poemas por
Felipe Serra Almonacid
UN OCASO TEMPRANO
¿Por qué el hombre se desborda en su seno
si de un dios posee gran pretensión?
Un dios no entiende de esta fruición,
ya que a toda vanidad es ajeno.
Porque surge a la altitud de lo pleno,
y obra siempre recto y sin emoción,
dirigiendo al mundo entero su don,
mas de soberbia nunca hallase lleno.
¿Y aún de dios jactas, mísero humano?
Si apenas estás entrado en la edad.
Ni con cuanto conquistara tu mano
harás omisión de la voluntad
que te salve de un ocaso temprano.
Sea esta tu lección de humildad.
CUANDO LA MUERTE YA NO NOS ACECHA
Cuando la muerte ya no nos acecha
en los rincones, de menos la echamos.
Cuando el dolor no nos duele ya tanto,
sufrir nos sumerge en cierta nostalgia.
Y muertos estamos, pero soñamos
los días de nuestro oscuro pasado,
en que todo era feliz, pero incierto.
Haber perdido creemos, de fe,
una porción esencial del espíritu.
¡Sí, una parte perdí de mi ser!
El día nos trae siempre recuerdos
de aún mejores momentos, mezclando
lo bueno y malo, diciendo que es óptimo.
Nos engañamos queriendo decir
que los contentos más vívidos sean
esos recuadros de nuestra memoria
que malea la consciencia a su antojo.
Y allí creemos solaz poseer…
O si no, en el futuro falaz.
Mas el futuro, ¿qué es sino quimera,
esa ilusión, el capricho que Circe
nunca podría a su propio albedrío,
en tan variado sin fin trastocar?
¡Buscas andanzas y éxtasis, hombre,
y recalar en estrellas insomnes!
Siempre creyendo que el mundo tu nombre
abandonando, amigos no faltan
en las esferas, en los epiciclos.
¡Mas quién sabe si hallarás lo que buscas!
ÁRBOL Y HOMBRE
Las hojas de un árbol se mecen.
En dulce soplido, se cobijan.
Querer se dejan, se regocijan,
mayores hechos no las remecen.
¿Pero qué de las humanas vidas?
Penosas criaturas somos, que
tras las más intensas sacudidas
solaz aguardamos con toda fe.
Tal aéreo, airoso celo
remoza su aspecto, lo mejora,
dejando sucumbir las que ahora
son hojas secándose en el suelo.
¿Pero qué del animal humano?
El correr de angustias y de horas,
con cruel e inexorable mano,
lo marchita, seca y aminora.
Y, como jugando, un aliento
leve hace vibrar el follaje,
qué musical a los ojos se hace,
sinfonía de luces al viento.
¿Pero qué es de mí? ¿Y qué de ti?
¡Juegan con nos en conspiración,
anhelos y destino sin fin,
y es triste, dolorosa canción!
LECCIÓN DE VIDA
Tú mismo sé,
oye la voz
del interior
para saber
cómo el numen
te conformó.
Mantente lejos
de ignorantes
que, en sofocante
noche, están ciegos,
en la ilusión
de la noche acre.
El árbol, solo,
echa raíces
y así recibe
del mundo todo
lo requerido
que nunca es poco.
Próspera o mísera,
en toda etapa,
unida o rala,
la natura íntegra
perenne vive en
latentes capas.
Para saber
de tu misión
calla tu voz
calla tu ser
tu oído aguza y
pon atención.
Escucha llamar
a la hermosa alma,
la tierra amada,
óyela hablar:
Naturaleza,
la perpetua ama.
SONETO
Los hombres que, con tan dorada boca,
declaran la Verdad con distinción,
de tan curiosa hechura mortal son,
tan peculiar el hado que les toca,
que podríamos de oro levantarles
las más bellas estatuas refulgentes,
en aquel sitio en donde vivan gentes
que dispuestas estén a un hogar darles.
Y nadie, aseguro, llegaría
queriendo hacer a sus formas ultraje,
despojando a cualquier fisonomía
del tentador y espléndido ropaje;
porque sólo un país ampararía
tales, y el más remoto este sería.
ATARDECER
Me parece que el buen astro anuncia
su retiro del diario escenario,
de las pétreas cúspides altas,
pastizales, arroyos y lagos.
Y mi rostro olvidado de mí
por los vientos se deja querer,
mientras miro la sierra inmensa,
con mil árboles a ella asidos,
y sus cumbres de blanco alfombrado
recubiertas por nube inconstante.
Debo entonces también retirarme,
y dejar atrás todas mis cargas.
Volar lejos de mí, si pudiese,
y despierto soñar en sopor.
Bajo árboles merodeando
me encamino al tibio refugio,
por el parque a mi familiar
a través de mojados arbustos,
yerba verde y mustio empedrado,
que de liquen y musgo es vestido.
Bajo tilos y pinos frondosos,
bajo copas y troncos antiguos,
bajo el húmedo soplo del viento,
que gentil al follaje remece,
¡ya dormíos, inquieta alma mía!
Más allá, tras el viejo gran pino,
la cordial chimenea te aguarda,
cuya llama el frío apacigua
y el ardor en mi pecho también,
el que una aisenina me enciende.
MONTAÑAS
Las pétreas cúspides elevadas
reciben con estoica templanza
las caricias holgadas de la brisa,
que ni los pastizales, ni las hojas
pueden dejar de gozar.
Mas aquellas montañas no se inmutan
al roce de las ninfas aéreas:
Imagen exacta del carácter,
que en las caídas de la juventud
se yergue imperturbable.
Felipe Serra Almonacid. Poeta chileno nacido en 1983. Autor de Noche sobre Arcadia y Otros Poemas, editado el 2012, y gestor de Decrepitud e Inmortalidad, próximo trabajo que saldrá el 2013. La obra de Serra se inspira en la poesía inglesa de Byron y de Shakespeare, la alemana de Goethe y la latina de Horacio, Ovidio y Lucrecio; pretende restituir la poesía como forma de arte que sume el sentido de la idea con la máxima belleza estética. Junto a su trabajo escrito ha recitado el mismo en diversos bares en Santiago de Chile.
Contactar con el autor: felipeserra83 [at] gmail [dot] com
Ilustración poemas: Fotografía por Hans (en Pixabay)
Revista Almiar – n.º 71 / noviembre-diciembre de 2013 – 👨💻 Pmmc · MARGEN CERO™
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