artículo por
Alicia E. Pereyra
«Cómo no repararon en que laberintos,
bibliotecas, tigres, espadas,
saberes occidentales y orientales/
eran transparentes metáforas
del pobre corazón de aquel muchacho/
que simplemente quería
ser feliz con una muchacha/
como sus amigos corrientes
en Buenos Aires o en Ginebra».
(Otro poema conjetural, Fernández Retamar)
I
niciar el recorrido por esta tentativa de relectura de ensayos acerca del modernismo en la literatura latinoamericana se asemeja demasiado a una aventura con un final prefigurado, lo que puede restarle encanto pero sin duda acrecienta ese sabor de imprevisibilidad y arrojo que caracteriza, en ocasiones, el acto intelectual. A su vez, los motivos de este recupero del pasado, quizás lejano pero sin duda contemporáneo, corren riesgos de cuestionamiento por parte de un lector urgido por la necesidad imperiosa del ahora. Subsanarlos pareciera empresa perdida de antemano, salvo que se perciban de manera notoria los actuales vaivenes en torno de ciertas disquisiciones en el terreno literario, y parezca necesario apelar a la memoria para distinguir entre valoraciones diferenciadas en lo concerniente a la literatura, el arte, bello arte que nos convoca a la revelación y el ocultamiento en simultáneo. Su atemporalidad, ese goce inquietante, justifica mis elecciones; espero satisfaga al huidizo lector.
Luego de estas y otras vacilaciones, encontré, casi azarosamente y rastreando entre autores y escritos, los ensayos La adjetivación de Jorge Luis Borges y Modernismo, noventiocho, subdesarrollo, de Roberto Fernández Retamar. Me pareció interesante postular ciertas intersecciones y desvíos en voces tan divergentes, que postulan ángulos y horizontes disímiles en torno de una misma temática. Y en esta pretendida justificación injustificada, se nuclea buena parte del breve recorrido posterior. Los presento para quienes así lo requieran: Borges, poeta, ensayista y cuentista argentino inscripto en el denominado ultraísmo que interpela al modernismo (así se denominan, aunque él mismo haya abogado contra los «ismos»); heredero de la cultura europea de vanguardia del siglo pasado; mejor lector que escritor, de acuerdo con sus propias palabras. Fernández Retamar, poeta y ensayista cubano, quien apeló a las formas del conversacionismo como acercamiento al lector del pensar y sentir del escritor comprometido, invitándolo a incursionar en su polifonía; renacido al fragor de la independencia cubana, postula una literatura identitaria que discute su naturaleza «geográfica-sentimental» (1998-1999), como fuera definida por Borges. Sus apretadas biografías disímiles, o acaso confrontadas, pueden ser esbozadas también de manera breve: Borges conoció a Fernández Retamar cuando este le solicitó formalmente la concesión de los derechos de autor para una edición cubana de algunas de sus obras más representativas. Por su parte, el cubano (2012) lo había leído de manera fervorosa, considerando su genialidad y su carencia de conciencia política, como típico representante de la «decadente» burguesía, como portador de un pensamiento idealista de fuerte raigambre conservadora, como «escandaloso, genial, una maravilla de escritor, que políticamente era como un niño»; aun así, o quizás por ello, lo denominó el primer escritor de nuestra lengua, retomando uno de los magníficos decires borgianos.
El paso precedente, esperable luego de lecturas generales e inespecíficas cercadas por tan simple contacto reside en las formas de evocación del modernismo en la literatura a partir de esos ensayos. En ese primer Borges, se va delineando desde el sentido de la adjetivación en la poesía en general para ahondar en la crítica, despiadada en esa primera época, a aquello juzgado como primigenio, su rebusque absurdo. Poesía decorativa e ineficaz, carente de sentimiento y solo ocupada y preocupada en su apariencia, no puede menos que, con todo el desparpajo de sus primeros escarceos literarios, descalificarla ignominiosamente. Sus corrosivas palabras denuncian el intento de postulación de unos usos poéticos que no violenten los significados de las expresiones, su pura semántica, en aras de un logro posible de sonoridades. Estos lazos entre forma y sentido lo conducen a distinguir esos adjetivos que alguna vez, antiguamente, supusieron un descanso, como cierto énfasis, en tanto aquellos aparecen como enriquecimiento o variación.
