüística se demostrase en efecto totalmente equiparable, no podría ser idéntico.
[1] En Hölderlin y la esencia de la poesía, 4. Traducción de Samuel Ramos en M. Heidegger, Arte y Poesía, F. C. E., Buenos Aires, 1958, p. 107.
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Revista Almiar – n.º 79 | marzo-abril de 2015 – MARGEN CERO™ – Aviso legal
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