relato por
Martín Berger

 

¿Hemos venido aquí para reír o para llorar?
¿Estamos muriendo o estamos naciendo?

Terra nostra

 

M

e siento cual película de Hitchcock. Los gatos me observan con su mirada penetrante. Parece que ya son los reyes del lugar. No tengo dudas. Han dejado de observarme con detenimiento o curiosidad. Su mirada esconde algo siniestro. Están tramando algo. Para colmo me tienen rodeado. Miro a mí alrededor. Noche oscura y desoladora. Me encuentro solo. Quizá no tanto, ya que siento que estoy con mis fantasmas. Aquellos que me acompañan desde pequeño. Tan pronto tomaba conciencia de que me hacía pis en la cama, ellos estaban conmigo. Si tanto querían perseguirme, ¿por qué no me ayudaban a esconderme de esas sábanas húmedas con olor a vergüenza?

Naturalmente ellos sólo querían atormentarme. No estaban interesados en tenderme una mano. Por algo buscaban que el miedo me calara bien hondo. Pero yo no iba a dejar que esto sucediera sin presentar batalla. Siempre había sido alguien de gran temperamento. Podría decirse que alguien profundamente testarudo. Una persona que iba al fondo de las cosas, con total naturalidad. No me abandonaba. No bajaba los brazos. Sabía que ellos eran un mal necesario. Ineludible. Una señal de un destino plagado de desencuentros. Hermosos desencuentros. ¿Qué de mal había hecho, para orinarme en la cama, una vez más? Otra vez sería mi abuela quien se encargaría de esconder mi tormento. Ella, con su encantadora presencia, haría de mi pesar una gran oportunidad.

Hermosas caricias de amor, que sólo se demuestran a través de los actos. En este caso, el esfuerzo por secar aquellas manchas de orina, de olor penetrante, difíciles de disimular. Pero ella era mi heroína. Lograba, tan solo por un instante, que los fantasmas desaparecieran. Era un momento de profunda armonía. Estábamos tan solo ella, de mirada cansina, pero no por ello menos dulce; y yo, pequeño, lleno de pecas y con una timidez indescriptible. Atiborrado de sueños. Confusiones. Ideas renovadoras que posiblemente no llegaban a ningún punto. Ella era la verdadera esperanza de que nadie supiera que me había hecho pis por enésima vez. Sería un secreto entre ambos. Sólo ella y yo. Mamá no sería parte. Ella sería la principal persona a quien debía esconderle el cuadro de situación. No podía mostrarme débil ni mucho menos infantil. Sólo hacía falta un roce en la nuca, un beso eterno y la esperanza de que la noche siguiente no se repetiría la escena. Mi abuela no se avergonzaba de mi incontinencia. De hecho, lo tomaba a risas. Posiblemente coincidía en que era una señal del destino. Nada por lo que sentirse inferior o excesivamente pequeño.

Y nuevamente los gatos me observan. No piensan quitarme la mirada. A cada instante me desnudan. Parecen quemarme con sus ojos. ¿Es entonces que ya perdí mi reinado? ¿No me queda más que redimirme y reconocer que una vez más me he orinado en mi inferioridad? No pienso demasiado en qué sucedería si dejara que ellos se hicieran con todo. Mis miedos. Mis esperanzas. Mis dudas. Mis seguridades. ¿A fin de cuentas todas ellas no son mías? ¡Claro! No puedo prestarlas. Menos a un par de gatos mezquinos. Ellos sólo me arrinconan para que yo confiese todos mis fantasmas. Titubeo un sinsabor desafiante. Por momentos parezco querer ser abrazado por ella y que me diga que todo pasó, que ya no hay posibilidad de que alguien note que las sábanas están húmedas. Y, un segundo más tarde, estoy acostado y tres o cuatro gatos están sobre mi cama. Lo extraño es que no estoy tapado con mis sábanas.

Develo que los gatos encarnan todas mis emociones más profundas. Entiendo entonces por qué estoy desnudo. Y, a su vez, percibo por qué son cuatro gatos: ellos representan a cada uno de esos sentimientos de inferior grandeza. ¿En qué momento dejamos la entrada del edificio y llegamos a mi dormitorio? ¿No estaba con el pijama mojado intentando secar las sábanas? ¿Cuándo fue que maduré y dejé de estar rodeado por fantasmas que se esconden tras frígidos lienzos blancos, para cambiarlos por fantasmas de carne y hueso? Es espeluznante pensar que todo eso pasó en tan solo segundos. Me toco la cara para percibir que aún sigo despierto. Descubro una barba de días, de aspecto desprolijo. ¿Cuándo aconteció todo esto? Y nuevamente los gatos me imponen que deje la cama. Me miran de forma incisiva. Decido dejar mi dormitorio e ir a dar un paseo. Tal vez sea un viaje sin retorno. Pero, a fin de cuentas, ¿estoy dispuesto a afrontar el desafío? ¿O es que aún no he aprendido de mis fantasmas?

 

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Martín Benjamín BergerMartín Benjamín Berger. Nacido en Buenos Aires, Argentina (1984). Ha viajado a través de toda Sudamérica y en septiembre y octubre de 2015 sumó a su viaje a su abuelo. Desde agosto de 2016 viaja por Europa, particularmente por los Balcanes, donde realiza entrevistas y continúa con la escritura de textos orientados a la literatura social. Ha vivido en Bogotá, Colombia, en 2010 y nuevamente en 2011 y en Jerusalén y Tel Aviv, Israel, desde 2014 al 2016. Escritor cuentista, ensayista y novelista. Desde septiembre de 2015 dirige su nuevo blog Viajando con mi Opi, donde refleja historias de viaje, acompañado de su abuelo nonagenario Graduado en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires. Desde niño ha tenido pasión por la lectura y la escritura. Su amor a la naturaleza, en todas sus expresiones y los personajes de sentimientos profundos, se ven reflejados en su prosa.

🔗 Blog: www.viajeconmiopi.com | FB: www.facebook.com/viajandoconmiopi | Tw: @viajeoconmiopi

 

🖼️Ilustración relato: Fotografía (detalle) por simplychrista / Pixabay [CCO dominio público]

 

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Revista Almiarn.º 89 / noviembre-diciembre de 2016MARGEN CERO

 

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