En Fernández Retamar, como contrapartida, la mirada y voz se coloca, con su cierto énfasis característico, en su carácter de desvelamiento de la «conciencia de carecer de lo que se quiere», desde la voluntad de participación en una plenitud histórica que había sido negada. Esa aseveración hace carne en sus postulados (1993), interesados en la recuperación de esas herencias, indígenas, indoamericanas o africanas, y esas distancias con occidente, en particular las ibéricas. Desentrañar sus particularidades, sus aristas y bordes así como sus articulaciones casi infinitas, que avanzan sobre el racismo, la falsificación, el resentimiento y la irracionalidad, explicitando que el verdadero motivo de una leyenda negra es el capitalismo en su expresión más salvaje, no una nación.
Ambas voces se encuentran ubicadas, como puede deducirse, en posicionamientos diferentes. Borges, aquel que dijo alguna vez «También se me ha criticado el practicar una literatura de evasión; tal vez tengan razón en esto, pero cada uno escribe la literatura que puede», y otra: «¿Qué significa ser europeo, ser argentino? Es un acto de fe», se interesa exclusivamente en los aspectos formales, los aspectos más puramente estilísticos y estéticos, desvinculados de los contextos más amplios en los que podrían inferirse o construirse otros sentidos. Más de una vez fustigó la idea misma del arte comprometido; de esas lides no se apartó y recorrieron su obra hasta, posiblemente, su último aliento. Quizás no.
Fernández Retamar cuestiona la concepción de su momento respecto del modernismo, reclamando a partir de su triangulación con dos nociones, noventiocho, con sus resonancias imperialistas y antimperialistas, y subdesarrollo, en tanto vivo presente preocupante en las periferias, o en lo que supo ser metrópolis y colonia, España y Latinoamérica, la habilitación de su reinterpretación. Perspectiva de corte sociológico, es decididamente política en su más palpable sentido, habilitando el ingreso del gran José Martí, quien expresó de manera inigualable el modernismo en su estilo y pensamiento a través de su prosa, anunciadora del porvenir.
En los encuentros de ambos ensayos, que bordean la caracterización crítica en juego, se desarrolla un punteo exquisito en torno de la historicidad de sus planteos. El argentino invoca a Homero, Fray Luis de León, Quevedo y Milton para luego dedicarse a Herrera y Reissig y Lugones; transcribiendo algunos breves poemas, alude a las fechorías literarias, a la simulación de adjetivos, a ciertos percances inocentones, a la misteriosa adjetivación de ciertas estrofas, embustera, a cansadores esfuerzos de figuración… El profuso lujo verbal que se despliega en rima y metáfora forzadas deviene en poesía ahuecada de sentido y apresada de la forma. A fin de ofrecer más ajustados fundamentos, recurre a la ironía, y en ocasiones al sarcasmo, siendo su objeto predilecto aquel que, días postreros, reconoce como su maestro, Lugones. En este su segundo libro de ensayos, intentó, para luego desistir, la creación de un lenguaje que dé cuenta de la patria y de la patria del lenguaje; le valió a futuro la vergüenza de tamaña pretensión, una esperanza empequeñecida. Portador de la juventud y consecuentemente la irreverencia de un intento de criollismo voluntarista, o más precisamente como alguna vez dijo Sarló (1995), cierto criollismo urbano de vanguardia, se inventa como escritor a partir de una profunda ruptura con los movimientos que se erigían como hegemónicos en el pequeño mundo literario argentino.
Por su parte, el cubano supo inventar esas palabras que contemplen e interroguen el sentir de la patria: «Ahora lo sé: no eres la noche: eres/ Una severa y diurna certidumbre./ Eres la indignación, eres la cólera/ Que nos levantan frente al enemigo». Retoma a Federico de Onís, a Guillermo Díaz-Plaja, y cita a Juan Ramón Jiménez, Ángel del Río, Max Henríquez Ureña, entre otros, para luego convocar a Paz en su contraargumentación a ese costado más reaccionario, abundando en su sentido literario e ideológico. La nueva interpretación del modernismo encuentra sus bases en razones estilísticas, pero estas no resultan suficientes para explicar la nueva unidad literaria entre Hispanoamérica y España, como tampoco de la inclusión de la prosa, en la que se erige la voz siempre necesaria y siempre contingente de Martí, así como la de Unamuno, materializados ambos como hechos más allá de lo literario.
