relato por
Marta Timoner
E
ran las diez de la noche, la hora favorita de María. María miraba con ojos brillantes, llenos de asombro e ilusión a su padre que, con mucho empeño e ilusión, le estaba contando un cuento. Pero como todos, este también tenía un final.
—Y fueron felices y comieron perdices —oyó decir María a su padre.
Pero María no entendía por qué los personajes de los cuentos cuando estaban felices comían perdices. A María le gustaba comer cruasanes de chocolate, eso era lo que más le gustaba merendar, no perdices. María ni siquiera sabía lo que eran las perdices, pero no sonaba a dulce ni a bueno, no señor, sonaba a comida que a ella no le gustaría seguro. Sin embargo, María no merendaba cruasanes todas las tardes, porque su madre decía que engordaban y que eso no era bueno. María se esforzó mucho por entender todo lo que pasaba por su mente, pero el sueño, como siempre, poco a poco se fue apoderando de ella.
Al día siguiente, María le preguntó a su profesora qué eran las perdices. Y su profesora, sorprendida por la pregunta que nada tenía que ver con la lección de ese día sobre los adjetivos, sonrió y se lo explicó. Así, María descubrió que las perdices eran una especie de pájaros y eso aún le resultaba más raro. ¿Quién querría comerse un pájaro para celebrar que estaba feliz? No, María no acaba de entender la relación entre la felicidad y las perdices y se puso a pensar otra vez en lo que a ella le hacía feliz, es decir, pensó en cruasanes, lo que inevitablemente le hizo recordar a su madre diciendo que engordaban, pensamiento que le llevó a preguntarle a la profesora si las perdices engordaban. La profesora, ahora ya riéndose, le contestó que no se preocupara por eso. Respuesta que María interpretó como un clarísimo no.
En la mente de María ya iba tomando forma el porqué las princesas comían perdices, pues estas no engordaban como los cruasanes y como su madre decía que engordar no era bueno, es decir, era malo y lo malo no te hace ser feliz, era lógico que comieran perdices en vez de cruasanes de chocolate.
Las horas fueron transcurriendo poco a poco y María estaba feliz por haber resuelto el gran misterio de las perdices. Llegaron las cinco de la tarde, hora de salir del colegio y de la ansiada merienda por todos los niños. Su madre, que ese día había salido antes del trabajo, había parado en la pastelería para comprarle a María su merienda favorita y así darle una gran sorpresa.
—Hola cariño, ¡mira lo que te ha traído la mamá para merendar! —dijo su madre mientras sacaba de su bolso la bolsita con los cruasanes de chocolate.
—No, mami hoy no quiero cruasanes que estoy feliz. ¡Hoy quiero una perdiz! —contestó María sonriendo a su madre orgullosa de haber entendido una cosa de mayores.
Su madre, confundida por la respuesta de su hija ante los cruasanes, decidió que sería algo que habían aprendido hoy en clase y no le dio más importancia. Le dio un beso en la mejilla, se guardó la bolsa de cruasanes de nuevo en el bolso, y las dos se fueron de la mano de camino a casa.
María ya estaba preparada para otro cuento.
Marta Timoner Gimeno. Nació en Valencia en 1995. Actualmente es estudiante de Derecho en la Universitat de València. Desde que ella puede recordar sueña con ser escritora en alguna etapa de su vida. Su juventud no la priva de imaginación y de ganas de comerse el mundo con alguna de sus historias. Es una gran aficionada a la fantasía y ciencia-ficción, géneros en los que intenta hacerse un nombre.
Contactar con la autora: marta.timoner.gimeno [ at ] gmail [dot] com
🖲️ www.facebook.com/marta.timonergimeno
🖼️ Ilustración relato: Fotografía por Catkin / Pixabay [CCO dominio público]
Revista Almiar – n.º 87 / julio-agosto de 2016 – MARGEN CERO™
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