Ignacio López Castellanos
E
ra la última cerveza en la nevera. Asunto peliagudo. Igualmente me la ventilé en pocos tragos. Encendí la radio y sintonicé un canal de música clásica. Desconocía si fuera llovía o era de día. Tampoco me importaba. Solo sabía con certeza que era sábado, y mi camello habitual se había ausentado por todo el fin de semana con una fulana nueva.
Solo tenía cerveza en la nevera, y ahora ni eso.
Decidí reunir fuerzas bajo la tenaz pereza. Cogí un cinturón para el pantalón caído, y salí por la puerta con intención de buscar material en el supermercado. Algo encontraría con lo que poder resistir todo el fin de semana.
En las escaleras me tropecé con mi vecina sin su pareja salta dientes habitual. Aferraba con miedo su bolso grande de tela. Me saludó levemente con la cabeza y se escabulló hacia el interior de su apartamento. Siempre me pareció demasiado delicada y atractiva para un lugar tan sórdido, como lo era aquél deprimente bloque de apartamentuchos. Por norma general, esquivaba mi mirada. Mejor haría en huir muy lejos, o mejor aún, que matara a su pareja mientras dormía. Así no volvería a verla con moretones en la cara. Lo cierto es que me importaba una mierda si le pegaban o follaban. Supongo que soy una persona de lo más vulgar y detestable. Perfecto para un deprimente bloque de apartamentuchos. En aquellos días tenía bastante con mantenerme en pie sin babear.
Al volver del supermercado, la luz del sol y el sonido de los coches se me hacían insoportables. No podía dejar de maldecir a mi camello y sus putas por no estar en mi covacha. Bastante odiosos eran ya de por sí los recuerdos, como para tener que afrontarlos sin combustible para olvidarlos.
Me siento en el sofá. Suena el teléfono. Lo cojo.
—¿Estás ahí? Sé que estás ahí.
Su voz me suena. Es la de una mujer. Sin duda ebria.
—Eres un mierdas y siempre lo serás ¿Sabes cuál es tú problema? No eres capaz de comunicarte ¿Estás ahí? Dios, típico de ti. Seguro que te estás jodiendo a alguien y te pone oírme.
La escucho. No le falta razón. Al menos en lo primero.
—Oye… deberíamos vernos… hablar de todo esto.
¿Hablar de qué? Odio discutir. Nunca le encontré el menor sentido. Cuelgo el teléfono. Dejo las latas en el suelo. Pongo la radio. Comienzo a tragar. Me duermo. El teléfono me despierta. Lo cojo. Al otro lado sollozos. Lo vuelvo a colgar.
Miro por la ventana. Es de noche. Finas gotas de lluvia caen contra la ventana. Abajo un grupo de borrachos discuten frente a un antro. Eso me hace recordar que aún me queda cerveza. La radio sigue sonando. Me agacho a coger una lata. Oigo la puerta de los vecinos abrirse. Me acerco a la mirilla y veo cómo el gilipollas salta dientes se larga con una maleta pequeña. Un escalofrío me recorre el cuello, pero se me pasa al ver a la joven mártir tras la puerta entreabierta de su apartamento, para luego cerrarla furtivamente, cadena incluida.
Suspiro. Vuelvo a mi sofá. Oigo gritos en la calle. Unos borrachos se golpean mientras los cerdos del corral los animan. Bajo la persiana. Cojo un libro. Paso página. Sigo pasando una hoja tras hoja. Pero las horas no transcurren como las páginas.
Solo me queda una cerveza. Alguien golpea con insistencia a la puerta. Arrastro los pies hacia ella. No miro por la mirilla. La abro. Una joven en zapatillas entra. Se gira y me abraza. Comienza a llorar. La aparto unos centímetros. Tardo unos segundos en darme cuenta de que es la vecina. Busca mi boca.
Supongo que alguien con su trayectoria vital, estará llena de traumas, miedo a la soledad, dependencia emocional y a saber cuánta mierda más. Pero, joder, quién no tiene traumas y locuras latentes bajo la carcasa.
Vamos a la cama. No me importa el porqué ni el cómo. Es joven y mi cuerpo solo desea drogarse ya sea con alcohol o sexo. Lo mismo me da. No tarda en desnudarse. Soy consciente de mi torpeza. Es suave. Me excito al ver que ella también lo está. Llego al clímax. Creo que ella también. Aunque no me importa. No demasiado.
La habitación huele a sexo y muy poco a amor. Desnudos miramos al techo. Pletórico, cual revelación mística, recuerdo que me queda algo de vino. Aún desnudo, me levanto y lo traigo junto con dos vasos. Ella se lo llena hasta arriba.
—¿Enciendo la televisión? —le pregunto.
Asiente con la cabeza mientras se bebe el vino a grandes sorbos. Dan una película en blanco y negro. Todavía es de noche. Apenas nos miramos. Pero es agradable. No nos decimos nada. Solo miramos al televisor con el vino de por medio. Nada me cuestiono. ¿Para qué? Comienza a entrar luz por las rendijas de la persiana. La película está a punto de terminar. Ella deja de beber y me mira. Yo le beso los pechos y sigo bajando. Ella se deja llevar. Suena el teléfono de nuevo. Quizás ahora la borracha de al otro lado del teléfono tenga razón también en su segunda acusación. Pero prefiero concentrarme en hacer olvidar a mi invitada toda la basura del mundo, incluido a mí.
Ignacio López Castellanos. Autor nacido en Asturias.
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🖼️ Ilustración relato: Foto por Matheus Oliveira, en Pexels.
Revista Almiar – n.º 83 | noviembre-diciembre de 2015 – MARGEN CERO™
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