Uno encuentra en el modernismo cierta profusión inconsistente, cierta ostentación y cierta artificialidad que no convocan a la magia verbal esperable en su poesía; otro remarca la rebeldía y la reivindicación como supremos logros que encuentran en él su cauce y expresión, sosteniendo su raigambre latinoamericana como afluente de voces nuevas, propias, en un nuevo nacimiento. Quizás valga recordar que se ha estipulado en los últimos tiempos cierto revisionismo del modernismo como época, en el que esa evasión y ese exotismo se leen en nueva clave, a partir del rastreo de su inscripción en profunda crítica a la carencia de refinamiento de ese capitalismo mercantilista de la época. Así, como manifestación estética y, por tanto, política, y movimiento literario, desnuda ese rostro atroz que prefiguró este presente y algún futuro, aun por construir, incierto.
Entre valoraciones y desvaloraciones, no resulta casual que ambos perciban, piensen y sientan de manera diferente. Ocurre que, al reconocer al modernismo como gran movimiento que expresa la necesidad imperiosa de independencia, se transforma el margen de lecturas posibles, se ensancha y amplia y desborda, se enriquece. Pareciera que en ese laberinto eterno que es la literatura, ambos se encontraron dos veces, no una y en persona como se cuenta en la entrevista. La primera se imbrica en la creación de los propios precursores profetizada por Borges (1994), que atañe también a la certeza de que la labor de un escritor modifica la concepción de pasado y futuro. Hoy, mañana, no podríamos acercarnos cabalmente a Fernández Retamar sin pensar en Borges, afinando y desviando sensiblemente su lectura. Especularmente, no sería posible la operación inversa. La segunda también refiere a esos sueños borgeanos (1998), relativos a una batalla absurda y a la vez impostergable que inicia Aureliano el ortodoxo contra Juan de Panonia el hereje, para luego formar una sola persona ante la insondable divinidad.
Tampoco resulta casual que las ofrezcan al lector mediante un ensayo, al decir de Adorno (1962) hermano de la poesía, exhortación a la libertad del espíritu, eternizador de lo perecedero.
Referencias bibliográficas:
– ADORNO, Theodor, El ensayo como forma, en Notas de literatura, Barcelona, Ariel, 1962.
– BORGES, Jorge Luis, La adjetivación, en El tamaño de mi esperanza, Madrid, Alianza Editorial, 2008.
– BORGES, Jorge Luis, Culturalmente somos un país atrasado, ¿Por qué me siento europeo?, en Textos recobrados (1956-1986), Buenos Aires, Emecé, 2007.
– BORGES, Jorge Luis, Los teólogos, en El aleph, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1998.
– BORGES, Jorge Luis, Kafka y sus precursores, en Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé, 1994.
– FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto, Encuentro con Jorge Luis Borges, Revista Malabia, Nro. 52, 2012. Disponible en:
www.revistamalabia.com/index.php/archivo/
57-numero-52/100-encuentro-con-jorge-luis-borges.html
– FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto, Introducción a la literatura cubana. Temas. Cultura, Ideología, Sociedad, Nro. 16-17, 1998-1999, pp. 219-228.
– FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto, Contra la leyenda negra, en Algunos usos de civilización y barbarie, Buenos Aires, Contrapunto, 1993.
– FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto, Patria, en A quien pueda interesar. (Poesía, 1958-1970), México D.F., Siglo XXI, 1974.
– FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto, Modernismo, noventiocho, subdesarrollo, AIH. Actas del Tercer Congreso Internacional de Hispanistas III, El Colegio de México, México, 1968, pp. 345- 353.
– SARLÓ, Beatriz, Borges, un escritor en las orillas, Buenos Aires, Ariel, 1995.
Alicia Esther Pereyra reside en Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz (República Argentina); se dedica a la docencia desde hace varios años, y trabaja en el nivel primario-básico y en el universitario. Su interés, intelectual y emocional, se encuentra en la literatura.
Contactar con la autora: aepe65 [at] hotmail [dot] com
🖼️ Ilustración: Jorge Luis Borges, Eduardo Comesaña, Public domain, via Wikimedia Commons.
Revista Almiar – n.º 71 / noviembre-diciembre de 2013 – MARGEN CERO™
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