artículo por
Mario Rodríguez Guerras
1.- La concepción
El mundo occidental desea manifestar una nueva forma de cultura, desea dar a luz a su criatura. Pero precisa ser fecundada. Como sabemos, hay dos tipos de naciones, las masculinas que fecundan y las femeninas que engendran. En el antiguo mundo cultural, según está admitido, Francia y Grecia eran sociedades femeninas y Alemania y los judíos, masculinas. La unidad occidental ha borrado estas antiguas cualidades y el elemento fecundador debe ser importado de fuera de occidente. Este mundo, deseoso de parir, busca todo tipo de compañeros, sin distinción ni exigencia. Estamos ante una libidinosa Livia, que recibe a todo extraño no solo con los brazos abiertos, también… con el corazón. Aquí no encontraremos las delicadas festividades áticas en honor a la naturaleza sino las bacanales romanas y los saces babilónicos que se expresan, socialmente, como compasión hacia los que sufren. Llamemos a cada cosa por su nombre: lo que el mundo occidental sufre es la excitación que la primavera provoca en un cuerpo juvenil y la naturaleza exige que ese cuerpo cumpla su función. Toda hembra desea ser madre y esta lleva tiempo esperando serlo; lleva demasiado tiempo deleitándose con la idea y desesperadamente ansía su cumplimiento.
Los pretendientes más deseados serán los más fuertes, los más intrépidos, los más valientes. Pero detrás de estas cualidades existe, como en las monedas, una cruz.
Este afán ciego, como toda fuerza natural, no moderado por la mesura apolínea que salvó a los helenos de sucumbir víctimas de la fuerza dionisíaca ante lo irresistible irracional, proporcionará el guion de una novela decimonónica en la que la pasión de la dulce niña, que ha sublimado bajo el delicado nombre del amor, la lleve, por sus riquezas, a caer en brazos de algún astuto cazafortunas y a un matrimonio desgraciado en el que el marido someterá a su mujer y se encargará de administrar su patrimonio. La novela, narrada desde entonces bajo el punto de vista del marido, resultará una novela rosa. Solo hará falta cambiar el punto de vista para ver el lado bueno de la vida y poder olvidar las desgracias que, desde la otra posición, se tengan que soportar.
2.- La aportación externa
¿Qué cosa exógena se precisa? Algo que este resto de cultura occidental agotado, es decir, racionalizado, no posee y que, en cambio, posee toda forma cultural no evolucionada, el sentido interno, pues toda la historia occidental ha consistido en apreciar las formas externas y perceptibles reduciendo, en cada época, un poco el contenido interno inapreciable, y por ello inapreciado, hasta el momento en que, carente de contenido, la cultura se desintegra y busca su regeneración mediante la unión de los dos elementos que la configuran, el contenido y la forma o, si se prefiere, mediante un intento de reconciliación entre la idea y su fenómeno. Esta unión no produce nada imperfecto pero el resultado es inestable, así que, en la práctica, esa unión solo es un intento de imitar la naturaleza que poseía el sileno natural por lo que el resultado no tendrá ninguna semejanza con el sátiro genial, antes bien, para nuestra desgracia más se parecerá a un mono al cual para su dignificación y también como resultado de esa relación, acompaña siempre la aparición de la cultura y, aunque sea un fenómeno ensalzado por su creador, no es otra cosa que el vestido con el que se disfraza una naturaleza que no puede presentarse desnuda ni tan siquiera a la vista de sus congéneres. Con razón, pero sin excesiva profundidad, comparaba de esta misma forma Nietzsche al hombre socrático con el mono, una naturaleza que, como dice en El nacimiento de la tragedia, está mediada por el conocimiento y ha accedido a la cultura, pero Nietzsche no ha percibido el origen común y, por lo tanto, la hermandad de ambas cuestiones. Nietzsche estaba más allá del bien y del mal, pero para nosotros eso todavía es estar muy cerca. La cultura es el disfraz con el que un mono aparenta ser un hombre.
La cultura es el camino por el cual se quiere adentrar el hombre, trasformado en fenómeno, para averiguar qué cosa es un Hombre. Y, mientras tanto, se degrada por sus dudas. Si fuera capaz de mirar en su interior, no precisaría preguntar a nadie ni buscar respuestas fuera de sí. La idea es siempre superior a su fenómeno pero cuando el hombre duda, renuncia a su idea, reniega de su divinidad, y queda reducido a su mitad material, a su mitad animal —al simio.
Esa falsificación hoy la pagamos y sin embargo reconocemos que no hay otro camino y que sus beneficios materiales son innegables. Pero el hecho ha ocurrido a la inversa. El hombre elevado se ha percatado de la posibilidad de mejorar la existencia y ha realizado propuestas que, al ser valoradas por otros individuos, solo han sabido apreciar el valor de lo material y han olvidado, por lo tanto, separado, el valor ideal.
3.- El tiempo del cambio
Queda tiempo para que esta nueva cultura muestre sus primeras formas, formas inferiores. Por ahora se intentan determinar los elementos materiales de los que se dispone. En la gestación intervendrán la sociedad occidental y diversos elementos importados de todo tipo de culturas. Cada cual entrega lo que posee pero la variedad impide la agrupación de elementos para formar una unidad determinada. Y el resultado es la dispersión, un desaprovechamiento de las aportaciones. Nuestras consideraciones sobre la era social no resultan del apego a lo viejo ni del miedo a lo desconocido, son consecuencia del conocimiento de cómo se está creando la cultura que vemos formarse ante nuestros propios ojos, los cuales no todo el mundo usa para ver.
Los cambios que se avecinan se producirán de forma abrupta, cuando menos lo esperemos, cuando el fruto esté maduro. Como agua embalsada, ejerce una presión sobre el dique. Lo que los sabios han venido observando no es más que una ligera humedad en el muro. Cuando la acumulación de energía sea suficiente, desquebrajará ese continente y lo inundará todo no dejando piedra sobre piedra.
Pero los sabios no deben preocuparse. Todo cambio cultural ha sido siempre muy considerado y se ha presentado en otro lugar. Incluso cuando la edad media sucedió al impero romano sobre el mismo suelo, no era la misma comunidad ni los mismos estados. Es decir, se producirá o un desplazamiento de la localización cultural o de sus gentes.
Cuando se estudia el fin del imperio romano se advierte el asentamiento de bárbaros dentro de sus fronteras, las dificultades económicas del estado para mantener a los ejércitos, el enriquecimiento de una parte de la población y la sumisión a ellos del resto y, finalmente, las invasiones bárbaras.
Lo que se avecina es, ciertamente, un imperio romano, una expansión de una determinada forma de entender la existencia que mejorará el fenómeno hombre pero a cambio de reducir su idea.
(Leer 1.ª y 2.ª parte de este artículo)
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🖼️ Ilustración del artículo: Louvre Museum, Public domain, via Wikimedia Commons
Revista Almiar – n.º 61 / noviembre-diciembre 2011 – MARGEN CERO™
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