relato por
Pedro Pujante Hernández
E
l barrio Neón es el más sucio de los barrios. La inmundicia está por todas partes: en los contenedores, en las almas y en los atardeceres. Todo es sucio y decrépito. La gente honrada no entra en Neón. No por miedo. Sino por asco. Así de inmundo es este entramado de calles que recorre el vecindario como un virus de asfalto y vómitos.
En la radio de mi automóvil suena una vieja canción de algún grupo cuyo nombre ya olvidé hace tiempo. Mi memoria es perfecta, pero sólo cuando quiero. A eso llaman memoria selectiva y es realmente útil. No olvido, por ejemplo, la última vez que paseé por estas calles nocturnas. Cada dos días me dejo caer por aquí. Conduzco despacio observando los letreros brillantes de neón azul. Ciegan la vista y son bellos y tristes. Semejan constelaciones inventadas donde los sueños son de carne y precariedad. Urgencia y necesidad humanas. Sexo a cambio de un poco de dinero. Las niñas están en los callejones subterráneos. Son repugnantes y nunca suelo bajar. En la zona exterior trabajan las humanas. Las llamamos «carne». En el mismo centro están las zorras androides. Es la zona llamada Agujero Negro, porque los neones casi no brillan. Y todo se pierde como en un agujero negro. O como absorbido por un retrete. Las mismas putas mecánicas se encargan de romper los letreros fluorescentes para que así sus cuerpos metálicos resplandezcan mejor en la oscuridad. Son más sucias y más hermosas que cualquier humana. Se dice que, incluso, contagian más enfermedades y virus que las prostitutas humanas. Las llaman zorras de plástico. O putas a secas. Todos sabemos que son mucho más mujeres que las de carne y hueso. Además, son más baratas y trabajan más rápido. Pero si no te acostumbras tienes la sensación de estar follando con una lavadora que centrifugase. Y cuando miras a sus ojos verde eléctrico sientes que el universo y toda la mierda del mundo se está colando en tu alma. Su respiración es agitada, casi humana y su voz sensual y perfecta. Demasiado perfecta para ser real. En este mundo ya nada tiene el aroma de la modernidad que nos prometieron. Y todos respiramos el rancio humo de la mediocridad. Y nada es perfecto. Ya se sabe que hasta Dios nos abandonó.
Los que venimos a Neón es porque estamos solos. No es difícil sentirse solo en una ciudad de 18 millones de habitantes. Puede que todos estemos solos y que sólo compartamos nuestro desaliento en este mundo sin futuro. Y sin pasado. Y con un presente huidizo que se nos escapa de las manos como quien pretende atrapar un suspiro. Y Neón nos ofrece un poco de compañía plastificada y envuelta en la promesa inmediata de la felicidad eterna. Porque la felicidad eterna, ya se sabe, sólo dura un instante. Como un orgasmo, como el acto privado de morirse.
Y las putas lo saben muy bien. Son, posiblemente, las salvadoras de nuestra raza, y por eso, este barrio es el Paraíso, la Arcadia. Y nadie tiene la sensación de llegar por primera vez. Y nadie alberga la sospecha de que será la última vez.
Mi coche se desliza por entre la neblina azulada de la noche. Junto a unos contenedores veo a dos hermosas mujeres y a un travestí. Visten con ropa interior a pesar del frío. Sus cuerpos parecen hechos a la medida del pecado. Si sigo por la avenida llegaré al barrio del centro, al de las putas de hojalata. Pero esta noche tengo dinero en el bolsillo. El suficiente para comprar la parte de redención y carne diaria que mi cuerpo necesita para salvar mi sucia alma. Es triste admitirlo, pero es real al fin y al cabo. Y por eso hoy toca carne y lengua y humedad con hedor real en vez de silicona viscosa, hierros disimulados y aliento de máquina de refrescos. Sí, eso es a lo que huele el aliento de las putas metálicas: a hierro caliente, a interior hueco de máquina de Coca-Cola. Son mujeres vacías pero pesan más que las humanas. No dan problemas y te provocan más orgasmos por hora que cualquier ramera con ombligo. Pero todo es tremendamente sucio e irreal. Y después de acostarte con ellas sientes que has traicionado a alguien. A ti mismo. No tiene explicación, lo sé, pero así es. El sexo parece lo que es: sexo. Y nadie quiere una verdad tan abrumadora. Y por eso venimos a Neón, ciudad de la ilusión.
Mi coche se detiene. En la esquina hay una chica sola. Me gusta. Parece nueva y casi puedo oler su sexo humano y su desesperación. Le hago una señal y se acerca a mi coche. Un traje de plástico rojo ciñe su silueta, y elevadas agujas se clavan en el suelo al caminar. Su cuerpo es casi perfecto. Su piel tiene imperfecciones y no es tan guapa. Lleva el pelo teñido de rubio. Sí, es mi chica para esta noche. Esboza una hermosa y comercial sonrisa de puta buena. Sube tras negociar el precio. Siempre pago un poco más. Sé que odian follar con androides.
Pedro Pujante Hernández. Es profesor de inglés. Actualmente compagina la docencia y los estudios de Filología Inglesa con la escritura. Ha publicado cuentos y poemas en las Revistas Ágora; Cinosargo y La rosa profunda así como en los blogs Insólitos y Letras y otras orillas.
También ha participado en la antología Cuentos para sonreír (Editorial Hipálage, 2009).
Es colaborador habitual en la sección Literatura en la revista cultural Vulture.
Actualmente ultima la inminente publicación de un libro de relatos cortos titulado Espejos y otras orillas (Chiado, 2011).
Ha recibido algunos premios como el Accésit XII Certamen literario de narrativa corta de la Asociación Consumo La Alberca (2007); Finalista I Premio Algazara de Microrrelato (2009) y fue Seleccionado en el II Certamen Relatos de Cine Arvikis-Dragonfly 2011.
@ Contactar con el autor: pujante1000 [at] hotmail.com
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 60 / septiembre-octubre de 2011 – MARGEN CERO™
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